
Ocurrió en el verano de 1982. Johnny Marr era un joven dotado por la naturaleza para tocar la guitarra. Desde que era niño, sintió el impulso de acercarse a un instrumento, algo que pudo realizar gracias al apoyo de su familia, en especial su madre, quienes eran devotos aficionados a la música. Johnny Marr aprendió a tocar gracias a una mezcla de disciplina y don de nacimiento. Eran los años setenta, en los que la música punk agitaba el pensamiento de los jóvenes que, como él, buscaban escapar de un contexto que les asfixiaba y aburría.
Johnny Marr iba a la escuela como mera pantalla. Era bueno para las matemáticas y las letras. Sin embargo, no entraba a las clases y pronto se hizo fama de un chico rebelde. Era alguien especial también, y aunque llevaba el cabello largo y no atendía a las indicaciones, de algún modo era alguien que resultaba simpático a los profesores. En tiempos libres salía a caminar con amigos o iba de fiesta. Pero sobre todo se dedicaba a practicar la guitarra y mejorar la técnica.
Todo su dinero lo gastaba en discos y ropa. Los discos le ayudaban a nutrir su acervo de sonidos y la ropa alimentaba una faceta que ya desde entonces se le antojaba como indispensable para ser una estrella: la imagen. No bastaba con ser músico. Había que parecerlo.
Para aquel joven británico no había alternativa, tenía que dedicarse al rock. Lo intentó en cuanto pudo. Formó un proyecto con algunos de sus amigos, pero algo no terminaba de cerrar. Era consciente de su propio talento pero sabía que necesitaba algo más: un cantante, alguien que pudiera deambular por el escenario, cosa que nunca había sido su intención.
Nadie le llenaba el ojo en su entorno inmediato. Johnny Marr quería alguien que fuera bueno de verdad. Y no solo eso, alguien con quien hubiera una afinidad estética y emocional. Entre los nombres contemplados para ser cantantes de su anhelada banda desfilaron unos tales Ian Brown y Ian McCulloch. El primero fue descartado porque por esos días formó lo que a la postre sería The Stone Roses y el segundo, que amagaba con romper con Echo and The Bunnymen, finalmente continuó con los suyos.
Johnny Marr no se desanimaba y mantuvo el radar encendido. Billy Duffy, un amigo en común, le había hablado de un chico medio raruno llamado Steven Morrissey, conocido por deambular –a solas– en cuanto concierto se le cruzara. Billy Duffy había estado con Morrissey en un grupo llamado The Nosebleeds que finalmente no cuajó. En cualquier caso, reconocía que aquel cantante tenía potencial y varias coincidencias con Johnny, como el gusto obsesivo por los New York Dolls, el punk y el pop femenino de los sesenta.
Johnny Marr escuchó atento y tuvo al mentado Steven en consideración, pero no movió ficha porque no sabía cómo acercarse a él.
Una noche todo cambió. No se trató un momento épico, sino sencillo. Pero fue donde el guitarrista sintió el llamado. Marr lo contó mejor que nadie en “Set the Boy Free”, su autobiografía.
Fue como se describe a continuación.
***

Joe Moss, el hombre que lo había acogido como mentor y que luego se volvería su representante, invitó a Johnny a ver un documental sobre Jerry Leiber y Mike Stoller, una de las parejas de composición más exitosas de la historia. Ahí ambos se enteraron cómo fue que Leiber conoció a Stoller. El primero no sabía nada del segundo, pero alguien le contó de Mike, un sujeto que componía canciones. En busca de un aliado musical, Leiber decidió que debía recurrir a Stoller. ¿Y qué hizo para conocerlo? Simple, sin decir, avisar, ni agendar cita alguna, acudió a la casa de Stoller para proponerle la idea.
Hay episodios muy simples que definen nuestra existencia de manera definitiva. Pequeña decisiones que, sin imaginarlo, dejan una huella profunda en nuestro devenir. Ese fue uno de ellos. Poner un VHS con un documental cambiaría el indiepop británico en los próximos años.
Eureka. Johnny Marr tuvo el instante de revelación. Interpretó esa historia como una señal. Tenía que hacer lo mismo que Leiber e ir a la casa de Morrissey. No había que pensárselo mucho más. Sintió emoción, ansia y vértigo. Los astros se habían alineado y había que actuar pronto. A la mañana siguiente, a través de amigos en común, consiguió la dirección de su prospecto. 384 Kings Road en Manchester, Inglaterra. Desde antes de ir supo que estaba ante el suceso que lo definiría.
