Los libros ‘meh’

De los libros se habla con mucha nobleza. Es posible que no haya otro tipo de objeto que reciba un nivel similar de aclamaciones. Referirse a ellos se hace como una generalidad. Los libros. Los libros son buenos. Te van ayudar. Aumentan tu inteligencia. Si quieres ser alguien de provecho más vale que leas unos cuantos. Si no lees estás condenado a ser una lacra de la sociedad. Así que si no lo haces, al menos finge que sí. Amo la lectura, diles a los que veas. Y cuando te pregunten por tus favoritos sal con la respuesta clásica. No sé, leo de todo. Cualquier género me gusta. No tengo preferencia por ninguno en particular.

Caso contrario es la televisión. Su mera mención tiene una connotación que si no llega ser peyorativa, al menos pasa a ser de segunda clase. Tal vez sea porque al ponerla sobre la mesa, no se suele asociar a The Wire, Cosmos Fawlty Towers. O tal vez sí, pero la balanza se descompone por la presencia de mucha basura que se transmite a diario en pantalla. Digamos que es un terreno con baches y la mayoría de las personas están al tanto de ello.

Pero los libros tampoco son infalibles. De hecho también suelen contener inmundicias. Ni siquiera es que sea raro. Basta darse una vuelta por las tiendas para encontrar títulos que son insulto a la respiración. Lo interesante es que nadie parece tomarlo en cuenta. Las toneladas de malas publicaciones no le restan un solo pelo de prestigio a los libros.

El trato para ellos es privilegiado. Ni siquiera el cine, la pintura o el teatro gozan de tal cobijo por parte del público. Agradézcanle a Shakespeare, a Cervantes, a Tolstói y a tantos otros que dejaron una impresión tan honda que resulta a prueba de balas. Da igual que a partir de mañana las editoriales se dediquen a publicar páginas inservibles una tras otra. Lo que hubo en siglos pasados es suficiente para mantener el estatus para siempre. Crearon fama suficiente con tal de irse a dormir.

Dicho esto, quiero aclarar que, aunque parezca, no tengo nada en contra de los libros malos. Al contrario, los amo. Soy aficionado a leer novelas de baja calidad. Lo mismo con los cuentos y la poesía. A veces incluso los prefiero por encima de los clásicos. Estos últimos pueden llegar abrumar. Es leerlos y quedarte en blanco. Deprimirte. Cómo es que un humano fue capaz de escribir todas esas líneas. Está fuera de mi alcance. Jamás me atreveré a garabatear una sola letra a partir de ahora. Para ser escritor hay que ser un superdotado. Adiós al sueño de ser un autor exitoso. La magia se quedó con Joyce y con Ibsen. No tiene sentido intentarlo. Páseme la cápsula de cianuro, oficial.

Cuestión de sensibilidad. Así como los grandes ejemplos pueden inspirar al principiante, también lo pueden derrumbar.

De ahí que los libros malos no sea tan malos. Acudir a ellos puede resultar saludable, incluso. No en un plano didáctico, sino de perspectiva. Con ellos se aprende a cómo no escribir. Y hasta pueden resultar un estímulo para quien duda de su propio talento. Ya se sabe, despierta la vieja motivación conocida como: «si él puede, por qué yo no».

Así se ilumina la vena operacional. Si la baja calidad consigue llenar los estantes, por qué uno no habría de intentarlo. La vanidad se pone de pie. Quizás no seas el heredero directo de Nabokov, pero al menos puedes superar esos remedos de letras que han invadido a las librerías. Voy por papel y lápiz, mamá, soy la nueva promesa de la narrativa hispánica.

En efecto. Los libros malos tienen su punto. Dentro de su miseria albergan un propósito, un sentido de existencia. Habría que dejar de condenarlos y darles una oportunidad. Son ideales para cuando los ánimos andan bajos, para esos días en los que necesitas reafirmar la confianza en ti mismo.

Cierto es que tampoco hay espacio para exageraciones. Los libros malos funcionan dentro de su contexto, sin que ello implique una superioridad sobre los que tienen calidad. Hay que tenerlo en claro. Lo que sí quiero señalar es que los libros malos están por encima de lo que llamaremos libros meh que procedo a explicar.

Los libros meh son los que se quedan a medio camino. Los que ni apasionan ni levantan arcadas. Lo común es que los recorras sin mayores turbulencias. Puede que estén escritos con oficio y que no les encuentres nada digno de criticar, el problema es que tampoco contienen nada especialmente digno de admiración.

Como he dicho, los trabajos deplorables al menos te levantan el ánimo. Puedes echarte unas risas con ellos por lo ridículos que son. Con los libros meh ni eso. Lo único que haces es avanzar por ellos en una línea sin subidas ni bajadas que al cabo de un rato te comienza a aburrir.

El recorrido es engañoso. Cada tanto los libros meh sueltan alguna combinación que ilusiona. La reivindicación llega casi siempre cuanto estás a punto de abandonar la lectura. Cuando vas por la página ochenta ya sin mayor esperanza de que el aquello funcione. Entonces, antes de que arrojes el ejemplar por la ventana, aparece una palabra, una línea que te ata. Entre toda la neblina parece haber un rayo de esperanza. Un beso en los labios que te condena a la permanencia. El infortunio radica en que lo que parecía ser la luz, es más bien una trampa. Lo siguiente que sabes es que ya llevas doscientas páginas de una obra que te ha nutrido menos que una pelusa. Decides llegar hasta el fin por mera disciplina. Porque, como diría Otis Redding, has invertido mucho tiempo como para detenerte ahora.

Similar a lo que ocurre en otras latitudes. Procuren rodearse de belleza. Que lo sublime les entre por los poros hasta elevarlos. También conozcan la podredumbre, los barrios bajos. Hay tardes es las que conviene arremangarse la camisa para meterse en la suciedad. Sean presas de los mejores perfumes, húndanse en el lodo. Corran de arriba abajo. Conozcan todo lo que puedan para tener una visión de 360 grados. Lo único que se ha de evitar es permanecer en las medianías. En lo que no aporta. Lo que ni alegra ni enoja. El circuito del bostezo, en donde no hay aspavientos dignos de gritos. Enojarse, entristecerse. Agonizar en el suelo. Reír, brincar por la pradera. Lo que sea, excepto rendirse a la apatía.

JAMES DEAN ON LOCATION FOR THE FILM "GIANT" IN MARFA, TEXAS. 1955

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La ley de Thomas

La ley de Murphy ha sido una piedra en el zapato para generaciones enteras. Está ahí como un miedo constante. Su recuerdo aparece cada que en el horizonte se avista un proyecto. Las personas sensibles padecen su fantasma. Algo saldrá mal siempre, eso es seguro. Ni para qué ilusionarse. Por mucho que se tenga cuidado, siempre aparecerá un factor que lo vendrá a tirar todo por la borda. La experiencia lo dicta. Si algo puede salir mal, saldrá mal. Más vale entonces encomendarse a la modestia para que el golpe sea lo menos doloroso posible. Se renuncia a la gloria con tal de no correr mayores riesgos. Y así, en vez de celebrar por las alturas, se termina por beber agua en vasos de plástico.

Es probable que tú seas parte de la generación que ha sucumbido a la ley de Murphy. La paranoia te ha invadido de tal forma que no das paso alguno sin pensar que podrías tropezar. No es culpa tuya. Es normal andar con reservas cuando se vive en una era llena de estafas. Ya no solo es que influya el factor incomprensible. Resulta que la desconfianza adquirida en otros rubros (los traidores de la oficina, el fraude de un negocio, el engaño de la esposa) se unen a los pensamientos hasta formar un pesimismo desbordante.

Lo anterior termina por ser una nube negra que acompaña a cualquier sitio. Se deja de disfrutar de la vida porque por dentro se espera que venga lo peor en cualquier momento. El sufrimiento que hace voltear hacia todos los lados. No se vive en piloto automático, se anda en una sospecha constante que impide disfrutar lo que hay enfrente.

