John Cleese contra el progresismo

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El gran comediante inglés John Cleese montó en cólera luego de que el servicio de streaming UKTV, propiedad de la BBC, retiró de la plataforma uno de los episodios de Fawlty Towers, serie que escribió y protagonizó en la segunda mitad de los años setenta. La corporación tumbó el capítulo temporalmente como un acto de conciencia debido a los estereotipos que contenía, así como por el lenguaje racista empleado por el mayor Gowen, un personaje septuagenario que, en teoría, debía entenderse como tal, alguien fuera de sí, ya con demencia, gagá. La decisión de la BBC llegó en medio de una atmósfera censora que se percibe a escala global, una arremetida de algunos sectores de la población que claman contra aquello que consideran ofensivo, así se trate de un personaje de ficción ridiculizado por un equipo creativo en busca de causar risa, y así, reducirlo. Como manifestación de su inconformidad, Cleese recuperó una cápsula televisiva que protagonizó en 1987 para reivindicar la coalición electoral SDP-Liberal Alliance de tipo centrista. “Es difícil saber si grabé esto hace 30 años o 10 minutos …”, dijo en sus redes sociales. Por la vigencia de su contenido hago una traducción aproximada de aquel mensaje a continuación:

La gran ventaja del extremismo es que te hace sentir bien porque te provee de enemigos. Déjame explicarte, la gran cosa de tener enemigos es que puedes pretender que todo lo malo en el mundo está en tus enemigos y todo lo bueno en el mundo está dentro de ti. ¿Es atractivo, no es así? De este modo si tienes mucho enojo y resentimiento […] puedes justificar tu propio comportamiento incivilizado solo porque estos enemigos tuyos son muy malas personas, y si no fuera por ellos, tú en realidad serías bondadoso, cortés y racional todo el tiempo. Así que, si quieres sentirte bien, conviértete en un extremista. Ahora bien, tienes que tomar una decisión. Si te afilias a la extrema izquierda, recibirás una lista de enemigos autorizados: casi cualquier tipo de autoridad, en especial la policía, el distrito financiero, los estadounidenses, los jueces, las corporaciones multinacionales, las escuelas públicas, los peleteros, los dueños de periódicos, los cazadores de zorros, los generales, los traidores de clase y, por supuesto, los moderados. Si prefieres la extrema derecha, ellos también tienen su propia lista, una que incluye a los ruidosos grupos minoritarios, los sindicatos, Rusia, los raros, los manifestantes, las sanguijuelas de la asistencia social, el clero entrometido, los blandengues pacifistas, la BBC, los huelguistas, los trabajadores sociales, los comunistas y, por supuesto, los moderados.

Era difícil pronosticar un nuevo auge de los extremismos para un año como el 2020, tan redondo en su nomenclatura y de promesa futurista. A estas alturas se antojaba un espacio con mayor civilidad y con coches voladores… al final ni una cosa ni la otra. Avances muchos, pero también una fuerte regresión. Una que preocupa de forma considerable es la de la gente incapaz de medir el arte, la ficción y el entretenimiento en sus propios términos y que es incapaz de entender un asunto que resulta fundamental para no provocar revueltas y descabezamientos cotidianos: los seres humanos cargan sin excepción muchos defectos y, algunos de ellos, actitudes repudiables. Ante ellos, con frecuencia autores o personajes históricos, no corresponde la quema irreflexiva del legado ni la supresión inmediata de sus representaciones, por el mero hecho de que bajo esa exigencia en la que solo sobrevive lo puro, lo inmaculado, al final nos quedaríamos sin nada, incluyendo de obra sublime que trasciende a sus creadores. Hay límites, claro, pero conviene analizar caso por caso antes de caer en una ola irreflexiva.

La modernidad presenta anomalías para aquellos que siguen creyendo en una historia lineal que conduce al jardín de rosas. Un siglo después hemos sido incapaces de emular la gracia de 1920, la vida del exceso, el sentido del humor, el encanto de la frivolidad. Entender que no todo debe provocar un cisma y que una ración de ligereza resulta necesaria para sobrevivir, para conservar los nervios fuertes y, entonces sí, luchar por lo verdaderamente importante, no por fruslerías. Tal vez nos hizo falta el guiño de las flappers y a más de uno le urge un martini para relajarse. En cambio, tenemos mucha amargura, algunas veces justificada, otra más un despropósito. La indignación se ha vuelto también, hay que decirlo, un modo de vida, una eficaz maniobra para obtener prebendas, cariño y aplausos de la muchedumbre, jugar al activista u obtener contratos para salir en conferencias, instituciones o en televisión. Prolifera también la imputación de etiquetas atroces que aparecen con total ligereza hasta que pierden su significado, haciendo que los verdaderos trúhanes acaben por camuflarse entre la colectividad de los malos, que a juicio de los extremistas son todos ya, salvo ellos mismos y los que comparten sus opiniones.

Es curioso: el arrecio de la corrección política no proviene más de aquella caricatura que otrora se hacía de los ancianos cascarrabias, religiosos de la vela perpetua que en su versión contemporánea resultaron moderados en comparación a la progresía del joven comprometido y tirado a la calle y a las plataformas virtuales como justiciero social. La víctima de estos dictaminadores puede ser la película favorita de tu abuelo, a la que no se les ocurre calibrar como una expresión de su tiempo, sino un producto al que se deben aplicar los barómetros actuales o, mejor dicho, los de su propia invención. Si no pasa la prueba, ha de ser censurada o se le debe poner algún mensajito de contexto y advertencia, elaborado por los de su estirpe, para avisar al público, que es tonto y no listo como ellos, de lo que viene a continuación. O puede que un comediante se haya burlado de lo que no debe ser burlado (y esto lo eligen los correctos) y, por tanto, su carrera debe ser arruinada. No es necesario ir a plantarse a su casa ni soltarle de golpes, basta el asfixio social, mediático, el amedrentamiento de armar escándalo por aquí y por allá, revisar minuciosamente tu pasado hasta encontrar el desliz que cualquier persona medianamente expresiva llega a tener. Y exhibirte. Los progresistas se dan palmaditas en la espalda los unos a los otros y si no estás de acuerdo, ya se sabe, eres un facho, un machito, un conservador, alguien que debe ser borrado, ridiculizado, suprimido.

