
Soy un hombre de perros por un asunto de, digamos, temperatura. Los prefiero sobre cualquier otro animal porque van en la misma sintonía que nosotros. Mientras una cabra o un pez están en lo suyo, el perro tiene una conexión especial con el espíritu humano. Lo sabrá quien, en medio de la penuria, haya recibido la bendición de un lengüetazo que súbitamente mejora un ánimo que parecía perdido. Nunca estás solo si tienes un perro cerca. No es perogrullada: hay multitudes que no quitan la sensación de soledad. Los perros permanecen aunque seas un barco que se hunde, aunque seas una desdicha a la que no le queda nada que ofrecer. Decía Jardiel Poncela que los gatos son los animales de quienes necesitan amar y los perros las mascotas de quienes necesitan ser amados. Difiero del querido maestro. Los perros conjugan la entrega y el encanto. Permiten vivir al máximo ambas experiencias. Cómo no adorar a quien ladra para protegerte. Al que se arrima a tu lado para dar una calidez que te sostiene en la lucha. Son lo contrario a un fantasma: su aparición ilumina cualquier espacio. Dan alegría, quitan la bruma a la cotidianidad. Verlos con la lengua de fuera es una fuente de inspiración. Su manera de levantar la pata al orinar o rascarse es una estética cómica. Sobre todo, el perro es un ancla a la vida, como lo mostró Umberto D.
A cualquiera que se sienta abandonado habría que recomendarle la adopción de un cachorro. No solo te brindan su compañía, al cuidarlos adquirimos un sentido y nos salvamos a nosotros mismos. Limpiarlo, darle de comer, sacarlo a pasear, ahí una gran responsabilidad ante el cosmos. No podemos rendirnos tan fácil mientras ellos dependan de nuestra presencia. Hay que esforzarse y cumplir. Estos animales confieren una alta clase de dignidad. Por eso, entre alguien que va solo en la calle y alguien que va paseando a su perro, me fío más del que va con el perro. Uno puede ser flor marchita, estar en el peor momento posible y ser blanco de la decadencia irremediable de los días. Da igual, el perro que espera en casa nos recibe como campeones del mundo. De su mundo. Que un perrito te mueva la cola cuenta como condecoración de la naturaleza. Y el sonido de un perro que olfatea cerca de tu oído es música divina. Ni siquiera ahondé en la lealtad que ofrecen sin pedir nada a cambio. Por eso soy un hombre de perros.