Ya no se salva la cotidianidad. A dondequiera que volteas hay un rastro de veneno. Los políticos desperdigan sus gérmenes y apenas reacciones verás que están ahí. En un anuncio afuera de tu casa, en la conversación con los seres queridos, cuando enciendes la radio y en vez de una melodía encuentras el jingle tropical que se repite hasta la náusea. Tus oídos y ojos no dan para más. Poco a poco esta gentuza ha cercenado lo que alguna vez fue un ambiente proclive a lo digno, en donde la intrascendencia de los agentes gubernamentales era un signo de sofisticación. Ahora no. Cada vez están más insertos en tus días. Una sociedad politizada conduce a una espiral decadente. Echas de menos los tiempos en los que podías centrarte en lo verdaderamente importante. En ti mismo. En la reflexión de la mejor marca de café, en pensar en un museo. En salir a correr una tarde de sábado. Ahora la propaganda se extiende. Es un virus que ha tomado como huésped a gente cercana. A tu familia, a tus amigos… a ti mismo que despiertas por la mañana y, de nuevo, piensas en tal o cual funcionario. En lo que dijo o en lo que debió haber hecho.
Parece que no hay escapatoria. Y no la habrá hasta que recuerdes que la vida es más que eso. Que los políticos son poca cosa y que si bien tienen cierto poder, no debes conferirles el poder de invadir tu intimidad. Es clave entenderlo. Solo así podrás contrarrestar la fatiga, el abatimiento que produce la actualidad. Es hora de que vuelvas a tu jardín secreto. Y si no lo tienes, que plantes en él la primera flor. Un espacio en donde no entren los políticos, donde no llegue su bruma espiritual. En donde no dejes que su presencia tumefacta haga eco en ningún grado de separación.
Este jardín puede adoptar la forma que sea. No te preocupes si no tienes patio ni el mar al alcance. El jardín es un momento del día. Un rincón de tu habitación. Un trazo en la memoria. Dale la encarnación que prefieras, pero ten ese lugar. Defiéndelo a muerte. Dedícale al menos un hora cada día. Que sea una disposición irrenunciable. Un rato donde te olvides de lo malo, del achaque cósmico con forma de presidente, senador o diputado.
Conforma la guarida en donde solo entra la belleza. Un corredor edulcorado por Beethoven o las Dixie Chicks, tú decide. En donde los versos de Cavafis marcan la pauta y en donde la única patrona sea Lauren Bacall y el arco de su ceja. Ninguna otra condena salvo el recuerdo de niñez. No seas siervo de ningún demagogo ni rindas pleitesía a quien pretende llevar el control de tu existencia. Nunca te sometas. Permanece con un ojo en la noticia, claro. Mantente siempre al tanto de los movimientos que los impresentables quieren dar para acuchillarte. Reclama y critica. No des paso libre a su sombra inmunda.
Pero vuelve siempre a tu jardín. Atiende al arte del desprendimiento. Olvídate de la partidocracia mientras preparas pasta en la cocina. Lee libros viejos: es un acto de resistencia. Lo mismo que abrir una cerveza para disfrutar un partido de futbol. La música, las películas de Billy Wilder, una tira cómica, una persona que te quiera y su voz . Solo ellos deben entrar en tu reino particular. No te dejes contaminar por la ordinariez. Salva lo que vale la pena. No sucumbas a la fuerzas bruta del eslogan ni al intelectual que cree saber lo que te conviene desde una oficina en el piso 9. Tampoco al hombre que se cree afortunado por haber vendido su alma a cambio de ser un peón desde el teclado. ¿Qué tienes tú que ver con ellos? Nada, vuelve a refugiarte detrás del manto cálido de tu ejército. Ese puñado de canciones. Las relectura de un poema. Un postre recién horneado. Un beso.
Que no te engañen. Lo valioso está ahí. No en la ocurrencia de un hombre gris, mucho menos en su hatajo de sirvientes.
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Quienes maldicen a la ligera pierden impacto en cada nueva carga. Caen en lo genérico, en la rutina. Se vuelven aburridos. Los insultos lapidarios vienen de las personas de pocas palabras, aquellos que no abren mucho la boca, pero que, como volcanes, lanzan eventualmente toda la inspiración contenida. Pasa con los viejos cascarrabias de los que nadie sabe mucho hasta que un día rompen el silencio con una ofensa que los vuelve leyendas del vecindario.
Bob Dylan aspira al título de mejor creador de insultos dentro de la música popular. Varias de sus canciones están pobladas del ingenio del rencor. La lírica al servicio del desprecio y el desquite. A falta de entrevistas y apariciones ante medios, la rabia acumulada sale en latigazos musicales que fulminan al interlocutor. Esta habilidad está presente en todas sus épocas, aunque especialmente en su juventud y primera madurez.
En «Masters of War» amenaza a quienes conforman la industria de la guerra. No conforme con equiparlos con Judas, Dylan les desea una muerte temprana (espero que su muerte llegue pronto / seguiré su ataúd / y esperaré a que los depositen / en su lecho de muerte / y permaneceré junto a sus tumbas / hasta cerciorarme de que están muertos) y tira un dardo a su capacidad mental: veo a través de sus cerebros como veo pasar el agua a través de mi desagüe.
Aun con gran virulencia, las canciones de protesta (aunque él renegara del término) no dejan de tener tinte formulaico. Lo mejor de Dylan está cuando se dirige a gente cercana, a personas a las que alguna vez tuvo en estima y luego lo defraudaron. El ejemplo más famoso es el de «Like a Rolling Stone», una canción de regodeo ante la caída de quien antes fue altiva. Más que una frase en concreto, la canción entera es un tour de force contra la frivolidad de la Miss Solitaria. Un festín alrededor de una piedra que cae.
De esa misma temporada es «Positively 4th Street», donde el autor se deschonga y tira sin piedad a una amistad que lo ha traicionado. Eres un caradura al ostentarte como mi amigo, dice, cuando estaba decaído te quedaste parado con una sonrisa. Sé muy bien por qué hablas a mis espaldas, yo solía estar acompañado de la muchedumbre con la que ahora estás tú. La furia está enfatizada por el insulto a la inteligencia que viene del otro lado. Ante ello, Bob Dylan rompe el vínculo, se aleja y expone sus motivos. Me tomas por tonto si piensas que haría contacto con alguien que intenta esconder lo que ni siquiera sabe cómo formular, dice, y sella con las líneas cumbre de la composición, un ‘vete al carajo’ de configuración especial: me gustaría que por una vez pudieras estar en mis zapatos y que solo durante ese momento yo pudiera ser tú. Así entenderías el fastidio que implica verte.
Blood on the Tracks es el álbum de ruptura amorosa de Bob Dylan. En él se muestra vulnerable, atormentado, confundido… y también molesto, como lo demuestra en «Idiot Wind», el cuarto tema. Casi ocho minutos en donde desfoga las cuentas pendientes de una relación estropeada. En medio de la lluvia, el protagonista reprocha a la mujer su nula lealtad, y peor, que se ponga del lado de quienes intentan hundirlo. La consecuencia es que la mire con desencanto. Le indica que ya no la siente más y que le produce náuseas tocar los libros que ella ha leído. No le cree ya, ha dejado de respetar sus palabras. Un viento idiota sopla cada vez que abres la boca. Un soplido dirigido hacia el sur. Un viento idiota sopla cada vez que mueves los dientes. Es un milagro que sepas respirar teniendo una mente como la que tienes.
