—Hola.
—Hola.
—Qué gusto encontrarte, ¿cómo has estado?
—Bien.
—Llevábamos mucho tiempo sin vernos.
—Disculpa, no te ubico. ¿Nos conocemos?
—Sí, de la fiesta de fin de año. Ahí estuvimos. ¿Recuerdas?
—Eh… sí. Fin de año.
—Esa vez me platicaste algo sobre tu tía, pero ya no supe cómo siguió.
—Bien, bien. Todo bien.
—¿Y lo del trabajo?
—Igual, bien.
—Qué casualidad toparnos de nuevo, por cierto.
—Sí, no suelo salir mucho.
—Oye, pero sí te acuerdas de mí, ¿no? Te noto raro.
—Así soy.
—Me acuerdo que eras muy alegre y platicabas mucho. Ahora estás muy serio.
—Quizás me estés confundiendo. Quizás aquel hombre que conociste no era yo.
—¿Cómo?
—Sí, tu rostro no suena de nada.
—Pero nos conocimos, me acuerdo clarito de ti.
—Pues no, la verdad es que estoy seguro que no.
—Al principio dijiste que sí. La fiesta de año nuevo.
—Estuve en una fiesta de año nuevo, pero no recuerdo que tú estuvieras ahí.
—Soy el del vaso de whisky sour. El que te pasó la rebanada de pastel.
—Lo siento, no creo haber topado nunca contigo.
—¿Y entonces cómo supe que tienes una tía?
—Todos tienen una tía.
—No, no todos. Yo no tengo ninguna tía.
—Mira, ya fue. Ve a molestar a alguien más.
—Has cambiado mucho. Una pena.
—Estoy donde siempre he estado.
—Creí que podríamos ser amigos. Creí que había algo entre nosotros.
—Me confundes o mientes. No hay más. Por favor, déjalo así.
—Estás muy solo de cualquier forma.
—Eso da igual. Estoy bien.
—Soy la primera persona que te hace plática. Te he estado observando.
—Lo digo por última vez. Deja de molestar.
—No te quiero molestar. No te he ofendido en ningún momento. Al contrario.
—Quiero estar tranquilo, ¿sale?
—Yo te puedo ayudar.
—No, vete de aquí.
—Has tomado mucho. Llevas seis copas. Las conté.
—Te felicito. Llegarás muy lejos así.
—Me caes muy bien.
—¿Lo ves? No me conoces.
—Eres muy cerrado. No sé qué pasa contigo. Con razón estás tan abandonado.
—Y lo llevo de maravilla. No necesito abordar a desconocidos en un bar.
—Sabes… me recuerdas a un viejo amigo.
—¿Sí, a quién?
—No lo conoces.
—El patrón se repite.
—Eres un grosero.
—Aléjate, por favor. Líbrate de mi horrible presencia.
—¿Sabías que hay un nuevo circo en la ciudad? Deberíamos ir un día de estos. Tú y yo.
—Deja de perder tu tiempo, hombre. No va a funcionar.
—Tienen bailarines y acróbatas. Deberíamos ir.
—Voy a pedirle al mesero la cuenta. Eso es lo que va a pasar.
—¿Y luego? ¿En donde seguimos la fiesta?
—En ningún lado.
—Es muy triste lo tuyo.
—Sí. Muy, muy triste.
—Es temprano, cómo vas a irte así.
—No sé, se me ocurrió. Quizás deberías preguntarte por qué.
—Cómo eres… en serio. Pero sí, anda, vete ya.
—En un minuto. Tengo que ir al baño antes.
—Cuidado, casi todos están descompuestos.
—¿Vienes seguido a este bar?
—Vengo todas las noches.
—Pues nunca te había visto.
—Puede ser. Puede que digas la verdad.