One more cup of coffee for the road,
One more cup of coffee ‘fore I go…
—Bob Dylan.
Bob Dylan emprendió en 1975 una de las giras más míticas en la historia de la música popular. La Rolling Thunder Revue lo llevaría a visitar un puñado de ciudades en Estados Unidos en compañía de personajes que incluían los mismo a Joan Baez y Roger McGuinn, que a Joni Mitchell y Allen Ginsberg. Aquello pretendía trascender a los conciertos mismos, sería más bien una travesía que ocuparía a los involucrados en todo momento. Un gran campamento para almas vagabundas.
El ambicioso plan original incluía la producción de un filme para el cual Dylan contactó a Sam Shepard, un dramaturgo icónico de la época, quien se supone escribiría el guión. La película nunca se concretó (aunque tres años después parte del material serviría para la cinta Renaldo and Clara), pero Sam Shepard acompañó a la comitiva en todo momento y desde autobuses, butacas y bares llevó un registro, lo cual finalmente quedaría plasmado en el libro Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera (Anagrama).
El diario transcurre a través de pequeñas viñetas sin ilación alguna. La narración fragmentada, que chapotea entre diálogos, poemas y frases sueltas, es la esencia de la película surrealista que pretendía sustentar. Un ente sin conexión, ráfagas como la vida misma que pasan de la visión de una hamburguesa con queso de algún tugurio en California hasta las serpientes que una asistente trae dibujadas en las mejillas.
Bob Dylan quería que el proyecto tuviera el tono caótico y carnavalesco del director Marcel Carné, que la agitación de las multitudes y los escenarios se alternara con las bambalinas, los pasajes que transcurren en los camerinos. Una arquitectura en constante rompimiento.
Si bien el plan estuvo lleno de trabas, en su momento Sam Shepard sintió que la pluma fluía con extrema facilidad. El guionista norteamericano lo atribuía a la intuición de Bob Dylan para cuestiones cinematográficas. Dentro de sus letras veía una enorme fuente de imágenes coloridas. “Un cineasta del instante”, decía de él. Y atribuía al arte ese milagro que conseguía que relaciones enteras, paisajes y caminos pudieran sintetizarse en palabras.
El ambiente estaba poblado de grandes personajes. T-Bone Burnett mencionaba que durante esa gira los involucrados se divirtieron más de lo que permitía la ley. Ninguno sería el mismo después de la última fecha. En medio de descanso, de pronto podía aparecer Jack Elliott con un sabio consejo: “no dar tu dirección a las malas compañías”.
Pero al final del día era el propio Zimmerman quien dominaba el pelotón. Sam Shepard recordaba que hubo algo que le llamó la atención la primera vez que se encontró en persona con él: Bob Dylan tenía una gran proclividad por el silencio. En medio de una reunión no sentía necesidad alguna por romper con su voz los huecos que surgían dentro de la charla. Los minutos podían transcurrir e igual él permanecía callado, aunque hubiera otras personas en la habitación deseosos de escucharlo. A ellos no les quedaba otra que llenar la mente de conjeturas, una incertidumbre sobre si convenía decir cualquier tontería. Era posible estar a su lado, “pero nunca ser parte de él”.
Bob Dylan se sentía solo en el escenario, ahí cuando estaba rodeado de miles de caras que hacían ruido y lo observaban. A lo lejos dejaban de tener cara, se percibían como una ola inclemente que se queda a unos centímetros de la orilla. En realidad nadie se le puede acercar aún al compositor. Ni acólitos ni periodistas. El oriundo de Duluth, Minnesota marca distancia, de ahí parte de su magnetismo.
En cierto sentido, Bob Dylan confería a todo lo que le rodeaba de un aura especial. El espacio en el que estaba se llenaba en automático de importancia, y sobre todo de misterio. Un misterio que, como bien apunta Shepard, nunca de disipa. Pasan los años y aunque su presencia se expande a través de sus canciones, el paso del genio no acaba por descifrarse.
Tal como las versiones que toca en directo, el caso de Dylan “no se resuelve nunca”, dice una de las anotaciones del libro. Por ello es tan cautivante. La última palabra no está dicha. Al no haber conclusión el infinito se dibuja en el horizonte.
Los días de la Rolling Thunder Revue avanzaban y nadie tenía idea alguna de qué carajos ocurría, qué película estaba en marcha. Solo deambulaban como lo que eran, astros alrededor de un sol insurrecto. Dejando pasar lo que tuviera que suceder. Disfrutaron mientras pudieron. A sabiendas de que al final Bob terminaría por buscar la salida.
En 1986 Bob Dylan y Sam Shepard escribieron una canción juntos. Se trata de la épica “Brownsville Girl” que junto a “Under Your Spell” hace que el Knocked Out Loaded valga la pena. La pieza es una episodio importante de la cultura de nuestro tiempo. La sensibilidad de dos gigantes que se cruzan en el camino.
Something about that movie though, well I just can’t get it out of my head
But I can’t remember why I was in it or what part I was supposed to play…