El siguiente anuncio apareció en la sección de Clasificados de un periódico de San Francisco en algún punto de los años ochenta:
SIN MIEDO
Soltera, blanca, 30 años, atractiva (eso creo), busca la nobleza de Leonard Cohen, la severa crudeza de Iggy Pop. Un hombre que se considere guapo a sí mismo. Intuición sin súplicas. Alguien que tenga planes, sin importar a lo que se dedique
Una mujer desconocida buscaba a su pareja ideal. Un hombre que combinara la clase del poeta canadiense con la rudeza del rockero americano. Sonaba bien, desde luego, aunque ambos tipos eran tan irrepetibles que era difícil de dar con alguien así. El mensaje añadía datos de contacto. El asunto se hubiera quedado en poco, de no haber sido por un detalle: el anuncio llegó a los ojos de Leonard Cohen.
En vez de pasar de largo la oferta, el flamante artista con años de trayectoria y prestigio internacional se emocionó. Decidió llamar por teléfono a Iggy Pop, quien se encontraba en Los Ángeles y a quien conocía de años atrás.
Era tarde por la noche, Iggy Pop levantó el teléfono asustado, no sabía quién podría llamarle a esas horas. Pero de inmediato reconoció aquella voz profunda del otro lado. “Ven, tengo el anuncio personal de una chica que busca un amante que conjugue la energía salvaje de Iggy Pop con la elegancia de Leonard Cohen. Creo que debemos responder juntos como equipo”.
Iggy Pop rechazó la propuesta y reveló así la diferencia que había entre superficie e interior. Mientras el de Michigan había labrado una carrera a través una supuesta imagen de valentía y desenfreno, en realidad no era tan así. “Leonard, no puedo. Estoy casado, vas a tener que hacer esto por tu cuenta”, le advirtió, y no dio seguimiento a lo ocurrido. Ya no supo si su viejo amigo había conseguido acostarse con aquella doncella anónima.
El hecho es que Leonard sí le contestó a aquella mujer. Y no solo eso, le envío una foto instantánea donde él e Iggy salían juntos en una cocina. Así le dio credibilidad a la misiva. Y aunque nunca terminaron por verse frente a frente, Cohen sí que le habló por teléfono y platicó un rato con ella.
El episodio da cuenta de la personalidad de Leonard Cohen. Un conquistador permanente que contaba con la debilidad de enamorarse de casi cualquier mujer que se cruzara en su camino. Esa inclinación nunca desapareció del todo. Sin importar el paso de los años ni la llegada de la fama, el canadiense mantuvo en todo momento un espacio en el corazón para cualquier mujer que pasara cerca.
No es casualidad que su obra lírica se centre, sobre todo, en el erotismo, la espiritualidad y lo íntimo, ahí en donde vivía las sensaciones de mayor intensidad.
Muy pronto en la vida quedó marcado por la suave caricia que representa la aparición de lo femenino. Cuando era un completo desconocido se enamoró de la empleada de una tienda de ropa. Se trataba de una mujer mayor llamada Marita La Fleche; él, en cambio, era un simple muchacho. Leonard intentó acercarse a ella: la cortejó, la invitó a salir, pero sus intentos lo condujeron invariablemente al fracaso. Había una distancia insalvable entre ambos. La dependienta un día lo paró en seco. No podían continuar, él era demasiado joven para ella. Le pidió que la buscara cuando creciera.
El contacto se perdió. No supo más de ella, pero la siguió pensando, le siguió guardando un rincón en la memoria. Años después, a modo de tributo y en un especie de grito desesperado, Leonard Cohen aprovechó su estancia en un café/bar de estilo parisino llamado Le Bristo para escribir un poema en una de las paredes:
MARITA,
POR FAVOR ENCUÉNTRAME
TENGO CASI 30 AÑOS
Quizás algún día ella lo vería, pensó. Sin embargo, el local cerró definitivamente en 1982.
El naufragio amoroso fue una constante en la vida de Leonard Cohen. Un hombre que jugaba las cartas de seductor, pero que no temía mostrarse como alguien vulnerable en sus creaciones. Alguien que a menudo se quedaba sin obtener lo que quería.
Una de sus mejores composiciones, quizás la mejor, “Famous Blue Raincoat”, trata sobre un triángulo amoroso donde el protagonista agradece al amante de su mujer por haber logrado lo que él nunca pudo: quitar la preocupación que había en la mirada de ella.
El abandono fue más habitual en Leonard Cohen de lo que podía llegar a aparentar. “Mi fama de mujeriego fue un chiste que me hizo reír con amargura durante esas diez mil noches que pasé en soledad”, confesó en uno de sus poemas. Gran parte de sus ligues y flirteos provenían de un deseo que permanecía reprimido. Buscaba que de algún modo alguien saciara la sed que le removía el corazón. Y no obstante su estatus, talento y estilo, tenía más fracasos que éxitos. En alguna otra de sus líneas mencionaba que podía notar cómo su presencia era intrascendente para las mujeres. Incluso percibía el desprecio en sus ojos.
Eso sí, nunca dejó de intentarlo. Veía al sexo opuesto de un modo casi ceremonial. “Si necesitas de un amante,/ haré todo lo que me pidas./ Y si necesitas otro tipo de amor, / me cubriré con una máscara”, prometía en una de sus canciones más famosas, en donde también acababa por admitir lo mal que le iba, lo mucho que fallaba. “He avanzado a través de promesas hacia a ti, / promesas que no he logrado cumplir”.
Cohen no tenía la mejor concepción de sí mismo. Detrás de la humildad escondía inseguridades y dudas sobre el papel que jugaba en el mundo. El ser aclamado por multitudes no lo cambió en absoluto y pese a lo enamoradizo y a la debilidad que guardó en general para las mujeres, tuvo un respeto religioso por aquellas musas que le brindaron atención y cariño.
La más célebre de ellas fue Marianne Ihlen, la inspiración de una buena cantidad de sus escritos. La conoció en Grecia, ella tenía un hijo de siete años y pasaba por una ruptura sentimental que la dejó abatida. Fue el poeta canadiense quien la sacó adelante. En cuanto se cruzaron hubo complicidad compartida. Y aunque no duraron siempre juntos, guardaron aprecio el uno por el otro hasta el final.
En 2016, cuando informaron a Leonard Cohen que Marianne estaba muy enferma y en las últimas, decidió enviarle una carta… que no era de despedida.
“Bien, Marianne, hemos llegado a este tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto. (…) Solo quiero desearte un buen viaje. Adiós, vieja amiga. Todo el amor, te veré por el camino”.
Marianne alcanzó a leer la carta poco antes de morir. Testigos afirman que sonrió y alzó la mano al concluirla. Leonard Cohen tardaría todavía unos meses en alcanzarla. Cumplió como todo un caballero.
Nos conocimos cuando éramos jóvenes
en el fondo de un parque de lilas
me tomaste como si fuera un crucifijo
mientras arrodillados atravesábamos la obscuridad…
—Leonard Cohen, “So Long, Marianne” (1967).