Conviene que un genio tenga un espíritu indómito. Así era el de Duluth, Minessota: sin complejos. En tiempos obscuros hay proclividad a ir al límite. Alguna chispa puede salir de ahí. La empresa no está libre de riesgos, eso sí. Como ha señalado Dorian Lynskey, la faceta artística de Bob Dylan jugaba en detrimento de la persona. El ahínco de llevar la palabra y la libertad hasta las últimas consecuencias lo convirtieron en un hombre huraño, sumergido en la orfebrería de combinaciones hirientes. Sacaba la bayoneta contra los demás, daba con sus puntos débiles y los demolía, comentó alguna vez Carla Rotolo, testimonio recogido también por el periodista británico.
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Soy un hombre de perros por un asunto de, digamos, temperatura. Los prefiero sobre cualquier otro animal porque van en la misma sintonía que nosotros. Mientras una cabra o un pez están en lo suyo, el perro tiene una conexión especial con el espíritu humano. Lo sabrá quien, en medio de la penuria, haya recibido la bendición de un lengüetazo que súbitamente mejora un ánimo que parecía perdido. Nunca estás solo si tienes un perro cerca. No es perogrullada: hay multitudes que no quitan la sensación de soledad. Los perros permanecen aunque seas un barco que se hunde, aunque seas una desdicha a la que no le queda nada que ofrecer. Decía Jardiel Poncela que los gatos son los animales de quienes necesitan amar y los perros las mascotas de quienes necesitan ser amados. Difiero del querido maestro. Los perros conjugan la entrega y el encanto. Permiten vivir al máximo ambas experiencias. Cómo no adorar a quien ladra para protegerte. Al que se arrima a tu lado para dar una calidez que te sostiene en la lucha. Son lo contrario a un fantasma: su aparición ilumina cualquier espacio. Dan alegría, quitan la bruma a la cotidianidad. Verlos con la lengua de fuera es una fuente de inspiración. Su manera de levantar la pata al orinar o rascarse es una estética cómica. Sobre todo, el perro es un ancla a la vida, como lo mostró Umberto D.
A cualquiera que se sienta abandonado habría que recomendarle la adopción de un cachorro. No solo te brindan su compañía, al cuidarlos adquirimos un sentido y nos salvamos a nosotros mismos. Limpiarlo, darle de comer, sacarlo a pasear, ahí una gran responsabilidad ante el cosmos. No podemos rendirnos tan fácil mientras ellos dependan de nuestra presencia. Hay que esforzarse y cumplir. Estos animales confieren una alta clase de dignidad. Por eso, entre alguien que va solo en la calle y alguien que va paseando a su perro, me fío más del que va con el perro. Uno puede ser flor marchita, estar en el peor momento posible y ser blanco de la decadencia irremediable de los días. Da igual, el perro que espera en casa nos recibe como campeones del mundo. De su mundo. Que un perrito te mueva la cola cuenta como condecoración de la naturaleza. Y el sonido de un perro que olfatea cerca de tu oído es música divina. Ni siquiera ahondé en la lealtad que ofrecen sin pedir nada a cambio. Por eso soy un hombre de perros.
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Los Beatles echaron mano de “I’ll Follow the Sun” como un recurso de emergencia. Era 1964 y la banda necesitaba sacar un nuevo álbum para aprovechar la inercia que su fenómeno causaba en Estados Unidos. Apenas en julio de ese año habían lanzado el brillante A Hard Day’s Night, su primer disco conformado enteramente por canciones propias, pero había que volver al ruedo para Navidad. Así los Fab se vieron obligados a otro arreón, fuera como fuera.
Al resultado le dieron un título cargado de ironía: Beatles for Sale. En la portada se les veía demacrados, sin el brío de sus primeras incursiones en la industria. Al final, presionados por el tiempo y la escasa paz mental que daban las giras, el grupo tuvo que recurrir a seis versiones de otros artistas para completar el proyecto. Algunos desmerecen la obra por esa razón. Lo cierto es que las canciones originales tienen la calidad suficiente para sacar las castañas del fuego. El cuarteto de Liverpool mantenía el talante aun en condiciones difíciles y entregaba perlas clavadas de inmediato en la posteridad.
Paul McCartney escribió «I’ll Follow the Sun» en 1959. Fue unas de sus primeras incursiones como compositor y al cabo de los años fue interpretada contadas veces por la banda, aunque con un estilo distinto al que conocemos ahora. Ante la necesidad de nutrir Beatles for Sale, el tema fue rescatado y recibió un tratamiento más acústico y cálido respecto al que tenía en un principio.
«I’ll Follow the Sun» es eminentemente la canción con la que se despide alguien que no se siente valorado; sobre todo una canción sobre seguir adelante y dejar atrás un amor/amistad que tuvo sentido hasta que las nubes grises llegan y lo arruinan. Es un adiós sin remordimiento: del otro lado no hay consideración ni respuesta y de todos modos hubo actos indelebles que condujeron a la decepción.
No obstante, como en otras canciones del álbum, en «I’ll Follow the Sun» hay melancolía. Esto se desliza en el estribillo, el momento cumbre de la interpretación. Ahí, la voz de Paul se despide con una digna luminosidad: Ahora el momento ha llegado / Así que, amor mío, he de irme / Y aunque pierda a una amiga / Al final te vas a enterar de lo que ha pasado.
El toque maestro está en el acompañamiento que hace la voz de John Lennon en esas líneas, quien las repite de un modo sombrío, en contraste al de Paul. El oído atento podrá percibirlo. Ni siquiera parece cantar, simplemente arrastra las palabras, desganado, una parte del protagonista sabe lo difícil que todo será a partir de ahora. Es un mismo espíritu que se desdobla en situaciones así. La ambigüedad, los sentimientos contradictorios que carga uno al marcharse. Ningún cóver que se le haya hecho ha sabido detectar la importancia de este detalle, mucho menos replicarlo. La lección que dejan los Beatles es que de cualquier modo hay que moverse. Ir en busca de Sol. De otro Sol.
Durante años creí que John Lennon cantaba nada más en ese fragmento. Mi amigo Jorge D. (que sabe mucho más de música que yo) me aclaró un día que no: en realidad las voces de John y Paul van juntas en «I’ll Follow the Sun» durante la mayor parte del tiempo, fusionadas de tal forma que apenas y se nota que son dos gargantas y no una las que nos acompañan. Es durante los segundos de despedida en que las voces se separan. De este modo muestran los sentimientos discordantes que se mezclan en la ruptura. El efecto es enternecedor.
Toda proporción guardada, Elliott Smith era casi una síntesis de los Beatles. Tenía la pasión melancólica de John Lennon, el virtuosismo melódico y compositivo de Paul McCartney, y la sensibilidad y contención instrumentista de George Harrison. Le faltaba solo el carisma y talante de Ringo Starr. Elliott Smith terminó como terminó al no poder lidiar con la locomotora que llevaba por dentro. Un tormento a flor de piel, quiebre continuo que se deslizaba en sus canciones, caramelos cargados de hermosura con los que uno acaba por sentirse tan emotivo como apesadumbrado.
Vaya que aquel pobre hombre la pasaba mal. Más que escucharlo uno quisiera darle una palmada en la espalda, un abrazo, cualquier gesto de aliento que, se sabe, ya no le puedes dar.
El álbum más beatle de Elliott Smith fue el último que publicó en vida. Figure 8 (2000) fue su Abbey Road personal. En medio de la marea de cambio de milenio, el compositor estadounidense ni se inmutó. Sacó una colección de pop preciosista de sonidos templados cual si fuera 1969. El resultado es conmovedor, un último acto heroico en el terreno donde era diestro.
Pese a estar abrumado por los días, Elliott se las ingeniaba de algún modo para deleitar. Su vida era una debacle a la que equilibra con caricias sonoras, recompensando así a quienes accedían a escuchar sus confesiones más íntimas. Muchos genios cargan con una losa e intentan disculparse sin darse cuenta de que no tienen que hacerlo, sin comprender que quienes los quieren de verdad estarán ahí con ellos pase lo que pase; aún así actúan como si tuvieran una deuda que pagar. Son tan susceptibles que creen que deben justificarse ante el otro, cuando más bien merecen consolarse a sí mismos.
