Hay elementos sin los cuales es imposible vivir. Los alimentos son parte de ellos. Dejar de comer supone la muerte, uno de los acontecimientos que casi nadie quiere sufrir, al menos hasta soplarle a un pastel con doscientas velitas.
Quien haya pasado hambre sabrá lo desesperante que es no tener nada para saciar al estómago. Así sea solo una mañana en la que olvidó el dinero para comprar en la tiendita de la escuela, se convierte de un hecho que deja abatido. Ya no hablemos de afrentas mucho mayores, donde la situación se convierte en una verdadera pesadilla.
Hay gente que muere de hambre, basta decir. En plena época de auge tecnológico existen todavía personas que no tienen ni una tortilla para llevarse a la boca. Pasa en países lejanos, pero también en nuestras tierras. Sí, aunque no siempre estemos enterados.
Y así, es fácil caer en cuenta de que el hambre clasemediera no es un hambre fatal. Sí, la cartera podrá estar vacía y el refrigerador sin nada por dentro, pero incluso ante tal panorama está la posibilidad de tomar el fruto de un árbol y huir sin darle las gracias. Hay lugares en los que ni eso. En donde en los alrededores hay tierra y piedras nada más.
No invito a nadie a que roben frutas, salvo en algún caso de extrema urgencia. En todo caso convendría negociar con algún vendedor para explicar que la vida pende de un hilo si no se traga algo de forma inmediata.
A la mayoría le sucederá alguna vez. Tener apetito sin nada o poco dinero para remediarlo. Con esta preocupación en mente, me di a la tarea de recopilar algunas sugerencias para cuando el presupuesto no alcance. O para cuando, de plano, no se quiera gastar un solo centavo en alimentos, lo cual es válido ya que se trata de una inversión que solo ofrece una satisfacción pasajera. Un platillo, por elaborado que sea, dura apenas un rato y ya. Luego se desecha. Es lo que frustra en ocasiones. Sin importar el desembolso realizado ni el esfuerzo de preparación, la comida se esfuma tan rápido como llegó.
No es como una silla, que se queda ahí por mucho tiempo, si bien es cierto que una nutrición adecuada ayuda a mantener al organismo en armonía, lo cual ningún asiento puede garantizar.
De cualquier forma. Los siguientes consejos pueden aplicarse cada que se desee. Eso sí, conviene alternarlos para no levantar sospechas. Aplicarlo en lugares diferentes funciona. Por ahí rondan alguno inspectores del despilfarro a los que conviene esquivar. Lo importante es que jamás se pase por una penuria alimenticia. Ya lo decía Rius: la panza es primero. Luego viene todo lo demás. Es imposible trabajar, crear o divertirse con el estómago seco, así que tomen nota de los consejos por si algún día los necesitan. No se confíen.
Para ilustrarlo mejor, hay que ponernos en situación. Imagina que un día te vas a vivir solo en un departamento que te brinda muchas libertades, pero que carece de sopa caliente cada que llegas después de un día de labores. La circunstancia es adversa. Sin nada en la nevera y apenas unas cuentas monedas en el bolsillo, toca ingeniárselas para conseguir alimentos balanceados.
Lo malo es que los restaurantes son carísimos. Incluso los más modestos lo son cuando no se tiene más que unos centavos. Así que hay que recurrir a otros lados. Nada de pedir fiado, hay que cuidar la imagen pública y luego resulta peor endeudarse.
Es entonces cuando conviene olvidarse por un rato de las ínfulas independentistas y recurrir a la familia. No a los padres, desde luego, ya que eso supondría reconocer el fracaso:
«Papis, no sé administrarme solo. Regrésenme el biberón».
Sería un horror. Lo mejor es recurrir a las jerarquías que le siguen: abuelos y tíos. Hacerles una visita sorpresa con el única intención de saludarlos —claro— porque los extrañabas muchísimo. Y suplicar que te preparen un filete ya que al masticar uno te acordarás de las vivencias de la infancia.
Lo que sigue es dejarse querer. Aceptar cuando se te ofrezca una segunda porción, para tener una reserva con apariencia de barriga y mencionar que deberían verse más a menudo. Si surge la posibilidad, no dudes en pedir que te pongan las sobras para llevar, que esos huesos aún tienen lo que parece ser pellejo comestible.
