Alguien que Elliott Smith solía conocer

Toda proporción guardada, Elliott Smith era casi una síntesis de los Beatles. Tenía la pasión melancólica de John Lennon, el virtuosismo melódico y compositivo de Paul McCartney, y la sensibilidad y contención instrumentista de George Harrison. Le faltaba solo el carisma y talante de Ringo Starr. Elliott Smith terminó como terminó al no poder lidiar con la locomotora que llevaba por dentro. Un tormento a flor de piel, quiebre continuo que se deslizaba en sus canciones, caramelos cargados de hermosura con los que uno acaba por sentirse tan emotivo como apesadumbrado.

Vaya que aquel pobre hombre la pasaba mal. Más que escucharlo uno quisiera darle una palmada en la espalda, un abrazo, cualquier gesto de aliento que, se sabe, ya no le puedes dar.

El álbum más beatle de Elliott Smith fue el último que publicó en vida. Figure 8 (2000) fue su Abbey Road personal. En medio de la marea de cambio de milenio, el compositor estadounidense ni se inmutó. Sacó una colección de pop preciosista de sonidos templados cual si fuera 1969. El resultado es conmovedor, un último acto heroico en el terreno donde era diestro.

Pese a estar abrumado por los días, Elliott se las ingeniaba de algún modo para deleitar. Su vida era una debacle a la que equilibra con caricias sonoras, recompensando así a quienes accedían a escuchar sus confesiones más íntimas. Muchos genios cargan con una losa e intentan disculparse sin darse cuenta de que no tienen que hacerlo, sin comprender que quienes los quieren de verdad estarán ahí con ellos pase lo que pase; aún así actúan como si tuvieran una deuda que pagar. Son tan susceptibles que creen que deben justificarse ante el otro, cuando más bien merecen consolarse a sí mismos.

Figure 8 lleva una estructura que da cuenta del estado emocional por el que pasaba su autor. Las primeras canciones van a tambor batiente: inicia con «Son of Sam», uno de sus temas de mayor amplitud, y sigue con rendiciones del calibre de «L.A.» o «Junk Bond Trader» que son portentos dignos de alguien en plenitud y que aspira a salir en MTV.

Sin embargo, algo se descompone sobre la marcha. Por más que Elliott lo quiera disimular, hay una sensación que lo aqueja. Esto se hace patente en las pistas cuatro y cinco que llevan títulos parecidos entre sí, el autor se rinde por unos momentos y deja la creatividad de lado para evidenciar la cisma que le acorralaba. La cabeza no da para más durante la ruptura. «Everything Reminds Me of Her» y «Everything Means Nothing to Me» tratan de la memoria que atormenta, va de la mujer lejana siempre presente y termina con el nihilismo. Ya nada tiene significado para él.

Con la ornamentación y el tratamiento que da a «Everything Means Nothing to Me», propia de música de cámara, da la impresión de estuviera acompañado de un pequeño ensamble, aunque en el fondo esté solo. Es el canto de cisne de su espíritu maltrecho. Bajo capas de arreglos e impulsos melódicos sepulta la verdadera catástrofe, el derrumbe que le consumía por dentro.

¿De dónde viene la aflicción? Hay indicios en la canción menos elaborada de todo el disco. Una pieza que sabe a desliz. Soltada apenas en la segunda posición, «Somebody That I Used to Know» aparece así, pronto, como una carga que por más que intente no le queda otra que soltar lo antes posible para librar la condena… sin lograrlo. La semilla lanzada en ese momento termina por formar la bola de nieve del resto de la obra. Esto, que seguramente representó un drama personal, deriva un logro artístico mayúsculo.

«Somebody That I Used to Know» es un relámpago acústico. Las sensaciones reflejadas ahí son tan intensas que no podían extenderse demasiado. Se trata de la canción menos tratada en todo el material. Elliott no quería retomarla mucho. El dolor era suficiente ya como para volver a él a agregarle algún arpegio, un teclado. Tampoco lo necesitaba. La letra es confesión sin ambages. El nebrasqueño tenía sentimientos tiernos que una mujer volvió duros.

Ante ello, Elliott da un paso de página ambivalente. Se congratula de que todo haya terminado: su interlocutora no comprende lo que causó. Hay reproche, también la voluntad de olvidarla y seguir adelante. Crees que no hiciste mal, le dice a modo de reclamo, y por ello no vale la pena volver a concederle un solo pensamiento.

Es hora de dejarla ir. Lo que fue ya no va más. La persona que fue especial ahora solo es alguien que solía conocer. Pero es mejor que permanezca en silencio. Ya no puede hacer sonidos. Se ha convertido en una película muda.

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