Simplifico y mezclo varios ejemplos, el objetivo es dar cuenta de un ambiente extendido (y que lleva ya algunos años con variación de intensidades) que en su asiento refleja lo dicho por John Cleese. Aquel mensaje ochentero es significativo ya en que en él atribuye a la extrema derecha un odio hacia la BBC, un sentimiento que décadas después tiró un capítulo emitido por la propia BBC, pero no debido a presiones de tal espectro ideológico, sino como una determinación que la empresa tomó al interiorizar una coyuntura caldeada por la extrema izquierda. Un hecho semejante, como tantos otros, debe invitar a la reflexión de la sociedad en conjunto, en especial a los que han tomado la destrucción, el arrecio, la quema y el derribo como una forma de anular el pasado y las posturas contrarias; un pasado que, con sus claroscuros, fue lo que fue y que conviene tener en la memoria como una referencia de lo que somos y lo que pudimos ser. No terminar, como temía Orwell, en una dictatura del presente, un delirio que destruye todo lo que hubo antes, que reescribe a sus antepasados, que altera cada registro, cada estatua, cada libro, todo, absolutamente todo, con la salvedad de la tendencia o moralidad actual, aquella en la que el partidoo en este caso el movimiento, siempre tiene la razón. Un movimiento que, conviene recordar, se erige como la representación popular cuando más bien se trata de un conjunto estimable, pero no mayoritario, de personas.

Pese a los posibles costos sociales que ello implique, entrar a la discusión es tan pertinente como enunciar el desacuerdo ante una especie de norma que intenta imponerse. Que no se malinterprete, la crítica de cualquier obra y de cualquier personaje histórico o actual es valiosa y necesaria, lo mismo que el reproche, el boicot o la organización de una protesta que igualmente configura otra esfera de libertad. Y hay cuestiones inadmisibles que hacen bien en permanecer en el basurero de la historia: debemos ser responsables de nuestras palabras y actos y saber que todo tiene una posible consecuencia (aunque igual, el ser humano es imperfecto y sería una locura borrar a cada uno del mapa por sus equívocos sin dar espacio al debido proceso). Refiero, más bien, a las maniobras intimidatorias que algunos grupos se reservan como marca registrada y que imposibilitan el diálogo, el enriquecimiento de la cultura y que suponen un peligro para la expresión; la imposición del pensamiento único, una sola corriente merecedora de la supervivencia que avanza sin contrapeso suficiente. Hay que alzar la voz cuando surja el colmo, la barbarie; fue así como el episodio de Fawlty Towers volvió a estar disponible en UKTV, gracias a que John Cleese abandonó el silencio y puso un alto.

Un riesgo mayor es que el extremismo acabe por enlazarse a políticas gubernamentales. Esto escalaría a una represión del pensamiento a un nivel sistemático. Al promover, por ejemplo, el castigo a los “discursos de odio”, medida en apariencia bondadosa, se pueden colar prácticas de autoritarismo, ya que en su tipificación ambigua se da cabida a censurar a cualquiera que vaya en contra de quienes ostentan el poder y sus satélites sociales (quienes a fin de cuentas deciden qué es “discurso de odio” y qué no lo es), mientras que el canon continúa comiendo más y más terreno.

Si atendemos a lo que dicen los feligreses de la corrección acabaríamos por ser consumidos por ese mismo león al que estamos alimentando. La construcción de la realidad como un cuento de hadas en la que solo entran aquellos que cumplen ciertos parámetros. Un mundo con más limitaciones. Y lo peor, nos quedaríamos sin Fellini, sin José Alfredo Jiménez, sin Céline… sin tantos otros seres que en su individualidad pecadora son, todavía, más relevantes y nutritivos que esa muchedumbre censora que lo mismo en las calles que en las redes clama y se burla para desaparecer aquello con lo que no concuerda. Todo desde una posición ventajosa: la falta de escrutinio que les otorga el anonimato. Pobres de espíritu a los que si uno los revisara con lupa (aunque ni ganas), a lo mejor tampoco salían vivos de las exigencias que imponen a los demás.

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Publicado originalmente el 22 de junio de 2020.

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Modos de resistir a la cuarentena

Las personas que se bañan y arreglan aunque vayan a permanecer en casa todo el día. La mujer que adapta su rutina del gimnasio con la ayuda de una pelota y el borde de las escaleras. El joven que piensa en la virtud de los viajes mientras queda atado a una silla. El que manda por celular saludos a los amigos. La que escribe su primer poema y sonríe. La madre que calma a sus niños. El que no se inmuta y ya vio diez películas. Esos que arman un rompecabezas de 15 mil piezas. Los que siguen cantando en la ducha. Los que meten al horno unas galletas con chispas.

Todos ellos son la resistencia. Los que no claudican ante la presión del confinamiento. Los que se abstienen, los que saben que hay un bien supremo más allá del impulso a salir. Los que tienen momentos aciagos, pero no se derrumban. Los que mantienen viva la esperanza.Los que exploran el lado prudente de la vida. Los que no conciben la derrota. Los que saben que ya llegará el tiempo de comerse las calles. Que al resarcimiento llegará más rápido si se va lento.

Muchas hazañas ocurren tras bambalinas. Nunca nadie las conocerá, pero por ellas el equilibrio subsiste. El mundo está poblado de estrellas a la sombra. La discreción suma puntos a su grandeza imperceptible. Ante la crisis de una pandemia tiene mérito dar un paso al costado. Asumir el papel de actor secundario para que las figuras estelares lo tengan un poco menos difícil.

Los enfermeros, los médicos, los repartidores, los voluntarios, los guardias, los científicos… todos ellos son los héroes, sin duda. Pero vale reivindicar a los que comprenden su papel: el de no empeorar nada.  No cualquiera; esta vez hace falta valor para cruzarse de brazos.

La proeza hoy está en la modestia. La hazaña es no moverse tanto, no jugar a la loquera. Permanecer unidos a distancia. Una sintonía del sacrificio.

Los que siguen las indicaciones de los expertos, los que apechugan y aceptan el encierro por mucho que duela. Los que reman desde sus propios espacios. Los que cancelaron los planes que tanto deseaban. Los que toman un curso de música en línea. Los que tienen que salir a trabajar, pero se cuidan al máximo. Los jóvenes que han decidido estudiar medicina. Los que pasan semanas sin recibir besos y abrazos.

Como cerraba aquel poema de Borges, esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

buñuel

Quién es el señor Biden

Tenemos el mismo trabajo que siempre hemos tenido: decir, como seres pensantes y humanos, que no hay soluciones finales. No hay una verdad absoluta. No hay un líder supremo. No hay una solución totalitaria, de esas que claman que, si renuncias a tu libertad de cuestionar, si tan solo te rindieras, si tan solo abandonaras tus facultades críticas, un mundo idiota de felicidad podría ser tuyo. Tenemos que empezar a repudiar esas ideas. Los grandes rabinos, los jefes ayatollah, los papas infalibles. Los promotores de un mutante quasi-político rendimiento de culto. “El amado líder”, “el gran líder”… no necesitamos nada de eso…
— Christopher Hitchens.

