Lo que pese, por favor

Si quieres conocer a alguien, míralo un rato. Pon los ojos fijos sobre esa persona. Y espera. Tarde o temprano surgirá un gesto, una actitud, un movimiento que dará un panorama de lo que trae por dentro. De esto deberían enterarse quienes se encargan de reclutar personal para las empresas. Los de recursos humanos. En las entrevistas hay muchos modos en que los aspirantes pueden tomar el pelo. Volverse embaucadores profesionales. Pero hay otras estrategias de las que no pueden escapar. Un buen método para saber si un individuo es valioso para trabajar en un sitio, sería invitarlo a un supermercado. Ir a espiar cómo es que realiza las compras. En específico en el área de frutas y verduras, en donde la civilización se separa de la barbarie.

Haz la prueba un día de estos. Ponte cerca de donde están los jitomates. Notarás entonces dos tipos de personas. Primero, los que elijen cada jitomate con esmero. Aquellos que revisan con cuidado cada ejemplar antes de meterlo en la bolsa, así les tome el doble o triple de tiempo. Para ellos es un asunto de calidad. Meritocracia plena para los productos que aspiren a ocupar un espacio en el refrigerador de la casa. Son a los que no les gusta conformarse y los que van por lo mejor aunque muchos ni noten que su pincelada estuvo ahí.

Luego está el otro grupo. Los tipos que no se fijan. Los que van con una prisa injustificada y echan cualquier jitomate a la bolsa sin apenas revisarlo, a pesar de que estén podridos o que tengan un color raro. Desde luego ahí no hay amor. Es una actitud deplorable. Con esta clase de sujetos hay que tomar precauciones. Por mucho que hayan estudiado y por mucho que estén preparados con cursos, maestrías y doctorados, es gente que a la hora de la verdad no pone empeño en los ideales. Están lejos de buscar la perfección y con ellos será difícil encontrar una dedicación genuina. Son los que hacen las cosas al ahí se va. A quienes les gusta cumplir y ya, pero que nunca dan el esfuerzo extra. Eso que convierte a lo habitual en lo sublime.

La falta del espíritu artesanal se vuelve especialmente triste en el ámbito de la familia. Un espectáculo lamentable (y más recurrente de lo que se cree) es el de las señoras que pierden de vista un asunto capital y que en las tiendas elijen los ingredientes sin la menor consideración. Como si todo valiera para llevarse al plato (el aguacate duro, la cebolla amarillenta, la manzana con abolladuras). Como si el de cuidar el bienestar de sus hijos fuera un tema secundario. Es inevitable venirse abajo cuando alguien cocina sin el cariño que se espera en cada uno de los movimientos con rumbo a la preparación de los platillos. El arte de la cocina se merece un respeto.

El secreto está en los detalles. Descubrir las pistas en donde nadie pone atención. Son las pequeñas conductas en las que se revelan los puntos claves de la personalidad. Terrenos en los que el disimulo se vuelve imposible y en donde cualquier planificación se cae por el precipicio.

Existen otros desafíos que la cotidianidad ofrece para poder identificar a las figuras distinguidas de quienes no lo son. El trato a los animales es un buen ejemplo. Alguien que se comporta cariñoso con perros y gatos da un señal positiva, así se trate de un exconvicto que estuvo condenado por realizar una serie de asesinatos en masa. Uno se puede redimir del pasado tormentoso si se tiene la disposición de acariciar a la mascota ajena o si se ofrece como voluntario para llevarlo a pasear.

Alguien que maltrata a los animales, en cambio, da una mala espina. Hablamos de alguien que, probablemente (acá no hay estudios para respaldarlo), no tiene reparos en pasar por encima de los débiles si ello le supone una gratificación. Son elementos peligrosos que pueden arruinar a una organización desde adentro cuando vulneran a los eslabones que son incapaces de hablar para denunciarlos. Más vale tenerlos lejos de los puestos importantes y procurar no tenerlos como indispensables en ningún lugar.

Del lado contrario están los que usan plumas bic hasta que se les acaban la tinta. A ellos quieres tenerlos de tu lado. Son cuidadosos y no pierden nada. Su eficiencia le ahorrará dinero a cualquier equipo de trabajo. Saben el valor de cada objeto y por lo mismo jamás caen en despilfarros. Son dignos de proponerles matrimonio.

Luego están los automovilistas que dan el paso al peatón en un cruce o una esquina. De ellos será el reino de los cielos. Podrán ser unos inútiles en cualquier orden profesional, pero solo por ese detalle merecerían recibir un sueldo y cualquier número de prestaciones. En especial a los que no les importar tener a otros conductores que pitan detrás o esos que incluso se paran en una avenida durante varios minutos mientras una venerable ancianita se arrastra centímetro a centímetro hacia la banquete contraria.

Caso parecido es el de una serie de personajes que uno se topa de pronto en los restaurantes: héroes que le dicen «provecho» a los de las mesas contiguas antes de abandonar el recinto. Cada que se recibe tan noble deseo, surge una sensación: la de que estamos ante ángeles enviados por los dioses. Personas que merecen las más altas distinciones en lo que respecta al altruismo y solidaridad con el prójimo.

Son estas pequeñas actitudes las pueden cambiarte el día. Un gesto de amabilidad tiene el poder de mejorar el panorama de lo que prometía ser triste y gris. Una simple sonrisa es capaz de hacer que un desconocido recupere la fe para seguir adelante. Del mismo modo, quien elije un jitomate con minuciosidad, se ve inmerso en un acto digno de aplauso. Son cosas que marcan la diferencia y que no se toman en cuanta como se debería.

Así nos va. Hundidos en una sociedad con manías pragmáticas que avanza con carencias. Sin el toque maestro que dispara la convivencia a otro nivel. A la deriva, en un lago que muere al anochecer.

sporting life

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