Dios bendiga a los profesores que le ponen alguna película a sus alumnos de vez en cuando. Al menos en una ocasión dentro del curso, los niños necesitan de ese bálsamo espiritual. En los años noventa pocas sensaciones se podían comparar a la de ver llegar a un maestro con la mesita de la tele y la videocasetera. Era la gloria. Lo mismo que las palabras mágicas: “Muchachos, vamos al auditorio a ver una película”. Esos episodios eran un escape que le devolvía la humanidad a estudiantes que minutos antes estaban desesperados entre operaciones matemáticas y fórmulas de física. Gracias a una pantalla te dabas cuenta de que todavía era posible soñar.
Recuerdo más las películas que llegué a ver en la secundaria que cualquier clase en particular. No digo que las materias fueran inútiles, siempre es importante adquirir conocimiento de cualquier tipo. Pero sin lugar a dudas el cine gana en eso de dejar una marca en el corazón.
Hay una película de colegio que recuerdo en especial. Se trata de Sea of Love(1989) que un profesor de psicología nos puso en la preparatoria. Más allá de la obra en sí, lo que más cautivador fue que el filme distaba de ofrecer algo valioso bajo cualquier perspectiva académica. Eso me encantó. Lejos de poner un documental, cine de arte o un clásico de Fritz Lang relativo a la asignatura, el profesor, muy campante, decidió poner una película políticamente incorrecta que ni siquiera era apropiada para menores de edad.
El maestro se justificó brevemente diciendo que la sesión nos serviría para conocer la “psicología de un personaje trastornado” o algo así. Yo sabía que no era tanto eso. Sino que se trataba de una película que le gustaba y ya. Se lo sacó de la manga. Muy probablemente el tipo no había preparado su clase y quizás estaba demasiado desvelado como para articular una hora de docencia. Daba igual. Lo que agradecí fue que rompiera la monotonía con una proyección que nunca nadie esperaba ver en un aula.
Sea of Love ni siquiera es una cinta de primer nivel. Sin embargo está llena de escenas memorables y de tensión. La protagoniza Al Pacino, quien interpreta a Frank Keller, un detective alcohólico con serios problemas personales como la soledad y una crisis de edad. El mundo se le vino abajo desde que su esposa lo abandonó para casarse con uno de sus colegas del cuerpo policial de Nueva York.
A él, con una vida que se desmorona, le toca investigar el caso de un presunto asesino serial. En la primera escena del crimen, donde se halla un hombre muerto, las únicas pistas encontradas son un cigarrillo marcado con lápiz labial y el recorte de un periódico.
La primera sospechosa es una rubia a la que Frank Keller debe seguir por el mundo subterráneo de las citas para solteros. Se trata de Ellen Barkin, plena en atractivo. Al parecer es una viuda negra que se encarga de aniquilar a sus amantes una vez que ha colmado sus deseos.
Por cierto, hay un detalle clave en la habitación donde ocurrió el primer homicidio. Al lado del cuerpo sin vida, un tocadiscos repite el sencillo “Sea of Love” de Phil Phillips una y otra vez. La pericia del director Harold Becker logra que la aparición de dicho tema dote al instante de un gran magnetismo con el cual uno se olvida por un rato del acto sangriento para pensar en lo que hay más allá.
El profesor que puso la película era un enamorado de la música. Un verdadero melómano. En determinado momento, cuando sonaba esa canción, lo volteé a ver y en el brillo de su mirada descubrí que él era uno de los nuestros.
Come with me, my love
To the sea, the sea of love
I want to tell you
How much I love you
Do you remember when we met
That’s the day I knew you were my pet
I want to tell you
How much I love you…