La mezquindad de algunos mexicanos con Venezuela

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La crisis presidencial que asola a Venezuela ha revelado la miseria humana de un sector importante de la población que lejos de involucrarse ha preferido pasar de largo ante una tragedia que afecta a uno de los países que tienen mayores lazos históricos con México.

No son tiempos para la tibieza, y ante el rompimiento del orden democrático en un país tan cercano, el sentido común indica que hay que pronunciarse desde nuestras respectivas trincheras para condenar lo que, sin lugar a dudas, es un régimen demencial comandado por un Nicolás Maduro cada vez más errado y lejano a la realidad.

El mandatario venezolano no solo ha mostrado su incapacidad como estadista al aplicar fórmulas probadamente fracasadas como el control de precios y el ahogo del sector privado que desde hace años tienen hundida a su nación en una hecatombe sin precedentes, también ha cerrado de tajo la vía democrática que se necesita para hacer cambios de raíz que implican, desde luego, barrer al chavismo del poder.

El establecimiento de la Constituyente en 2017 quebró definitivamente lo que era una administración torpe y vil, pero con cierto anclaje institucional, para convertir de lleno al chavismo en una dictadura con todas las letras. Con tal decisión arbitraria, Maduro decidió tirar por la borda la voluntad del pueblo venezolano que había dado una abrumadora mayoría a la oposición en el legislativo e impuso a un monstruo legado por su antecesor: la Constituyente, conformada por el oficialismo que ahora tiene facultades por encima de los otros poderes públicos del Estado sin haber sido elegida por la ciudadanía.

La situación en Venezuela muestra lo que sucede cuando un gobierno monopoliza el poder en un país. El comunismo depreda cualquier contrapeso que se le cruce en el camino. Asfixian al sector empresarial, y por medio de subterfugios van amilanando a los medios de comunicación y al individuo en general. Si no vas con su proyecto, en automático te transformas en un “traidor”, en un “gusano”, en un “enemigo de la patria”.

Una de las estrategias más socorridas por los comunistas es erigirse como la voluntad del pueblo. Engañan a la gente y pretenden mostrarse como la encarnación de un país y no como lo que son, administradores temporales. Se convierten así en sátrapas que pretenden sostener a toda costa su delirante superstición internacionalista. Solo ellos pueden, nadie más.

Ante ello, muchos mexicanos han preferido callar o tomar la desgracia como objeto de burla. Peores aún son los que solapan la barbarie o los que hasta la celebran. Un sector retrógrado de la izquierda se ha quitado la máscara al guardar silencio ante violaciones de derechos humanos y la deriva del sistema de justicia del país sudamericano. Eso que tanto les hace bramar contra sus enemigos locales, les parece permisible en el exterior cuando se trata de encubrir a sus aliados ideológicos.

Lo anterior solo es explicable porque lo suyo tiene tintes de religión. De ahí que no les importen los hechos ni la evidencia que contradiga a sus intereses. Permanecerán siempre encerrados en sus ideas y nunca asumirán culpas, pese a que todo se caiga a pedazos.

Por eso los herederos de la doctrina bolchevique son peligrosos y por eso hay que evitar en la medida de lo posible que estén a cargo de una nación. Una vez que llegan, es muy difícil quitártelos de encima. No importa la miseria que acumulen ni las tragedias que provoquen. Seguirán defendiendo su fantasía revolucionaria sin considerar ninguna otra perspectiva. Maduro entiende su lugar como un papel mesiánico, como si él representara el “bien” que debe imponerse en la partida, aunque los actos lo confirmen como un tirano.

La cerrazón de los simpatizantes del chavismo es preocupante, pero no es nueva. Es la ceguera clásica de un ala de socialistas tirada hacia el negacionismo. Una especie que todavía defiende de Lenin, Stalin, Mao y Fidel Castro, pese a que llevaron a la muerte y represión a millones de personas. En comparación Maduro es un juego de niños. De ahí que no conviene tener esperanzas de que enmienden el camino.

Para sostener la farsa, los embajadores no oficiales del chavismo que pululan en México recurren a trucos propios del mago Chen Kai (aunque sin la misma gracia). Esta gente clama que detrás de las presiones internacionales contra Maduro se encuentran los intereses de Estados Unidos por el petróleo venezolano. Y no cabe duda que Estados Unidos tiene deseos y estrategias geopolíticas cuestionables (como muchos otros países), pero la idea no se sostiene si se toma en cuenta que el nacionalismo chavista nunca ha sido impedimento para que los estadounidenses compren a placer hidrocarburos venezolanos, representando actualmente el 20 por ciento de sus exportaciones. La economía de Venezuela, de hecho, es dependiente en exceso de Estados Unidos, su mayor socio comercial, por lo que tampoco se sostiene lo del “bloqueo” que ya aducen como una caricatura argumental que tanto han usado, ahí sí con cierta lógica, respecto a Cuba. Estados Unidos, además, es desde hace unos meses el máximo productor de petróleo en todo el mundo.

El gobierno mexicano tomó una postura de neutralidad activa respecto a la disputa entre Nicolás Maduro y Juan Guaidó, el líder de la oposición, el cual no se “autoproclamó” presidente en un acto de delirio, como vociferan los simpatizantes del chavismo, sino que como figura democrática actúo en consonancia a una interpretación de los artículos 233, 333 y 350 de la Constitución de Venezuela. Guste o no su maniobra tiene mayor legitimidad que una presidencia impuesta a la fuerza, con elecciones fraudulentas en las que hubo una participación reducida, en la que no participó la oposición y en la que no hubo una junta electoral independiente que diera certeza a los resultados. El adelanto del proceso electoral que el oficialismo aplicó a modo de madruguete, rompió de tajo con las gestiones diplomáticas internacionales que había en aquellos días. El chavismo con la anuencia de la cúpula militar simplemente quiso imponerse.

En México, la línea tomada por la administración de Andrés Manuel López Obrador puede ser criticable, pero corresponde a una ideario político que, en teoría, busca algún fin estratégico. De ahí que que la decisiones estén condicionadas por las posibles consecuencias, como la escalada del conflicto. Lo verdaderamente inmoral es que la población, que puede emitir su solidaridad con la víctima de un gobierno tiránico en Venezuela, no lo haga, ni siquiera porque gozan de una oportunidad histórica para expresarse total libertad y sin cortapisas frente a lo que agobia a nuestros similares a tan solo unos kilómetros de distancia. Tal mezquindad es indigna de nuestra historia y del liderazgo ciudadano que los mexicanos debería representar en una región tan golpeada como en la que estamos. La solidaridad nunca sobra, en especial cuando se trata de nuestros hermanos. Si toleramos esto, podríamos ser los siguientes. Venezuela, más que nunca, no debe quedarse sola.
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Publicado originalmente el 28 de enero de 2019.

 

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