El pesimismo, en su fase más avanzada, conduce a la indigencia. Para qué lavar el auto, seguro que lloverá. Ni para qué ir a la entrevista de trabajo, el puesto se lo llevará alguien con las piernas bonitas. Qué caso tiene presentar el proyecto a los accionistas, las dispositivas se colapsarán a media presentación. Fijo. Mejor no me acerco a esa chica bonita que podría ser el amor de mi vida, apuesto a que me dirá que no. Haré el ridículo.

De este modo, llegan las rendiciones. La vulnerabilidad lleva a abstenerse de todo. No intentar. No poner un pie fuera de casa. Dejar de cocinar, de pagar la renta. Perder así cada una de las pertenencias. Las secuelas de la ley de Murphy pueden orillar a la carencia. A dejarse la barba de los 329 días (la navaja podría cortarte una arteria carótida). Olvidarse de las duchas (el agua se volverá ácida a la mitad del proceso) y renunciar a comer postres (puede que provoquen un desmayo).

Estamos ante  la radicalización de la postura, lo cual invita a hacer una pausa en el camino y reflexionar. Hay que tener en cuenta que la negatividad no siempre es la postura más inteligente. Va asociada a una distorsión de la realidad. Por algún motivo, los seres humanos tienden a recordar lo que salió mal, y se olvidan de lo que salió bien ya que lo consideran parte de la cotidianidad. Algo tan normal que no se le toma en cuenta. Así, en vez de celebrar que hemos andado en bicicleta 200 veces sin caernos, nos acordamos únicamente de la vez que sí, la cual pasa a convertirse en un ladrillo para la torre de la desconfianza.

En resumen, para quien es exigente consigo mismo, las derrotas influyen más en el comportamiento que las propias victorias, a las que se desdeñan o a las cuales no se les concede la mínima importancia.

Preocupante. En verdad preocupante. Nos encanta amargarnos la existencia. Nacimos para complicar nuestros días. Debido a ello hay que plantear soluciones. Ofrecer alternativas para cambiar la mentalidad. No se trata de una tarea sencilla, por el contrario. Los vicios están tan arraigados que han recubierto cada uno de los órganos del cuerpo humano.

Con esto en mente, me puse a idear lo que vendría algo así como la antítesis de la ley de Murphy. Y conseguí algo parecido que, si bien no la contradice, sí que ofrece un vía para combatirla. La somete en ideales.

Con orgullo, amigos míos, les presento a la ley de Thomas.

¿En qué consiste este precepto?

Muy sencillo. Su adagio reza lo siguiente:

«Aun en los peores escenarios, habrá siempre un elemento salvable».

Hay que tener los ojos bien abiertos. Incluso en las grandes tragedias hay cosas para rescatar. Fíjense bien. Dejemos de lado los lugares comunes del tipo «de los fracasos se aprende» y pasemos a casos muy prácticos. Es fácil darse cuenta que los panoramas obscuros tienen la gentileza de ofrecer un consuelo. Es como cuando entras a un baño público y todos los mingitorios están sucios. Pero hay uno que no lo está tanto y es el que te dispones a utilizar. En vez de quedarte con la adversidad, conviene que voltees a lo favorable. Lo mismo cuando tienes un reto en el horizonte. Puede que el asunto termine en un fracaso estrepitoso, sin embargo habrá al menos una pequeña cosa que puedas valorar del suceso. A lo mejor esa derrota te sirvió para recibir un abrazo (de consuelo) de la persona que más querías, o tienes ahora el pretexto ideal para mandar todo al carajo y empezar de nuevo por otro rumbo. Las afrentas conducen a los cambios. Un golpe duro es preferible a la comodidad ya que, con lo doloroso que pueda ser,  al menos llega a impulsar hacia niveles más altos.

Ten a la mano una lupa. Revisa tus penurias del pasado y descubre que al menos hubo un aspecto positivo en todo ello. Esto no necesariamente quita que hayas sufrido. No borra el terror ni la pérdida. Lo que hace es poner en perspectiva y dar cuenta de que vivimos en una ganancia perpetua.

Pongamos en la mesa una desdicha mayor: la muerte de una mascota. En un principio pareciera que nada es salvable ahí. La ley de Thompson es una farsa que le falta el respeto a mi perro, dirás. Y yo te diré que tranquilo. Que pongas atención. Primero lo siento mucho por ti. Las mascotas alegran cualquier hogar. Son una compañía que supera a casi cualquier otra. Y desde luego que es triste que te tengas que separar de un amigo. No digo que no. Pero ponte a pensar. A partir de la tristeza pueden surgir de ti elementos de provecho. Confiemos que el suplicio traiga para ti una lección importante. Que a partir de ahora valores más a quienes te rodean. Que ya nunca los abandones para realizar actividades que no tienen mayor importancia. Espero que te apegues a ellos. Que les des todo lo que tienes y que, cuando adoptes a un nuevo amigo, tengas ya la sabiduría suficiente para darle la mejor vida que puedas.

De eso se trata la ley de Thompson. De perspectiva. Si logramos extender esta idea, con suerte podremos aligerar el peso de los días. Basta ya de recelos. Caminemos sin tantos temores. Que sí, que sí. Vendrán muchos problemas, disgustos y obstáculos. Es parte del juego. Pero que nadie nos quite la noción de que también están las alegrías, los aprendizajes y el cariño. Siempre habrá un grano de arena para celebrar.

Y si no aparece, tú mismo puedes propiciarlo. Con un libro, una película, o con esta canción, de cuyo intérprete salió el nombre que designa a la ley antes descrita. No te dejes vencer.

 

He venido a pelear conmigo

Le hago reclamos a mi cuerpo. Por las mañanas, en especial. Le digo que debería dormir más tiempo, que no entiendo la necedad de despertar cuando lleva apenas seis horas de sueño.

Soy exigente. Le hago reproches. Estamos juntos en esto. Deberías dormir veinte horas, le digo. ¿Es que acaso hay algo afuera que valga la pena? ¿Te gusta salir de la cama para enfrentar las calles desiertas? ¿La pasas mejor en este infierno? Qué manía la de salir a coleccionar disgustos cuando podrías abstenerte.

El cuerpo no hace caso. Sigue a lo suyo. Se despierta cuando menos quiero y obliga a continuar con los días. No hay manera. Por más que me esfuerzo por cerrar los ojos y atrapar otros quince minutos de descanso; la suerte está echada. Quedan pocos remedios.

De verdad que lo intento. Una vez que he despertado, cierro los ojos para fingir que sigo en un lago. Las palomas cantan a los alrededores con un velo rosado que cae sobre las piedras. Una muchacha corre deslcaza. El vestido llega hasta el precipicio. Quiero gritarle que cuidado, pero ya no estoy en el sueño. Tengo una almohada enfrente para recordarlo.

Estoy ante un rival duro. Un peso completo. Alguien que ha decidido terminar con la fiesta.

Yo que tan bien la paso en otras dimensiones. Por eso le insisto. Le digo: cuerpo, no seas malo. Deja que al menos duerma las ocho horas que estipula el reglamento. Ya no pido otros plazos. Solo aquello que prometen los oficiales.

Es entonces cuando viene la furia. Llega un plan para que escarmiente. La operación es muy sencilla. Estas figuras esperan a que esté distraído. No me avisan. Dejan que duerma esperanzado. Hacen que  piense que esta noche será la mía.

Y tiran el ataque. Sueltan a todas las pesadillas. Lobos que me persiguen entre la nieve. Las visiones. El fuego, la rabia, las apariciones mortales,  El suelo de ceniza se desvanece. Una caída que llega al mar sin refugio. Tener que nadar. Ninguna voz se escucha. Ningún oído recibe los gritos. Agua. Más agua. Ni un segundo de reposo. Mover los brazos para salvar  la vida.

El cuerpo ha mandado un mensaje. Así que quieres dormir veinte horas, me dice. Pues toma, ahí las tienes. A ver si aguantas.

Acepto el desafío. Lucho por quedarme entre sueños. Lo doy todo. Desgarro el aliento con tal de no tener que volver a limpiar la cocina. Muevo las piernas para evitar las filas del supermercado. Aguanto la respiración para ver si así libro el próximo lunes.

