Bailando entre punkies

kaka

Escaneo sacado de cajondevinilos

El inicio oficial de la Movida Madrileña se suele trazar en 1980, exactamente en el concierto homenaje a José Enrique Canito Leal, un integrante fallecido de la banda Tos (que a la postre se transformaría en Los Secretos). En aquel festival tocaron, entre otros, Nacha Pop, Mamá, Tos y unos tipos raros llamados Alaska y los Pegamoides (que fueron un poco un desastre). Por primera vez, las figuras emergentes de la música española se reunían y formaban lo que parecía ser una escena, aunque cada intérprete tenía una propuesta distinta a la de los demás. No había homogeneidad de sonido, solo una voluntad compartida de expresarse a través de la canción. En aquel lugar destacaba la imagen de Alaska y los Pegamoides, unos tipos punkies y estrafalarios, a medio camino entre Siouxsie and the Banshees, los Ramones y algún fiesta organizada por Almodóvar.

De cualquier modo, me atrevo a decir que la verdadera Movida Madrileña empezó cuatro años antes, con el cadáver de Franco todavía fresco. Y en este aspecto, Alaska, Carlos Berlanga y Nacho Canut (con esa pinta a la Sid Vicious) pueden preciarse de haber cimentado el camino para lo que se consolidó después.

En 1976 el punk explotaba en EE.UU. y el Reino Unido. En los países de habla hispana era en  un género de minorías: el puñado de rebeldes que conseguían discos importados, ya fuera robando, gastando los ahorros o, en el caso de los más acomodados, a través de los viajes realizados a Londres o Nueva York, El punk no era masivo (y quizás nunca lo haya sido), la sociedad española era acartonada, como pasaba también en las grandes capitales de Latinoamérica, cuyo sonido más peligroso provenía del rock sucio heredero del blues.

Ya en 1977, se da un movimiento curioso. María Olvido es una niña de 14 años, conocida entre sus círculos por excéntrica y ser una enamorada de la cultura popular: fetichista de la imagen y del cine gore. La típica adolescente dark que vive apartada en la escuela y que no acaba por adaptarse del todo con sus compañeros. Ella necesitaba rodearse de otro tipo de gente, personas que compartieran sus pasiones. Gente alocada, ansiosa de trascendencia y de tener noches infinitas.

Fue así que la joven María Olvido conoció a Fernando Márquez en las trincheras de un fanzine y colectivo underground. Con él tiene afinidad espiritual e inicia un deseo, un impulso: el de ir más allá, centrarse en el mundo del cómic, pero también, y por qué no, fundar una banda de música. Que ninguno de los dos supiera tocar un instrumento, importaba poco. Eran dos muchachos motivados a tope por la efervescencia del punk, en donde lo que más valía era la estética y la actitud. Quizás con la determinación suficiente podrían llegar lejos. Aunque antes necesitaban reclutar a otros escuderos.

Fue así que toparon con dos muchachos que se dedicaban a vender discos y memorabilia en un mercado dominical (al modo top manta). Sus nombres eran Carlos Berlanga y Nacho Canut, dos amigos formados a la estela de Alice Cooper y David Bowie.

En aquel encuentro quedó en claro la compatibilidad de caracteres. Ese grupo de desconocidos compartía el gusto por el punk, las historietas y el cine de serie B. Al calor de la charla, María Olvido y Fernando Márquez le propusieron a Carlos Berlanga y Nacho Canut unirse al proyecto musical en ciernes. Necesitaban refuerzos instrumentales. Ellos aceptaron en medio del blofeo. Lo cierto es que ellos tampoco sabían tocar ni una sola nota. «Tocar nos parecía una cosa accesoria», decía Carlos Berlanga.

Los otros integrantes que conformaron el núcleo de la agrupación (que llegó a tener siete miembros) fueron Manolo Campoamor (un tipo locuaz, introducido por María Olvido) y Enrique Sierra, lo más cercano a un músico nato que tenían y que acaso por lo mismo nunca se adaptó del todo a la onda de sus compañeros, lo cual eventualmente lo llevaría a apartarse y formar Radio Futura.

