Cuñadismo a la mexicana

Hay palabras extranjeras que deberían incorporarse con urgencia a nuestro vocabulario de cada día. Ni siquiera hay que recurrir a la gama de expresiones disponibles en otros idiomas, sino a elementos escondidos dentro de países de habla hispana que se prestan muy bien para una adaptación local.

Tal es el caso de carretear, usado por los chilenos para llamar al noble arte de salir de fiesta. O mina, la forma en la que los argentinos se refieren a las muchachas… un término que aplicado en doble sentido bien podría revelar los riegos de acercarse demasiado al sexo femenino. Hay que tenerlo en claro: las mujeres lindas pueden hundirte, explotarte en la cara. Son ellas las que cavan tumbas como decía el viejo Kerouac.

Hay  una palabra en particular que urge incorporar al léxico mexicano y, si nos apuramos, al de todas las naciones del orbe, ya que designa a un tipo de personaje presente en cualquier sitio. Es un término muy usado en España, que si bien no es inédito en nuestro país,  valdría la pena extender en popularidad. La palabra en cuestión es cuñadismo, y aunque su origen, en efecto, está basado en un pariente (y por extensión al nepotismo), no necesariamente tiene que aplicarse al hermano de una pareja, ya que su significado moderno se extendió para denominar al clásico opinólogo que va de elevado al hablar de cualquier asunto que se le cruce en el camino.

El cuñado aplicado en este sentido, y al que ustedes seguro han tenido que padecer, es el típico espécimen que busca sentirse más inteligente que los demás, cuando en realidad no lo es.  En su afán de demostrarlo sueltan cuanta palabrería se les ocurra para aparentar estar muy bien informados. Son, ante todo, verborrea estéril, propia de gente que se lee los titulares que le aparecen en la bandeja de internet y que, ya por eso, se creen especialistas en geopolítica, botánica, zootecnia y ciencias aplicadas.

El destino de estos intelectuales es cruel. Ya que en vez de trabajar en la NASA, como sus ínfulas pretenden merecer, lo cierto es que en el mundo real nadie se los toma en serio. Cualquier verdadero experto los desmonta con facilidad y lo más que producen es pena ajena.

Lo más seguro es que tú conozcas a uno de estos cuñados, tan proclives a repetir datos curiosos que vieron en alguna revista y a preciarse de revelar lo que ya todos saben. A menudo van con un semblante redentor, creyéndose los más listos del barrio, poseedores de la verdad absoluta, como los apóstoles de la sabiduría. La soberbia les hace acosar a quienes opinan distinto, le piden a la muchedumbre que «despierte» y que abandonen los medios tradicionales para unirse a la verdad: medios alternativos y conspiranoicos dirigidos por gente que usa calcetines al ponerse sandalias.

Los cuñados hablan sin saber y a la vez acusan de ignorantes a quienes los contradicen, una maniobra hilarante digna de estudio. Ofenden y luego se ponen a la defensiva. No atienden a argumentos ni a la evidencia. Desestiman cualquier elemento que se les oponga.

Su especialidad es llevar la contraria, el truco más bajo para fingir  ser inteligentes y lejanos al rebaño de ovejas. Van en contra de los consensos, porque ellos ven lo que los otros no. Son inmunes al engaño, una hazaña que se han labrado a base de rascarse el ombligo doce horas frente al monitor de una computadora.

El cuñado busca adoctrinar e imponer sus ideas ya que ello supone erigirse como el faro intelectual de la región. Y en tiempos donde la caballada no es muy robusta, puede llegar a escalar varios puestos en las dinámicas sociales, hasta que un día se topan con un oponente documentado y se desploman. Es por eso que se ceban con los débiles, con los tímidos, con los que no saben sobre un tema. A ellos los atosigan con palabras, mientras que a los sabios los evitan: no vaya a ser que descubran su condición de tigres de papel.

El cuñadismo, aunque en un principio parece gracioso, debe ser detenido si se presenta la oportunidad. Estos embaucadores distorsionan el debate y perpetúan mitos que hacen eco hasta producir la sordera generalizada.

Los cuñadismos más habituales son el deportivo y el político. El cuñado deportivo vocifera contra atletas de alto rendimiento y los acusa de ser una basura antes de proseguir a tomar la botana que tienen puesta sobre la barriga. También se sienten calificados estrategas capaces de refutar las decisiones tomadas por Joachim Löw, José Mourinho y Diego Simeone, a quienes tienen por completos improvisados. Si el cuñado tomara a cualquier equipo lo llevaría a una era dorada de campeonatos a raudales.

El cuñado aplicado a la política se siente facultado para opinar sobre cualquier conflicto o suceso que ocurra en el globo. En especial le interesan los acontecimientos de países exóticos y lejanos, para así dárselas de enterado y muy consciente, en comparación al vulgo, a quienes solo les preocupa lo que ocurre en Francia y en otros países bonitos. Además cualquier versión oficial o consensuada les repele; no se fían de la norma establecida y prefieren armar castillos mentales en donde todo es parte de una confabulación realizada por una élite que lo decide todo en lo obscurito.

A los cuñados les gana el afán de protagonismo. Les encanta interrumpir y suben la voz a donde quiera que llegan. En las reuniones instalan el conflicto cuando todos querían pasar un rato de tranquilidad. Si bien pueden irritar, lo mejor que puede hacerse es reírse e ironizar con ellos.

En definitiva, los cuñados son todo en uno: pedagogos, filántropos, activistas, poetas, psicoanalistas, gastrónomos, filósofos, mecánicos, economistas, científicos, pediatras, ingenieros de audio, teólogos, veterinarios… pero, antes que nada, son imbéciles. Y las redes sociales son su paraíso.

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Nota: la quintaesencia del cuñado puede encontrarse en la famosa escena de Annie Hall en la que aparece Marshall McLuhan. Sirve muy bien para ilustrarlo. La vocecilla molesta que de vez en cuando nos rompe los oídos y nos deja al borde de un ataque de nervios.

cuñado

 

 

 

 

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