De tanto intentar termino agotado. Me descubro despierto. Desperdicié la sesión de descanso. Tengo que ir a hacer unos pagos y lleno de ojeras todavía queda esperar  hasta la noche para  próxima ración de miseria.

unbiverse

Consejo para ahorrar dinero #1: perfumes y lociones

La existencia se  amarga  cuando, en una mañana cualquiera, alguien anuncia esta frase:

«El dinero no crece en los árboles».

Da igual que pase a los seis o a los veinte años. El efecto es lapidario: los planes a futuro se vienen abajo. Los bebés nacen con la ilusión de que bastará con sembrar un abedul para poder sostener la economía familiar para siempre. En las primeras etapas nadie avisa que hay que trabajar. Así que al ver a los adultos pagar con billetes verdes, es normal asumir que, como el papel, esos rectángulos con dibujos de los héroes patrios provienen de los árboles.

El panorama parece fabuloso en ese momento. Bastará con plantar un arbolito en el jardín para ganar dinero. Así de fácil. La vida es maravillosa, tanto es así que en las películas se tiene que dramatizar para que los humanos conozcamos sentimientos lejanos como el de la tristeza.

Así hasta que un día resulta que no. El dinero no crecerá en el patio por mucho que se recurra a la jardinería. Al parecer hay que trabajar duro para ganarlo, lo cual desde el comienzo ya se convierte en una pesadilla. Es entonces cuando nacen las primeras canas y cuando se envejecen varios años de golpe.

Es verdad que lo material no lo es todo. Hay cuestiones mucho más importantes que no viene a cuento mencionar para hacerse el espiritual. Pero tener una estabilidad económica quita preocupaciones, da comodidad, abre las puertas.

Por eso, cuando se tiene, al dinero hay que cuidarlo. El capital se ha de administrar con sabiduría para que dé el mayor rendimiento posible. Se tiene para gastarse, pero bajo un pensamiento estratégico que permita que cada centavo sea rentable.

Es cierto que tenemos derecho a darnos los gustos que deseemos. Nomás que siempre y cuando estén dentro de nuestras posibilidades. Hay que mantener el temple para no derrochar ni adquirir deudas que se conviertan en una carga prolongada.

Por mucho que los Ferrari sean bonitos, no da para que sacar uno a crédito. La economía familiar se vería comprometida, y es probable que el capricho termine por obligar a vender la casa y quizás a subastar el jarrón chino de la abuela.

Tener control sobre uno mismo es vital, en definitiva. Si es imposible tener un Enzo, toca conformarse con un medio de transporte que esté a nuestro alcance.  La ciencia aún no  permite hacer un trueque de cuerpo con Fernando Alonso, por lo que hay que buscarle. Hay opciones accesibles que pueden cubrir las funciones del automóvil, como lo es un patín del diablo con el que se puede llegar al trabajo, amén de también ser utilizable en carreritas con los chicos de la colonia.

Y sobre todo, hay que ahorrar, una actividad complicada cuando el gastar se percibe más placentero. Está claro que entre guardar monedas en una alcancía o gastarlas en comprar una paleta helada, la segunda opción se antoja mucho mejor.

Sin embargo, hay que tener en mente que las rachas difíciles llegan sin excepción, por lo que hay que estar preparado para cuando arriben. Un pago imprevisto puede aparecer en cualquier momento, y cuando lo haga, será preferible tener billetes bajo el colchón que no tenerlos.

Así que con el fin de ayudar a mis lectores, he decidido inaugurar una nueva sección en este blog. Se tratará de una serie de consejos para ahorrar dinero. Los tips llegarán uno a uno, sin una periodicidad en concreto. Puede que aparezcan con una semana de diferencia,  un mes o veinte minutos. Ya se verá.

De lo que se trata es de ayudar al prójimo, de mejorar sus finanzas con la ayuda de consejos prácticos que serán sencillos de implementar en el día a día. Se tratan de medidas al alcance de cualquiera, por lo que no habrá problemas para que las adopten.

La primera de estas lecciones trata sobre el uso de lociones y perfumes.

El consejo es: no las compren.

Tranquilos. Ahorrar a través de abstenerse a gastar parecerá una obviedad, pero el consejo está encaminado a mostrarles cómo es que no es necesario gastar en lociones.

Ojo. Oler bien es importantísimo, hay que aclarar. Se trata de una distinción que puede resultar clave para tener éxito en lo social. Una persona que deleita el olfato genera una atracción inmediata que puede compensar deficiencias en otros aspectos. Mientras el olor corporal sea agraciado, uno se puede dar el lujo de tener dientes chuecos: con el aroma se tendrá para que alguna que otra persona caiga rendida.

Así que una puntualización: no comprar perfume no significa que usted dejará de usar perfume. Al contrario, lo usará con la frecuencia que usted desee, con la salvedad de que lo hará de a gratis.

¿Y cómo lo hará, usted se preguntará? Pues muy fácil. Con visitas constantes a las tiendas departamentales.

Tal cual. Sin rodeos, sin engaños.

Sencillo. Cada que usted quiera impregnarse de una fragancia, tendrá que ir la sección de perfumería de uno de esos almacenes. Bastará que merodee por ahí para que las promotoras que trabajan ahí se le acerquen para que pruebe el olor de sus productos.  Lo único que sigue será dejarse llevar por su amabilidad. Que le pongan un poco en el reverso de cada una de las muñecas será suficiente para que usted pueda ir a una fiesta e impresionar a sus amigos con lo último de Hugo BossHermèsChristian Dior o cualquiera que sea la compañía de su preferencia. Y lo mejor: sin tener que pagar un solo centavo.

Habrá ocasiones especiales en las que usted querrá perfumarse el cuello o el pecho. Tal vez cuando tenga una cita romántica. Para dados casos  el que le atomicen las muñecas quedará corto. Será necesaria una mayor profundidad. Ahí toca recurrir a las botellas que tienen de muestra, los famosos probadores que ponen sobre las vitrinas como carnada para que los clientes caigan.

Usted no es un cliente, porque no comprará nada, pero tendrá que fingir que sí lo es.

Tome sus precauciones, porque apenas transcurrirá una milésima segundo a partir de que usted tome una botella para que  una empleada surja de la nada para ver a qué incauto ha pescado. Tenga cuidado, porque están entrenadas para convencer a cualquiera. Para, con sutileza, encarrilarlo a una compra que es innecesaria, como hemos señalado.

Será cuestión de que mantenga la cabeza fría. Siga la corriente de palabras. Ponga atención las descripciones que le den. Asienta con la cabeza al escuchar los ofrecimientos y las promociones. Finja que ha sido convencido cuando le mencionen que de regalo se puede llevar una maletita. Si lo hace con maestría, incluso en ese momento puede aprovechar para que le rocíen otra porción de la fragancia.

Y aquí es cuando llega el punto crucial, que es el de librarse de la situación. Recuerde que tiene que salir, sería una locura quedarse ahí para siempre. Es probable que usted ni siquiera lleve dinero para comprar (es recomendable dejar la cartera en casa para evitar tentaciones), por lo que tocará eludir  la transacción. Hágalo con delicadeza para no herir el corazón de la promotora. Ellas suelen ser vengativas y podrían difundir leyendas negras en torno a usted que podrían arruinar futuras expediciones. Elija un buen pretexto para huir.

A continuación una lista de 11 excusas aptas para esquivar a una vendedora de perfumes.

