Están los escritores de intemperie y están los escritores subterráneos. Los primeros son los que eventualmente uno se topa en las calles. Están en las librerías, en la televisión, en las recomendaciones. Sin mucho esfuerzo uno acaba por llegar a ellos. Algunas veces deslumbran, en otros casos hubiera sido mejor no conocerles. Los escritores subterráneos, por su parte, son a los que cuesta trabajo encontrar. Permanecen lejos de la vista. No están en las mesas de novedades. Ningún anuncio echa un aviso de que valen la pena. Hace años están muertos y ya no se les edita. Nadie se toma la molestia de rescatarlos. Se llega a ellos por alguna casualidad, gracias a una librería de viejo o la encadenación bendita de lecturas con las que se salta de un género a otro.
Daniil Kharms pertenece al grupo de los escritores subterráneos. Nacido el 30 de diciembre de 1905 en San Petersburgo, Rusia, se trata además de una de las figuras más excéntricas que tienen un espacio en el mundo de la literatura. En la actualidad no hay muchos vestigios de él. Aunque tiene admiradores repartidos en determinados circuitos, lo cierto es que se encuentra un tanto olvidado. Su trabajo, hasta el momento, ha sido ignorado por las grandes editoriales en español y las pocas veces que se le recuerda es como una curiosidad, y no como lo que es, uno de los escritores más interesantes, rebeldes y adelantados que dejó el siglo XX.
Su nombre verdadero era Daniil Ivánovich Yuvachev, y desde pequeño tuvo en mente la importancia del absurdo. Era lo que le interesaba a la hora de despachar una hoja en blanco. No conocía de estructuras y se fastidiaba ante la imagen de seguir hilos de coherencia. Daniil Kharms tendía a la anotación en vértigo, una urgencia para cambiar sentidos de una línea a otra y no casarse nunca con la obligación que implicaba llevar una historia tradicional. Se ahogaba si se extendía demasiado.
La vida no fue fácil para él. Tuvo la mala de fortuna de coincidir en tiempo y espacio con la política totalitaria de Stalin, misma que lo sumió en el hambre y la pobreza. Fue a partir de entonces que se radicalizó. Ante lo atroz del comunismo, optó por refugiarse en el sinsentido. En sus diarios confesaba que ya no le interesaban los significados ni ser práctico. A través del absurdo podía ejercer una gran clase de libertad. Ahí, con una pluma, no debía rendir cuentas a nadie, ni siquiera a la congruencia de lo formal.
La obra de Daniil Kharms, compuesta en su mayoría por piezas caóticas y sueltas, cuenta con una particularidad. Como señala el editor y poeta Matvei Yankelevich, el absurdo no es para él una sátira o dimensión aparte. En sus pequeñas historias, el disparate es visto como un asunto perfectamente cotidiano. La aparición de un cuervo parlante de cuatro patas (que más bien tiene cinco) en una cirugía no es aspaviento dentro de su mundo interior. Y debe ser visto como lo es. Una estampa de realidad, aunque no sea parte de nuestra norma.
En una carta dirigida a una amiga, Kharms estipulaba que a la hora de escribir poesía, lo importante para él no eran las ideas, ni el contenido ni la voluble concepción de “calidad”. Le importaba, en todo caso, la idea de pulcritud, limpieza. Algo extravagante, pero real. Para el escritor ruso las palabras pueden arrojarse y romper cristales si tienen la fuerza suficiente.
De este modo Daniil Kharms logra reinventarse en cada concepto, cada sílaba. Su gran compromiso es con la narrativa, y si hay cierto atisbo que quiera perseguir, no tiene miedo de derribar cualquier estructura. Una visión irónica le permitió un sano alejamiento de ataduras que contuvieran su palpitación artística.
No es que fuera alguien cínico o irrespetuoso. Al contrario, veía a la creación como un ejercicio ceremonial. Escribía mucho y con disciplina. Eso sí, no descartaba nada. No cumplía con el estándar de aquel que destruye lo que no funciona o lo que no le satisface. Él escribía y si no estaba convencido, ni hablar. Había que conservarlo y asumir que aquello era parte de la existencia. Como cualquier otra de nuestras acciones, era algo con lo que había que cargar. Las palabras, incluso las malas, merecían una consideración.
De ahí la particularidad de algunos de sus escritos que ni siquiera tienen un clímax ni un final como pudiera esperarse. Algunos de sus relatos comienzan con la aparición de un personaje. Y ya está, no añadía ningún complemento. Quizás hubiera un brío inicial, el cual no era correspondido al segundo siguiente. Así que prefería dejarlo como estaba. No todo en la vida tiene que ramificar.
LA REUNIÓN
Un día un hombre fue a trabajar y en el camino se encontró a otro hombre quien, luego de comprar una hogaza de pan polaco, se dirigía de vuelta a la casa de donde venía.
Y eso es todo, más o menos.
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Perteneciente a una familia peculiar que en un principio gozó de relativa comodidad económica (su padre Iván fue un revolucionario que estuvo encarcelado con Aleksandr Uliánov, el hermano de Lenin; mientras que su madre pertenecía a la aristocracia), Daniil se inclinó al arte desde una tierna edad. Le gustaba actuar, dibujar y sentía una fascinación especial por la música, aunque finalmente se inclinó por la escritura y obtuvo un prestigio inicial cuando se dedicó a escribir obras infantiles (antes había fracasado con sus poemas), en las que aún no profundizaba en el eje avant-garde que finalmente adoptaría, y que en la obtusidad propia de los comunistas acabaría por ser tomado como de raíz “anti-soviética”.