La campaña de Joe Biden como precandidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos tuvo un episodio aleccionador una noche de noviembre de 2019. El exvicepresidente entró a un restaurante en Iowa como parte de esos clásicos actos donde un político baja de la tarima para vivir como la common people. Comer una hamburguesa o taco en un lugar modesto es indispensable para disimular la distancia que separa a un mandatario de sus votantes.

Aquella vez lo acompañaban camarógrafos de prensa y televisión. También su séquito personal. La comitiva formaba una atmósfera propia de una estrella de cine, pese a que la intención fuera andar como uno más. Una meta complicada cuando eres el gallo que pretende tumbar a Trump.

De todas formas, lo relevante no era Biden, sino un hombre que estaba sentado en una mesa del establecimiento. Un granjero que miraba un partido de futbol americano colegial en una de las televisiones que estaban montadas sobre la pared. El típico hombre promedio que, se espera, acabe pasmado cuando aparece alguna celebridad.

Joe Biden se acercó a él, quizá creyendo que el hombre reaccionaría como personas similares han hecho otras tantas veces: con alguna sonrisa de emoción al estar ante un político famoso que podría convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos con la petición de un abrazo o un favor para sí mismo o la comunidad.

Pero el granjero ni se inmutó, siguió a lo suyo mirando la pantalla que tenía sintonizado el programa deportivo. Las cámaras, la conglomeración, el hombre educado de cabello cano que estaba junto a él… todo le daba igual. Era como si cualquier otro ser vivo estuviera ante él, no había razones para el júbilo. Él solo quería ver un partido. No le importaba nada más. Joe Biden lo comprendió y se fue.

La reportera Natasha Korecki tuvo curiosidad de la actitud de aquel sujeto impasible, así que una vez pasado el borlote se acercó a él y le preguntó si sentía algún tipo de animadversión hacia el antiguo vicepresidente.

—¿Quién? — dijo el hombre.

La reportera le especificó: usted acaba de ignorar al vicepresidente de la era Obama.

—¿En serio? Oh, no soy un gran fan de Obama. Esta es una tierra republicana.

No es conveniente sobrevalorar la actitud de aquel individuo; detrás de sus gestos y palabras no había una filosofía profunda ni crítica consciente de alto nivel. Quizás termine por votar por alguien peor. No obstante, a su modo, la escena fue una muestra fugaz del excepcionalismo estadounidense en lo que respecta su posición frente a los políticos. Si bien no es una cuestión generalizada (en todas partes hay quienes babean ante el funcionario en turno), se trata de un comportamiento arraigado en algunos sectores, en especial en el de aquellos que se perciben como hechos a sí mismos, gente que no espera nada de un político y que por el contrario los desprecian por pretender dirigir sus vidas. Esta especie de ciudadanos se centra en su propio trabajo y en sus familias. Lo que buscan es no ser molestados.

El hombre anónimo no destiló odio en sus respuestas. Simplemente un político no le impresionaba en lo absoluto a él, un trabajador del campo. Aunque un pelín descortés, aquel comportamiento resulta admirable si se le compara a las escenas frecuentes vistas en otras latitudes en donde los ciudadanos adoptan la sumisión ante los hombres de poder. El gober, el presi, el exdiputado, el comandante, el señor subsecretario. El constante arrastre ante los políticos, entes superiores a los que abrazan y besan entre lágrimas enfundados en playeras de apoyo. Como si ellos fueran filántropos que estuviera haciendo un favor. No hablo de las personas humildes que ante la falta de oportunidades buscan ayuda de los gobernantes a la desesperada. Hablo de los perritos falderos por convicción. Los del aplauso fácil, la alabanza, el tatuaje conmemorativo. Una determinación que a menudo es definitiva. Una pasión por el arrastre, una subordinación que se mantiene aun cuando el amador líder se equivoca. La rectificación sabe a poco cuando se tiene orgullo y se tienen convicciones, la fe.

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Activismo a la boyband

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Una panda de sujetos se agolpa afuera de las instalaciones de TV Azteca San Luis Potosí. Es fin de semana en época de cuarentena. No hay nadie ahí. Pero los radical chic creen que es buena idea clausurar un lugar que está cerrado.

No se emocionen. La clausura consistió en colocar un par de mantas con cintas y clavitos que pudieron ser más productivos como sostén de un calendario en la cocina. Según ellos, se trataba de un acto simbólico, palabra con la que a menudo se reviste a cuestiones que no sirven de nada salvo para la autocomplacencia y estimular a la tropa.

Fuera de eso poco más. Ya no hablemos del nulo eco que aquello tendrá en Ricardo Salinas Pliego, quien, se supone, ha motivado la revuelta. El performance a lo sumo causará fastidio en algún empleado local que tardará unos segundos en retirar esos mensajes de animadversión que no le correspondían. Pero bueno, así es lo simbólico: cualquier cosa.

Lo anterior pasaría a la irrelevancia si no fuera por lo chusco. Y porque todo quedó registrado audiovisualmente por estos X-Men de la política, los salvadores del pueblo. Los iluminados que no creen que el público tenga el mismo criterio que ellos tienen para identificar la basura. Por eso los protegen. Son patriotas.

Cerca del final del metraje, el cabecillla del levantamiento, David, pregunta al camarógrafo “¿Ya se vio esa madre?”. Parece intrascendente, pero es la frase más lúcida de todo el video.

En efecto, aquello es una madre, una nimiedad. Lo importante es lo otro: la imagen, lucir ante cámara, la superficialidad. Revestir de palabrería lo que no da para más. En eso ha acabado el activismo, más en la imagen que en la sustancia. Centrado en la foto, el video, que los demás vean lo comprometidos que somos, si no se ve… ¿para qué salir de la cama? La estampa importa y es lo que domina en la arenga.

En realidad, es difícil que ese tipo de causas sean tomadas en serio por alguien medianamente sensato. Como las boy bands, son consumidas por un público adolescente, tan idealista como ingenuo. Además, a estos herederos de Menudo la coyuntura les tomó fuera de tiempo: ya están pasados de tueste, aunque sigan con el infantilismo tanto discursivo como de vestimenta.

David y sus acompañantes se saltan las indicaciones que en días previos había dado un erudito: el propio David. El intrépido abogado había salido a las calles, bocina y micrófono en mano, a sermonear a los transeúntes para que mantuvieran la sana distancia y atendieran a las medidas de precaución ante el coronavirus. Aunque razón no faltaba a sus palabras, el motor era otro. La arrogancia de quien cree saber lo que otros no saben y la arrogancia de creer que alguien le hará caso a las prédicas de un desconocido.Más hubiera valido que se pusiera a cantar alguna pieza acorde a lo suyo, “Show Me the Meaning of Being Lonely” de los Backstreet Boys, por ejemplo. También había cámaras aquella vez. De qué sirve ser un samaritano si no se ganan likes en redes sociales. Es la autopromoción; muy respetable, aunque incluso para ello hay que ser honestos.