  1. Sí, mire… quiero algo para un regalo. Deje veo otras opciones, pero yo creo que en un rato regreso por él.
  2. Estoy buscando a mi esposa, anda perdida. Deje que la encuentre y vuelvo con ella para ver cuál nos llevamos. Sirve que le muestra la crema hidratante que me dijo.
  3. Voy al departamento de crédito para pagar la tarjeta y ahoritita vuelvo. Vaya empacando el maletín, si me hace el favor.
  4. ¿La promoción va a estar hasta el domingo? Yo creo vuelvo el fin de semana con más calma, que veo ya van a cerrar.
  5. Todavía no me decido si esa o aquella.  Déjeme ver y yo le aviso. 
  6. Mañana vengo con mi amigo, fue él el que me la recomendó, pero no estoy seguro si era la del frasco anaranjado.
  7. Me gusta como huele, lo malo es que como que me dio comezón. ¿Sabe qué ingredientes trae? A lo mejor soy alérgico.
  8. Mi familia me espera en el restaurante. Deje voy con ellos a comer. Cuando termine regreso con usted.
  9. ¿Sabe qué? Sí me gustó. Es una lástima que no venga en presentación de un litro. Qué le vamos a hacer.
  10. Me ha convencido. Vamos a la caja… espere, espere. Creo que dejé la billetera olvidada en el auto.
  11. Vaya a la bodega a buscar esa que le dije, yo aquí la espero. No se apure.

Y listo. Pruebe con las alternativas que le aconsejo hasta que perfeccione la maniobra. Una vez que haya terminado, podrá salir del centro comercial con rumbo al destino que tenía planteado en un inicio. Al principio podría resultar engorroso ejecutar una operación semejante. Es cuestión de acostumbrarse. La recompensa la verá al final del año, cuando en la caja fuerte pueda guardar unos cientos de pesos extra a los que tenía contemplados en el presupuesto de partida.

***

La primera entrega ha llegado a su fin. Deseo de corazón que sea de utilidad para alguno de los navegantes de este espacio. He querido comenzar así porque en el exterior hacen falta olores bonitos. Sean hombres o mujeres, hagan el favor de cautivar narices. Por ustedes mismos y por los demás. En especial por mí, que un día podríamos toparnos por ahí. Y más les vale que no vayan de apestosos.

Hasta la próxima.

piping

Bondades de la timidez

Ser tímido está mal visto por la sociedad. Las revistas, los peatones, los programas de televisión dicen que el éxito pertenece a los intrépidos. A quienes les guste el riesgo, aquellos que sean extrovertidos. Si eres callado quedan pocas alternativas para ti. Lo que triunfa es el desenfado, los gritos: suplicar por la atención.

Hace falta seriedad en el ambiente. Hoy en día los referentes son los estrafalarios. Se ha perdido el gusto por lo clásico, lo elegante, lo discreto.  En la actualidad si quieres sobresalir, el camino efectivo es el de exponerse a lo grotesco. Salir disfrazado de brócoli a una entrega de premios, por decir una idea. O bailar entre gritos obscenos al invadir una librería.

Así nos va.

Habría que revalorizar a los tímidos. Con urgencia, a decir verdad. Se echa de menos su presencia. Se tratan de ejemplares ya escasos. El sistema se ha encargado de instalar la idea de que hay que vencer la timidez. Lo cierto es que el mundo funcionaría un poco mejor si se quitara el estigma que hay sobre ella. Por el contrario, se debería celebrar a los héroes que está refugiados en la modestia. Los que son apocados, introspectivos. Vivan todos ellos.

Son los que no molestan al prójimo. Los que están a lo suyo. Los que no salen de casa y que con ello contribuyen a no aumentar el tránsito vehicular.

Jamás escucharás un insulto venir de ellos. No se acercarán a ti para pedir que te calles ni para agobiarte con improperios. Los tímidos están en la mesa del fondo acompañados de un libro que les tapa la cara. Su nobleza les lleva al extremo de estar dispuestos a esconder sus mandíbulas.

Olvídate de tener que compartir tu comida. Si te rodeas de tímidos ninguno de ellos te pedirá un solo trozo de zanahoria. Tampoco demandarán un trago de tu botella. Es probable que incluso lleven consigo suficientes provisiones como para no tener que depender de los demás.

Esta especie no pide favores, pero los da. Van tan abatidos por las banquetas que se les hace imposible decir no. De cualquier forma no abuses. Los tímidos son una flor delicada que ha de recibir cuidados. Dales tu cariño. Lo necesitan más que nadie, aunque no lo digan. Prefieren morir por dentro que ser una carga.

Son, en resumen, diamantes. Habitantes llenos de pureza. Puedes tropezar enfrente de ellos, ten por seguro que no se burlarán, como haría el ser promedio. Quizás no ayuden a que te levantes (temen ser demasiado atrevidos si te toman de la mano), sin embargo tendrán el suficiente tacto para lanzar una mirada de compasión.

Sí, cada noche que pasa estoy más convencido de la importancia de los tímidos. Lo compruebo  a cada rato. Como hace unos días cuando fui a tomar un café a Starbucks.

Estoy acostumbrado al trato que dan ahí. Sé que los empleados procuran ser amables en los detalles. Sonríen, te llaman por tu nombre: hacen que te sientas en casa. No me quejo. Lo entiendo y me gusta. Siempre dentro de unos límites, desde luego. Y en esa visita vi algo que no me gustó. Les cuento.

Entré y me formé para pedir una bebida. Lo usual es que pida un espresso, un latte o un té. Esta vez opté por toffee nut latte para aprovechar la oportunidad de ordenar algo con un nombre tan ridículo.Necesitaba una bebida que durara un buen rato ya que llevaba conmigo un libro al que deseaba concluir luego de un largo tiempo.

Después de recibir el pedido, me senté en un rincón. Era la una de la tarde. En el área interior solo estaban ocupadas dos mesas. En una se encontraban un hombre y una mujer con varias carpetas llenas de papeles enfrente. Cada uno sostenía una llamada en el celular sobre algún tema de negocios.

En la otra mesa estaban tres chicas con uniformes de una secundaria o preparatoria privada. Sus vasos ya estaban vacíos. Eran de los transparentes, donde sirven las mezclas frappé.  Llevaban consigo  varios libros y unas cuadernos donde tomaban notas. Al parecer era una reunión para estudiar. Hay que respetar a la gente que se reúne para estudiar cuando bien podrían reunirse para otras actividades más divertidas. Ellas eran de otra clase. Alumnas aplicadas. Preocupadas por obtener calificaciones sobresalientes, si bien cada quince minutos podían hacer una pausa para hacer algún comentario sobre One Direction. Perfecto por ellas. Lo tienen merecido.

Hice la inspección en quince segundos. Tampoco es que observe lo que hacen los otros como si de un espectáculo se tratara. No. Casi de inmediato regresé a lo mío. Di un trago al vaso y retomé la lectura donde la había dejado la noche anterior.

Solo conseguí leer cuatro páginas. Hay cuestiones que lo estropean todo. Están sueltas en la atmósfera para atacar en el minuto menos esperado.

Un tipo de unos 25-28 años se acercó a la zona para barrer. Llevaba una escoba color amarillo. Tuve que interrumpir la lectura cuando se puso  a limpiar la base del sillón en donde tuve la ocurrencia de sentarme.

Aplaudo al corporativo por preparar a sus elementos de tal forma que mantengan impecables las instalaciones. Lo que no soporté fue lo que vino a enseguida .

El sujeto en cuestión siguió con la operación en otras dos mesas, hasta que de pronto dejó la escoba recargada en una pared. Ya con las manos libres, trotó hasta la mesa donde estaban las tres estudiantes.

—Oye, ¿tienes novio? Dime cuántos… ¿cuatro, cinco? —le dijo a una de ellas.
—No… ninguno.
—¿Y ustedes, tienen novio?

Ninguna respondió.

—¿Se fueron de pinta o qué onda? ¿Le gusta andar de fiesta, no?
—Es… estamos en finales. Ya no tenemos clases. Nada más tenemos que ir a los exámenes —dijo una de las que no había hablado.
—¿Y de aquí a dónde van? Están muy guapas como para andar solas. ¿Dónde están sus novios? Yo a las acompaño a donde quieran.
—No, gracias —dijo la primera.
—¿Cuántos años tienes?
—17.
—¿Y tú?
—16.
—Déjame adivinar. Tú tienes 15.
—No.
—¿Cuántos años tienes?
—17.

Las tres tenían la cara roja. Se miraban las unas a las otras. Una sacó el celular y lo empezó a revisar. Según interpreté las señales, se encontraban incómodas. Los de la otra mesa seguían pegados a los celulares. El empleado seductor no cesaba en el intento.