En un principio el nombre elegido para el conjunto fue Shit de Luxe, que a insistencia de Carlos Berlanga fue españolizado para quedar como Kaka de Luxe, una declaración de identidad: descaro, gritos de diversión y una afrenta contra lo políticamente correcto.

Aquellos jóvenes eran dibujantes, pintores, periodistas y (sobre todo) fans que de algún modo se las ingeniaron a refrescar la radio de su tiempo. Amantes de lo superficial, de los Ramones, de Divine, de la extravagancia y de las revistas del corazón, dieron el golpe clave con el que se ha de entender la Movida Madrileña: la liberación. Una liberación integral, que parte desde la vestimenta hasta el discurso, pasando por la sexualidad.

María Olvido se convirtió en Alaska. Y aun siendo menor de edad, escribió la letra de «La tentación», una creación rompedora para la época (incluso ahora lo sería): el relato de un one night stand con un tipo sadomasoquista (Todo en cuero negro / un látigo sacó, / entonces me dijo / que me iba a dar mi merecido, / que todo esto me pasaba / por ser una puta guarra…) que luego adereza con sentido del humor al sumar el elemento religioso (Eso está mal, no es natural, / fornicar es un pecado mortal. / He rezado padrenuestros, / oraciones a María, / entraré en algún convento, / así veréis que me arrepiento). El acierto adicional fue el hecho de que el tema no fuera cantado por Alaska, sino por Manolo Campoamor, lo cual le dio una pizca añadida de escándalo, donde se juega con la ambigüedad del género.

El paso de Kaka de Luxe duró pocos meses, pero dejaron marca en toda una generación. A partir de ellos surge la edad de oro del pop español, ya sin cobardía ni limitaciones. A ellos se les puede atribuir que se perdiera el miedo al ridículo. Quitaron solemnidad, no temían burlarse de su público y de ellos mismos. Mostraron que cualquiera podría montarse en una furgoneta e ir en busca de un sueño.

En lo que respecta a la personalidad, cabe decir que mientras sus compañeros eran extrovertidos, Carlos Berlanga era el tímido de la pandilla. Le costaba enfrentarse al escenario, a pesar del talento que guardaba dentro de sí. Admitía que le avergonzaba lo que hacía.

pegamoid

Foto de autor desconocido, sacada del fotolog costureras1980

Luego vino Alaska y Los Pegamoides, una especie de supergrupo conformado por Alaska, Nacho Canut, Carlos Berlanga + Ana Curra y Eduardo Benavente. Los últimos dos mutarían en los míticos Parálisis Permanente. Cinco tipos de gran alcance es una misma banda trajeron la consolidación; ya más confiados en sí mismos y dominando los instrumentos y métodos de composición, se dedicaron a lanzar pequeñas obras maestras que permanecen como hitos del pop en español hasta la actualidad. Redujeron la agresividad de Kaka de Luxe, a cambio de mayor ingenio y amplitud. En esa breve temporada nacieron hits como «Horror en el hipermercado», «El Hospital» y, en especial, «Bailando», un éxito rotundo que incluso les llevó a explorar el mercado anglosajón.

A diferencia de otras letras en donde los Pegamoides trataban historias de muerte, sangre y terror, herederas de las viñetas de cómics, «Bailando» destaca por su hedonismo puro (que para algunos es una ironía), un toque de genio salido de Carlos Berlanga que optó por un camino peculiar, el de mezclar el punk y el new wave con el funk y la música disco (con una gran deuda a los Gibson Brothers a los que prácticamente versionaron, hay que decir). Una bomba que estalla en las pistas de discoteca dejando a todos rendidos, de paso con una marca existencial muy propia de la época: la de alguien que se sume en los excesos como único remedio para resistir un camino que parece no llevar a ninguna parte.

Versos que deambulantes en sintonía con «Perdido en mi habitación» de Mecano, también de esa temporada. Una aparente superficialidad que esconde  las angustias de la libertad.

Bailando.
Me paso el día bailando.
Y los vecinos mientras tanto
no paran de molestar.

Bebiendo.
Me paso el día bebiendo.
La cocktelera agitando
llena de Soda y Vermut.
Tengo los huesos desencajados,
el fémur tengo muy dislocado;
tengo el cuerpo muy mal,
pero una gran vida social.

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