Figure 8 lleva una estructura que da cuenta del estado emocional por el que pasaba su autor. Las primeras canciones van a tambor batiente: inicia con «Son of Sam», uno de sus temas de mayor amplitud, y sigue con rendiciones del calibre de «L.A.» o «Junk Bond Trader» que son portentos dignos de alguien en plenitud y que aspira a salir en MTV.
Sin embargo, algo se descompone sobre la marcha. Por más que Elliott lo quiera disimular, hay una sensación que lo aqueja. Esto se hace patente en las pistas cuatro y cinco que llevan títulos parecidos entre sí, el autor se rinde por unos momentos y deja la creatividad de lado para evidenciar la cisma que le acorralaba. La cabeza no da para más durante la ruptura. «Everything Reminds Me of Her» y «Everything Means Nothing to Me» tratan de la memoria que atormenta, va de la mujer lejana siempre presente y termina con el nihilismo. Ya nada tiene significado para él.
Con la ornamentación y el tratamiento que da a «Everything Means Nothing to Me», propia de música de cámara, da la impresión de estuviera acompañado de un pequeño ensamble, aunque en el fondo esté solo. Es el canto de cisne de su espíritu maltrecho. Bajo capas de arreglos e impulsos melódicos sepulta la verdadera catástrofe, el derrumbe que le consumía por dentro.
¿De dónde viene la aflicción? Hay indicios en la canción menos elaborada de todo el disco. Una pieza que sabe a desliz. Soltada apenas en la segunda posición, «Somebody That I Used to Know» aparece así, pronto, como una carga que por más que intente no le queda otra que soltar lo antes posible para librar la condena… sin lograrlo. La semilla lanzada en ese momento termina por formar la bola de nieve del resto de la obra. Esto, que seguramente representó un drama personal, deriva un logro artístico mayúsculo.
«Somebody That I Used to Know» es un relámpago acústico. Las sensaciones reflejadas ahí son tan intensas que no podían extenderse demasiado. Se trata de la canción menos tratada en todo el material. Elliott no quería retomarla mucho. El dolor era suficiente ya como para volver a él a agregarle algún arpegio, un teclado. Tampoco lo necesitaba. La letra es confesión sin ambages. El nebrasqueño tenía sentimientos tiernos que una mujer volvió duros.
Ante ello, Elliott da un paso de página ambivalente. Se congratula de que todo haya terminado: su interlocutora no comprende lo que causó. Hay reproche, también la voluntad de olvidarla y seguir adelante. Crees que no hiciste mal, le dice a modo de reclamo, y por ello no vale la pena volver a concederle un solo pensamiento.
Todo llega a su fin, uno lo comprende un día, a menudo cuando está cerca de anochecer. La última obra de teatro escrita por Antón Chéjov, El jardín de los cerezos (1904), da cuenta del ocaso. El resquebrajamiento de una época a la que los ocupantes siguen aferrados. Un derrumbe del que no se percatan: condena por frivolidad. La bancarrota que arrasa un espacio donde hubo memorias y donde hubo belleza. En esta costura el drama. O la comedia, como la ideaba el autor, pese a sucesivas interpretaciones. Aun así, como apunta uno de los personajes, no hay día en que no ocurra una desgracia.
En el segundo acto hay un diálogo sobre la condición reducida del hombre. No somos para tanto, piensa uno de los presentes. Al final todos morimos, así que sería mejor olvidarse de ínfulas y ponerse a trabajar. Una forma de trascender, aun siendo pequeño, o más bien, ver con cinismo lo fútil de toda esta patraña. No creamos que somos mucho más que las hormigas, así que toma la pala, las botas, la pluma y papel, lo que sea. Entra en acción y acepta lo que corresponde.
Trofímov pone en duda lo dicho. ¿Cómo está eso de que morimos? Quizá tengamos cien sentidos y al morir solo perezcan cinco de ellos, los que conocemos hasta ahora. Puede que los otros noventa y cinco continúen vivos. Otros modos se existencia son posibles, no hay que afligirse ni bajar la cabeza.
Las líneas anteriores pasan un tanto desapercibidas dentro de una de las más famosas y aclamadas obras de Chéjov. Hubo, no obstante, alguien que casi ochenta años después retomó la teoría de que las personas tienen cien (o más) sentidos. Se trata ni más ni menos que Jeanette en Reluz (1983), el tercer álbum de su carrera.
Tras el éxito que Corazón de poeta tuvo en Brasil un par de años antes, la cantante y su equipo decidieron grabar un álbum con tintes bossa nova para afianzar el mercado. El resultado no tuvo el éxito que esperaban, pero el intento dejó un puñado de joyas. La más destacada de ellas es «Más de cien sentidos».
Compuesta por Edson Vieira de Barros (conocido con el nombre artístico de Ed Wilson) y José de Ribamar «Cury» Heluy, «Más de cien sentidos» calza perfecto con el estilo hipnótico de Jeanette; el de una belleza que no tiene que esforzarse para seducir y a quien le basta un susurro para dejar huella. El suave aliento que derrite un glaciar.
La adaptación al español del tema original en portugués corrió a cargo de Luis Gómez-Escolar, un orfebre de la lírica hispana. Ignoro si cualquier de los involucrados pensaba en El jardín de los cerezos durante las sesiones de grabación. Es probable que no, y aún así está la referencia. Los dos tenemos más de cien sentidos…
Digo que es probable que no porque el retrato difiere en casi todo en ambas piezas, excepto por esa alusión. Mientras Trofímov piensa en la trascendencia humana, un horizonte existencial en el que caben todos, Jeanette canta a la intimidad de pareja. Todo brilla, solo para ellos dos. Amantes prometidos de amor sin fin. Estrellas caídas llevadas por la misma canción. Al estar juntos la experiencia es tan amplia, tan placentera, que cinco sentidos se quedan cortos. En su historia romántica se agolpan más de cien sentidos.
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Un desconsuelo sobreviene cuando alguien comete la desfachatez de no ser como creíamos que era. Tal suceso equivale a la caída de un árbol que se ha cortado sin sentido. Madera noruega que se pudrirá al paso del tiempo. Es la decepción. Chispas que lanzan los tontos sentimentales, como aquella canción de Roxy Music.
Charles Bukowski era uno de ellos. Una víctima habitual de la salvaje tristeza que supone lo que se ha perdido para siempre. No había remedio para él. Lo decía en uno de sus poemas referente a ese espacio en el corazón que nunca será llenado… pero en el que seguimos a la espera.
Su sensibilidad era especial con algunas mujeres, en específico con las que por una u otra razón acabaron lejos de su vida. En una carta dirigida al poeta Steve Richmond en 1971 fue enfático al respecto.
Richmond era uno de los pocos amigos que tenía dentro del círculo literario, un ámbito que por lo demás le asqueaba. Pues bien, él pasaba por un mal momento tras la traición de una chica. Bukowski, más experimentado (era veinte años mayor) intentó darle un consuelo. Le dijo que había mujeres que podían hacerte sentir bien, pero que al cabo de un rato no tendrían empacho de clavarte un cuchillo y retorcerlo por dentro. Esto es de esperarse, le dijo, pero de cualquier modo duele cuando ocurre. Era normal que Steve se sintiera abatido.
Bukowski le aseguró que algunas mujeres gozan de enfrentar a los hombres entre sí, sobre todo enfrentarlos consigo mismos en una carrera a las tinieblas, y que si la oportunidad se presentaba la tomarían con gusto. Refería que los hombres tienen un tipo de lealtad que no es manejada por ellas.
