Es ya un lugar común mencionar el ejemplar sentido de solidaridad que los mexicanos muestran ante las tragedias y los momentos de crisis. Pero no está de más recordarlo, en especial en días de lágrimas y deriva, tanto por el embate de desastres naturales como por una espiral de podredumbre y violencia generalizada que parece cebarse con nuestra sociedad.
Hay que mencionarlo porque se tratan de manifestaciones que no ocurren en cualquier lugar, aunque algunos así lo crean. Tenemos una población con diferencias acentuadas por temas políticos y sociales, pero que al mismo tiempo sabe que hay algo más allá que nos une como personas. Aquí no hay separatismos ni trifulcas entre ciudades como pasa en otros puntos del mundo. Mientras haya una mesa o un partido de futbol, sabemos unirnos. Y, lo que es más, también hay una disposición de salir a la calle y responder con hechos cuando los embates de la vida se ensañan con los más débiles. Sabemos, como decía aquella canción, que ellos no son un peso ni una carga, son nuestros hermanos.
Más allá de los esfuerzos realizados por las autoridades, el pueblo mexicano se une y se entrega al bien común cuando hay un sismo, un huracán, un derrumbe… todo sin medir los posibles riesgos ni escatimar energía. Incluso los más humildes ofrecen sus manos o un pedazo de pan.
El destino de los mexicanos parece trazado entre el drama y la resistencia. Algo verdaderamente valioso debe tener este país como para haber aguantado tanto daño, tantos saqueos y tantas equivocaciones, como atestigua la historia. A pesar de todo, México se ha mantenido de pie con una resiliencia heroica. Esto ha brindado escenas memorables como la del señor que izó la bandera de México sobre las ruinas del Palacio Municipal de Juchitán o aquel grupo de rescatistas que cantaron el “Cielito lindo” mientras ayudaban en las labores nocturnas de rescate tras el sismo del 19 de septiembre de 2017.
En la letra de “Cielito lindo” se encuentra uno de los atributos clave de la sociedad mexicana: ante la adversidad, el canto, la sonrisa que por unos instantes hace que se olvide el gran dolor que llevamos como cruz cuando estamos en silencio. Somos un país herido, cuya andanza resulta inverosímil bajo cualquier análisis… pero ahí sigue. Como decía Carlos Fuentes, México no se explica, no atiende a lógica ni a razones. Es más un asunto de fe. Algo en lo que se cree, con furia, con pasión y un eterno desaliento.
Si bien no soy patriotero ni nacionalista, México me apasiona. Me parece un caso de excepción. Me pasa lo mismo que a Fernando Savater: cuando veo una bandera de mi país es como si viera una bandera de la Cruz Roja: siento calidez, sé que se trata de un lugar en el que seré atendido y donde recibiré ayuda si lo necesito; un sitio al que le debo mi educación, mi familia y mi libertad. Por eso, y pese a todo, si me dan a elegir… me seguiría quedando con México. Se dice fácil pero aquí tenemos lo que por desgracia no existe en todas las naciones. No veo nada de malo en celebrarlo.
Cuando veo el color, la pluralidad, la solidaridad… cuando veo ancianos levantando piedras para salvar a los más jóvenes y a niños aguantando lo indecible… en esos momentos añoro que un día este país pueda entrar en el esplendor que merece. Cada que alguien grita “Viva México”, la esperanza renace.