Si David es una mezcla de Kevin y AJ, otro Backstreet Boy que estuvo en la clausura, un tal Luis Alberto, es Brian pasado por Pyongyang.Luis es conocido por su entrega ante regímenes liberticidas a los que revindica en redes sociales sin ningún empacho, a sabiendas de las limitaciones de su público, uno que sucumbe ante la verborrea. Un cursi que compra un boleto para la (no) rifa del avión presidencial argumentando que se trata de un acto simbólico (sí, también. Todo es simbólico ya: usted que lee esto probablemente esté haciendo un acto simbólico sin darse cuenta) que “involucra que se eleve el nivel de discusión”. Semejante son las tribulaciones del conjunto, profundidad nickelodeon.

La razón del descontento tiene que ver con las desafortunadas declaraciones que un conductor de noticias hizo horas antes desde la Ciudad de México. La invitación de Javier Alatorre de no hacer caso a las autoridades de salud respecto al COVID-19 fueron la excusa ideal para que la boy band arremetiera contra dos de sus enemigos predilectos: el sector privado y el periodismo no alineado a la causa.

Los chicos de la calle de atrás son abiertamente deudores y admiradores de movimientos caracterizados, entre otras barbaridades, por su inquina a la disidencia y a los medios y empresas que no puedan controlar. Vale la pena mencionar esta farsa porque es una patética expresión de un sentimiento cada vez más extendido en algunos sectores: la demonización de la clase empresarial y del periodismo que no abone al oficialismo.

TV Azteca y Salinas Pliego son más bien lamentables. Mucho, muy. Se han aprovechado de su cercanía con los gobiernos en turno para sobresalir pese a un contenido de baja calidad. Pero pretender silenciar en automático a cualquier voz nauseabunda o que actúe en contra de la versión del gobierno sienta un peligroso precedente. A una idea errónea se le debe combatir con una idea mejor, una idea correcta. O en casos extremos con un debido proceso. No con la supresión irreflexiva de la plataforma (su ansiado exprópiese). Deberían saberlo ellos, tan rebeldes e incisivos contra gobiernos alejados de su ideología.

Lo burdo de la boy band parece corresponder a una negación de la madurez. Los Back Street Boys sentaron cabeza antes de que las arrugas les ganaran la batalla. Luego regresaron, pero ya bajo otro cariz. A estos combatientes, en cambio, la sofisticación les queda grande. No asumen la realidad. Quizás se crean próximos a Gramsci y Althusser cuando están más cerca de Nick Carter y Luisito Comunica (guardando las proporciones). Que le avisen a Víctor, el mánager, un viejo lobo de mar que andaba por ahí. Ya es hora de sentar cabeza. Nobody knows what the famous groupies know.

Mourinho no está hecho para estos tiempos

mourinho

“Quiero mantener buenas relaciones con todo el mundo, pero lo más importante es mantener una buena relación conmigo mismo”.

—José Mourinho.

 

José Mourinho fue invitado a realizar el saque de honor en un partido de hockey llevado a cabo en Rusia. Aunque él no pintaba mucho ahí, fue un gesto que reconocía su estatus como figura dentro del deporte. El problema es que después de atender el protocolo, el portugués se resbaló con la alfombra roja que algún lumbreras colocó en la cancha de hielo. El bochornoso momento quedó captado por múltiples camarógrafos que apuraron la viralización de la estampa.

El traspié parecía cerrar un ciclo de horror para el entrenador luso, pero todavía venía algo peor. Un día después fue condenado a un año de cárcel (que no tendrá que sufrir, al no contar con antecedentes penales) y a una multa de tres millones de euros por fraude fiscal en España. Esta vez sí que tocaba fondo o al menos un mínimo histórico. Su estatus está más cuestionado que nunca y no queda claro cómo podrá salir de la maraña en la que está metido.

El declive viene de tiempo atrás. Mes y medio antes de la caída fue echado del Manchester United por los malos resultados obtenidos. Los jugadores simplemente no carburaban con él, aunque a su salida milagrosamente recuperaron el talento para remontar posiciones en el campeonato local.

No son buenos días para Mourinho que a últimas fechas pareciera haber perdido el rumbo. Si bien no ha caído en el desastre, ha despertado señalamientos por acabar mal en sus últimas aventuras con el Chelsea y el United. Los detractores que se ha labrado a lo largo del camino están de plácemes, desfogando la bilis acumulada por medio de insultos.

Visto con frialdad, el haber ganado la Premier League en la temporada 2014/15, en la que también ganó la Copa de la Liga, así como UEFA Europa League en la 2016/17 (que coronó con otra Copa de la Liga), no está nada mal. Cualquier otro entrenador estaría contento con el botín y aquello sería suficiente para ser candidato a dirigir cualquier club del mundo. Pero con Mourinho no es así. El técnico luso está acostumbrado a arrasar y cualquier cosa que no sea ganar una Champions más Liga le sabe a fracaso.

Después de todo es alguien que ganó dos Copas de Europa de especial kilataje por haber sido conseguidas con el Oporto y el Inter de Milán. También ganó la Liga de los récords con el Madrid y sentó las bases para que los merengues retomaran su reinado en Europa. Lo respaldan alrededor de 25 trofeos, un mérito que ha logrado sostener en Portugal, Inglaterra, Italia y España.

Hubo algo más que lo marcó. Su enfrentamiento deportivo y dialéctico con Guardiola y todo lo que el Barcelona representa. Esa relación combativa dejó alguno de los episodios más memorables del futbol en el siglo XXI. El Mourinho más inspirado estuvo ahí, cuando plantó cara al falso buenismo de los catalanes a través de dureza y asumiendo el papel que se tenía que asumir. No fue sumiso ni aceptó la hegemonía culé que el resto de los clubes asumía como inapelable, con la cabeza baja y hasta de modo reverencial.

“Mourinho nos hizo espabilar. Estábamos aceptando una situación que no podía ser”, ha dicho Xabi Alonso sobre cómo Mou les ayudó a recuperar la confianza para competir con el Barcelona. El guiño también es de Álvaro Arbeloa, quien aún se muestra respetuoso con el portugués. “Fue capaz de bajar a ese Barcelona de la cima. Y no ha recibido suficiente reconocimiento por esto”, apuntó, al tiempo que recalcaba otro de los méritos del entrenador: haber dejado el ambiente de tal forma que finalmente Pep tuvo que abandonar al equipo blaugrana.

Para ello empeñó su cuerpo y alma. Fue un trabajo de 360 grados, no solo en el diseño táctico, los partidos y los entrenamientos, también en la agenda mediática, lo administrativo y el duelo ideológico. Quedó tocado por los reflectores y parecería que después de tal labor no ha vuelto a ser el mismo.