Por último, le aconsejó dejarla ir. No tenía caso. «La soledad también trae un amor tan alto como las montañas». Lo sabía bien él, dado a periodos prolongados de reclusión.
El alejamiento tenía igual sus consecuencias. Una vez que la confianza se había roto la cadena de podredumbre se extendía. En otra carta, escrita en 1966, el autor angelino fue tajante. «El problema no es tanto perder a una mujer, esto es esperable, sino presenciar hacia dónde finalmente se dirige… hacia la muerte más corrompida, hacia lo más falso de lo falso, hacia la mentira, hacia la obvia mentira a perpetuidad. Es como una comedia, solo que tú eres la única persona en la audiencia y ellos están en el escenario».
Es famoso el poema en donde Bukowski asevera que siempre hay una mujer que te salva de otra y que mientras esa mujer te salva también se prepara para destruirte. Polémico y contradictorio, caía en generalizaciones espurias, en agravios. Aunque tampoco es que se pueda pedirle temple a alguien envuelto en llamas.
Además, sí que hay unos cuantos casos así. De inclemencia, de lascivia que destruye a seis manos el jardín que se había formado en tres primaveras. La puesta en abismo que ofrece la fórmula exclusiva a uno y a otro y a otro. Ante la compenetración grupal, el adiós inevitable. Hay deslices que no se pueden tolerar.
Luego de la cisma viene el silencio, al final todo es un poco nada. Borges reflejó esa verdad demoledora al escribir sobre la muerte de Beatriz Viterbo tras una candente noche de enero. Pese al desplome, el mundo sigue su marcha. Los anuncios de cigarrillos, el ruido de las cafeteras, los periódicos manchados. Así nosotros seguimos. Un sobresalto al principio, uno que al otro día ya es un poco menos y que al cabo de otros días desaparece. Lo que hubo está perdido. Triste, hasta que lo olvidas.
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Son días de jazz. El blue de Miles, el blue de Coltrane, el blue de Kenny Burrell, el blue de Tina Brooks, el blue de Paul Desmond. Qué mejor descripción de la melancolía del encierro que la leve guitarra de Jim Hall en “When Joanna Loved Me”, como si los dedos fueran un susurro en las cuerdas. Canela en rama junto al saxo que quiso ser un martini seco, una delicada recreación instrumental de las palabras de Jack Segal: el recuerdo de la persona amada cuando ella era recíproca, presencia que hacía de cualquier muladar un rincón de París, que cada instante a su lado fuera una tarde soleada de mayo, que cualquier sonido supiera a Mozart.
Queda poco de eso, salvo en la memoria. A falta de contacto y del efecto rejuvenecedor de las distracciones, las paredes aumentan la dimensión tiránica. La tarde de mayo es de pronto un chubasco de agosto, y es probable que al cabo de unos días dé un brinco al otoño más triste. Tal vez llegue el mes que suponga la resurrección, aunque no se sabe si será este mismo año o el siguiente o el que va después. Y muchos ya no estarán (o estaremos) para presenciarlo.
Un truco para no caer en desesperación está en transitar en piloto automático. Ir de la habitación a la cocina (el nuevo éxodo diario) sin pensar más que lo mínimo. No traer a colación las semanas de confinamiento acumulado ni el tiempo perdido e ir libres del espeso guirigay, fingir que la incertidumbre es un espejismo, un instinto legado por los ancestros como cualquier otro fastidio. Renegar; ni futuro ni pasado, tan solo el instante perpetuo en la que te las apañas para guardar el talante. Pensar que la vida es esta minucia y así, tal vez, dejar de angustiarse por lo que a fin de cuentas ya se ha vuelto la nada.
El engaño, claro, dura poco. Ahí están los recuerdos que se niegan a morir. No se rinden, contrario a lo que tenías planeado. Te arrastran con ellos, como en la canción de Joanna. Apenas se agolpa en la mente aquel viejo paseo, la minúscula charla, y de nuevo estás ahí, lamentando lo que ya no encuentras, lo que por ahora no puedes hacer. Y aunque eso duele a rabiar, también te remite por un instante a ese mayo remoto. Te brinda un fragmento del París nunca visitado. Una sonrisa de ella. Una caricia de Paul Desmond y del jazz todo, en sus tonos blue, tan lúgubre como romántico. Valores todos que, pese a la tristeza, te invitan a seguir en la lucha. A mantenerte esperanzado. La ansiada vuelta se acerca cada día.
Publicado originalmente el 13 de agosto de 2020.
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Si empieza usted a despotricar sobre alguna cosa como la pena de muerte, la economía rusa o esa idea de que «la belleza salvará al mundo»… en ese caso me divertiré infinitamente y me reiré muchísimo… —Fiódor Dostoievski, “Memorias del subsuelo” (1869).
Llaman la atención los agoreros que ante la Covid‑19 lanzan pronósticos a diestra y siniestra sin el menor pudor. No estimaciones razonables como podría ser una evidente crisis (ya en marcha) o aspiraciones modestas como la de necesidad de cambiar algunos hábitos en lo que la situación mejora, si es que alguna vez lo hace. Sino aquellos que ya se lanzan a hablar del fin de un sistema económico o que plantean metamorfosis en la condición humana al ahí se va. Pareciera que entre mayor sea su apuesta el intelectual siente más satisfacción. El wishful thinking de quien apetece que una pandemia haga realidad la fantasía que el destino tanto le ha vedado.
Me sumo, pues, a la dinámica del pronóstico estéril, a la profecía impúdica: asumiendo que tarde o temprano el coronavirus nos dejará medianamente en paz (lo cual dependiendo del minuto me parece más o menos probable), el deseo mayor entre las personas no será el de un cambio radical de los propios designios, más bien será el de regresar con espacial ahínco a aquello que había antes de que el virus nos estropeara el desayuno. Habrá cambios significativos, sí. Muchos. Sobre todo para aquellos que tuvieron una pérdida de cualquier tipo, en especial la de un ser querido. A ellos abrazo con solidaridad. Igual habrá nuevas reflexiones, medidas, precauciones. Pero sobre todo estará, creo, el ansia de volver a un centro comercial, el sueño de viajar a París, ver un partido de futbol, ir a conciertos y de sí, ingeniárselas para hacer dinero. Regresar a todo eso que hace no mucho estaba ahí y que no era tan malo. No es casualidad que extrañemos el exterior, tanto por los árboles y las nubes, como por todo lo que estaba dispuesto por un sistema que algunos quieren ver en cenizas.
La voluntad que percibo en el ambiente es más la de recuperar que la de trastrocar las lógicas previamente arraigadas. Puede que tome años (o que sea imposible a cabalidad) y sin embargo el deseo está en movimiento. Otras pandemias han pasado y tragedias mayores cimbraron a la humanidad. Pese a todo, un halo de fondo se sostiene. Los hábitos tienen su peso. Dudo que de pronto surja la fraternidad universal o que, al contrario, nos odiemos todos a muerte. Habrá, sí, matices: acercamientos y distancias, los pecados de siempre. Y dudo también que, así como así, abandonemos todo un sistema económico en el corto o mediano plazo, como si hubiera alguno probadamente mejor o que ofreciera garantías a la larga (tampoco se sabe de muchos chicos que estén abandonando Fornite y Minecraft para aprenderse “La Internacional”, qué les digo).
No desestimo la resiliencia ni la capacidad de adaptación de formas que duraron décadas. E igual confío en la cooperación espontánea que aflora para beneficio generalizado. Entre el escenario apocalíptico, la quimera y la falta de imaginación, le apuesto a lo último. A la eventual vuelta a los restaurantes, a la próxima cita en la butaca de cine, a un picnic en cualquier parte. Ya sé que peco de frívolo, de generalizador y de simple, y que puede que todo eso tarde en llegar si es que un día lo hace… y, sin embargo, son las aparentes superficialidades a las difícilmente vamos a renunciar. Quizás al final sí sea la belleza la que nos salve, la búsqueda de ella para ser exactos. Junto a los médicos y científicos, claro. Y qué difícil será. Pero si logramos sobrevivir nos esperan los bares.
