
Foto: Al Clayton
Quienes maldicen a la ligera pierden impacto en cada nueva carga. Caen en lo genérico, en la rutina. Se vuelven aburridos. Los insultos lapidarios vienen de las personas de pocas palabras, aquellos que no abren mucho la boca, pero que, como volcanes, lanzan eventualmente toda la inspiración contenida. Pasa con los viejos cascarrabias de los que nadie sabe mucho hasta que un día rompen el silencio con una ofensa que los vuelve leyendas del vecindario.
Bob Dylan aspira al título de mejor creador de insultos dentro de la música popular. Varias de sus canciones están pobladas del ingenio del rencor. La lírica al servicio del desprecio y el desquite. A falta de entrevistas y apariciones ante medios, la rabia acumulada sale en latigazos musicales que fulminan al interlocutor. Esta habilidad está presente en todas sus épocas, aunque especialmente en su juventud y primera madurez.
En «Masters of War» amenaza a quienes conforman la industria de la guerra. No conforme con equiparlos con Judas, Dylan les desea una muerte temprana (espero que su muerte llegue pronto / seguiré su ataúd / y esperaré a que los depositen / en su lecho de muerte / y permaneceré junto a sus tumbas / hasta cerciorarme de que están muertos) y tira un dardo a su capacidad mental: veo a través de sus cerebros como veo pasar el agua a través de mi desagüe.
Aun con gran virulencia, las canciones de protesta (aunque él renegara del término) no dejan de tener tinte formulaico. Lo mejor de Dylan está cuando se dirige a gente cercana, a personas a las que alguna vez tuvo en estima y luego lo defraudaron. El ejemplo más famoso es el de «Like a Rolling Stone», una canción de regodeo ante la caída de quien antes fue altiva. Más que una frase en concreto, la canción entera es un tour de force contra la frivolidad de la Miss Solitaria. Un festín alrededor de una piedra que cae.
De esa misma temporada es «Positively 4th Street», donde el autor se deschonga y tira sin piedad a una amistad que lo ha traicionado. Eres un caradura al ostentarte como mi amigo, dice, cuando estaba decaído te quedaste parado con una sonrisa. Sé muy bien por qué hablas a mis espaldas, yo solía estar acompañado de la muchedumbre con la que ahora estás tú. La furia está enfatizada por el insulto a la inteligencia que viene del otro lado. Ante ello, Bob Dylan rompe el vínculo, se aleja y expone sus motivos. Me tomas por tonto si piensas que haría contacto con alguien que intenta esconder lo que ni siquiera sabe cómo formular, dice, y sella con las líneas cumbre de la composición, un ‘vete al carajo’ de configuración especial: me gustaría que por una vez pudieras estar en mis zapatos y que solo durante ese momento yo pudiera ser tú. Así entenderías el fastidio que implica verte.
Blood on the Tracks es el álbum de ruptura amorosa de Bob Dylan. En él se muestra vulnerable, atormentado, confundido… y también molesto, como lo demuestra en «Idiot Wind», el cuarto tema. Casi ocho minutos en donde desfoga las cuentas pendientes de una relación estropeada. En medio de la lluvia, el protagonista reprocha a la mujer su nula lealtad, y peor, que se ponga del lado de quienes intentan hundirlo. La consecuencia es que la mire con desencanto. Le indica que ya no la siente más y que le produce náuseas tocar los libros que ella ha leído. No le cree ya, ha dejado de respetar sus palabras. Un viento idiota sopla cada vez que abres la boca. Un soplido dirigido hacia el sur. Un viento idiota sopla cada vez que mueves los dientes. Es un milagro que sepas respirar teniendo una mente como la que tienes.
Conviene que un genio tenga un espíritu indómito. Así era el de Duluth, Minessota: sin complejos. En tiempos obscuros hay proclividad a ir al límite. Alguna chispa puede salir de ahí. La empresa no está libre de riesgos, eso sí. Como ha señalado Dorian Lynskey, la faceta artística de Bob Dylan jugaba en detrimento de la persona. El ahínco de llevar la palabra y la libertad hasta las últimas consecuencias lo convirtieron en un hombre huraño, sumergido en la orfebrería de combinaciones hirientes. Sacaba la bayoneta contra los demás, daba con sus puntos débiles y los demolía, comentó alguna vez Carla Rotolo, testimonio recogido también por el periodista británico.