Aquel Madrid de Mourinho dejó de lado las normas sociales y regresó el futbol al fango, al sacrificio y a una manera de entender el compromiso. “Señorío es morir en el campo, no filosofía barata”, fue una de las tantas perlas que soltó ante micrófonos.

El éxito del mourinhismo recae en su primacía como jefe dentro del vestuario. Su estilo de dirección no permite la rebeldía, sino que demanda de los jugadores un compromiso y una devoción total por el entrenador. Sus mejores momentos en el banquillo han llegado cuando los futbolistas lo asumen como un comandante, más que como un gestor deportivo o un compañero de viaje.

Es el tipo duro, un tirano que debe controlar todo a su alrededor. La democracia no va con hombres así. Tal nivel de dominio es difícil de mantener a largo e incluso a mediano plazo. El nivel de exigencia y protagonismo es tan grande que pronto se erosiona. Pero sobre todo no funciona mucho con el perfil de los jugadores actuales, aspirantes a estrellas de Hollywood que buscan lucir por encima del DT y el grupo mismo. Esos que dejan de esforzarse y boicotean al jefe cuando les cae mal, les habla fuerte o los hace correr más de lo necesario.

Las complicaciones recientes de Mourinho tienen que ver con ese choque generacional. Le es difícil lidiar con el nuevo perfil de jugador que aspira a ser el centro de los proyectos deportivos. El pique que mantuvo con Paul Pogba como antes con Cristiano Ronaldo hablan de esa naturaleza que se nota desde el peinado. Para Mou solo debe haber un gallo en el corral. Y debe ser él, como indica su tradición futbolística, esa que lo vincula a la inclemencia y agitación de los Bill Shankly y Brian Clough.

The Special One se las ve canutas con la suavidad y lo políticamente correcto. Si Guardiola es fanático de Coldplay, Mourinho es un arrebato que no se anda con cursilerías. Antes que nada es un personaje, un hito de la cultura pop del que algún día se debe hacer un gran libro. El malestar que genera, las pullas de gracia y la pasión que genera lo consolidan como un genio más complejo que cualquier otro en el mercado.

Como aquella canción de los Beach Boys, Mourinho no está hecho para estos tiempos, tan afables, tan censores, tan aburridos. Tampoco va con futbolistas propensos a mirarse al espejo y a comer ensaladas.

El viejo lobo portugués apela al perfil de los espartanos. Materazzi, Xabi Alonso, Arbeloa, Sneijder, John Terry, Carvalho… sujetos que compensan cualquier limitante con honor y fidelidad absoluta. Hombres en serio.

A partir de hoy le tocará reinventarse. O esperar a la vuelta de un puñado de fieras. El objetivo que seguro aún tiene es volver a ser el puto amo. Que nadie lo dé por muerto.

 

En defensa del automóvil

stevemc

El automóvil tiene muchos enemigos a últimas fechas. Pareciera que andar sobre un vehículo motorizado le convierte a uno en un demonio que no se preocupa por la ecología y el porvenir de la humanidad. Se habla mucho de las bondades del transporte público, las bicicletas y, esto es el colmo, hasta los patines del diablo. Algunos en pleno delirio incluso reivindican la pertinencia de caminar, como si todos estos años de evolución científica no pudieran darnos el gusto de mover el cuerpo lo menos posible.

Sí, la demonización de los automóviles ha entrado en una etapa radical. Las críticas se extienden a lo insostenible que resulta continuar con ellos en un mundo en apariencia saturado como el que tenemos ahora.

Es verdad, en ocasiones los atascos que se presentan en la calles llegan a desesperar. Padecer de un embotellamiento provoca que te salga una cana. Igual que los baches (topar con uno causa dolor en las muelas, no preguntes cómo) y el tránsito local que está conformado por múltiples memos que hacen de las ciudades verdaderas junglas de asfalto por las que no se quisiera volver a pasar.

Aún así, que no te engañen. El auto sigue siendo el medio de transporte con mayor encanto de todos. La simbiosis que a lo largo de varias décadas ha logrado con los seres humanos lo ubican en un plano superior.

Es más que una máquina con la que puedes ir de un lugar a otro. En la secuencia hay mucho de emotivo y de estatus. Aprender a conducir es un acontecimiento importante para los seres humanos. También llevar la reliquia fue legada por los familiares o adquirir al fin el modelo que tanto se ha deseado.

Está la cuestión del confort experimentada ya desde la infancia cuando se subía al asiento trasero del auto sin la menor preocupación. Los adultos se preocupan de todo adelante como protectores y choferes que configuraban un cuadro entrañable. La proximidad de los mayores con los pequeños es un ecosistema íntimo que se percibe como hogar.

Los beneficios van también por cuestiones de imagen. Dentro de un coche no caerás en despropósitos como el del cansancio, el asoleo y la sudoración que ocurren en otros tipos de transporte en donde los usuarios se ven obligados a padecer auténticas torturas como pedaleos y movimientos de rodillas, por no mencionar los apretones dados en las horas pico.

El auto confiere un gran margen de libertad. Si tienes uno puedes ir a donde quieras. Abandonarlo todo y comenzar de nuevo en otra parte. No necesitas verte hacinado en un autobús o combi con otras personas que llegan a ser agresivas e inclementes en un mal día y en donde, encima, tienes que seguir rutas pactadas de antemano, así como padecer de paradas constantes que frenan el flujo de los sueños.

En cambio el motor y las cuatro ruedas ofrecen la posibilidad de tomar tu equipaje y elaborar tu propia ruta. O poner música y andar sin rumbo como ofrece el amparo de la noche en uno de los actos de relajación más cautivantes de todos.

Con el auto se emprenden viajes de carretera. Se abandona el ajetreo del lugar de origen para ir y venir entre pueblos y rutas desconocidas. Probar atajos, perdiciones y hallazgos sobre la marcha.

Tomar el volante es uno de los grandes actos de control que pueden experimentarse desde los márgenes de lo socialmente aceptable. Años de innovación quedan a merced de nuestras manos y ante los ojos solo queda el horizonte dispuesto para explorar.

Transciende a cualquier transporte. Es un refugio en varios sentidos. Una guarida lo mismo para la lluvia que para las decepciones y en donde, si todo sale mal, incluso cabe la opción de echarse a dormir.

Nada de lo anterior ocurre del mismo modo entre los inventos que aspiran a hacerle competencia. El Segway no es un Mustang.

Es innegable que conforme pasan los años se vuelve indispensable recurrir a alternativas que ofrezcan un alivio a las vías de desplazamiento. El metro, los camiones, las bicicletas y los scooters son opciones que muchos hemos tomado y que, además de tener ventajas, resultan respetables para quienes gusten de ellas si representan una mejora para sus vidas.