Publicado originalmente el 4 de mayo de 2020.
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Le gusta ser conocida como la mujer del escándalo. En específico, Lady Skandalous. Es de San Luis Potosí, dice tener 28 años y disfruta de la sexualidad en su máxima expresión. De esta manera le gusta el exhibicionismo y el BDSM; dejar marca y ser marcada. Pero sobre todo le gusta divertirse, jugar. Alterna los roles de sumisa y dominadora dependiendo de la época y de la persona que tenga a su lado. Por ahora se considera bisexual.
Para ella el maltrato no es un castigo, es un placer. Le atrae ser golpeada. Reivindica la provocación como una obra creativa y, en específico, como una manifestación de la libertad. Es así que desprecia lo cotidiano. Tiende más bien a lo que va contra la norma establecida, se comporta de modo tal que las miradas ajenas transcurran entre la condena, la fascinación y lo sorpresivo.
En cualquier caso conoce bien la sociedad a la que pertenece. Vive en una ciudad caracterizada por una visión conservadora. De ahí que prefiera guardar su identidad y haya optado por una creación que, asegura, es parte de ella misma: un complemento. Una figura que se define como una princesa durante el día y como una puta durante la noche.
En la entrevista deambula entre la sonrisa, cierta contención y el atrevimiento. En algunos momentos parece guardarse, pero de inmediato procede a la liberación. No hay reserva en ella, a pesar de que se trate del primer ejercicio de preguntas y respuestas por el que ha pasado.
Nacida en una época distinta a la actual, Lady Skandalous ha tenido que ser cuidadosa respecto a la conducción de sus días. Separa esferas y no deja que se toquen entre sí; no por pudor ni reserva propia, sino por las implicaciones negativas que sus debilidades podrían tener en el lugar donde trabaja o en lo que respecta a su familia. Bajo un nombre real no puede expresarse por completo. La sociedad en San Luis Potosí es propensa al estigma. Con ello en mente, tomó el nombre de Lady Skandalous, un personaje en proceso a partir del cual puede vivir la libertad que en estos tiempos considera como una transgresión.
Aun así, nunca renuncia al deseo. La vida se te va si te quedas con el qué dirán, apunta. A ella le gusta aplastar barreras: nunca ha dejado de corresponderle a la curiosidad.
Entre su círculo social solo una amiga conoce a detalle la faceta nocturna que prefiere mantener escondida luego de que hace años un compañero de trabajo descubriera su cuenta de Instagram, un jardín de recreo donde daba muestra de su cuerpo y de la posibilidades de la sensualidad.
“Con razón me están viendo raro”, se dijo a sí misma cuando se dio cuenta de que se habían infiltrado en el espacio que ella tanto había procurado mantener bajo llave. Tuvo que cambiar de nombre. El tema no se resolvió. Hubo cotilleo y miradas socarronas en la oficina. Optó por continuar como si nada hubiera pasado. Ni ella ni el colega lo tocaron en conversación. Solo se encargó de adquirir un nuevo perfil y poner nuevos candados.
Tal acontecimiento la hizo sentirse mal. Incluso se retiró por un tiempo. Puso toda sus huellas virtuales en privado. Después asumió que ese riesgo, el de ser descubierto por conspiradores y mojigatos, siempre estaría ahí y que era mejor no frenarse por ello.
DOMINAR
En meses recientes Lady Skandalous ha cambiado. Cada vez está más interesada en el rol de dominadora, dejando un poco de lado su lado de sumisa. Tiene planeado hacerse una serie de cirugías radicales que cambien por completo su figura. Quiere convertirse en lo que llama “bimbo girl”, una figura exuberante, de pechos enormes y labios rellenos hasta casi reventar. Esta modalidad, cada vez más popular en países anglosajones, tiene la finalidad de convertir a la mujer en una especie de Barbie desbordada por una hedonista artificialidad.
Para lograrlo, Lady Skandalous pretende buscar una lipoescultura de alta definición. “Todas las bimbo girls con muchísimos followers tienen esa cirugías. La intervención quirúrgica se les nota en el abdomen”.
No obstante, por ahora Lady Skandalous se concentra en un objetivo inmediato: fundar la primera academia sissy en México. De hecho ya tiene a su primer alumno al que convertirá en un sujeto distinto.
Dentro de la nomenclatura de BDSM, sissy se refiere a un hombre de corte sumiso que por medio de entrenamiento y una serie de prácticas logra hacer una transición hasta convertirse en un ente femenino que viste como mujer y que quiere ser dominado. A menudo el sissy trasciende al ámbito sexual y gusta de prácticas asociadas a la ama de casa que se desvive dentro del hogar, como tejer, lavar, planchar, además de complacer a su amo en lo que le sea requerido. Gustan también de ser penetrados.
PAREDES TAN FINAS COMO EL PAPEL
Lady Skandalous tiene pareja. Se trata de un muchacho un poco más joven que ella al que conoció dentro del mismo ambiente underground en el que desenvuelve su faceta sexual. Es una relación libre, aunque con una concepción firme y particular de la fidelidad. “Llevamos un acuerdo de libertad sexual, solo que reservados emocionalmente. Con estos vínculos no tienes permitido enamorarte de otra persona. Por eso es lo de la libertad sexual. Si yo quiero o él quiere estar con otra persona lo platicamos. Hay una tarjeta verde que podemos dar después de poner las cuentas claras, primero es cuestión de sentarnos y hablar”.
Hace años Lady Skandalous tuvo otra relación sentimental. Fue quien la introdujo al gremio, por quien adoptó lo swinger en un noviazgo. “Duramos mucho tiempo; fue él quien me adentró en la escena. En este lado [el swinger] también hay BDSM. Comencé a explorar. Él era muy dominante conmigo. Yo tomé el rol de sumisa, y es así como fui aprendiendo”.
“Lo que me gusta es lo que te provoca el dominante”, dice Lady. “Todo eso que como sumiso fantaseas con tu dominante. La fantasía. Porque es muy compleja esa relación. Hay gente que se llegan a enamorar de su dominante o viceversa. De otras relaciones tienes que tener cuidado porque son tóxicas”.
Cuando está de sumisa, lo que Lady Skandalous busca generar es “placer, complacerlo al cien, lo que diga él y como él mande”. Este concepto de la intimidad implica versatilidad. La pauta, si acaso, es amoldarse hasta donde se convenga en el trato. “Cada dominante es diferente. Cada uno tiene sus propios fetiches o actividades planeadas”.
Algunas de las indicaciones tiradas por los dominantes pueden ser peculiares. Al principio suele haber una plática. La entrevistada considera que hay que poner las cartas sobre la mesa y ajustar detalles. Hablar de gustos y de lo que se permite o no. “Es un intercambio de información. Y es por tu propia seguridad. Una persona sumisa es muy vulnerable, está a la merced del amo. Puede ser dañino, los acuerdos son para que no puedan lastimarte de más”.
TÚ QUE DESEAS CONQUISTAR EL DOLOR…
Uno de los ejes más conocidos dentro del BDSM es el de juegos de restricción. La restricción, detalla Lady Skandalous, puede implicar la inmovilización de las manos o pies, como es bien conocido, igualmente puede ser de inclinación sensorial. Para lograrlo es frecuente el uso de aditamentos que limitan el nivel de percepción de lo que ocurre. “Hay una máscara que tiene muy pequeños orificios cerca de la nariz, con esta máscara apenas se puede respirar, por eso se debe mantener el temple y no desesperar. Hay que tener autocontrol”.
