Hubo una época en la que consumía revistas de manera compulsiva. Los tiempos han pasado, pero de vez en cuando todavía recurro a ellas. En un librero tengo un apartado dedicado a ejemplares de ese tipo y cuando quiero alguna lectura ligera tomo uno para leer algún artículo o pasaje al azar.
Por la mañana tomé una de las revistas. Era dedicada a la literatura, publicada por una pequeña editorial independiente. Me acosté y procedí a seleccionar una página como a tres cuartos del volumen. Ahí encontré un relato de una tal Pamela. Lo leí para pasar un rato sobre la cama. Era un texto sugerente y con vigor. Llamas contenidas en la brevedad de unos cuantos capítulos. Terminé con la voluntad de leer más. Pero el nombre de la chica no me sonaba, así que no sabía a dónde dirigirme. No era una autora famosa, sino alguien que recién empezaba a publicar.
Procedí a buscar el nombre en internet. Quizás tuviera más cosas disponibles. Algún blog, por lo menos. Pero más bien me enteré de algo triste: Pamela había muerto en el año 2013. Lo verifiqué por la particularidad de su apellido y el contraste de varias fuentes. Me fijé en la fecha de la revista donde la conocí y era de mediados de 2012. Quizás uno de las últimos espacios en donde había publicado.
El relato de Pamela estaba lleno de vida. Y al leerlo estaba convencido de que ella estaba con una sonrisa en algún lado. Tal como me pasa con autores fallecidos hace décadas que, sin embargo, a través de su obra respiran y siguen igual de vitales que nunca.
La vida es, sin lugar a dudas, engañosa. Sin caer en sentimentalismos creo que la vida va más allá de lo meramente orgánico. Hay pinturas, libros y películas que refulgen en esplendor y que trascienden a minucias biológicas. Kafka y Pessoa caminan cuando alguien le echa un vistazo a su obra. Y cuando ves algún clásico en el cine, todas esas estrellas siguen palpitando en blanco y negro sin importar lo que indiquen sus tumbas.
Es absurdo pensar que Marlon Brando o Marilyn Monroe pueden morir.
Pamela, en definitiva, ocupa en lugar en mi librero. Ahí junto a muchos otros espíritus que laten cada que uno recurre a su llamado.