—¿Y qué les gusta hacer? ¿Se la han de pasar en el antro, verdad?
—No, no nos gusta.
—Huy, yo que las iba a invitar a un lugar que conozco. ¿Y al cine? Vamos a ver una película. Yo las invito.
—No, muchas gracias. Estamos ocupadas con los exámenes y cosas de la escuela —dijo la líder.
—Hay que divertirse.
—De verdad, estamos ocupadas… gracias.
—Qué aburridas son. Jaja. No se crean. ¿Oigan, y cuántos novios han tenido? ¿Ya son expertas en el amor o tengo que darles unas lecciones? Denme unos minutos y le llamo a unos amigos para estar parejos…

Las preguntas no cesaban. Lo que comenzó como un intercambio cualquiera, tornaba a una especie de hostigamiento. No es que yo me asuste. Sé que hay mujeres a las que les gusta ser abordadas así. A las que les emocionan los hombres atrevidos y que rebosen en confianza en sí mismos. Pero no era el caso. Ellas eran unas pobres chicas que respondían  otras preguntas con monosílabos. Es probable que jamás en el pasado hubieran tenido una experiencia similar. La tenían por primera vez, no en un centro nocturno: en la supuesta tranquilidad de un café. No con Harry Styles de protagonista, sino con un desconocido con una cara sin gracia alguna.

 Y por falta de tablas y por educación no sabían cómo detenerlo. Y yo ya no me podía concentrar en el libro. Y di un sorbo a la bebida. Era agradable. Me acordé de los tímidos. Pensé que los establecimientos deberían contratar a personal cohibido que por ningún motivo traspasara la barrera de la cordialidad. Igual los clientes, todos deberían guardar ciertas reservas.

Se agradecen los buenos deseos, las preguntas intrascendentes y cualquier gesto de cortesía. Lo que no funciona es el acoso, arruinar la tranquilidad. Interrumpir las actividades ajenas.

Las tres amiguitas habían ido a estudiar. Tal vez sus madres estuvieran en casa al pendientes del teléfono, a la espera de que ellas se reportaran para que las fueran a recoger. Relajadas, a sabiendas de que sus mayores tesoros estaban en un sitio seguro, sin lobos desesperados por tirar un mordisco.

La escena me pesó. ¿Dónde estaba el gerente? Yo soy de los tímidos, así que el tipo ese me cayó aún peor. Los extrovertidos y los introvertidos le van a equipos de futbol opuestos. Son aficiones que se llevan mal. Que apenas se aguantan. Son incompatibles.

Y a pesar de que no me gusta hablar con extraños y de que no soy policía y de que no me gusta ser entrometido, me puse de pie y fui a donde estaban la chicas.

Dije una sola línea dirigida hombre:

—Son una niñas.

Los cuatro me miraron. Vinieron unos segundos de silencio. Asentí con la cabeza y me alejé rumbo al baño sin añadir nada más.

Cuando regresé, las tres chicas se habían ido. El empleado barría.

sandy sh

2 o 3 formas de encontrar pareja

1. Vaya al monte a capturar hormigas. Así como lo oye. Esté preparado porque habrán algunos insectos que se negarán a entrar en las trampas. Ni falta le harán. Lo que se necesita son hormigas dispuestas a colaborar en la misión. Con cuatro de ellas será suficiente para cumplir la primera etapa. Para transportarlas, procure llevar un recipiente que tenga una almohada debajo para que así los pequeños puedan viajar en comodidad. De otro modo se corre el riesgo de que mueran en el camino.

Ya que las hormigas estén en casa, déjelas libres en una habitación equipada con una cama, dos lámparas, un estuche de carpintería y cuatro mesas de centro. A continuación viene la fase más complicada ya que deberá llenar de tierra la habitación y dejar reposar a las hormigas durante el tiempo suficiente hasta que se comiencen a reproducir. Cuando vea nacer a las primeras hormigas, no se rinda, tampoco celebre. Necesita todavía más. Para que este plan sea efectivo, necesitará de unas catorce mil hormigas. Así que espere con paciencia. No dude en acomodar sus planes. Será un trayecto difícil. Más vale tomarlo con filosofía. De cualquier forma, si usted es insistente, llegará el día en que consiga  catorce mil hormigas al frente. Veinte mil si es posible. En cuanto llegue a ese extremo, abra la puerta de la habitación. Deje que las hormigas paseen e invadan toda la casa. La cocina, el patio, la sala. También que se acomoden en los pasillos. Será en este punto, y en ningún otro, cuando usted deberá llamar a un fumigador. Primero deberá cerciorarse de llamar a una empresa donde atienda una persona del sexo opuesto (o del propio, según sus preferencias). Dígale que necesita ayuda por una invasión de hormigas. “Apresúrese”, agregue con tono desesperado. El fumigador irá a su casa. Lo que toca es sacar a relucir su encanto personal. Cuente chistes, haga reír.  Enamore a la primera oportunidad si es que puede. De no ser así, si el prospecto se marcha sin estar flechado, repita la operación con 250,000 hormigas. La infestación será tal que la compañía controladora de plagas tendrá que mandar a vivir con usted al empleado de sus deseos. Será la única forma de atender el caso de tiempo completo. Tenga un bello matrimonio velado.

2. En medio de un día soleado usted deberá perseguir las pocas sombras que encuentre por la ciudad. Primero, como una persona tímida, irá a refugiarse a la estela de los árboles. Eso ya lo sabe. Y está bien, para una persona casada ya con ocho hijos y un nieto. Pero usted, que busca una pareja, deberá recurrir a otras sombras: las que produce la gente. Inspeccione la plaza cercana. No mire rostros, cabellos ni cuerpos. Confórmese con ver las sombras. Habrá alguna que le llame la atención en medio de un día en el que las nubes se han ido a otro lugar de vacaciones. Recurra a la excusa perfecta para acercarse a quien le atrae. Tan solo diga: “Perdone usted, tiene una sombra muy bonita. Espero no le moleste que me acueste con ella”. La otra persona sentirá que ha sido halagada. Dirá: “Cómo no. Recuéstese con confianza”. Deberá hacer caso y acostarse con la sombra hasta que a la dueña de ella se le llenen los ojos de envidia. Ahí tendrá que decidir si se queda con la rubia o con la morena.

3. Camine. Camine y camine. Camine. La recomendación va en serio: camine. Salga un día de su casa y camine sin ningún rumbo en específico. El destino da lo mismo. De lo que se trata es de no hacer pausas. Camine aunque tenga sed y hambre. Ya pasará por un árbol donde podrá tomar un poco de fruta o podrá caminar hasta un restaurante e ir a la cocina de donde tomará comida para luego salir sin pagar. Se trata de no tener un solo descanso. Eso es lo importante. Camine hasta llamar la atención de las masas. Al cabo de un tiempo, lo buscarán las cámaras de televisión. Usted será famoso. A los tres meses usted será delgado, atlético y, lo que es importante, será un caminante de verdad. Conviene no emocionarse. Tiene que caminar mucho más. Llegará a otras ciudades, conocerá pueblos y rincones con los que muchos no soñarán jamás. Deje que sople el aire. Sentirá una ráfaga de colores chocar contra su cara. Será que ha ido muy lejos. Lo cual da igual, porque esto se trata de conseguir pareja. Y eso es imposible si no sufre antes. Camine. Camine hasta romper los zapatos y camine hasta que, ya descalzo, lo pies le hagan perder sangre.

Eventualmente, por caminar tanto, alguna persona chocará con usted. Haga el favor de seguir el paso con ella o con él. Llévelo encima. Uno a lado del otro alcanzarán a amarse. Y más vale no frenar la marcha, porque para impedir que escape, habrá de caminar para siempre.

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Publicado originalmente en Imagen Médica.

