Charles Bukowski y la decepción con una mujer

Foto: Michael Montfort.

Un desconsuelo sobreviene cuando alguien comete la desfachatez de no ser como creíamos que era. Tal suceso equivale a la caída de un árbol que se ha cortado sin sentido. Madera noruega que se pudrirá al paso del tiempo. Es la decepción. Chispas que lanzan los tontos sentimentales, como aquella canción de Roxy Music.

Charles Bukowski era uno de ellos. Una víctima habitual de la salvaje tristeza que supone lo que se ha perdido para siempre. No había remedio para él. Lo decía en uno de sus poemas referente a ese espacio en el corazón que nunca será llenado… pero en el que seguimos a la espera.

Su sensibilidad era especial con algunas mujeres, en específico con las que por una u otra razón acabaron lejos de su vida. En una carta dirigida al poeta Steve Richmond en 1971 fue enfático al respecto.

Richmond era uno de los pocos amigos que tenía dentro del círculo literario, un ámbito que por lo demás le asqueaba. Pues bien, él pasaba por un mal momento tras la traición de una chica. Bukowski, más experimentado (era veinte años mayor) intentó darle un consuelo. Le dijo que había mujeres que podían hacerte sentir bien, pero que al cabo de un rato no tendrían empacho de clavarte un cuchillo y retorcerlo por dentro. Esto es de esperarse, le dijo, pero de cualquier modo duele cuando ocurre. Era normal que Steve se sintiera abatido.

Bukowski le aseguró que algunas mujeres gozan de enfrentar a los hombres entre sí, sobre todo enfrentarlos consigo mismos en una carrera a las tinieblas, y que si la oportunidad se presentaba la tomarían con gusto. Refería que los hombres tienen un tipo de lealtad que no es manejada por ellas.

Por último, le aconsejó dejarla ir. No tenía caso. «La soledad también trae un amor tan alto como las montañas». Lo sabía bien él, dado a periodos prolongados de reclusión.

El alejamiento tenía igual sus consecuencias. Una vez que la confianza se había roto la cadena de podredumbre se extendía. En otra carta, escrita en 1966, el autor angelino fue tajante. «El problema no es tanto perder a una mujer, esto es esperable, sino presenciar hacia dónde finalmente se dirige… hacia la muerte más corrompida, hacia lo más falso de lo falso, hacia la mentira, hacia la obvia mentira a perpetuidad. Es como una comedia, solo que tú eres la única persona en la audiencia y ellos están en el escenario».

Es famoso el poema en donde Bukowski asevera que siempre hay una mujer que te salva de otra y que mientras esa mujer te salva también se prepara para destruirte. Polémico y contradictorio, caía en generalizaciones espurias, en agravios. Aunque tampoco es que se pueda pedirle temple a alguien envuelto en llamas.

Además, sí que hay unos cuantos casos así. De inclemencia, de lascivia que destruye a seis manos el jardín que se había formado en tres primaveras. La puesta en abismo que ofrece la fórmula exclusiva a uno y a otro y a otro. Ante la compenetración grupal, el adiós inevitable. Hay deslices que no se pueden tolerar.

Luego de la cisma viene el silencio, al final todo es un poco nada. Borges reflejó esa verdad demoledora al escribir sobre la muerte de Beatriz Viterbo tras una candente noche de enero. Pese al desplome, el mundo sigue su marcha. Los anuncios de cigarrillos, el ruido de las cafeteras, los periódicos manchados. Así nosotros seguimos. Un sobresalto al principio, uno que al otro día ya es un poco menos y que al cabo de otros días desaparece. Lo que hubo está perdido. Triste, hasta que lo olvidas.

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