Pero no. No son el automóvil. Carecen de su belleza, de su candor, de su mística. Nunca será igual llegar agitado y sucio debido al uso de medios distintos al automóvil, ese que permite llegar en la comodidad desde donde se tiene a disposición un largo terreno.

Llevar de copiloto a la persona deseada es otro de los factores que cuentan. Y mucho. Al auto es acogedor y solo se deja entrar a seres de confianza. Abrir la puerta ya es de por sí una ceremonia. Avanzar en compañía, en ese breve universo personal, le añade lo maravilloso a una estampa en donde se dibujan recuerdos que algún día habrán de rugir.

Una última consideración al NAIM, por favor

naim

El tema del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) volvió a la palestra en días recientes. Aunque parecía un asunto ya cerrado e incluso agotado, hay elementos para tenerlo en mente. Y no solo eso, también para pensar que el gobierno de México debe reconsiderar su postura y hacer un viraje histórico que, aunque complicado, permita continuar con su construcción.

El presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que el terreno donde aspiraba ubicarse el NAIM estará destinado a convertirse en un especie de parque ecológico y deportivo. El mensaje llegó casi al mismo tiempo que la polémica sembrada por dos noticias que dieron la vuelta en distintos medios: los 34 mil millones de pesos pagados a inversionistas por el concepto Fideicomiso de Inversión y Bienes Raíces al que obligaba la cancelación del proyecto, así como la postura de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA, por sus siglas en inglés), la unión multinacional que agrupa a más de 260 líneas áreas (casi la totalidad de las compañías que existen el mundo), que ha reiterado con severidad lo inviable de tener tres aeropuertos como ha propuesto el gobierno federal, así como las pérdidas multimillonarias que implicaría seguir con un esquema que hasta el momento es más voluntarioso que firme en lo que se refiere a la logística.

En realidad mucho lo anterior ya se sabía. El costo económico, operativo y social del adiós al NAIM fue expuesto hace meses. Decenas de argumentos han sido mencionados a favor y en contra de la obra. Los primeros más pragmáticos y apegados a la técnica y al desarrollo, los segundos orientados a una cuestión relativa a la renovación del sistema y la lucha contra los malos manejos. No obstante, hasta ahora no ha sido posible procesar a nadie por la presunta corrupción y el INAI ya ha empezado a presionar en este sentido pidiendo a Presidencia sustentar con solidez los dichos al respecto.

Hay, sin embargo, otro eje que muestra lo delicado del panorama. La calificadora de riesgo Standard & Poors bajó a ‘negativa’ la perspectiva sobre calificación de México que se mantiene en BBB+, pero cuyo horizonte podría cambiar debido principalmente a la incertidumbre generada por el manejo de Pemex.

Aunque el NAIM se cuece aparte, en el plano internacional se empieza a fraguar una imagen de un México poco serio que no es conveniente tener. Y si hay una forma de retomar confianza y un aura de limpieza en el exterior, esa sería el rescate de la mega plataforma que supone tener uno de los mayores aeropuertos a nivel global.

Algunos de los que reivindicaron la idea de frenar el NAIM, pese a todo lo negativo que ello conllevaba, adujeron que, ante todo, se trataba una cuestión simbólica que implicaba romper con las malas prácticas del régimen anterior.

Si bien esta cuestión es estimable, el costo es demasiado alto como para asumirlo por mera alegoría. Y aquí es en donde acaso se abra una brecha de oportunidad.

Ningún punto como el actual es mejor para refrendar el camino. López Obrador ya obtuvo el triunfo que buscaba: mostrar músculo ante una clase política y empresarial que se contraponía con su ideario de lo que significaba la nación. Enseñó a nivel local y territorios foráneos que es capaz de tomar decisiones de cualquier clase sin titubeos y que cualquier detalle que escape a su visión de honestidad puede echarse para atrás, cualesquiera que sean los embates.

Si se anima a volver a la construcción del NAIM, Andrés Manuel podría catapultarse como un líder sensato que sabe enmendar e ir con la cabeza fría, emularía a los mejores tiempos de otro prócer de la izquierda, Lula da Silva, quien supo maniobrar y convencer a sectores tanto populares como empresariales e internacionales, aunque a la postre se caería por otros factores.

La rectificación añadiría una victoria adicional a su bolsillo. Traería una tranquilidad que urge a su sexenio y podría tratarse del punto de inflexión que le haría cerrar uno de sus frentes más enredados. Si bien podría recibir reclamos del ala más radical de su movimiento, en términos generales su trayectoria ha mostrado que sus seguidores saben comprender y defender cualquiera de sus determinaciones.

La idea parece remota, tal vez disparatada. Más un deseo que una sustantividad que pueda concretarse. Pero si así fuera, si el presidente quiere marcar una pauta con aire de jugada maestra, que reconsidere el NAIM. En especial porque la alternativa no lleva avance alguno y su viabilidad ni siquiera tiene el aire de certeza.
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Publicado originalmente el 4 de marzo de 2019.

Ser rico no es malo

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“Ser rico es malo, es inhumano”, dijo alguna vez Hugo Chávez. Fue una de sus frases más famosas, una perspectiva de algún modo ha anidado históricamente en algunos círculos de la sociedad, quienes han tomado a las clases altas como los enemigos del pueblo, un antagonismo que parte de conclusiones no siempre acertadas.

Tal postura atiza a algunos de los peores sentimientos humanos. Una posición prejuiciosa que pone en el mismo bote a todos los que cometen el pecado destacar en el plano económico.

La riqueza no tiene nada de malo en realidad. Siempre y cuando la fortuna haya sido generada de forma honesta y legal no habría que reprochar a nadie que posea dinero y lo gaste como mejor le convenga.

Es importante desechar la idea de que los ricos son entes malévolos a los que hay que combatir; condenar el éxito y la prosperidad son síntomas de una sociedad que cree al tirar a los demás de algún modo logrará subir un par de peldaños en su camino personal. Nada más lejos de ello.

En lugar de demonizar a las personas de altos recursos, habría que quitar trabas y encadenamientos para que cada vez más personas puedan incorporarse al sector acomodado. La pobreza es una condición dolorosa que no es conveniente sacralizar y, por el contrario, hay que ingeniárselas para que la población aumente su poder adquisitivo.

Tal vez el sector empresarial debería ser autocrítico ya que existe una percepción de su carácter endogámico que rara vez deja subir a aquellos que no pertenecen a sus propios círculos y que no invierte ni apuesta con la suficiente audacia como para impulsar al territorio en el que se encuentran. En ello también influye un estatismo desbordado que condiciona a los emprendedores y les hace avanzar a pasos tibios.