Cómo es que existen los flamingos

Hay cuestiones que hacen enigmático al planeta Tierra. Un lugar lleno de misterios que desorientan, por mucho que se recurra a las brújulas. La ciencia tiene explicaciones para algunos de ellos, sin embargo para el ser común y corriente permanecen como aspectos de lo más inquietantes.  La ignorancia aleja de la certeza y acerca al desconcierto.

Alguna vez, un viejo amigo me dijo: «No entiendo cómo es que funcionan los aviones. Me lo han explicado decenas de veces. Mi madre, profesores, amigos, libros… todos lo han intentado, hasta un físico-matemático que conozco. Pero nada, no importa. Por más que me den razones yo no puedo concebir que un objeto tan pesado pueda flotar en el aire«.

Lo mismo me pasa a mí con otros ejemplos. Internet es uno de ellos. La humanidad se las arregló para pasar de inventos sencillos como  la rueda,  a conseguir logros descabellados, como que se puedan descargar películas a una computadora en menos de 15 minutos.  ¿Cómo es eso posible? ¿Lo que hace internet es cortar los archivos en diminutas partículas que pueden viajar por el aire? ¿Son pedazos tan pequeños que resulta imperceptibles para el ojo humano? ¿Las películas entran como polvo a través de las bocinas de nuestros equipos? No lo sé. Demasiado raro.  Quizás intervenga la magia. Teletransportación, yo qué sé. Que alguien lo explique.

Parecido a lo de la música o los teléfonos. Agradezco que los discos han quedado en desuso, porque despertaban en mí una angustia tremenda debido a que jamás comprendí su funcionamiento.

Vean a los cedés. Son todos iguales. ¿Entonces porque suenan diferentes unos de otros? Uno esperaría que un cd de Pixies tuviera un chango cincelado en el lado que ha de ser leído por el equipo de audio. De este modo el láser se encargaría de interpretar lo que las orejas y cola del simio ordenaran a través de pequeños grabados y siluetas. Un sistema parecido al de las cajas musicales solo que sin la bailarina de adentro.

Los teléfonos son todavía peores. Hasta parece que se trata de brujería. A ver, pónganse a pensar. Las llamadas se producen entre personas que están a kilómetros de distancia. ¿Cómo es que esos aparatejos hacen que la voz de uno viaje por todo ese espacio sin que nadie pueda escucharla en el camino? Mariana puede contarle a su amiga Claudia  que está harta de comer  las calabacitas de la abuela  sin que nadie, excepto ellas, se entere. Alguna vez intenté atar cabos. Mi teoría era que los agujeros del teléfono expelían ondas de audio cifradas con un código secreto que solo el número del destinatario podía interpretar. Sepan que es la primera vez que comparto esta idea. Durante años la guardé para mí, por el temor a que el descubrimiento me trajera problemas o burlas generalizadas.

Dicho esto, creo que el mayor misterio de nuestro sistema es la existencia de los flamingos. Esas aves rosadas que andan sueltas sin dar ninguna explicación por su extravagancia. Mal hacen las sociedades protectoras de animales en darles inmunidad diplomática. Se ha sido en exceso permisivos con ellos. Ya era para que desde hace años las fuerzas armadas capturaran a uno de sus ejemplares para hacerle un interrogatorio. Sin agredir, desde luego, que tampoco se trata de recurrir a la violencia. Ni que fuéramos bestias. Bastaría meter a un flamingo a una sala de juntas y tirarle una pregunta:

—Oiga, ¿ustedes de dónde vienen o qué?

Y esperar a que llegue la confesión. Es probable que el animal revele que vienen de otra dimensión, de otra galaxia tal vez. Lo que procederá entonces será negociar su abandono definitivo de la Tierra. Hay que ser estrictos. Los recursos naturales se acaban, no dan para que los tengamos que compartir con extraños.

Nadie debería sorprenderse si esa fuera la explicación de su origen.  Fuera de ello no se me ocurre otra versión que pudiera ser convincente. Basta ver sus características físicas para caer en cuenta que son ajenas a lo que compone al resto de las especies que conformamos al planeta.

De entrada, como ya sabrán, está el tema de su color. Rosa. Un tono que está bien para panteras provenientes de una serie animada, pero no para seres vivos a los que se les permite pescar en nuestras aguas. Esto pájaros, en realidad, nacen con plumas de tonalidad blanco-grisáceas, pero con el tiempo mutan hasta acabar como los conocemos. Algunos biólogos se esfuerzan en encubrirlos. Dicen que el cambio se debe a su alimentación y no un fenómeno escalofriante. Para su desgracia, existimos paladines de la autenticidad, quienes sabemos que aquello es imposible, sin importar el número de botellas de Pepto-Bismol que se puedan consumir al mes.

También está lo de su cuello que desafía las leyes la física. Un cuello larguísimo y flexible que de algún modo se las ingenia para mantenerse erguido cuando se lo propone. Es de no creerse, la verdad. ¿Desde cuándo el hule puede actuar así?

Su pico, por otra parte, a diferencia de otras aves, tiene una curvatura hacia abajo tan pronunciada que hasta se vuelve obscena. Busquen fotos en internet. Es un pico impotente, un pico con disfunción eréctil. Uno que da  la impresión de haberse aplastado luego de haber sufrido un percance automovilístico.

Por si fuera poco, está el detalle de los ojos. A veces  no se le da la atención adecuada porque hay otros elementos de su anatomía que distraen (esas piernas flacuchas, además de lo ya mencionado); no obstante, son igual de cruciales. Tienen una mirada diminuta y aun así expresan una frialdad casi malévola con la que parecen insinuar que ellos conocen el mayor secreto del universo y que por ninguna razón lo van a compartir con nosotros.

En castellano, es cierto, el nombre de este bicho es flamenco. Si en esta ocasión he decidido llamarlos flamingos es porque así lo he hecho desde que tengo memoria. Lo hago porque los españoles me caen bien. No quisiera que uno de sus estilos representativos de música y danza compartiera la misma palabra con el esperpento que he pasado a ser denunciado en este escrito.

Lo recomendable es evitar el contacto con los flamingos. Hay que abstenerse de tenerlos enfrente. Si son capaces de aguantarse a sí mismos son capaces de cualquier cosa. Cuidado. Tomen precauciones. La próxima vez que vayan con la familia al zoológico, pregunten al guía si tienen algún ejemplar rosado entre sus habitantes. Si la respuesta es afirmativa, mejor salgan y vayan a la próxima taberna.

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El poder de una carita feliz

Que nadie subestime a las caritas felices. Son capaces de cautivar, de ablandar, de convencer. El golpe maestro que tiene la lindura para  poner broche de oro al punto final.

Hablo de esto:

:)

Dos puntos + un paréntesis de cierre. Una combinación sencilla que, sin embargo, tiene un poder de proporciones mágicas. Una carita feliz cambia el panorama de cualquier sentencia, Lo aligera, lo enternece.

Utilizarlo implica un matiz importante respecto a cuando no se usa. Para demostrarlo,  un ejemplo a continuación.

¿Me dejas pasar?

La pregunta, como puede apreciarse, es violenta. Se percibe la prepotencia de quien la hace. Es como si dijera: «A ver, tontito, yo sé que el cerebro no te da para mucho, pero por si no lo sabes estorbas ahí donde estás. Así que quítate si no quieres recibir una patada en el ojo«. Típica expresión de los amargos que no tienen tiempo para sonreír. Hay que alejarse de ellos en cuanto se pueda, no porque lo hayan pedido con su pregunta, sino porque se corre el riesgo de que su mal humor se nos impregne.

Toca entonces mostrar el poder sanador de la carita feliz. Noten ustedes la diferencia que provoca incluir una. El efecto es apreciable de inmediato, aun cuando el contenido tenga exactamente las mismas palabras.

