
Enrique Galindo tiene muchos amigos. Quizá demasiados. Ahí está su debilidad política. A menudo en la vida somos formados más por los enemigos que por nuestros aliados. Las figuras de contrapunto estimulan nuestro comportamiento y con su lata nos llevan a enmendar, a ser audaces, a contragolpear. Galindo no las tiene en plenitud. Incluso parece reacio a la confrontación. La sombra de una duda.
El alcalde de San Luis Potosí tiene en cambio mucha complacencia. Toda una camarilla de subordinados que aplauden su ubre. Es fácil ser entusiasta y optimista cuando se está en la nómina. Todo está bien, maestro; va muy de maravilla, maestro. A los obreros de la ciudad les importa mucho que usted vaya a un evento gastronómico en Cuba y las nuevas producciones de Netflix aliviarán la inseguridad de las familias potosinas, maestro, maestro. Los jóvenes olvidarán lo que ha pasado con un finado amigo si traemos a Alberto Peláez y ponemos más publicaciones de perritos.
Tal es la tragedia de Enrique Galindo. Cree tener un rumbo, y lo tiene, pero a la perdición. El policía no tiene quien le diga. No tiene quien le diga de sus yerros. No tiene quien le recuerde que gobierna en un momento de excepción nacional. Que no está a cargo de Vancouver ni de Ámsterdam, sino de una ciudad que anhela, ante todo, el cachivache de toda la vida: seguridad.
Los potosinos eligieron su perfil en 2021 por dos motivos principales. Uno, por ser una figura que podría antagonizar con el proyecto del Verde. Y el otro, no por su carisma ni talante bonachón, sino por su experiencia: la posibilidad de tener a un hombre duro frente a la delincuencia.
Olvidar la empresa bondadosa del “Sí” en un cuerpo policiaco —ese error fundacional—, que más bien ha de ser implacable. Esa tendría que ser una de sus tareas urgentes. Si su intención no era ser gobernador debió dejar su espacio a alguien más, de otro modo es funcional al poder político dominante.
Hasta ahora ni uno ni lo otro. A casi dos años de gobierno, el alcalde está más preocupado por el aura buenista. Por la cultura, por el turismo, por, hágame usted el favor, tejer lazos con Japón y relacionarse con Denise Dresser y Susana Zabaleta. Por invitar a artistas que le pinten la cara. Hace poco tiró la carne a un festival de primavera que fue más bien otoñal.
Maestro, maestro, no puede ser que nadie de su equipo le haya dicho que Napoleón, Mijares y los fósiles del rock en tu idioma son antitéticos de la primavera. Pero quizá a usted le guste que le digan nada más que sí. Hubo, en cambio, perfiles valiosos a los que no escuchó. Tal vez porque tenían la inteligencia suficiente para ir más allá de mover la cabeza de arriba abajo, como tanto hace gente cercana a usted (y no solo para asentir). Si Caloncho era la opción fresca, habrá que recordar a un viejo poeta: el trienio no volverá a ser joven, que la política iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde, ya cuando el ave lo ha comido todo. Téngalo en cuenta. Cada semana es fundamental.
No caiga tampoco en la tara de muchos políticos modernos: creer que la popularidad se adquiere a través de videítos, mensajes Twitter y pautas de Facebook (mucho menos si los mensajes carecen de sustancia y están mal escritos). El dinero gastado en medios locales y nacionales (qué cosa) tampoco lo salva, son casi infructuosos frente a la creación de estructuras, la dádiva y el mapeo territorial. También son inocuos frente a la retórica populachera. La política es más compleja que posar para la community manager y apostar a la ilusoria complacencia de los compadres.
La ausencia de propósito explícito lo tiene a la deriva. Qué más da la peste progresista que inunda su proyecto si no deja en claro su siguiente paso. Y por eso, pese a su formación académica, nacional e internacional, usted luce disminuido frente a un egresado de una escuela fundada ayer. Hágame usted el favor. ¿Habrá otro hijo de la Universidad de Salamanca que esté en la misma circunstancia? Miguel de Cervantes seguro que no. Pero no se preocupe. Jorge Volpi será siempre el emblema del patetismo.
Solo usted, maestro, sabe cuáles son sus intenciones en el mediano y largo plazo. Probablemente ni quisiera su cuarto de guerra (o su cuarto de amor y florecitas, para continuar con la impronta arcoíris) pueda precisar lo que a fin de cuentas está en su fuero íntimo. ¿Cuál es su siguiente paso? ¿El Senado, la reelección? ¿Buscará ser gobernador en 2027? Le hace falta mostrarlo.
Si es honesto con la vida y consigo mismo, sabrá que su llegada a la presidencia municipal partió de un compromiso implícito: sus votantes apelaron a un proyecto político ajeno al populismo de izquierda. Uno que se abstuviera de padrinos y otros cuentos. Sería comodino eludir tal responsabilidad. La apuesta de ir por Senado y quedarse ahí es placentera, pero también dejaría un estigma, la de un hombre que claudica y no libra las grandes batallas. La lealtad es muy valiosa, aplica respecto a los votantes, y las relaciones humanas en general. Pero su equipo no tiene la capacidad de trasladárselo. Puede que no sea un atributo que abunde ahí.
Es usted un policía (y un maestro), ¿pero sigue siendo alguien que pelea? Aún como parte de un partido que se desmorona, usted es el único ahí que pueden dar batalla en el ámbito estatal e incluso, quizá, ganar. ¿Renuncia a ello? ¿Desconfía de sus cartas? Qué decepción. Para hacer lo que usted está haciendo, mejor hubiera sido una alcaldesa de chocolate. Pero ella sí que tuvo los arrestos para aspirar a la gubernatura.
Usted parece interesado en la cultura, aunque haya deparado tal función en gente que no es lo más notable. Habrá visto en todo caso la película italiana (usted tan vintage) Stanno tutti bene de Giuseppe Tornatore (1990), en la que el protagonista (el gran Marcello Mastroianni) mantiene una ficción similar a la que compone a su equipo. Todo va contra el pronóstico deseado… pero todo está bien, maestro, están todos bien.
El policía no tiene quien le diga: espabile y atienda su responsabilidad histórica. Deje de jugar al estadista en campos favorables. Haga política. Es la mejor ficha disponible frente a lo que usted ya sabe y conoce de cerca. No sea los que agachan la cabeza. Recuerde que hay derrotas que resultan más honorables que las victorias comodinas, propias de quien se desentiende del anhelo de su gente.
Ya habrá oportunidad para hablar de días soleados. Sin acritud.