La retórica de la condena a los ricos ha sido enarbolada habitualmente por cierto sector de la izquierda. En México se ha convertido en una de las banderas más recurrentes entre los políticos, en un discurso que eventualmente les habrá de estallar en la cara.

Aunque los funcionarios de gobierno se llenen la boca hablando de austeridad o asuman el papel de los clanes populares, lo cierto es que todos ellos gozan de sueldos privilegiados y de excepción por mucho que los recorten o recurran a argucias para aparentar estar lejos de la opulencia.

La endeblez de semejante criterio queda evidenciado constantemente. Cuando se reveló que Olga Sánchez Cordero poseía un departamento en Houston con valor de 11 millones de pesos más de una voz clamó por la incongruencia que la autoproclamada Cuarta Transformación, que ha erigido la “justa medianía” como una de sus credenciales.

De manera injusta, la secretaria de Gobernación fue estigmatizada y el enredo que su declaración patrimonial provocó se convirtió en una pequeña crisis dentro del gabinete presidencial.

Lo cierto que como ex ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y como alguien ha trabajado en alto nivel a lo largo de varias décadas la mujer está en todo su derecho de adquirir propiedades tal como le venga en gana. De nuevo, no tiene nada de malo.

Sánchez Cordero ha sido víctima de un discurso insostenible en la realidad que ya ha afectado a varios funcionarios (señalados incluso cuando van a restaurantes de caché o cuando conducen autos que superan al vocho de Mujica) y que seguramente seguirá atormentando a más de un empleado público que no podrá apenas lucir de lo que gana bajo los márgenes de la ley solo porque ya se ha instalado la idea de que no puede haber gobierno rico con pueblo pobre.

La discusión llegó a su punto más elevado al inicio del actual sexenio cuando la Presidencia de la República se confrontó con el Poder Judicial debido a que los primeros consideraban que los segundos recibían pagos excesivos por su trabajo, algo que chocaba de lleno con la modestia republicana y la idea de que nadie puede ganar más que el mandatario de la nación.

A ello hay que añadir las decisiones que se tomaron respecto al avión presidencial, el Nuevo Aeropuerto Internacional de México y el Gran Premio de México de la Fórmula Uno, entre otros, todos ellos desechados por considerarse un dispendio, pese a los probados beneficios que suponían.

En la era en el que el término fifí se ha expandido medio en broma, medio en condena, bien convendría serenar el ambiente y asumir la cultura del bon vivant sin complejos. El criterio que se pone a los servidores públicos puede variar respecto al sector empresarial porque ahí se involucra dinero que proviene de los bolsillos de todos, incluso de aquellos que viven a duras penas.

Pero de poco o nada sirve que, ya instalados en un sistema como el que se tiene, pensemos que quienes se encuentran en el poder deben verse sumidos en una moderación asfixiante. La austeridad es digna y deseable, pero debe aplicarse cortando aquello que no funciona y aquellos que no desquitan salario. Los que aportan, los que reditúan en mayores ingresos, a ellos se les debe pagar bien para que se mantengan dentro de las filas que benefician a todos.

Y ellos deberán gozar el fruto de su trabajo. Ser rico no tiene nada de malo si el botín se ha conseguido con justicia. Desde el oficialismo hasta la opinión pública habrían que tenerlo en cuenta o tarde o temprano terminarán por morderse la cola.

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Publicado originalmente el 25 de febrero de 2019.

La pantomima del Mijis y su desdén hacia San Luis

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San Luis Potosí le queda chico a esa eminencia conocida como El Mijis. O al menos eso es lo que él parece creer. No es solo el diputado local con más faltas a las sesiones del Congreso, y el que más sale de la entidad para sostener una agenda mediática paralela a sus responsabilidades como servidor público. También es alguien cada vez más insatisfecho e incómodo con la tierra que tuvo la fortuna de verlo crecer.

La cuestión quedó bien retratada hace unos días cuando el diputado viajero estalló ante un grupo de reporteros potosinos a los que pretendió dar cátedra de cómo hacer su trabajo. La faceta de gurú periodístico en Pedro Carrizales era hasta entonces desconocida, pero ahora se ha sumado a su particular estuche de monerías que lo destaca como activista, político, chavo banda, voz de los excluidos y adalid de la justicia universal.

Durante su exposición, como un verdadero lord de Polanco, El Mijis amenazó con abandonar San Luis Potosí si es que los comunicadores de provincia no trabajan como él considera correcto.“Les voy a decir de una vez y que quede bien claro, si me llegan hacer una canallada, se los juro que voy a pedir licencia”, dijo. Y luego sacó a relucir su condición de superestrella, para imponer con el estatus de ser superior. “Voy a hacer un llamado a nivel internacional”, explicó, aduciendo que su vida estaba en peligro.

Más de un reportero seguramente se lo pensará dos veces antes de escribir la próxima nota sobre el susodicho, no vaya a ser que el diputado cumpla su palabra y abandone la ciudad privándonos así de su honorable presencia, el único astro con el que por ahora contamos para iluminar la región.

La actitud que tuvo con los medios locales contrasta con el afecto y conexión espiritual que tiene con las cadenas nacionales a las que tiene como prioritarias. Carrizales aparece en cuanta entrevista o show le sea propuesta, a las que anima con su notable gracia y don de gentes.

La estrategia es entendible. El Mijis se encuentra cada vez más desacreditado en San Luis Potosí, mientras que en otras latitudes, donde no conocen sus mañas, es aún visto como impoluto, como una marca o atracción, en vez de ser tomado como lo que es: un hombre complejo, con virtudes y defectos. Con algunos aciertos, limitaciones y tantos otros traspiés.

La verdad es que aunque El Mijis se haga el representante de las clases populares, sus actos lo muestran como un tipo más fascinado por el glamour de la Ciudad de México y el extranjero, esos nichos de mercado en los que ha encontrado una forma de propagar su magia como parte de un plan de dimensiones aún desconocidas.

Lo anterior es respetable. Todos están en su derecho de explotar su imagen y buscar una proyección internacional. Ojalá lo consiga y logre aportar a la nación. Lo curioso es la impostura. Una forma de entender la política que es difícil sostener en la práctica.

Allá donde su trayectoria no ha sido analizada puede seguir con la pantomima que tiene de outsider. Una actitud que le ha granjeado muchos simpatizantes —incluso dentro de círculos que son críticos de la izquierda— que lo ven como un ente luminoso, una figura refrescante lejano a las viejas prácticas de las que muchos están agotados.

El Mijis ha sabido manejar bien la oportunidad. Pero se le notan las costuras. En sus propuestas hay mucho de pirotecnia, un hambre voraz por llamar la atención e instalar al buenísmo de lleno en la agenda. Mientras en su localidad se muestra déspota con los reporteros, a quienes condiciona en su trabajo, por otro lado en redes sociales aprovechó un insulto de Ricardo Alemán para pavonearse por una iniciativa de protección a periodistas. “Mientras tú me atacas, yo te defiendo a ti, con mi iniciativa para mejorar el sistema de protección a periodistas”, dijo el magnánimo.

