El placer de tirar el dinero

Gastar dinero que no se tiene es un acto de magia muy placentero. Puede que ello se deba a la búsqueda de una satisfacción que nunca llega.

De nada sirve negarlo, comprar nos acerca a la alegría. Es como si sumara puntos a los que somos. Entre más suntuoso, mejor. Quien dice que lo material no es importante, las más de las veces está mintiendo y seguramente cambiará de filosofía si un día alguien le da a elegir entre un Ferrari y una tabla de surf.

Ahorrar es un proceso encantador que permite despilfarrar después. Cuidar al máximo los gastos constriñe al espíritu y le impide ir a toda velocidad. Sin embargo, a veces no queda de otra. Las facturas tienen la descortesía de no pagarse solas y las deudas son la única sombra que quema. Al final las limitaciones económicas se vuelven un lastre. Un enemigo de la libertad. Si bien las penurias pueden sacar lo mejor de los artistas, también pueden oprimir las ideas hasta dejarlas en polvo. Virginia Woolf lo sintetizó cuando dijo que una mujer necesitaba dos cosas para escribir: dinero y una habitación propia. Con esa tranquilidad e independencia las ideas fluyen mejor.

El gasto irresponsable tiene mala fama, pero se trata de un pecado que hay que cometer algunas veces. Sería un desperdicio ser racional todo el tiempo, cuando la existencia ofrece la posibilidad de endeudarse con unos zapatos que cuestan lo que unas vacaciones en la playa.

Lo importante es tener estilo para pisar el acelerador monetario. Hay quienes no tienen la gracia requerida y hacen el ridículo a la hora de soltar los billetes. Tampoco hay que gastar para impresionar, lo cual es una condena, obligaría a sostener un ritmo que invariablemente llevaría al desastre.

No se trata de guardar apariencias de humildad o misticismo. El dinero emociona y emociona mucho. Algunos de los momentos más felices de la vida se pasan en la intimidad de un cajero automático, en donde llega a experimentarse una sensación parecida a la que una madre tiene al alumbrar a un hijo.

El revés llega cuando no se tiene la suficiente liquidez. Pocas humillaciones se comparan a la de tener que revisar la etiqueta de un producto para ver si se tienen los recursos para adquirirlo. Darse cuenta de que no es así, que está lejos de nuestras posibilidades, es un golpe anímico y hay que ser un gran histrión para disimular el desencanto en medio de una tienda donde la mercancía fluye con la suavidad del terciopelo.

Al final no somos tan superficiales; no es el dinero en sí lo que estimula, sino el margen de maniobra que ofrece tenerlo. Cada moneda es una gotita de libertad y autonomía. Un aumento al rango de decisiones. El dinero es el que te permite dejarlo todo para comenzar de nuevo y el que, si eres afortunado, te da acceso a tomar un vuelo a París y no volver jamás.

Es por particularidades del sistema que la tarea no es nada sencilla. En la mayoría de los casos resulta que para tener un mínimo de gozo primero hay que rendir en un trabajo.

Ganarse el pan con el sudor de la frente es de mal gusto como lo es sudar en general. Lo peor, esos seres alienados quienes ostentan el cuento de amar sus labores, como si aquello fuera lo mejor que pudiera pasarles y no, como debe ser, un simple medio para disfrutar lo que a uno en verdad le gusta en sus ratos libres.

El dinero tiene la cualidad de ser práctico. De estar aquí y ahora, a diferencia de lo espiritual. Conviene ser materialista mientras el organismo no sea capaz de desintegrar todos sus componentes para hacerlos aparecer en Tulum.

 

dinero pacino

 

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