Igual procura no cargarle la mano a tus seres queridos. Ellos tienen sus gastos. Lo mejor es abusar de otras confianzas. De la iglesia, por ejemplo. ¿Cuándo fue la última vez que fuiste a comulgar? Muchos años, tal vez. Pues aquí tienes una oportunidad de oro para congraciarte con el Señor y de paso disminuir el hambre. La hostia no parece un gran bocado, no obstante puede hacer milagros. Literalmente. Cuando hay escasez de manjares, una lámina hecha de harina puede calmar las ganas de morder el brazo del vecino. No la desestimes. Y, si puedes, repite la operación, primero con el padre y luego con alguna otra monja que también ofrezca la santo sacramento.
Si el rollo religioso no te va, o si prefieres evitar frivolizaciones que te condenen al infierno, no te preocupes. También hay opciones para ti. La más evidente de ellas son las muestras gratis. Recurrir a ellas sin miramientos hasta convertir la travesía en una especie de buffet disfrazado.
Ve a una nevería. Pon cara de que vas a comprar lo que se te ponga en el camino. Compórtate indeciso. Menciona al dependiente que no estás seguro si llevarte un litro de mamey o de chocolate. Que si te los deja probar. Acepta la cucharita de muestra que te dará. Y disfruta. Luego di que no entiendes de sabores exóticos, que si te deja probar esa rareza llamada helado de avellana. Con eso bastará. Tres delicias que nadie te quitará. Luego suelta un grito antes de emprender una carrera rumbo a la puerta de salida.
Repite la operación en donde puedas. Con el señor que vende frutas, con el del chicharrón, con el de las aguas frescas. A todos pídeles muestras gratis para ver si te animas a comprar. Pon cara de fuchi cuando saborees lo que te den. Para justificarte, claro está. Menciona que no es lo que esperabas y que mejor luego regresas.
Y así, poco a poco, probarás un amplio menú. El único factor en contra son los largos desplazamientos. Y aún así hay una forma evitarlos: ir al supermercado. Ahí encontrarás una concentración de promotores de distintos productos en donde podrás darte un banquete. Yogures, galletas, botanas, etcétera. El plato fuerte está en el departamento de salchichonería, en donde una multitud de señoritas estarán dispuestas a darte una rebanada de jamón de la marca a la que representan. Ni mandado a hacer para salir del paso.
Otra opción para ahorrar en concepto de alimentación es dejar de comer. Hasta quedar en los huesos, de plano. Es un plan radical que, sin embargo, funciona. Para tener éxito, puedes tomar una serie de medidas que eviten las tentaciones. Pedirle a alguien que te rompa los dientes es un buen comienzo. Sin la alternativa de masticar, la misión será más llevadera. Además, el dolor en la boca sobrepasará a las sensaciones del estómago, por lo que podrás olvidarte del hambre por una temporada.
Por lo demás, queda una alternativa que goza de cierto prestigio. Se trata de una conducta aceptada en sociedad y que, de hecho, es practicada por muchos padres de familia alrededor del mundo. La única desventaja es que necesitarás de rehenes. Amigos, de preferencia. Tener amigos es complicado, lo sé. No todos tienen. Pero, de ser así, aprovecha. Sugiéreles ir a un restaurante a comer. Para recordar viejos tiempos y eso. Cuando lleguen, siéntate en la mesa y anuncia que no pedirás nada porque estás lleno. Lanza la mentira en cuanto puedas:
«Disculpen, una señora llevó tacos de canasta a la oficina y ni cómo decirles que no. Ustedes coman, por mí no se agobien, estoy bien».
A continuación, convéncelos de pedir una hamburguesa con papas a la francesa. Si acceden, estás del otro lado. Cuando su platillo llegue, diles que les vas a «robar una papa». Ellos sonreirán y dirán «claro, ni me digas, tú agarra». Tómales la palabra. Agarra ocho papas más mientras ves cómo su sonrisa se difumina. Comenta que te sientes triste y abandonado para desviar la atención. Llora.
Hasta aquí los consejos de la segunda entrega. Quedan muchas opciones por comentar, pero confío que con esas será suficiente. Además son las más normalitas por lo que nadie pasará apuros al realizarlas. Preferiría no ahondar en extravagancias como la de robar croquetas del perro de enfrente. Ni hablar del método ancestral de lamer ladrillos o casarse con una hogaza de pan. El prestigio también es importante y no hay que sacrificarlo por aquello que nos permite respirar.
Confío en haber sido de ayuda y los invito a estar al pendiente de futuras entregas. Esta sección se encarga de salvar sus bolsillos. No se la pierdan. Acá pueden leer la primera parte.

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