EL FINAL
Cuando me entero de lo que la gente piensa de mí
me hundo en la soledad. El sombrero
gris que había comprado me enferma.
Dejo de tener propósito alguno.
La sensación de estrangulamiento
entra en mi garganta.
***
LA MUJER
Nunca
te he dado
la compañía
que has tenido para mí, tú
con
semblante disperso
no apareces en mi
sueño. Yo no sueño.
He combinado
estas sensaciones, la
acumulación de entidades
que has dejado en mí.
Siempre tus
tetas, no son pechos, sino
la dura elevación
de carne impaciente
en el abdomen —es
mío— que florece
contra la vaguedad
del aire en el que te mueves.
Caminas
tremenda pequeñez
de intentos de zancada, tu
estatura es tan baja,
en mi mano
siento el peso
que cargas ahí,
uno sobre uno
ambos, mientras
giras sobre mí, el
mismo peso crecido
como el cabello, el
segundo de tus atributos
cae para
cubrirnos. Nos
juntamos pero no somos sostenidos
por superficie alguna,
mientras de nuevo
crecías pequeña
contra mí, en
el aire. El
aire la tercera de
las señales por las
que eres conocida: un
sosiego, un silencio susurrado,
el viento en ondeo
de ligereza. Luego
tu
boca, se abre sin
hablar, toca,
húmeda, en mí. Después
yo grito, yo
canto como si
tuviera el don, ru-
gido sin escuchar,
como mirada tensa
viéndose a sí misma
tornada
a obscuridad
Onanística,
me siento alrededor
de mí mismo lo
que has dejado
en mí, humedad, pozos
de humedad, mi piel
gotea.
***
LA FLOR
Creo que las tensiones
me crecen como flores
en un bosque
al que nadie va.
Cada cicatriz es perfecta,
se recluye en sí misma en
un breve e imperceptible retoño
provocando dolor.
El dolor es una flor como aquella.
como esta,
como esa otra,
como esta.
—Robert Creeley.
Traducción: Carlos LM.
Robert Creeley fotografiado por Allen Ginsber, Vancouver, 1963.