Jardines errantes: cartas a J.C. Lambert, 1952-1992: Seix Barral. Barcelona, 2008.
“Las dos artes supremas de la verdadera civilización: el jardín y la conversación”. —O.P.
Hace unos años se lanzó este libro compuesto por cartas inéditas que Octavio Paz envió durante un periodo de más de cuarenta años al poeta y traductor francés Jean-Clarence Lambert. Y como suele pasar, la intimidad epistolar se vuelve un sitio donde se descubre a una personalidad sorprendente.
Octavio Paz y Jean-Clarence Lambert se conocieron en 1951 después una exposición de Rufino Tamayo presentada por André Breton en París. En aquel entonces Octavio Paz trabajaba como secretario en la embajada mexicana y fuera de la élite cultural no era muy conocido en Europa. Su creciente obra no había sido traducida al francés, hasta que del encuentro con Lambert surgió un entendimiento lo suficientemente fuerte para que Jean-Clarence Lambert se dedicara paulatinamente a recrear (un término que el autor de Libertad bajo palabra prefería sobre el de traducir cuando de poesía se trataba) los trabajos más importantes de Paz.
El espíritu indómito y la labor diplomática hicieron que Paz saltara de un país a otro continuamente; Japón, la India, Estados Unidos, Inglaterra, Suiza, además de México, fueron algunos de los lugares en donde residió. La comunicación entre estos dos hombres tuvo que darse, entonces, por correo. La mayoría de los textos se enfocan en la toma de decisiones editoriales así como de testimonios de publicación: correcciones de las versiones al francés, conformación de antologías poéticas, pago de derechos, creación de proyectos literarios (como el de las revistas Plural y Vuelta que el mexicano relata al francés), etc.
Dicha parte puede carecer de interés para el lector casual: lo interesante está en lo que rodea a esos apuntes profesionales, concretamente las líneas que Paz dedica a la reflexión y donde confluyen la fraternidad, la cultura, la vida y hasta los consejos amorosos realizados siempre en un tono relajado, el que distingue a un diálogo entre amigos. Seguramente Paz jamás imaginó que esta correspondencia de carácter personal terminaría por ser leída, años después, por el público general. De haberlo sabido quizás la vanidad y su sentido perfeccionista le habrían impulsado a hacer modificaciones y omisiones, no tanto de estilo, sino por el sentido: en especial para mantener intacta la imagen férrea que se suele tener de él. Lo digo porque en muchas de estas cartas se muestra como alguien inseguro respecto a su propia obra, como si casi nada le gustara (excepto por “Piedra de Sol” del que dice: “Es lo mejor que he escrito. O, al menos, el poema en donde he querido decir todo lo que tenía que decir”) e incluso en una de ellas confiesa estar fastidiado de escribir; sin embargo, los episodios de abatimiento se alternan con otros donde se muestra optimista, resuelto y satisfecho, confirmando así la idea de su hija, Helena Paz Garro, que lo definía como alguien fluctuante.
Se debe tener en cuenta que en cuarenta años una persona cambia mucho (¿y no se hace incluso a cada día?), por lo que la variación de ánimo presente entre una carta y otra es perfectamente entendible; estos jardines errantes no deben tomarse como un volumen desmitificador, sino como uno de aproximación a la parte humana del que fuera uno de los actores más importantes del ambiente intelectual del siglo XX.
Para los lectores jóvenes del presente será cuando menos curioso leer estas cartas y postales que, obviamente, se tratan de medios limitados de comunicación. Lo que ahora se puede resolver rápidamente por medio de un mensaje de celular, a mediados del siglo pasado tomaba semanas enteras. Aparte de lo que tardaba en llegar una carta de un país a otro hay que agregar el hecho de que a veces se perdían en el camino, y que un mero detalle dejado a medias equivalía a repetir el proceso hasta que los datos quedaran precisados por completo.
En el libro no se incluyen la misivas escritas por Lambert, en parte porque éstas quedaron reducidas a cenizas en el incendio que hubo en el departamento de los Paz en 1996 y en parte porque las palabras del escritor mexicano se defienden por sí solas: él era la figura central de las mismas.
¿Autorizaría Paz la publicación de estas cartas? Imposible saberlo, lo cierto es que en el prólogo de uno de los tomos de sus obras completas (¿O fue en otro lugar? Confieso que cito de memoria), refiriéndose a sus primeros escritos, Octavio Paz mencionó que los publicaba a pesar de considerarlos menores, simplemente porque era preferible a que lo hiciera él, con cierto control, a que lo hiciera alguien más, sin ningún tipo de filtro, después de su muerte. Los lanzamientos póstumos son terreno peligroso, y este, aunque tambaleante por momentos, logra erigirse como un material provechoso.
La erudición en su rostro más amable, así se podría calificar a esta serie de cartas que resumen las virtudes de Octavio como amigo: profundo, cortés, atento, guía, consejero… algunas que junto a la sensibilidad y el compromiso, también conforman al poeta.
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Este texto fue publicado originalmente en la revista Spazz en el año 2011, aproximadamente.