Uno de los momentos clásicos de Mad Men ocurre en un episodio de la primera temporada. En él, Don Draper recibe un cheque de 2,500 dólares como una recompensa por su notable desempeño en la agencia Sterling Cooper. Una cantidad considerable, suficiente para nutrir la cuenta de ahorros o hacer una inversión con vistas al futuro. Sin embargo, Don Draper tiene otra idea. Lo único que quiere hacer con el dinero es despilfarrarlo con Midge, una de sus amantes. La idea es clara: irá con ella y le propondrá que vayan juntos a París. Un viaje relámpago sin mayores consideraciones para olvidar la cotidianidad (y a la esposa e hijos que lo esperan en casa) que los asfixia. El plan parece ideal. Después de todo Midge es una mujer con inclinaciones bohemias que no podría negarse a la aventura. Así que decide ir al departamento de ella para plantearle el panorama.
Don Draper toca la puerta del lugar. Pero no le abre Midge, sino un desconocido. Es uno de los beatniks que su amada tiene por amistad. Luego aparece un segundo hombre, Roy, a quien Don Draper conoce por un altercado en el pasado. Ambos se saludan y entonces Don Draper entra en el departamento. Hay una fiesta en el interior. Además de Midge y los dos hombres, se encuentran un par de jovencitas. Don Draper ignora lo que le rodea y va directo con la mujer que lo vuelve loco en deseo. La besa en la boca sin reparar en nadie más. Vamos a París, le dice. Ella sonríe ante lo que parece una broma. Él le muestra el cheque. La llave a una experiencia a la cual no todos pueden acceder. Lo único que hace falta es que ella empaque algunas cosas y dejen todo atrás. O ni siquiera eso. El equipaje es lo de menos, lo vital es salir de aquel lugar de inmediato. No hay tiempo que perder ante un sueño. Pero ella le dice que espere, que baje un velocidad. La reunión con sus amigos tiene que seguir. Tienen música, marihuana y conversación. Eso es lo que quiere. Viene el silencio. Don Draper queda tocado. No se lo puede creer. Le ha ofrecido las estrellas a alguien que prefiere mirar las paredes. De cualquier forma acepta la invitación para quedarse. Todavía queda la ilusión.
El ambiente es hostil para Don Draper. Ya lo había experimentado antes. Alguien de su estilo está fuera de lugar entre una comuna de jipis que ríen por cualquier tontería. El traje y la corbata desentonan con las bermudas y mangas cortas de los demás. Ante ellos es un burgués que lleva el pecado añadido de dedicarse a la publicidad, una profesión alejada de la naturaleza y las bondades de la sanación espiritual por medio de los astros. Los dos beatniks aprovechan para lanzarle comentarios ofensivos e irónicos. Juegan en casa, tienen la oportunidad de tirar por la borda a un representante del capitalismo imperial.
Pero Don Draper ni se inmuta. Está por encima de sus enemigos y lo sabe. Por eso deja que se desenvuelvan un rato. Le da igual. Digan lo digan, ellos seguirán siendo ellos y él seguirá siendo él. El privilegio de tener detractores es que el ridículo está del otro lado. De cualquier modo Don Draper pone orden apenas nota que los berrinches se salen de control. Su táctica es puro timing, un arte maestro de la contención. La bofetadas correctivas llegan en el preciso instante en que el rival cree arribar a la cima. Es entonces cuando llega la frase lapidaria que los regresa a donde pertenecen: al fango, a un rincón en donde se acumula el polvo.
Con los necios no se pierde mucha fuerza. Se juega un rato con ellos y luego se les abandona en el submundo al que pertenecen. La distinción está en la lejanía. En no engancharse ni en lanzar lo mejor de tu repertorio en sujetos que no están a la altura. La marca de ingenio se reserva para las grandes citas. Con las personas que valen la pena y que hacen aportes que nutren el interior. Ante las mentes obtusas ni el agua. Se les hace un simple gesto simbólico que les indica la puerta de salida. Se les pone en su lugar y ya está.
Don Draper no puede seguir desperdiciando su respiración en un lugar semejante, así que decide abandonar. Antes de hacerlo, vuelve con Midge. Le plantea de nuevo la oferta. Vamos a París en este momento. Ella responde que no. No puede. Minutos antes, Don Draper se ha dado cuenta de un detalle. Midge y Roy están enamorados el uno del otro. Lo percibe en las miradas. La relación con su amante se ha perdido. La damisela prefiere al tipo sucio y desgarbado. Está inclinada hacia la vulgaridad, no al glamour. No hay nada más que hacer excepto dar un paso al costado. Dejar de insistir. No volver a conceder un solo segundo a lo que ha terminado en ruinas.
Sin embargo, Don Draper sabe que de las derrotas se puede salir victorioso. Un movimiento adecuado puede dejarte por encima del juego mismo. Y él procede a mover una última ficha. Le regala el cheque a Midge. Cómprate un auto, le dice. El viaje a París se ha perdido para siempre. Él lo asume como tal y en automático deja de darle importancia. La fortuna no es nada para él. Ya tendrá otras oportunidades, otras mujeres y más dinero. Es hora de irse.
Unas sirenas suenan a las afueras del edificio. Es la policía. El grupo beatnik se altera. Tienen que andar con cuidado, cualquiera de ellos podría ser detenido. Para estar seguros tienen que permanecer encerrados en la habitación. Roy se lo advierte a Don Draper: «Es la policía. No puedes salir».
Y Don Draper da una respuesta para demolerlo y acabar con las dudas. Tres simples palabras que ponen en perspectiva la diferencia que hay entre ambos. A todo nivel: cultural, estético, profesional y de genio. Porque un amor no correspondido dista de tener la palabra final. Roy podrá quedarse con la mujer. Pero hay otras cosas que importan y que están por encima. Por ejemplo, el arreglo personal y la forma de vestir. El amor propio. También el porte y la clase que van más allá de la ropa. El aspecto sucio y descuidado podrá seducir a los incautos. Pero no a todos. No siempre funciona así. Ser un hombre distinguido tiene sus ventajas.
La respuesta que Don Draper da antes de salir en su impecable traje color gris es muy simple:
«No, you can’t.»
El que no puede eres tú, campeón. Yo soy yo y tú eres tú. La policía detiene a tipos como tú y se inclina ante tipos como yo.
Donaire puro.