“Tienes que llegar a acuerdos”, reitera. “No se trata de sufrir, sino tantear y marcar límites para disfrutarlo”.
¿Cuáles son los límites de Lady Skandalous? Unos muy claros: no le van las amputaciones ni los juegos con niños. Alrededor del mundo hay quienes caen en prácticas ilegales que ella repudia. El abanico de los fetiches tiene un lado turbio del que da cuenta. Dice que algunos personajes avanzan sin ningún código.
Los juegos de violación simulada tampoco le van. Ni los secuestros consensuados que le han propuesto. “Es una dinámica. Me la explicaron, yo dije que no. Consiste en que tú no sabes cuándo ni dónde, el caso es que te van a secuestrar. Claro, tú das la autorización previamente”.
Hay quienes tienen esa fantasía, la de ser secuestrados y violados. No es su caso. No gusta de esa recreación, mucho menos cuando implica un grupo. “Sí es un poco pesado. Estás tan frágil que estando así, con cinco personas o más de las que tú crees, sí se torna un poco peligroso. Porque a ese nivel el nivel de excitación es muy elevado y te arriesgas a que a ellos se les pase la mano o no usen condón”.
LA SEGURIDAD
Ella siempre se protege. Usa condón en cada una de las ocasiones. Es su modo de evitar preocupaciones. Otra alternativa para estar segura es una práctica adicional del BDSM: los juegos de castidad. “Ahí hacemos todo, solo que los varones no tienen permitido eyacular ni tener erecciones. Es estricto, se les pone su cinturón de castidad y candado”.
Lady suele conocer a cómplices por internet. Gente con sus mismas aficiones con la que, a veces, termina por reunirse. Esto no está exento de riesgos, ya que intimar con desconocidos da un margen enorme a lo impredecible. Tiene tácticas para sobrellevarlo.
“Antes de ir a más, me pongo por regla a conocer físicamente al otro, y en un lugar público, ahí te das cuenta de cómo es la persona y verificas que sean como en su perfil en línea. Ya si llega a haber una interacción física, debe ser en un lugar céntrico. Se recomienda que si no conoces a la persona no vayas a su casa. Hay gente en este medio que tiene calabozos, entonces te pueden encerrar y nadie afuera sabe lo que está pasando. Otra posibilidad, por ejemplo, es que te lleven a un rancho y te metan a una jaula. Es super peligroso”.
¿Sabes de casos así?
Sí, los hay. Me he enterado a través de la red. Hay páginas donde la gente cuenta sus recomendaciones o inquietudes. Muchas sumisas quieren mejorar, o dominantes quieren ser el mejor de todos, entonces ahí se pueden intercambiar puntos de vista, actividades, y hay gente que también comparte las cosas que a veces no son tan agradables o tips como el de no caer en una propiedad privada, una casa, sobre todo si no conoces a la persona o si no sabes de dónde viene. Si hay química acuerdas qué te gustaría, que no te gustaría, y ya empiezas a armar el plan. Los acuerdos, mejor dicho.
¿A ti qué es lo que te gusta?
Mira, yo entré como switch. Switch quiere decir que a veces soy dominante, a veces soy sumisa, depende de la persona con la que esté. Porque hay personas con las que te sientes mejor siento dominante, y hay otras con las que te sientes sumisa. Y ahorita estoy en una etapa más dominante, me siento más a gusto. Hay hombres que tienen el fetiche de ser dominados. Con ellos llego a un acuerdo, a algunos les gusta la dominación psicológica, a otros la humillación. O ya vamos a otra clase de fantasías. Hay gente a la que le gusta mucho el scat [ingesta de heces o fluidos de otra persona], a mí no me gusta. No me gusta nada. Todavía la lluvia dorada… el scat no. Hay quienes tienen ese fetiche, de ver defecar a una persona. Cada quien, es respetable, simplemente a mí no me va. Por eso hay que llegar a los acuerdos.
DESEO CARNAL
“A mí en lo personal me gusta mucho el dolor, encuentro mucha excitación recibiendo dolor. Sí me ha tocado gente que también disfruta lo mismo. Para mí recibir dolor es un premio. Entonces a mi dominante solo le serviría para una especie de corrección. ¿A qué le llamamos corrección? Por ejemplo, tú estás haciendo un patrón o conducta que no le gusta a tu dominante, ahí es cuando te corrige. Y son castigos. Tú castigas el físico infligiendo dolor, y la otra persona lo entiende. Lo aprende y ya no lo vuelven a hacer. En mi caso, al contrario, es un premio. Así que pues… lo voy a seguir haciendo, me encanta. Por eso tiene que ser otra dinámica. Y como dominante a los chicos generalmente les gusta más como el dolor, como el castigo. Hasta el momento no he encontrado algo opuesto como yo. Lo mío es particular. Me gusta que me maltraten, lo veo como un disfrute”.
No te ves marcada ni con lesiones, ¿cómo le haces?
Bueno, es que tenemos lugares. Donde sea visible ahí procuramos no meternos por cuestiones de trabajo, por cuestiones sociales. Si yo llegara aquí con la marca del bofetón que me dieron sería extraño. Hay bofetadas que incluso te pueden partir la boca. En particular yo lo gozaría, pero si entro a trabajar, por ejemplo, sería difícil de explicar. Y pondría a mi pareja en el ojo del huracán como un golpeador de mujeres, cuando no es tanto así, sería consensuado. Muchos no lo entenderían. Así que preferimos evitar aprietos.
NITRATO ANIMAL
Lady dice que al momento de la entrevista lleva consigo marcas que no se alcanzan a ver gracias a la ropa que lleva encima. Moretones, sobre todo. Reconoce que su piel es especialmente sensible. Más cuando le pegan con fustas, una herramienta que habitualmente es utilizada para reprender a caballos. Sobre ella han utilizado cinturones, alicates. O lo que se disponga en la ocasión, como cazuelas, palitas de cocina, zapatos… botellas que se puede insertar con ayuda de lubricante. Lo que sea.
Me contabas que tu pareja es muy dominante, ¿alguna vez se les ha pasado la mano?
“Sí. A mí me gusta mucho la asfixia y fue así. Estábamos en un juego y estábamos probando. Fue a pelo, o sea nada más con su mano en mi cuello. Y hubo un momento en el que no podía más. Tenía que decir la palabra de seguridad y no podía. Fue muy difícil. No podía hablar. Fue peligroso porque no acordamos nada con las manos o señales de alerta que sirvieran para detener el juego. Él pensó que yo estaba con la excitación, cuando yo estaba a punto de desmayarme…”
(En este momento suena su celular. Era su amo para preguntarle si estaba bien. Ella le había avisado de la entrevista. “Se preocupa por mí”, dice).
¿Cómo acabó el episodio que me relatabas?
Esa vez sí me pude soltar. Él no se detenía, fue muy delicado, llega a pasar con juegos así.
¿Qué opinas del feminismo?
Yo vivo mi libertad sexual, una libertad propia. Si la sociedad lo toma como transgresor, es parte del personaje que tengo como Lady Skandalous. Puedo ser fuerte, sin ningún impedimento, sin ser señalada ni juzgada. Va de la mano. Y hay más personas en el ambiente que están con la cuestión del empoderamiento de la mujer. Al menos conmigo, en un nivel dominante, los individuos te dan esa posibilidad, se someten a ti. Y eso es una gran responsabilidad.
¿Cómo empezó tu exploración de la sexualidad?
Tenía 17 años cuando tuve relaciones por primera vez. No era tan joven. Me esperé, yo lo veía en un plan más romántico, no como algo frívolo o de simple fiesta. No me parecía padre, además conocía los riesgos y todo lo que conllevaba tener sexo. Así que me esperé, y luego tuve relaciones con un amigo, muy tranquilo, muy especial, una buena aventura. Y de ahí pues con parejas en la universidad, ya eran como mis novios. Nunca fue una cosa como muy extrema ni nada. Conforme crecí fui teniendo más confianza en el aspecto sexual.