¿Me dejas pasar? :)

Ahí lo tienen. Los dos puntos y el paréntesis de cierre han hecho su trabajo. El antes y después es contundente. Mientras la pregunta anteriormente tenía una clara connotación agresiva, este nuevo mensaje emite pura bondad. El sentido, de hecho, cambia por completo. Deja de ser una pregunta meramente utilitaria para pasar a ser un gesto de cortesía que se tiene con el otro.  Lo que dice, prácticamente, es: «Qué día tan bonito tenemos hoy, estimado desconocido. En cuando te vi supe que eras alguien especial. Para mí es un privilegio que obstruyas mi camino, porque eso me da la oportunidad de conocerte. Quisiera felicitar a tus padres. Personas ilustres que criaron a una persona que merece todos los halagos posibles. Si no te pido una cita con ellos es porque no quiero incordiar. Tengo por seguro que has de tener muchas ocupaciones, y que ahora mismo estás a la espera de que inicie el homenaje que una organización filantrópica hizo en tu nombre. Ahora, por favor, muévete unos centímetros para poder pasar por el lugar al que transformaste en bendito al pisar«.

Ya sé que el ejemplo es un poco raro. Ya que nadie pide que lo dejes pasar de forma escrita. Pero así de ridículos son los ejemplos con los que uno se topa en internet, y no tengo la intención de venir a romper con ninguna tendencia.

Como ven, estamos ante una añadidura milagrosa. Magia que puede utilizarse en beneficio propio y ajeno. Desafortunadamente, temo decirles,  que los hombres deben usarlo con discreción, ya que se trata de un accesorio que funciona sobre todo en las mujeres. Pasa como con los complementos.  Mientras ellas pueden llevar collares, pulseras, aretes, relojes, gafas, mascadas y otros adornos, el hombre ha de ser mucho más sobrio, si es que no se quiere dar una imagen inadecuada. La mujer puede usar la carita feliz en cualquier circunstancia. El hombre debe limitarlo a su círculo más íntimo, y nunca para referirse a otro hombre. Solo con mujeres, en especial con abuelitas.

Por cierto. El otro día estaba en un restaurante en donde, por curiosidad, me di a la tarea de leer el menú infantil. Apenas lo tuve en las manos, añoré tiempos pasados, aun cuando no soy alguien propenso a la nostalgia. La razón fue un platillo que se sirve a menores de 12 años: unas papas con forma de lunas y estrellas con caritas felices. Con tristeza, me puse a pensar que ninguna de las opciones para adultos tenía un recurso similar. Cuando mi platillo arribó, lo miré con cierto desasosiego: los mayores de edad estamos abandonados en ese tipo de detalles. Miserable carne me era servida. Ningún totopo ni ramita de cilantro se puede comparar con la comida sonriente que tienen los más jóvenes. El único consuelo llega con la cuenta: en años recientes se ha puesto de moda entre las meseras el poner una «:)» al final del ticket. Es verdad que lo hacen con miras a recibir una generosa propina, pero aún así es una expresión que se agradece. No se diga cuando los dos puntos son sustituidos con un punto y coma, lo cual le da un toque de coqueteo al asunto.

Ahora bien, hay una combinación de mayor poder que la carita feliz tradicional. Se trata de la célebre carita feliz invertida, el no va más de la cortesía.

Presento ante a ustedes la bomba atómica de lo llamados smilies:

(:

Así de inocente como lo ven, se trata del emoticón con una altísima capacidad persuasiva. Si se usa con destreza, se puede dominar al mundo con él. No es casualidad que en los edificios de Gobierno de Estados Unidos tenga prohibida la entrada. Su poder de convencimiento es tal que en las manos equivocadas puede significar peligro seguro e incitar a la violencia. Ni un pacifista podría resistirse  a un «Amor, empuja a esa gorda. (:«

Otra forma de potenciar a estos amiguitos, es con el uso de un espacio intermedio. Con él, se refuerza el sentido de amabilidad:

: )

( :

El uso de un guión para representar a la nariz se encuentra en desuso. No obstante optar por un modelo clásico siempre añadirá sofisticación a sus mensajes. De lo que se trata al fin y al cabo es de dar ese extra. Vencer a la pereza para tener un detalle con los demás. El ajetreo de la vida moderna ha hecho que se descuide  el arte de la forma. Pareciera que ya todo se trata de ir rápido, ser breve e ir al grano. No siempre tiene que ser así. No se pierde demasiado cuando se le dedican unas décimas de segundo a la creación de una carita feliz. Al contrario. Se gana mucho. La cordialidad ante todo. A partir de ella la vida se hace menos complicada. Digamos adiós a la pesadez, démosle la bienvenida a la hora feliz.

:)

Receta para una canción de amor

Quizás pienses que para componer una canción de amor lo primero que se necesita es tocar un instrumento. Pero no. Hay otros elementos en la receta mucho más importantes. Primero debes enamorarte, eso está claro. Así que elige bien a la persona en cuestión. O déjate llevar por lo que ocurra, ya se sabe que para esto no existen planes que sirvan. De ahí parte todo: de la materia prima. Eso sí, procura no irte con cualquiera. Busca a quien tenga cara de producir suspiros e inspiración. Revisa bien su cabello, sus piernas, sus ojos, su cuerpo… debe haber algo ahí que haga derretir tus ideas. Ya que te has enamorado hay dos caminos: el amor recíproco y el amor no correspondido.

Los dos caminos son igual de válidos, así que no te preocupes si tu ser amado no te hace caso. En una de esas hasta te conviene. Para ser un artista tienes que echar mano de los peores sentimientos. Escucha a los grandes maestros: Elliott Smith, Leonard Cohen y a Elvis Costello. Entra en sus palabras y deja que la sensibilidad te impregne, porque a continuación viene la parte difícil.

Para preparar una canción de amor debes calentar a fuego lento los ingredientes. Propón a tu pareja salir una noche o dos. Paseen por el parque y bésense. Descubre los secretos que esconde en la espalda. Dile que te cuente la historia de sus días mientras descubren que ya no hay forma alguna de regresar a casa. Repite la operación hasta que puedas retirar la piel que los separa para así proceder a hervir una cazuela con entrañas. Hacerlo es muy sencillo: tienes que conseguir que te dejen de querer. También vas a necesitar batir los recuerdos con una pizca de lamentos. A continuación, déjalos reposar 30 minutos en tu estómago. Podrás ver en el espejo unas lágrimas que ablandarán tu carne. Saca entonces un papel. Anota todas las memorias de esos días que parecían eternos y agrega una cucharadita de cariño. Por ningún motivo vayas a dormir, es necesario tener ojeras para darle color a la mezcla. Tienes que estar atento para que no se arruine: aguanta, las palabras florecerán. Agita la respiración hasta que salga espuma por la boca. Habla contra la almohada, saca todas las palabras no dichas a tiempo y escurre el llanto que veas llegar a la cama. Luego calienta el horno a 180 °C. Mete ahí lo que hayas escrito y espera a que el humo negro se adueñe de tu propiedad. Llama a los bomberos, diles que todo fue un accidente. Cuando se vayan, recoge las cenizas. Guárdalas con cuidado en una bolsa. Las necesitarás para colocarlas en un refractario con mantequilla. Ten cuidado ahí, solo se necesita una capa delgada. Toma en cuenta que todavía tienes que agregar tu carne picada además de limón, sal y vino por si hace falta reanimar el sabor de las heridas. Al refractario después lo tienes que echar por la ventana. Sal de tu casa para ver el resultado del impacto en el suelo. Ahí tendrás tu canción de amor lista para ser interpretada en cualquier esquina de la ciudad.

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Las desventajas de ser una mujer bonita

Ser una chica bonita trae consigo una serie de complicaciones. Hay quienes no se dan cuenta de ello, ya que, en efecto, en la cara no se les nota ningún pesar. Por el contrario, las ves con sus ojos grandes, boca carnosa, piel tersa y parece que con ellas todo va de maravilla. Sin embargo, si vas y les preguntas, ellas te dirán que su vida es dificilísima.

Ahora bien, antes de continuar, quisiera advertir que el dicho «la suerte de la fea la bonita la desea» es un disparate que seguramente inventó una muchacha con una oreja en la frente.  Los feos tienen poca suerte, si es que eso existe. La tienen desde el momento en que han nacido sin una cara agradable para las multitudes. Hay que reconocerlo, ser expulsado del vientre materno con el físico de Paulina Porizkova facilita mucho más cosas. Quienes se dediquen al modelaje podrán constatarlo. Bastará con que se les caiga una pluma para que un ejército de muchachos se ofrezcan para brindarles ayuda. El atractivo es un imán para la amabilidad. Parten con esa ventaja.

