Michael Rother sonreía mientras se instalaba en un pequeño escenario de un salón en San Luis Potosí. Desde el restaurante ubicado a un lado se alcanzaba a colar la música dispuesta para los comensales, pero él se lo tomó con humor. Es un hombre sencillo que ve la incomodidad más como una aventura que como un fastidio. Es probable que después de cerca de cincuenta años de trayectoria, que lo llevaron a influir de manera determinante en la música occidental a través de Neu! y proyectos como Harmonia, nunca hubiera afrontado una situación parecida. Aquel que fue admirado por David Bowie y que colaboró de cerca con Brian Eno estaba ahí, perdido en una ciudad mexicana, en un espacio en el que apenas se podía mover, con la misión de tapar aquellos murmullos de muzak que provenían del local vecino. Le acompañaban en la tarea el carismático Hans Lampe y Franz Bargmann.
Tampoco es que Michael Rother sea ajeno al imprevisto. Ha vivido en Pakistán, en Reino Unido y ha recorrido gran parte del mundo gracias a su carrera. Comenzó en 1971, y desde entonces se ha mantenido en la palestra con distintos proyectos. Primero con Kraftwerk (en donde tuvo una participación más bien testimonial), luego con Neu! y luego con su carrera en solitario. Pese a su innegable influencia, en él hay algo de anonimato. Una parte importante de la música popular del siglo XX tiene su impronta, y sin embargo él tiene un aspecto apegado a la normalidad. Pantalones de mezclilla, camiseta negra y una chaqueta de algodón, de esas que luego uno se topa en el supermercado.
El aura de hombre promedio se borra cuando comienza a tocar. Entonces es posible darse cuenta de que Michael Rother es de otra pasta. Un digno representante de lo que significa ser alemán. Se trata de un estilo de música muy identitario, que alguna vez miró hacia el futuro y que acabó sepultando por la realidad. El krautrock presente en Neu! se regodea en la reiteración: a partir de cada círculo va adivinándose un nuevo significado. Se trata de una competencia contra del interior, una confirmación de lo que se tiene, de la esencia que merece ser recordada una y otra vez.
Michael Rother no se encierra dentro de sí mismo. Agradeció a la audiencia y mencionó que se trató de un público adorable. Luego siguió tocando un set impecable que mostró el alcance de su propuesta. Una modernidad congelada en el tiempo. La matriz de donde salen ecos presentes igual en The Horrors, que en Radiohead, Stereolab o Wire. La vanguardia bien entendida. Un clásico sin arrugas.
El evento fue traído por los organizadores de Futuro Festival en asociación con el Goethe-Institut Mexiko. Todo un acierto de personas partidarias de mirar más allá.
En el público hubo de todo. Conocedores de la música alemana, viejos nostálgicos. Jóvenes atentos a la historia. Hubo un tipo que no sabía a quién tiene enfrente, así que lo googleaba y se ponía a ver fotos de él en su celular, en vez de atender a la actuación que tenía a unos pocos centímetros de distancia.
Había una joven. Tenía el cabello violeta y no debía tener más de 21 años. Era una de las personas más entusiastas en el recinto. Entendió a la perfección el instante y se dejó llevar por el mismo, permitiendo que los sonidos se apoderaran de ella en pasos de baile que no tendrían explicación de otro modo. Ella no se dio cuenta, tenía los ojos cerrados, pero Michael Rother la observó durante más de una ocasión. Y volvió a soltar una sonrisa, como si él fuera el fascinado. En ella estaba la música. La chica de cabello violeta contenía la magia del momento y él había soltado la chispa que dio en el clavo.