Cuando los amigos tradicionales se alejan, lo natural es buscar nuevos horizontes o recuperar a esos viejos contactos que estuvieron siempre al alcance de la mano sin que se les prestara la atención merecida. En la sombra se revelan aliados que ofrecen una nueva asidera.
La reciente propuesta de Emmanuel Macron de configurar un Ejército Europeo es un nuevo intento de resiliencia ante un contexto adverso que no tiene clemencia ante la pasividad. Los lazos cada vez más fuertes entre Alemania y Francia, enemigos a muerte hasta la segunda mitad del siglo XX, corresponden a un escenario geopolítico cada vez más asfixiante. Europa está reducida y tiene enemigos al acecho.
Con Estados Unidos que recupera la tradición de aislacionismo jacksonista, sumado al veneno retórico de Trump, el viejo continente se encuentra en una posición vulnerable. El Reino Unido pasa por sus propias turbulencias y con un talante rupturista. Si a ello se suma el factor Putin, con una avanzada agenda internacional de influencia contra occidente, pareciera que Macron se hartó de esperar y por ello fomenta un coletazo no tan agónico como pudiera pensarse.
El movimiento ajedrecístico de Macron tiene el aparente objetivo de mostrar músculo ante los caprichos de Trump, haciéndole saber que Francia, pese a todo, tiene un margen de maniobra al cual inclinarse. La mayor paradoja de este movimiento es lo que causa frente a Rusia. Vladimir Putin ha mostrado con sus acciones un deseo profundo de romper a la Unión Europea, así como a la OTAN (para su país será siempre preferible un occidente fragmentado), y de este modo el presidente de Francia si bien se aleja de Washington (beneficioso para Putin), podría enarbolar una fuerza transnacional considerable y sin ataduras, algo que no es beneficioso para Moscú.
Lo que es más, la movida de Macron deja patente que para Europa el Estados Unidos de Trump ya no es un aliado de fiar. Sin embargo, hay que apuntar que no es la primera vez que se da una situación similar.
Tras la segunda guerra mundial, aunque dentro de los márgenes fraternos, Francia no ha dejado de ver con cierto recelo la posición de Estados Unidos. Para ellos fue un trauma que su lugar como gran potencia fuera desplazada por el nuevo mundo, un complejo que les ha costado encajar. Desde entonces Francia ha luchado por mantener su autonomía y seguir presente como una potencia de primer orden aunque a nivel militar o económico haya quedado rezagada respecto a las ultrapotencias que surgieron desde entonces.
La estrategia de Macron remite a lo ocurrido a finales de los años cincuenta y los sesenta con Charles de Gaulle como presidente de Francia. Ambas figuras cuentan con profundas diferencias: uno proteccionista, el otro liberal; uno pragmático y suave con Rusia en la posguerra, el otro combativo con el Kremlin… pero ante la vulnerabilidad de Francia, jugaron sus cartas de manera similar ante Estados Unidos.
Debido a la rispidez que su país vivía con Washington en aquellos días, de Gaulle subió el volumen a una idea sobre la que ya había girado en años anteriores: la urgencia de que Francia pudiera consolidar una independencia en materia defensiva. No depender tanto de los americanos. Para él, aunque Francia tuviera grandes amigos, la soberanía era bastante delicada como para estar a la merced de un país que manejaba otro idioma a miles de kilómetros de distancia.
A lo largo de la historia Francia ha pugnado por mostrarse como lo que es, un pilar de la civilización. Lo han intentado incluso en sus puntos más bajos, en los que a base de ingenio diplomático se han procurado, aunque con alfileres, una posición en la planta alta del concierto de las naciones. Nunca les ha gustado verse disminuidos.
De Gaulle ni siquiera sentía demasiado entusiasmo por la OTAN, ya que como entidad supranacional le restaba nombre y prestigio a su propia bandera. El concepto de integración en masa a nivel militar le preocupaba tanto como estar a la sombra de Estados Unidos como gran referente para resolver problemáticas internas y externas.
En 1956 la crisis del canal del Suez dejó a Francia, junto a la Gran Bretaña, totalmente rebasada. A partir de ese conflicto se asumió lo que ya todos habían adivinado. Ya solo existían dos grandes potencias. Estados Unidos y la Unión Soviética. Y aunque los norteamericanos asumieron la perspectiva y defensa de los países capitalistas, en el conflicto promovido por el hábil Abdel Nasser en Egipto quedó claro que, al menos por entonces, no estaban dispuestos a ser un brazo armado incondicional de los intereses ingleses y franceses.
