En un cocktail puede hallarse el preciosismo hecho bebida. El trago en la copa está compuesto de varios elementos que dibujan su propio ecosistema, una arquitectura compacta en la que nada debe echarse de menos. El trago exige un tono preciso. Tener propuesta o, por qué no, personalidad. Nada debe estar de sobra, aunque la rebeldía no se desdeña. El cocktail es la alquimia de alguien dispuesto a la búsqueda, ese que va más allá de lo establecido y que se atreve a dar con la combinación definitiva.
El origen del término cocktail está disputado. Una de las teorías incluso apunta Campeche, México, en donde supuestamente marineros ingleses se impresionaron cuando un cantinero utilizaba una planta llamada cola de gallo para revolver bebidas que preparaba. Así fue que, dicen unos, se popularizó el término cock’s tail para referirse a esas mezclas tan cautivantes.
En cambio otros aseguran que el colorido de esos menjurjes era el que remitía a la cola de un gallo y de ahí lo demás. Las versiones tienen igual o menor validez que tantas que se remiten a otras latitudes y a otros siglos tan lejanos como el XVIII, lo mismo en Londres que en Estados Unidos. Poco importa en realidad detenerse en ello si en cambio se puede hablar del encanto de una preparación que a lo largo de las décadas ha alumbrado días de pe a pa.
Como bien dice Javier de las Muelas, una autoridad en el ramo, el cocktail es una bebida eminentemente social. A diferencia de las ocasiones en la que se recurre a la cerveza o a los destilados sin añadidos, con la muy comprensible premura (ahí en donde no hay tiempo ni ganas por la mixología), en el cocktail hay una disposición para el encuentro, el ceder un trazo de voluptuosidad que se comparte en duelos y danzas de borrachera con la compañía, ya sea la pareja, un amigo o el bartender que cuida nuestra soledad a lo lejos.
Beber este tipo de tragos debe hacerse con cierta responsabilidad. El cocktail es una amante engañosa y tras la seducción del sabor puede llevar a quienes se acercan a una una embriaguez inconveniente o prematura. Algunas de sus versiones, como el martini seco, son una ofrenda al exceso; por eso es mejor discurrir a paso lento para que la diablura cristalina no caiga por sorpresa. Salvo que tal sea el objetivo, claro: acabar derrumbado. Muy respetable.
La baraja de opciones es tan amplia como el ingenio humano lo ha permitido. Hay cocktails para distintas horas del día y para el frío y el calor y los hay para beberse en determinados ambientes, circunstancias y locaciones específicas. Unos están destinados para la noche, otros son convenientes para disfrutarse bajo el sol en una terraza. La versatilidad es la norma y si se tiene la vena de aventurero uno mismo puede crear alguna joya disuelta que pase a la historia.
No está de más recordar que el cocktail es para rendirse al hedonismo. No hay que sentir culpa por pasar a otro plano dimensional en donde lo horrible se olvida por un rato para dar paso al disfrute. Conviene acompañar con música… con cierta música. El jazz amplifica al Whisky Sour o al Manhattan, así como soul le viene bien al mítico Gin-tonic. Más de una persona ha podido bailar gracias a las Margaritas.
La coctelería es al fin el campo de recreo de hombres y mujeres tirados al gusto. Su aparición es una constante en la obra de escritores como John Cheever o F. Scott Fitzgerald, quienes entendieron bien sus propiedades y calidad como brebaje estiloso (los años de la prohibición estimularon la popularidad de mezclas con las que se disimulaba el feo sabor del alcohol de contrabando). Un personaje del primero estipulaba que los cócteles eran el eje de la vida adulta y el segundo dijo alguna vez que gracias a ellos, tomados en suficiencia, era posible soportar las conversaciones que tanto le agotaban en las reuniones a medias.
Una buena elección en el bar de confianza confiere clase aun en la decadencia. Incluso cuando se sobrepasa el límite un buen cocktail debe verse como un líquido lejos de la vulgaridad. No es para apagarse, sino para sacar algo que se creía perdido pero que solo estaba oculto. Esa parte nuestra que, como decía Hank, es mágica y ebria y lucha todavía por un rincón en la penumbra desde donde se pueda gozar.