La comida mexicana como arma de resistencia

No es descabellado pensar en la comida como el recurso secreto gracias al cual el pueblo mexicano ha aguantado los múltiples sufrimientos y desgracias que ha padecido a lo largo de su historia. La gastronomía nacional cumple el papel de combustible para la resistencia diaria.

Se podría decir algo parecido sobre otros países, pero la comida mexicana cuenta con algunas particularidades. No es solo sabrosa y llenadora, también es democrática. A diferencia de lo que se vive en otros lugares, en México es muy barato comer. Con 30 pesos (alrededor de 1.50 usd) basta para apañárselas durante todo un día. Eso es lo que cuesta un huarache con carne, unos tamales o media docena de tacos de canasta, por mencionar tan solo algunos ejemplos; platillos que si bien no son del todo saludables, al menos ayudan a calmar el apetito y dan energía para una jornada más. La masa, el picante y la grasa colman el espíritu cuando no hay otro estímulo que lo alimente.

Es la salvación de la comida callejera. Una opción que,  con todos los reveses que pudiera tener, sostiene a las clases populares.

En los puestos de tacos y garnachas se crea una cohesión social inusitada, donde personajes de diversos orígenes convergen en un mismo espacio que les ofrece refugio y sustento. A modo de ceremonia, hay calma y armonía. Cada uno aguarda su turno con civilidad, lo mismo a la hora de formarse en el barra de salsas.

Los tacos, igual que otros antojitos, gustan los mismo al empresario acaudalado que al obrero que gana el salario mínimo. Quien introduce un tlacoyo o gordita en su boca puede tener la seguridad de que prueba el manjar que algún millonario añora desde la mesa de un restaurante donde dispone de un triste cubo de pollo colocado sobre una cama de pepino.

Las dinámicas culinarias del tercer mundo no podrían ser de otra forma: las carencias económicas de la clase trabajadora harían impensable costear menús como los que se ven en París, Londres o Milán. Acá no estamos para milongas. Sentarse en lugares donde se usan manteles, cubiertos y copas de cristal está de sobra. Lo que funciona es ir a las bases: comer a pie en vajillas de plástico bajo el servicio de un hombre que prepara y sirve además de cobrar.

Otra clave está en el calor. Incluso el hombre más desamparado, alguien que no tiene hogar, puede ir a lugar un puesto de comida callejera y dejarse consolar por la calidez que emana de la parrilla. Una especie de abrazo cósmico en el que se conjugan aromas y sentidos.

La comida funge como el remedio perfecto. No requiere recetas ni consultas con un especialista. Basta con dejarse querer. Al son de un taco la vida parece menos complicada, y luego de un día pesado nada mejor que desanudar la corbata y acudir al primer trompo al pastor que se cruce en el camino. Famosa es la historia de aquel suicida que fue disuadido de la muerte por un grupo de policías. La estrategia fue sencilla: después de charlar, lo llevaron a comer tacos. Así le mostraron que no todo es tan terrible como parece y que, parafraseando a Woody Allen, la vida puede ser espantosa, pero es el único sitio donde se puede pedir una orden de suadero.

México ha sido víctima de inseguridad, guerras, fraudes, pérdidas de territorio, crisis financieras, desastres naturales, muertes en masa, pobreza, abusos  y un cúmulo de tragedias… pero hay algo que templa el ambiente y evita el estallido social. Una posibilidad que surge cada noche: ahogar las angustias a base de carne, frijoles, chile y tortilla.

tin_tan

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