¿Cómo fue que empezaste a tomar un camino menos, digamos, convencional?
Ya fui a más cuando estuve de intercambio en Francia. Fue donde me sentí más libre y confiada. Tuve más parejas sexuales, muchísimas… bastantes. Cada fin de semana era una diferente. Tenía una amiga con la que tenía un concurso de a ver quién se acostaba con más tipos. Nosotros éramos como las loquillas. Había compañeras que eran muy reservadas y tranquilas. Éramos la contraparte, siempre íbamos a fiestas.
***
Lady Skandalous estuvo dos años en Francia. Fue una aventura austera amparada en una mochila. Regresó a México por la estabilidad. Sintió que esa etapa había concluido. Y dice que si vuelve a Europa sería con mayor holgura económica, con un lugar digno para vivir. No lo descarta, por su puesto. Lleva por dentro una corriente multicultural. Además de español sabe hablar inglés, francés y portugués. Parte de sus antepasados son de Brasil.
¿A dónde salías a divertirte en París?
No entraba tanto a clubs ni antros especializados en BDSM. Me daba miedo porque acostumbraba a salir sola. Prefería evitar esos lugares. Me daban curiosidad, fue por motivos de seguridad que los pasaba de largo. Además me tocaron experiencias desagradables. Chicos que te empiezan a seguir de la nada en la calle. De repente te das cuenta que ya llevan una hora siguiéndote. Imagínate, si eso pasa con gente rándom en un lugar público, ahora imagina en un club, donde es más intenso. Además generalmente estos lugares ya abren muy tarde. A esa hora ya no hay transporte público. Si te llega a pasar algo ahí, cómo le haces, cómo te vas.
En Europa hay gente muy extrema, a la que nada le sabe suficiente…
Sí, hasta caníbales. Cuando yo estaba allá se hizo famoso el caso de Luka Magnotta, un chico canadiense que se comió a su amante. Cruzó fronteras y andaba escapando de la ley en Europa. Hay casos de gente que desea ser comida. Les excita eso, es una filia: ‘a mí me encanta que me lleguen a comer’, admiten, y se ponen dispuestos para ello y buscan a su contraparte. Si la encuentran es una bomba. Es complicado, porque va contra la ley, si bien no deja de ser consensuado.
¿Cómo es que llegan a esos niveles?
Fíjate que en esos aspectos siempre pienso en la dominación psicológica, que pueden llegar a convencerte de casi todo. El dominante puede manipular de una forma muy poderosa. Tú puedes no estar muy de acuerdo, te ven como indeciso… y claro te van preparando, como una presa. En la escena hay quienes se consideran presa y otros cazador. Hay niveles al respecto. Incluso puedes hacer tests en internet para ver qué tan cazador o presa eres. Así te das una idea. La seducción y el ligoteo tienen algo de cazador, de primitivo. Nuestros instintos están ahí.
A HOUSE IS NOT A MOTEL
Para Lady Skandalous es indispensable separar la faceta sexual y nocturna de lo que representa el sagrado ambiente familiar al que no permite que cualquiera entre. Tiene razones para ello.
Cuéntame de tu vida hogareña
Tengo una pequeña familia. Vivo a su lado. Cuando suele haber estas cosas, mi hogar es mi santuario. Ahí no meto a nadie. Hay gente que puede llegar a obsesionarse conmigo. Tuve una persona por ejemplo, que no creía capaz… le empecé a abrir mis puertas y la intimidad. Y lo invité a mi casa. Después, cuando nos peleamos quise cortar contacto con él y me fui dando cuenta de que el chico estaba en mi domicilio un promedio de cuatro horas al día. Ya no estaba padre. Daba miedo. Empezó a tocar la puerta a horas inapropiadas. Estaba obsesionado, era peligroso. Fue la última vez que lo permití. Esa persona llegó a tal extremo que dije no, suficiente. Última vez. Fue una estupidez mía porque yo lo permití, fue mi error.
¿Acudiste a la ley?
La justicia me apoyó. Tengo que reconocer que hay avances en esto. Hay más respaldo que antes. Hace años tuve otro apuro. Una pareja mía que tuve se le estaba pasando la mano. Estábamos jugando también, teníamos como 19 años e intentamos. El inconveniente es que fue muy, muy malo, se salió de control. Y ya después acudí con la ley. Y no me hicieron mucho caso, me vieron muy chiquita, pensaron que era una tontería y no era así, ya después el chico estaba acosando a mi abuela, a todo el mundo. Si me veía decía que me iba a golpear porque no iba a dejar que nadie más estuviera conmigo. Ya muy extremo. En ese entonces no había tanto apoyo para las jóvenes. Y ahorita, la última vez que fui a buscar un apoyo y orientación fue muy diferente. Se ve la estructura. Me canalizaron y me guiaron a instancias de protección a la mujer. Y más allá de que no quieras denunciar o no tengas credencial de la otra persona o alguna prueba, se queda como un precedente y ya te creen. Eso está muy bien. Lo que sí es triste es ver chicas de todas las edades ahí, que son víctimas.
¿Qué lección te dejaron los malos tragos?
La dominación psicológica que pueden tener sobre ti es de temer. Yo por ejemplo, siendo dom, no llego a ese extremo, de convencer a algo que el otro no va a disfrutar. Es una cuestión ética. No me gusta aprovecharme de alguien vulnerable. Hay a quien sí le excita eso, sobrepasar los valores y principios del otro. Ya es de cuidado.
¿Alguna vez has cometido un acto que no te gustara?
Siempre he tenido fuerza mental. Eso sí lo recomiendo mucho. A las chicas les digo que tengan esa fuerza de decir no. El ‘no’ es un poder que tiene cualquier persona… decir no. Muchas veces en este mundillo esa palabra se olvida: o por querer complacer a la otra persona o ser el mejor sumiso, o por pena, no pones ese límite. Con lo que he visto, me he dado cuenta que sí se puede llegar a tornar peligroso no decir “no” a tiempo. Y tener tus convicciones bien definidas es vital. A veces es difícil por la edad o por la inexperiencia. Pero debes saber por dónde vas. Al menos una guía, aunque sea difusa. Si no, luego al final ya haces cosas que no creías, que no imaginaste hacer, tus valores empiezan a ser rotos. Hay gente a la que la humillación les puede llevar a tocar fondo, llegar a más de lo que tú crees, un punto donde no hay placer, solo dolor, tristeza. Es peligroso. Hay desde gente dominante que te quiere meter al mundo de la prostitución. Y es así de que “me excita que tú seas prostituta”. Esto te hace pensar… ¿va dentro del rol o va más allá? ¿O este qué está tramando o está en otras ondas? Incluso hay quien llega a convencer a tantas chicas y arman un harem o también hay quienes te dicen que su satisfacción llega a través de que les des dinero… y hay chicas que acceden y les dan dinero. Por eso tanto hombres como deben mujeres deben tener fortaleza. Debes escucharte a ti mismo como persona, identificar cuando no te está gustando. Y así como ellos llegaron, tú tienes la libertad de buscar a alguien más. Hay dominantes que dicen “eres mía y con nadie más”. Y te prohíben cosas. ¿Al final que vas a hacer? Quedar como un saco de papas. Siempre y cuando no esté consensuado y vaya más allá del límite, eso ya no es correcto.
EL PARAÍSO PERDIDO
Hay una línea delgada en lo que respecta al BDSM. Cosas que aparentemente están consensuadas, en realidad parten de un condicionamiento, de una manipulación. El punto en el que se pierde la independencia. En este sentido hay casos extremos, como el la amputación erótica, una práctica que se presenta en algunos círculos y que, como describe Lady Skandalous, puede representar un abuso al que algunas sumisas acceden por presiones o un largo proceso de adoctrinamiento en el que pierden la condición psicológica.
