El regreso de Carmen Aristegui a la radio mexicana fue, sin lugar a dudas, una de las noticias más agradables del 2018. Más allá de que se puede coincidir o no con su línea y estilo, es una periodista importante, amena y de buena intención. Voces como la de ella son un bálsamo para ofrecer un contrapeso en una escena dominada por intereses políticos turbios y lejanos a la sociedad.
Para ella, no obstante, hay un aprieto inminente. Por primera vez en su carrera le tocará desenvolver su trabajo desde un sexenio dominado por la izquierda en el poder. Su público, que la ama y tiene como principal referencia, es de espíritu afín al nuevo gobierno. Y aunque hasta la fecha todo ese auditorio la ha celebrado por combatir desde los medios los excesos de los políticos, esta vez la tendencia se le puede revertir.
Eventualmente Aristegui y su equipo se verán ante la disyuntiva de retratar algún tropiezo mayor del gobierno federal. Y aunque en primer término lo que corresponde es emitir una crítica tan severa como la que siempre se ha dado al séquito presidencial, ahora ella tendrá que asumir el alto precio que significa ir en contra de la postura de buena parte de quienes la escuchan, un perfil muy entusiasta de todo lo que rodea a la llamada “cuarta transformación”.
El ambiente de excepción que reinará en México los próximos años, impulsado por un mandatario con un respaldo popular nunca antes visto en la historia moderna del país, pondrá en dificultades a todos los que se atrevan a ir a contracorriente. Pero quizás ningún periodista nacional pueda resentirlo en la misma medida que Carmen, una comunicadora que en todo momento ha gozado del cariño de la gente. Y quizás ninguna voz sea tan requerida como la de ella, para equilibrar a las fuerzas en juego.
De cara a la percepción ciudadana, criticar a Enrique Peña Nieto o Felipe Calderón —los más inmediatos ex presidentes— hace ganar enteros, como debe ser para un periodista. Una investigación sustentada acerca de torpezas o casos de corrupción de cualquier servidor público eleva a quien lo elabora, por tratarse de un hallazgo que rompe con la inmundicia de quienes abusan de sus puestos.
Con Andrés Manuel López Obrador y su círculo íntimo, en cambio, es distinto. La crítica contra el equipo de Morena, infundada o no, conlleva un alto precio para quien la profiere. Incluso se convierte en un estigma. Una persecución discursiva que irradia desde el mandamás hasta su base electorera. No son pocos los que han sucumbido ante la presión. La autoridad moral Andrés Manuel es, en apariencia, impenetrable
Es probable que llegue el punto en que Aristegui deba decidir entre el rigor profesional y el seguir con el respaldo incondicional de su audiencia. Será ahí cuando tendrá que ser más periodista y fría que nunca y si para ello debe sacrificar la anuencia de quienes la han encumbrado, deberá hacerlo.
Hasta el 1 de diciembre, Carmen Aristegui y su equipo seguirán administrando el capital que supone la denuncia de los excesos y canalladas de la administración saliente. Pero al poco rato tendrá que voltear, analizar y poner el dedo en la llaga en los de recién ingreso.
Carmen Aristegui ha enfrentado riesgos de distinta índole a lo largo de su carrera. Presiones gubernamentales, resquemores de empresarios y afrentas a su seguridad. Pronto emprenderá una batalla con la mejor herramienta que tiene: su ética laboral. La misma con la que tendrá que decidir si va con todo, sin concesiones, o si prefiere voltear para otro lado cuando lleguen los copos de indecencia que todas las castas políticas tienen y que no necesariamente vendrán del jefe del ejecutivo.
Ya en mayo 2017 la periodista probó una dosis de lo que acaso se vuelva la norma en los próximos años. Luego de una entrevista tensa con López Obrador, a propósito de la rocambolesca atmósfera que se vivía en Veracruz (con Yunes, Duarte, Eva Cadena y otros angelitos), en redes sociales y en plataformas de YouTube hubo comentarios en su contra, por la forma severa con la que abordó el tema con el tabasqueño. Aquello solo fue una pequeña probada de lo que podría venir en el ejercicio sostenido de lo noticioso.
La cisma ocurrida por la portada de Proceso dedicada a López Obrador en noviembre de 2018 (“El fantasma del fracaso: AMLO se aísla”) es otra muestra de lo que puede ocurrir ante los críticos no tradicionales. Proceso, otro medio de alto aprecio entre los círculos de izquierda, fue de pronto vapuleada por cierto sector de seguidores ortodoxos, quienes no conciben dudas ni cuestionamientos.
Más allá de las manifestaciones provenientes del propio presidente, un sector considerable de la ciudadanía está en vena de desacreditar a cualquier voz que ose ir en contra de un movimiento que representa algo tan poderoso como lo es la esperanza.
Tal será una dimensión que los periodistas deberán tener en cuenta desde sus propios espacios. Carmen Aristegui tal vez sea quien más tiene que perder. Pero también la que más tiene que ganar en concepto de integridad.
A eso debe abocarse. A estar a la altura de su propio nombre. A seguir haciendo periodismo, no militancia. Sea cual sea el precio. Sean cuales sean las implicaciones. Al periodista no le toca ser amigable con los poderosos. Antes que el aplauso o la complacencia, está el valor de la honradez.
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Publicado originalmente el 12 de noviembre de 2018.