Un día de septiembre, en medio de la explanada de un museo dedicado a las artes, veo un gusano en el suelo. Una criatura espectacular cubierta de lo que parece ser terciopelo color naranja. Una obra maestra de la evolución: si se miraba de cerca se podían apreciar detalles que pasaban de largo en un principio. Puntitos blancos cercanos a la cabeza, una línea negra que le rodeaba el cuerpo como si se tratara de una maniobra de maquillaje y una textura similar a la de cáscaras de avellanas apiladas una sobre la otra.
El pobre gusano era bello pero tenía un problema: avanzaba con demasiada lentitud. Su fastuosa anatomía lo condenaba al revés de una escasa funcionalidad. Para progresar un solo centímetro tenía que agitar cada elemento de su ser, coordinarse de arriba abajo para realizar un simple movimiento que ofrecía una recompensa apenas perceptible.
En comparación, insectos de fealdad pronunciada podían preciarse de, sin embargo, ser ágiles; contar con habilidades extraordinarias por las que la parte estética pasaba a un segundo plano.
Era probable que para llegar a su destino —la próxima área natural— el gusano tuviera que invertir días enteros . La velocidad con la que iba hacia adelante era mínima. De lejos ni siquiera parecía que se moviera. Pero si te acercabas, ahí estaba, se movía poco a poco. No le quedaba otra opción. Nadie le iba a ayudar. Nadie formaría un cerco de protección ni le ofrecería una vía alternativa para reducir el esfuerzo. El pobre estaba condenado, aunque tenía la suerte de no ser consciente de ello.
El gusano tenía que cargar con lo que era, los recursos y limitaciones con los que había nacido. Avanzaba por el suelo con un rumbo incierto. Yo lo veía y tenía miedo. Tenía miedo de que alguien lo pisara. La zona era enorme y había mucha gente andando por ahí, sin tener consideración por nada que se cruzara en su camino. Vi varios pies cayendo cerca de él, a punto a aplastarlo. Era cuestión de tiempo que lo hicieran. De que todo acabara para él en un segundo, sin que pudiera reaccionar, instantes después de verse acechado por una sombra.
Quise quedarme a ver cómo continuaba el trayecto. A decir verdad el gusano parecía bendecido por los dioses. Fui testigo de cómo se salvaba una y otra vez. Después de quedar al borde de ser machacado por varios individuos, al final nadie lograba posarse sobre él. El milagro era posible. No podía descartarse.
Dejé la explanada y entré a presenciar el evento por el que me encontraba por ahí. Se trataba de un mesa redonda donde unos guionistas hablarían sobre cine. En el aire se coló alguna línea decente que ayudó a compensar el resto de la palabrería. Me fui unos minutos antes de que el espectáculo terminara.
Al salir, recordé al gusano. Lo busqué en el lugar donde lo hallé en un principio, pero no logré dar con él luego de dar un vistazo. Tuve que poner mayor atención y recorrer la zona. Quizás estuviera por ahí todavía. Tenía que ser así, a menos de que súbitamente le hubieran crecido un par de alas.
Y en efecto, lo encontré, no muy lejos de ahí.
Estaba muerto, aplastado.
El ambiente era silencioso, un desierto. Los visitantes seguían en el auditorio, escuchando divagaciones acerca del cine. Alguno de ellos había acabado con la vida de un animal inocente.
Quizás se tratara del ser más abandonado en el universo. Había muerto sin cumplir sus deseos. Y en su último segundo pudo pensar que se iría sin ser recordado. Sin que nadie reparara en su tragedia.
Pero yo te vi, amigo. Yo estuve contigo. Doy fe de tu heroísmo. Y tu cadáver, rodeado de un líquido anaranjado, estará siempre en mi memoria. Igual que tu ejemplo que me acompañará a donde quiera que vaya.
Descanse en paz.
Tuve la esperanza hasta muy avanzados los renglones, de que el amigo gusano sobreviviera y saliera victorioso de su épico recorrido. Qué triste final para una criatura tan bella, en la foto se aprecia hermoso.
Al menos dejemos este humilde tributo para él, snif.