“Se da. Que te digan ‘estás castigada, te voy a quitar una pierna’. Hay también aspectos psicológicos que quedan quebrados, hay gente que busca romperte mentalmente. Yo tuve un exnovio militar que intentó acabar conmigo en lo emocional. Estábamos jugando cuestiones relativas a la humillación. Dentro de ello hay reservas. Que te pueden humillar en ciertos sentidos, mientras no te digan que eres sucia o que se metan con tu familia. A mí eso no me gusta. Este chico ya no tenía contemplaciones. Como éramos pareja me agredía a diario. Ya trascendía al juego erótico. Eran un abuso psicológico. Ya no era consensuado. La diferencia es muy tenue, por eso tienes que estar muy consciente de que sí o que no. Y tu palabra de seguridad, saber cuándo decir ya no. Por eso es recomendable consultar los cuestionarios que hay en línea que ayudan a orientar sobre tus fronteras respecto a fetiches y prácticas en la intimidad. Hay quienes hasta hacen contratos con sus parejas para que todo quede claro y no haya riesgos. Ahí se deja en claro en lo que se está o no de acuerdo y se firma por ambas partes. Esto le da seguridad a los dominantes, ya que así evitan que los sumisos luego puede demandar o viceversa.
Tienes una faceta exhibicionista, ¿cómo es?
Me gusta andar desnuda en la calle. Aunque claro, tiene sus trabas. Tanto por las autoridades como por hombres que acechan. Suelo hacerlo en carreteras o zonas desérticas donde sé que no hay tanta gente y no hay problema. Igual con las relaciones sexuales en la intemperie, donde sé que va a pasar alguien. Me gusta no llevar ropa interior, a sabiendas de que me van a ver. No me molesta que un extraño me observe, está dentro de mis fetiches. Te doy un ejemplo, puedo jugar a que yo me quito el bra y ando por el Centro Histórico. Me gusta provocar una reacción en la gente. Es como un juego.
***
Para la entrevista, Lady Skandalous utilizó un atuendo relativamente discreto. Dice que así lo acordó con su amo. No es un día en el que tenga carta blanca para hacer lo que quiera. La compromete una objeto que lleva consigo: un collar de sumisión con el que su pareja marca territorio. Cuando lo porta, sabe que no puede sobrepasarse. Y si bien entre ambos hay apertura y la posibilidad de estar con otras personas si ambos dan su anuencia, hay otras ocasiones en las que la fidelidad se vuelve estricta. Lo demuestra cuando lleva el collar.
“Tú como dominante das algo a la otra persona. Dejas tu huella, que le recuerde que eres de él. Hoy no puedo jugar porque él no me dio permiso. Él suele dejarme marcas en el cuerpo, cuando estás con alguien del ramo suelen dejar algo de ellos en ti. Algo que le dé entender a la otra persona de dónde viene. Si estuviste con otro y tu dominador no dio permiso, puede venir lo de los castigos. Al final todo es un acuerdo”.
¿Puede estar con quien no sea tu pareja?
Si yo conociera a alguien, mi amo podría darme permiso. Él lo tendría que decidir, porque llevamos un rol. Él es mi dom y yo soy su sumisa. Otras parejas llevan roles diferentes. Mi acuerdo en lo particular es no romper nuestro vínculo. Él también lleva una marca mía. Yo le mencioné que se hiciera un tatuaje en el brazo y se lo hizo. A él, en cambio, le gusta mucho marcarme piercings donde él quiere. Él me los paga, me lleva, me acompaña. Llevamos una relación así. Me gusta marcarme y ya en el futuro el objetivo es llevar unos piercings que son para colocar elementos de castidad en mujer. Artefactos que te cierran con llave. Es un juego, repito, un juego que en lo personal me gusta mucho y a él también. Así que si él o yo decimos “hoy ponte tú elemento de castidad”, ambos accedemos. Solo nosotros tenemos la llave. Esto tiene complicaciones cuando quieres orinar, por eso estas herramientas tienen elementos que van a tu uretra y te permiten ir al baño. Hay de todo, hay instrumentos médicos que se usan en la exploración erótica. En lo que respecta a mi chico, le gusta marcarme con piercings, a mí me gusta marcar con tatuajes, o mínimo marcarlos con una pluma, que se pongan lo que yo quiero. Es una señal mía que le va a recordar de quién es. Pueden ser iniciales, una figura, depende. Me gusta que cada uno sea único, hay quienes prefieren dejar siempre la misma marca.
AHONDAR EN TI
Lady Skandalous ha estado hombres y mujeres, con más de una persona a la vez. “Me considero amplia, no me gusta encasillarme en si soy hetero, homo o bisexual. Depende del momento. Y en este momento podría decirse que soy bi, aunque igual soy experimental”, dice. “He llegado a estar en una habitación con 10 hombres y con unas cinco mujeres al mismo tiempo. Hay gente a la que nada más le gusta observar”.
¿Cómo organizaron ese encuentro?
Fue una fiesta. La organizó un señor extranjero. Todos llegaron al motel donde quedamos. En los moteles es mejor por seguridad y privacidad. O en casas que se renten solo para ese propósito. Otras veces ocurre en ranchos, donde hay mayor intimidad y menos problemas con hacer ruido. Ahí puede llegar a ser más riesgoso, pero en eventos grupales hay certeza porque hay una organización y debes conocerlos. Cuando hay parejas involucradas te da más confianza. También van solteros, o unicornios (chicas que van solas), o cornudos. Los que arman el encuentro te dan indicios de cómo será todo. Incluso del rango de edad. Esto es importante porque luego hay cuestiones que no podrían latirte. Te dicen el número de personas que van. Esto se ve por medio de algunas páginas de internet, y luego por whatsapp. Yo le hice preguntas sobre cómo iba todo. Y luego investigas para ver si es fiable. Hay que poner filtros para saber si es seguro. Si llegas y todo es como te dijeron, adelante. Este proceso es importante, para no encontrar imprevistos. Generalmente los que van son de cierto estrato social, de rango elevado, gente que tiene autocontrol. Luego hay situaciones desagradables. Una vez platiqué con una pareja y me dijeron de una fiesta en la que fueron engañados. Llegaron a una fiesta que organizó un particular y resultó que en el lugar había puro camioneros, la sala estaba llena de hombres y del otro lado nada más estaban ellos dos. De repente le empezaron a decir a ella, a su esposa, que se quitara la blusa. Y todos estaban muy intensos. Aquello no les latió, estaban sobrepasados y no hubo confianza. Prefirieron retirarse. Para evitar eso yo investigo mucho. Al final siempre hay riesgos y no me fío demasiado. Yo tengo una amiga que me ayuda. Nos pasamos la ubicación si andamos en ciertos lugares. No hablo de esto con mucha gente. Con ella sí. Con ella tengo mucha confianza. Es bueno tener una persona que te sepa escuchar sin que te juzgue. Ella me echa la mano como un ancla de seguridad a la que le puedo avisar dónde me encuentro.
La entrevista termina. Lady Skandalous debe marcharse. Tras ella queda la estela de la complejidad, de una dualidad que echa chispas. Una representante de las féminas de las que hablaba Lou Reed. Una heredera de las Chelsea girls, la Venus de las pieles que tomó de von Sacher-Masoch. La que lleva brillantes, brillantes, brillantes botas de cuero. La de fantasías callejeras. La que sabe que el amor no se da a la ligera. Alguien que busca curar a través del dolor. Sí, la que usa cuero que brilla en la obscuridad.
Publicado originalmente en marzo de 2019.
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