Tercera plana

De los medios informativos locales ya nada me sorprende. El plagio, el nulo rigor y bananerismo son el pan de cada día. Un cuadro casi generalizado (hay excepciones que se esfuerzan por enaltecer el periodismo) no visto solo en periódicos pequeños, sino también en los de supuesta grandeza y tradición. Me pregunto qué habrá sido de aquel puesto heroico que antes conocíamos como editor. Alguien (o un equipo) que revisa, selecciona y ayuda a mejorar el contenido que le ofrecen los redactores. Pareciera que ya no hay preocupación por ofrecer un trabajo de calidad. Lo que importa es conseguir el mayor número de clics  que se puedan (comprensible), así se tengan que hacer las cosas al aventón (esto no). De cualquier modo, hay que admitir, abundan los lectores conformistas, más interesados en notas con memes que en verificar y manifestarse sobre lo que llega ante sus ojos. De ahí que los periódicos jueguen con cierta libertad: se han acostumbrado a subir tonterías a sus respectivas plataformas. Al cabo que nadie se da cuenta, o no reclaman. Total. Para ahorrarse dinero, mejor recurrir a gente sin talento que está dispuesta a llenar espacios a cambio de cualquier chuchería. O replicar en beneficio propio lo que alguien más se tuvo que currar a base de sudor y lágrimas. Esto no ocurre solo en ciudades pequeñas. El problema es de alcance nacional y global. En mayor o menor medida el periodismo pasa por una especie de crisis. La situación puede ser risible (uno se entretiene bastante con el ridículo ajeno), pero si uno lo analiza de fondo, estamos ante un punto delicado. Sobre todo cuando los medios se encargan de tratar de manera frívola asuntos relativos a la salud o cuestiones que inciden directamente en su bienestar. Mucha gente está acostumbrada a creerse todo lo que leen. Es así. Si lo hacen con una cadenita que les llegó al correo, con más razón actúan con credulidad cuando ven una noticia publicada en el periódico. Después de todo se supone que ahí trabajan especialistas, seres preparados que leen y se documentan bastante. ¿No es así? Pues no. Hay que tener cuidado hasta cuando se leen publicaciones de supuesto prestigio. La labor periodística está condicionada por muchos factores y entre sus filas se encuentran figuras incapaces y sin escrúpulos. Pasa como con cualquier otra profesión. Nunca hay que fiarse. Repito: todavía hay (y no son pocos) escritores y periodistas admirables que por fortuna están a dos clics de distancia de nosotros. Aun y con todas sus carencias, los portales de noticias son un oasis frente la rumorología que abunda en redes sociales. Señalo, eso sí, que por desgracia nos ha tocado presenciar el deterioro de una profesión antes bellísima. Se ha perdido el decoro y la elegancia. Y la culpa, de cierto modo, es de todos (de este lado por no exigir, por habituarse y hasta por celebrar). O de nadie. Hay que entender las nuevas dinámicas del mercado. La obsesión por la rapidez tiene muchísimas ventajas, pero tiene también un lado obscuro. La lucha por ser el primero en recibir un clic lleva a reducir la clase hasta los mínimos. Notas realizadas con base al chisme. Información reciclada en decenas y decenas de blogs con ínfulas de revista. Revanchismo de reporteros a costa de la veracidad. Artículos de ocho líneas… un desastre.

Ya lo decía Oscar Wilde, siempre vigente: «Hay mucho que decir en favor del periodismo moderno. Al darnos las opiniones de personajes sin educación, nos mantiene en contacto con la ignorancia de la comunidad».

new york

En la imagen sale la redacción del New York Times en 1942. No encontré el nombre del fotógrafo.
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