También es cierto que las mujeres bonitas pueden aspirar a una serie de oportunidades que no cualquier piltrafa humana tiene. Pensemos, por ejemplo, en las fotos. Un individuo promedio necesita tomarse al menos 58 fotografías para poder conseguir una en la que que no dé asco. Esto, por donde se vea, representa un inconveniente en varios planos, desde la pérdida de tiempo hasta la afectación de la autoestima. En la actualidad el problema ha perdido cierta fuerza. Antes era peor, porque el rollo de las cámaras se tenía que llevar a revelar y el sobresalto para los encargados de la tarea implicaba tener que recibir un reclamo:

—Señora, debió advertirme que las fotografías se las había tomado después de una noche de fiesta. Casi me muerto del susto.
—¿No leyó la nota que le puse? El contenido no era apto para personas sensibles.
—La política de la empresa indica que hay un cargo de 20% extra en el revelado para gente fea.
—Usted disculpe, no estaba enterada. Aquí tiene lo que falta.

En la actualidad uno se ahorra semejantes escenas. Las fotos se puede seleccionar y descartar desde la comodidad de la computadora. Esto permite que, a partir de centenares de capturas, se pueda elegir una que, por una conjunción de casualidades, no lo haga ver como un espantapájaros.

Es indudable que la belleza trae sus ventajas. Más en el caso de las mujeres. Ellas recibirán un mejor trato del que suelen recibir las brujas ancianas. Y es que a los hombres las guapas nos parecen simpáticas aunque todavía ni las conozcamos. A partir de ahí, un panorama de beneficios se les cruzarán en el camino. Se verá, por citar un caso, cómo incluso los desconocidos se prestarán a abrirles las puertas del cajero automático entre otros múltiples detalles que les harán menos complicados los jueves.

Se tratan de ejemplos pequeños, pero también funciona a otras escalas, como las que tienen que ver con la rama profesional. Imagine usted que en una empresa se han dado a la tarea de reclutar a un nuevo empleado para un cargo importante. Después de un largo proceso de selección en el que se han descartado a decenas de aspirantes, al final quedan solo dos opciones. Un hombre con mejillas de codorniz y una jovencita con una figura que compite con la de algunas esculturas de bronce. Ambos personajes tienen  un similar nivel de conocimientos y aptitudes, por lo que todo se definirá por una entrevista final con el presidente de la corporación. Pues bien, el trabajo se lo llevará la muchacha, téngalo por seguro. El pretexto será lo de menos. Ya se inventarán alguno para librar cualquier reclamo. «Es que ella cruza las piernas con mucha soltura, el otro en cambio ni siquiera le puso doble nudo a sus agujetas».

Y es aquí cuando empiezan las desventajas de ser una mujer bonita, que es el tema que atañe ahora y del que no crea que pretendía escapar. Porque desde el momento en que se tiene belleza nace también una maldición: la nube de envidia que se tendrá encima de por vida.

Las mujeres bonitas se hacen de múltiples enemigas instantáneas. Se sabe que en el género femenino existe un alto sentido de competencia (muchas veces velado) que hace que entre ellas mismas se atropellen unas a otras. Ser atractiva es un pecado imperdonable para una chica que no lo es. Así que, en caso de que usted sea una modelo, tendrá que cuidarse continuamente las espaldas, ya que habrá quienes le deseen lo peor. Vamos, algunas tareas cotidianas le angustiarán hasta el máximo ya que ni siquiera podrá tomar una siesta a gusto por el temor de que alguna fea pase corriendo para embarrarle un chicle en la cabellera.

Peor es la situación con los hombres. Olvídense de la amistad sincera, las chicas bonitas jamás podrán tener la amistad de un hombre sin que por debajo del agua exista una atracción no correspondida. Habrá algunos que lo disimulen, que la abrazarán amistosamente en compañía de frases del tipo «te quiero mil», pero en el fondo no habrá más que deseo carnal frustrado.

Eso por no mencionar a los que no se andan sin miramientos. Hombres de baja categoría que aspirarán a escalar peldaños de estética por medio de acercarse a una chica linda. Son un equivalente monstruoso de los mosquitos cuya presencia impide disfrutar de los días soleados. Tipos lo suficientemente patéticos para ver señales en cualquier lado, y que no dudarán en intentar ligar a la menor oportunidad:

—Oiga, lindura. No pude evitar notar que usted usa calcetines. Creo que tenemos mucho en común. Véngase para acá, quiero abrazarla.

Hay mucho peligro suelto, por lo que habrá que invertir una buena cantidad de dinero en botes de gas pimienta que ayuden a ahuyentarlos.

Una desventaja adicional para las agraciadas físicamente, es que tendrán que lidiar con muchos fotógrafos sin prestigio (cuya trayectoria consiste en haber pedido una cámara a Papá Noel) que insistirán e insistirán hasta que modelen para ellos.

—Oye, preciosa, quiero tomarte unas fotografías en ropa interior. Soy Juan Pablo, presidente ejecutivo de Jean-Paul Photography, un conglomerado que fundé allá en el 2012 con el objetivo de renovar la escena local que considero estancada. Todo va a ser muy profesional, muy cuidado, muy artístico acá. No te apures.  Vente ya maquillada.  Te espero en mi depa. ¡De aquí a la fama!

Pensar que algunas caen…

Adicionalmente, ser bonita trae consigo un estigma: el de también ser tonta. Se trata de un prejuicio muy arraigado entre la población. El origen tiene que ver con la teoría de que, si se es bello, no hace falta estudiar demasiado. El físico abre las suficientes puertas como para que hacer uso del intelecto resulte superfluo. Que estudien los feos. Ellos sí que lo necesitan. Basta ver a los científicos para darse cuenta de por qué tuvieron que recurrir al cerebro: tenían rostros tan poco agradables que, ante la ausencia de invitaciones para salir, tenían que refugiarse en laboratorios donde sus lágrimas podían confundirse con gotas de etanol.

En contraparte, las niñas bonitas desde pequeñas son invitadas a salir. Ya sea por un helado o comprar un abrigo. Aunque cuidado: si un millonario les compra una prenda costosa lo hace con el único objetivo de que se la quiten para él.

Por ello se asocia la ignorancia con sensualidad. Un padecimiento contagioso, ya que esta clase de mujeres le hacen perder al hombre la cabeza.

No queda de otra que asumirlo. Y a instruirse. No está de más usar unas gafas de pasta para que las modelos parezcan lectoras empedernidas. Se aconseja también que memoricen un puñado de datos sobre cultura e historia que se puedan sacar a relucir en medio de conversaciones. Los interlocutores quedarán pasmados ante su nivel de elocuencia.

—Hace mucho frío esta noche, creo que nos equivocamos en haber pasado en el evento al jardín.
—Justiniano ascendió al cargo de emperador bizantino en el año 527 después de cristo.  Durante sus años de mandato se vivió un esplendor en materia militar y artística. A su periodo corresponde la construcción de la célebre iglesia  de Santa Sofía…
—María, María… ¿te sientes bien?
—Las células de grätzel son unos dispositivos fotovoltaicos cuyos mecanismos de transferencia electrónica pueden considerarse una especie de fotosíntesis artificial…
—…
—No se vayan, déjenme contarles acerca del rey Prithvi Narayan de Nepal.

No se dejen engañar. La belleza cuesta, la belleza se sufre. Cuando vean por ahí a una chica linda, sientan un poco de pena por esa larga cabellera y lamenten el sufrimiento que aloja la delicadeza de sus tobillos. Las mujeres bonitas necesitan ser consoladas, porque debajo de toda una capa de hermosura, yacen los restos de una serie de penurias. A nosotros los normales corresponde la tarea de ayudarles a salir del pozo. Con una sonrisa basta, aunque se corre el riesgo de que se pueda malinterpretar. De ser así, tocará hacer lo de siempre: huir.

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