Un chico llamado Pommy fue quien le sopló tal domicilio. Johnny Marr le pidió que le acompañara. ¿Cuándo irás?, preguntó Pommy. Johnny Marr le dijo que en ese mismo momento.
Johnny Marr estaba rebosante de confianza. En cuanto llegaron al hogar marcado en la dirección, procedió a tocar la puerta. En un principio nadie abrió, así que volvió a tocar. Una mujer les abrió. Pudo ser Elizabeth, la madre de Morrissey o Jackie, su hermana. Johnny preguntó por Steven. “Iré por él”, respondió ella.
Morrissey apareció al fin, como saliendo de una cueva. Los autoinvitados se presentaron. “Hola, soy Johnny… y bueno, ya conoces a Pommy”. Morrissey saludó a Pommy y después saludó a Johnny con gentileza. “Un gusto conocerte”, dijo. A Johnny le llamó la atención la dulzura de aquella voz. Decidió ser sincero y directo. “Perdona por venir a presentarnos así a tu puerta”, dijo Johnny, “pero estoy formando una banda y me preguntaba si querías ser el cantante”. Morrissey les dijo que entraran y pasaran a su habitación.
El prospecto de cantante era un joven desesperado. Morrissey se la pasaba viviendo entre libros, películas, discos y anhelos frustrados. De seguir así, lo más probable es que hubiera acabado sin mucha trascendencia. La gente le agobiaba, aunque al mismo tiempo deseaba la fama y fortuna que tenían sus ídolos. Era alguien con amigos contados y que no sabía qué hacer con su vida.
Morrissey era famoso en el circuito independiente por su carácter apartado y por sus ínfulas literarias. La mayor parte del tiempo estaba recluido en su habitación, desde donde escribía cartas a NME y configuraba poemas y letras que soñaba algún día convertir en canciones. El problema es que era muy reservado. No sabía cómo promoverse a sí mismo y llegó a vislumbrar un futuro en el que trabajaría como bibliotecario hasta morir.
La propuesta de Johnny Marr alumbró el panorama de Morrissey. Al fin tenía una oportunidad. Era la única forma en la que podía salir del marasmo en el que se encontraba: que alguien más lo impulsara a abandonar la celda familiar. Años después, Morrissey lo reconocería. Pese al distanciamiento, pese a las diferencias, admitió que Johnny estaba lleno de una energía y un entusiasmo que lo contagió. Y de no haber sido porque él se presentó a su casa, era posible que él nunca hubiera salido de su distrito postal.
Morrissey estaba inundado de inseguridades y desconfianza. Las palabras de Marr lo convencieron de que debía actuar y dejarse de tonterías. Simbólicamente, fue como si el joven guitarrista lo hubiera sacado de las greñas para que se pusiera a cantar y soltar todo aquello que guardaba en su corazón.
En realidad ellos ya se habían conocido —fugazmente— unos años atrás, en 1978, durante un concierto de Patti Smith. El propio Billy Duffy los había presentado. Johnny Marr tenía por aquel entonces apenas 14 años y se sentía tan apenado de ese primer encuentro que prefirió obviarlo aquel día, con la ilusión de que Morrissey no lo recordara. Pero vaya que Morrissey lo tenía en mente. No conocía a muchas otras personas.
La conexión entre Morrissey y Johnny se dio enseguida. Los dos compartían gustos musicales y cinematográficos, aunque también eran contrastantes. Tenían personalidades distintas. Sobre todo los unía era el amor por la música. El punk engendrado en Nueva York, así como la música pop de los años cincuenta y sesenta. Una combinación agridulce que formó a la banda más influyente de su tiempo.
Dentro de la habitación, se dio una conversación larga y sin silencios incómodos. La empatía fue absoluta. Se contaron sus vidas y aspiraciones mutuamente. Rieron, se maravillaron, se conmovieron. Por fin había encontrado a alguien con quien entenderse. Pommy fue testigo, sentado a lo lejos en una esquina, de un encuentro bello y mágico. No quiso interrumpir.
En determinado momento, Morrissey le preguntó a Marr si quería poner un disco. Johnny procedió a explorar la colección de Morrissey, que para su sorpresa, estaba compuesta por las mismas bandas que le gustaban a él.
Johnny Marr tomó un sencillo de las Marvelettes. “Buena elección”, le dijo Morrissey. Y Johnny Marr puso el lado b. La canción se llamaba “You’re The One” (“Eres el indicado”).
Y fue así que nacieron The Smiths.

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