En su propia cuenta de Twitter, Carrizales Becerra ostenta la coherencia como una de sus mayores virtudes. “15 años de lucha por mis ideales, no es solo un discurso, es un principio  que llevo tatuado en mi corazón. En mi vida no hay traición ni incongruencia”.

Sin embargo, a veces da la impresión de que, aunque lo niegue, mucho de él sí que se queda en el mero discurso. A principios de 2019, El Mijis se manifestó en contra las tropelías de Nicolás Maduro en Venezuela y pidió al gobierno mexicano reconsiderar el principio de no intervención debido a las violaciones de derechos humanos que ocurren en el país sudamericano.

Aquel mensaje fue sin duda admirable y despertó comentarios halagadores en la opinión pública. Lo que muchos de ellos no sabían es que el reputado legislador tiene a dos asesores, David Reyes Medrano y Víctor García-Mata, que son abiertamente defensores y admiradores de la revolución bolivariana y que hace apenas unos meses estuvieron en la embajada de Venezuela en México mostrando su respaldo al régimen chavista.

La bandera que El Mijis ha tomado recientemente es la de ir a contracorriente respecto a la coalición que le dio la oportunidad de adentrarse en el servicio público. En redes ha mostrado crítico con las que a su juicio son algunas decisiones equivocadas de la 4T. Esto es muy valeroso y merece un reconocimiento, ya que aparenta una independencia intelectual.

Lo malo es que se queda corto: a menudo se trata de un mera acrobacia discursiva contraria a la actitud que toma cuando tiene encuentros con los jerarcas de la 4T ante los que se muestra lambiscón, complaciente y ante los que lanza piropos dignos de Waylon Smithers. A Mario Delgado lo ha llamado “el mero machín”, el mismo epíteto que le puso en su momento al presidente Andrés Manuel López Obrador. A Yeidckol Polevnsky, por otra parte, le llama “jefaza”.

El lujo y los grandes reflectores son una gran tentación. El Mijis debe aprovecharlo mientras alguien se la siga comprando. Solo tendría que serenarse un poco y no desatender sus responsabilidades en San Luis Potosí ni desmerecer a la sociedad que, a fin de cuentas, fue la que lo encumbró. Y gracias a la cual goza de un jugoso salario de élite, por cierto. Si quiere irse, que lo haga. Está en todo su derecho de expandirse. Lo extrañaremos. Pero que mientras tanto no extienda la mano solo cuando le conviene, como el pasado 9 de febrero, cuando pidió un préstamo de 162 mil pesos al Congreso del Estado. Una cantidad que seguramente no le darían sus amigos de Harvard por los que tanto se desvivió.

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Publicado originalmente el 18 de febrero de 2019.

La ceguera voluntaria que favorece a los políticos

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Hay una condición ante la cual queda poco que hacer cuando llega la hora del debate político. Esto ocurre cuando una de las partes se niega a atender los hechos y evade la realidad, prefiriendo echar los brazos a explicaciones tan disparatadas como consoladoras.

Se trata de la ceguera voluntaria a la que se adscriben muchas personas que por motivos de interés, estrategia o vana esperanza, optan por tirar los hechos por la borda. Convierten el análisis un asunto de fe ante el que las razones o los argumentos valen casi nada.

El miope intelectual ha decidido que todo aquello que vaya contra la concepción previamente establecida será descartado en automático, será escuchado pero no atendido. Da igual, el susodicho se mantiene en el burro hasta mimetizarse con él.

En lo anterior yace la gran desgracia del intercambio de ideas. Lo importante ya no es llegar a la verdad. En cambio se opta por tomar un bando y a partir de pasiones y prejuicios se desmonta cualquier idea que ose contradecir lo que se asume como la correcta, aunque los únicos indicios de ello sean las palabras del líder al que se da el estatus de único referente.

La renuncia a las facultades críticas acaba en una candorosa sumisión. El ciudadano cede su voluntad al son que le mande la nomenklatura.

Llegado a este punto la única fuente válida para ellos es la que viene del poder hegemónico. Un tanto a la usanza de Fidel Castro, siguen el dogma que no admite matices. “Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”.

Cada quien puede tomar la postura que desee y hacer consigo mismo y su discurso lo que mejor le venga en gana. Faltaba más. Por fortuna dentro del mundo occidental no se vive bajo totalitarismos que obliguen a los individuos a comportarse de determinada forma y mal haríamos como sociedad si exigiéramos alguien tomar la conducta que mejor nos parezca.

Simplemente es triste ver que personajes en apariencia ilustrados tiren por la borda sus posibilidades intelectuales para, en cambio, asumir el papel de ovejas amaestradas.

Las figuras políticas desfilan muy campantes con una población así, una que no cuestiona, una que no levanta la voz y que encima funge como cuerpo de defensores frente a los mavericks que tienen a la desfachatez de la protesta.

Sin estar dentro de la nómina ni tener cargos honorarios dentro del gobierno, estas personas se asumen como parte de un movimiento del que en realidad no forman parte, o en el que si acaso tienen la jerarquía de un isóptero. Se olvidan del lugar de donde vienen y la tribu que los echa en falta: la ciudadanía.

Los políticos cuentan con un poder enorme. Hay circunstancias en las que pueden pasearse a placer. Si nadie les pone un alto comen y comen espacio para aumentar su margen de maniobra hasta asfixiar un posible balance.

Frente al aparato de un gobierno que cuenta con el monopolio de la fuerza y a distintos poderes dentro de su jurisdicción, queda tan solo la posición ciudadana para acotar, aunque sea una fracción, los posibles abusos que pudieran cometer.

La crítica, la movilización, la burla y la protesta en cualquier magnitud son armas en disposición de los habitantes de un país. Ante ellas, las autoridades que acaparan las instituciones se lo piensan dos veces antes de incurrir en prácticas nocivas de gobernanza. Saben que hay un costo político ante cada agandalle, cada torpeza. En cambio, si perciben hay entes pasivos y complicidad de parte de los votantes, poco o nada les importa exprimir lo que les plazca.

Quienes se inclinan a la ceguera voluntaria, los que cierran los ojos ante los traspiés de lo idolatrado y ponen un escudo ante los denunciantes, hacen un favor a regímenes que a final de cuentas no retribuirán los servicios desde las alturas.

No se trata de torpedear ningún proyecto ni caer en el vituperio gratuito: cuando una administración lo haga bien habrá que reconocerlo. Igual que cuando se equivoque, donde incluso conviene alzar el volumen.
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Publicado originalmente el 11 de febrero de 2019.