El desenvolvimiento llegó en los años veinte, cuando junto a otros amigos fundó el colectivo OBERIU (palabra sin significado alguno), un grupo multidisciplinar en el que el delirio era el único consenso. Acróbatas, músicos, poetas y bailarines se conjuntaron para remover el pantano cultural.
Más allá de lo que dejaba entrever desde sus publicaciones, Kharms era todo un personaje en sí mismo que llamaba la atención en cualquier lugar en el que se presentaba. De altura considerable y rostro duro, vestía a la usanza inglesa, pipa incluida que le daba la pinta de una criatura extraña cubierta por la refinación de las telas.
Cuando visitaba algún bar o restaurante acostumbraba llevar sus propios cucharas, cuchillos y tenedores para afianzar su individualidad. Según Yankelevich, nuestro héroe se tomaba el papel de la extrañeza muy en serio y a veces se tiraba en la calle interrumpiendo así el flujo peatonal. Cuando la gente se acercaba para ayudarle o preguntar qué había ocurrido, él simplemente se ponía de pie y volvía a ponerse en marcha.
La fiesta, empero, pronto llegó a su fin cuando el marxismo-leninismo echó raíces en la comunidad soviética. Ante la visión totalitaria de los bolcheviques no había espacio para bufones como los del grupo OBERIU, quienes debieron andar con renovadas precauciones. Ni siquiera los chiflados podían soslayar una dictadura de semejante calado.
En 1931 Daniil Kharms fue detenido. Su idealismo y ensoñaciones chocaron de lleno con el materialismo stalinista. Las autoridades temían que sus campanas surrealistas pudieran contaminar a los niños, quienes debían estar concentrados en el pragmatismo que beneficiaba al régimen sanguinario en el poder.
Pasada una temporada que se vio obligado a pasar en el exilio, las cosas ya no volvieron a ser las mismas. Rusia había cambiado en un corto periodo de tiempo. El utilitarismo era la norma y ya no había espacio para sujetos como él. De algún modo el sistema lo había boicoteado y ya no encontraba espacio para colocar sus escritos. La sociedad, cada vez más aprensiva, le cerraba las puertas.
Nunca alcanzó a ver su obra adulta publicada. Lo suyo era incompatible con el comunismo que censuraba cualquier palabreja que se saliera de los designios de “el tío Pepe”. Por fortuna, sus diarios y algunos textos sueltos fueron conservados por amigos y familiares para ser dados a conocer un par de décadas después de su muerte. Una selección notable fue reunida y traducida al inglés por Yankelevich: “Today I Wrote Nothing: The Selected Writings” (Overlook Books, 2007).
De cualquier modo, mientras vivió, Daniil intentó continuar con el minúsculo margen de maniobra que le quedaba. Disminuido y sin holgura económica, en 1941 fue otra vez detenido, esta vez por el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (el temible NKVD). Hubo algo que lo salvó de terminar en un campo de concentración: su comportamiento, el cual fue juzgado como propio de alguien con problemas mentales.
Condenado a terminar en la división psiquiátrica de la cárcel Krestí, el cuadro empeoró cuando le tocó vivir desde el encierro un acontecimiento histórico: el sitio de Leningrado. El asedio de los nazis sumió a la actual San Petersburgo en la peor de las hambrunas. Quienes no estaba recluidos podían salvarse al comer ratas o incluso recurriendo al canibalismo. Daniil Kharms desde su celda no podía hacer lo mismo (ni siquiera los guardias gozaban de alimento digno ). Murió de hambre en su celda el 2 de febrero de 1942, a los 36 años. El absurdo fue batido por la crueldad objetiva.
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A continuación una breve selección de los escritos de Daniil Kharms.
DEL CUADERNO AZUL
Del álbum de recortes
Una vez vi a una mosca y a una chiche enfrascarse en una pelea. Fue tan aterrador que corrí hacia a la calle y corrí lo más lejos que pude.
Lo mismo pasa con el álbum de recortes: haz alguna cosa sucia y de pronto ya es demasiado tarde.
11.
Una abuela tenía solo cuatro dientes en la boca. Tres dientes arriba, y uno más abajo. La abuela no podía masticar con estos dientes. A decir verdad, eran inservibles para ella. Debido a lo anterior, la abuela decidió quitarse todos los dientes e insertó un sacacorchos en su encías inferiores y minúsculas tenazas en las superiores. La abuela bebía tinta, comía betabeles y se limpiaba los oídos con fósforos. La abuela tenía cuatro conejos. Tres arriba y uno abajo. La abuela solía atrapar conejos a manos limpias y luego los ponía en jaulas. Los conejos lloraban y se rascaban las orejas con las patas posteriores. Los conejos bebían tinta y comían betables. ¡Sha-ha-ha! ¡Los conejos bebían tinta y comían betabeles!
16.
Hoy no escribí nada. No importa.
Sin título
Odio a los niños, a los ancianos y a las viejitas e individuos mayores razonables.
Envenenar niños es cruel. ¡Pero algo debe hacerse con ellos!
Solo respeto a las jóvenes y saludables muchachas rechonchas. A cualquier otro representante de la humanidad lo trato con reservas.
Las mujeres viejas que andan con pensamientos sensibles deberían ser aprehendidas con trampas para los osos.
Cualquiera cara con determinado sentido de moda despierta en mí las sensaciones más repugnantes.
¿Por qué hay tanto alboroto por las flores? Hay un aroma mucho mejor entre las piernas de las mujeres. Esa es la naturaleza para ti, y por ello nadie se atreve a tomar mis palabras como desagradables.
—Daniil Kharms.