Seguro las has visto. No abundan, pero si prestas atención de vez en cuando te atravesarás con una de ellas. Son las estrellas sin fama. Personas que tienen toda el aura y esencia de una celebridad y que sin embargo, por diversos motivos, no lograron llegar a donde querían.
Las puedes encontrar en cualquier parte. Hay varios ejemplos. Como esa cajera que es una eminencia de las matemáticas y que puede llevar de memoria cuentas enormes que le facilitan sus funciones, aunque más bien debería ser ingeniera. O el gran cantante que vende frutas y verduras en un mercado, deleitando con su voz a cada persona que se le acerca. O aquel escritor que labora en un estacionamiento, ese al que nadie ha leído y que pasa de largo para decenas de clientes que no tienen ni idea de que son atendidos por un prócer de las letras superior a muchos autores premiados, solo que nunca ha mostrado la carpeta de sus cuentos.
También está esa actriz de primera línea que, lejos de un set televisión, ve pasar sus mejores días frente a una hoja de cálculo en la computadora. O esa reina de belleza, anclada a la cocina, que renunció al glamour para hacerse cargo de sus hijos.
O el astro del futbol callejero que desde la grada mira un partido y con melancolía piensa en lo que pudo ser si hubiera tenido una oportunidad en el ámbito profesional. Una sola.
A todos ellos la vida los empujó a un derrotero distinto al que les convenía. Al que les apasionaba. Ahora se encuentran en trabajos admirables y dignos, que no obstante se alejan de lo que alguna vez trazaron en sus sueños más preciados.
Pero son seres de excepción. No necesitan de la fama, que a fin de cuentas es algo accesorio. Algunas de estas figuras ni siquiera necesitan hacer nada. De nacimiento cargan con la estrella. Con tan solo mirarlos se percibe que son diferentes. Personas que están ahí para desatar emociones, alumbrar el camino o cuando menos ofrecer un placer a la vista. Tienen cierta manera de moverse, cierto modo de estar y hablar. Una elegancia incrustada por naturaleza. Al verlos en fotos parecen leyendas de cine.
Están ahí, las estrellas sin fama. Esa chica que trabaja en una tienda de ropa independiente, con su cabello azul y blusas bonitas. Aquel tipo, encerrado en su habitación, que sin darse cuenta guarda en el escritorio algunos de los mejores poemas jamás escritos en la ciudad. O la pelirroja, plena en dulzura, que pasea a su perrita antes de trazar una nueva pintura con ojos llenos de fulgor.
Las estrellas sin fama ponen en perspectiva la cruda realidad: el éxito es más circunstancial de lo que se cree. No basta con tener el talento, la disposición y ni siquiera con esforzarse al máximo: elementos que ayudan y cuentan. Indispensables para estar ahí, pero que por sí mismos no son suficientes para alcanzar la notoriedad. Hace falta un extra. Estar en el lugar adecuado o conocer a la persona indicada. De ahí que talentos menores a los suyos consigan trascender y ellos no, pese a contar con credenciales de sobra.
Las estrellas sin fama corren el riesgo de ser como ese árbol que cae en el bosque sin ser escuchado por nadie. Por ello la tarea de quien los tope es percibirles en todo esplendor. Invitar a que continúen con la lucha. Dar el soporte y apoyo que se pueda, reconocer su valor y brindar ese tributo tan valioso que es propagar el mensaje. Contar, a quien pueda enchufarlos, que se ha dado con una estrella, una figura con potencial que merece subir al escenario. Ya entonces les tocará mostrar de qué están hechos.
Las estrellas sin fama no gritan, no ostentan, no desquitan su frustración en otros seres. Asumen con dignidad el papel que les corresponde. Mantienen el porte, la compostura. Van en silencio, a sabiendas de su potencial, un conocimiento que en sí mismo ya es un placer.
Por desgracia algunas acaban por rendirse y pierden la mística.
Otras más sobreviven. Son las verdaderas estrellas sin fama que, pese a todo, aún guardan la ilusión de ser descubiertas.