Trump ha usado como argumento que Francia debe mucho a Estados Unidos por la salvación que les dieron en las guerras mundiales y que por tanto deberían doblegarse en humildad, pero como mencionó de Gaulle alguna vez, en ambas ocasiones lo hizo de manera tardía, en el caso de la segunda guerra mundial cuando los nazis ya habían tomado sus tierras.
La preocupación por el avance comunista hizo que de Gaulle tomara una postura más firme (aunque posteriormente llegó a coquetear con la Unión Soviética para balancear el tablero), de ahí que se pusiera en la mesa que Europa occidental, liderada por Francia y el Reino Unido, pudieran unirse al selecto grupo de países con armas nucleares. A Estados Unidos le parecía que entre menos países entraran en la dinámica, mejor. Pero la pérdida del monopolio atómico, con la sombra soviética a lo lejos, hizo que Europa pidiera ser salvaguarda adicional del mundo libre.
Ante la reticencias de Eisenhower, de Gaulle incluso amagó con abandonar la OTAN. Los franceses creían que la “policía del mundo” debía ser tripartita y que cualquier decisión de la organización debía pasar por un consenso entre Washington, Londres y París.
De poco sirvieron las presiones. Estados Unidos mantuvo las reservas, y conservó, si acaso, su relación especial con el Reino Unido. No obstante, con ellos también había un serio desgaste. De Gaulle montó en cólera y ordenó que todas las armas nucleares de Estados Unidos saliera de territorio francés. Posteriormente, en 1966, Francia incluso salió del mando militar integrado de la OTAN.
Ante el diálogo sordo, de Gaulle tomó la determinación de mirar hacia otro lado. Si Estados Unidos no cedía, había que buscar otras opciones. Fue así que el presidente francés se acercó a Konrad Adenauer, el canciller alemán, con quien a principios de los sesenta firmó un tratado de amistad. A pesar de que Alemania y Francia eran rivales irreconciliables hasta mediados del siglo XX, los andares de la diplomacia son volubles y cuando la combinación se dispone, un bien superior puede redituar en el entendimiento con los en otrora contrarios.
Si bien el vínculo con Alemania occidental fue fluido (basado en un resentimiento compartido por el arsenal nuclear que se les vedaba y el plan que les unía de no hacer indispensables a los Estados Unidos), el acuerdo no trascendió como hubieran querido. La posición de Estados Unidos era demasiado fuerte y más allá de la pedanterías verbales del orgulloso de Gaulle no había líder alguno que pudiera confrontarlos. Del otro lado estaban Jrushchov y Brézhnev, opciones mucho peores.
Los esfuerzos por independizar la seguridad tenían serias limitantes: no eran nada sin la anuencia de la Casa Blanca. Lo cierto es que era una época en la que la mayoría de los países temían moverse demasiado ya que con ello podrían despertar reacciones contraproducentes. Y aunque existía un fuerte anhelo de contar con armas disuasorias particulares, nadie podía hacerle segunda a Francia en lo que respectaba a un rompimiento verdadero con EE.UU.
Cerca de 60 años después, Macron voltea de nuevo a Alemania en un intento de que una Europa militarmente poderosa pueda hacer frente a los riesgos del exterior, así como eliminar la excesiva dependencia que tienen ante un Estados Unidos hostil, que con Trump a la cabeza exige subordinación y un aumento de gasto por parte de los integrantes de la OTAN.
Falta ver qué tanto de ello es un blofeo por parte del presidente de Francia. Con una Angela Merkel entusiasta pero ya en retiro, y con un cuadro adverso en cuanto a popularidad dentro de sus propios fronteras, Macron corre el riesgo de tener pólvora mojada como antes la tuvo de Gaulle. No obstante, en tiempos de sumisión, un movimiento así de audaz no es desdeñable y, se concrete o no, podría causar alguna consideración en los Estados Unidos. Macron sabe que a base de palabras es posible hacerse de un asiento de primera fila y forzar el respeto de los americanos. Eso quizá también lo aprendió del gaullismo.
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Publicado originalmente el 26 de noviembre de 2018.