Intolerancia a la derrota

Soy alguien que no sabe perder. Me duele encajar la derrota y tengo complicaciones para superar el mal trago. Da igual que se trate de un gran compromiso o de un simple juego amistoso. La reacción siempre se desborda en amargura.

Cuesta trabajo apropiarse de un sentimiento tan alejado de la gloria. Asumir un plano excluido al que se le niegan las flores y aplausos. Y no digo que ante el fracaso tenga la reacción de un canalla. Estoy lejos de hacer berrinches o tirar una patada al tablero en donde ocurrió la hecatombe: odio los aspavientos. Cuando el triunfo se niega procuro reaccionar con dignidad. Guardo silencio y doy un paso al costado.

Lo que señalo es que perder me sabe mal. Muy mal. Más de lo que pudiera considerarse normal. Padezco síntomas físicos incluso. No puedo sonreír ni reconocer que el resultado adverso sea definitivo. Soy incapaz de aceptar una carga semejante. De inmediato paso a la etapa de recriminaciones. Una serie de juicios y cuestionamientos contra mi propio desempeño y mi manera de ser. Le doy vueltas a las decisiones equivocadas y hago un repaso a las opciones que pudieron traer un mejor final.

Desconfío de quienes aceptan la derrota como si se tratara de un acontecimiento cualquiera. Esos que se precian de tomárselo con filosofía mientras sonríen para la foto.

Considero que un grado de consternación resulta recomendable para no acostumbrarse a la ruina. Hay aprender de las desventuras. Tomar nota de los días negros para regresar reforzado la próxima vez. De las derrotas sacar una pizca de orgullo. Ver en ella una especie de motivación. No quieres volver a sentirte igual ni darle el gusto a tus contrincantes de llevarse la gloria frente a tu cara. Así que trabajas. Te partes el lomo el tiempo que sea necesario para que la victoria se sienta atraída hacia ti.

La lección del desastre está en ese departamento. La frustración ante los resultados negativos no debe.desalentar rumbo al futuro. Eso supondría una doble derrota. Si se ha perdido, hay que volver a intentarlo. Aunque podamos perder una vez más.

Estrellarse contra la pared las veces que sean necesarias. Pase lo que pase se dejará una huella.

Se trata de no tomar la derrota a la ligera, sino verla desde otra perspectiva. Ya ni siquiera como un estado indeseable, sino poco una etapa necesaria para el progreso. Los libros están llenos de historias de redención. Y es en los puntos bajos donde nacen las historias de éxito. Recibir golpes puede derribarte pero al mismo tiempo puede llevar tus virtudes al límite. A sobreponerse a lo que sea para no tener que repetir el mismo calvario.

Para ello es vital alejarse del conformismo. De nuevo: sentirse maldito con un segundo o tercer lugar (el que otros celebrarían). Estar incómodo en el peldaño de abajo. Luchar por cada centímetro de terreno que sea posible. Los ejemplos de figuras que logran sobreponerse son fascinantes. Hay belleza en ciertas vidas de fracaso cuando los protagonistas logran sacar petroleo de la miseria. Hay mucho que aprender de los desempleados, De la gente que ha sido abandonada por sus familias. De los que perdieron los últimos ahorros en un juego de apuestas. Del borracho que sigue caminando después de haber recibido una paliza.

El deporte es un campo en donde se ilustran estas ideas. La postura ante el fracaso cobra relevancia cada fin de semana. Siempre hay que estar preparado. Y jamás habituarse a los trofeos ni a las penurias. Renovar la ambición en el día a día sin conceder tregua a la medianía. Tener muy en mente aquello que decía Luis Aragonés«Y ganar y ganar y ganar… y volver a ganar, y ganar y ganar… Eso es el fútbol».

La cumbre es el objetivo principal. Lo demás son trivialidades.

Futbol, sí. Con el paso del tiempo se ha desvanecido parte de romanticismo (no todo, por fortuna) que ha impulsado espectáculos bochornosos como el que protagonizaron algunos jugadores del Real Madrid hace unas semanas.

Resulta que el Real Madrid perdió por goleada (4-0)  contra sus vecinos del Atleti. Una humillación para los aficionados que no tardaron en manifestar un cúmulo de indignación contra sus representantes en el terreno de juego. Lo peor no quedó ahí, en la parquedad con la que los futbolistas enfrentaron una de las citas más importantes de la Liga, en donde el honor está en juego al igual que la estabilidad emocional de muchas personas.

No, lo peor tuvo que ver con lo que llegó después. Ese mismo día, varios jugadores del Real Madrid se fueron de fiesta para celebrar —con retraso— el cumpleaños de Cristiano Ronaldo y, en el caso de Iker Casillas, el de Sara Carbonero.

Todo bien con el tiempo libre. Cada quien sabrá cómo utilizarlo y los deportistas están en su derecho de divertirse cuanto puedan. Siempre y cuando no dañen a terceros, claro. Y en este caso en particular, la afrenta contra la afición es terrible. Los brincos y risas luego de una derrota catastrófica suponen una idea tristísima: que los jugadores, tus representantes en la cancha, no sienten los colores del mismo modo que tú. Que sus emociones van a medio gas y que no conciben la competencia como una cuestión de vida o muerte.

La maquinaria se rompe cuando se empieza a ver en el desastre una mera anécdota. Una infamia en la actitud. Es comprensible que una fiesta organizada desde hace semanas tenga que llevarse a cabo (igual el error fue programarla en una fecha que coincidía con un evento de alta exigencia), tampoco es que se pida una cancelación de la Navidad. Lo único que uno esperaría es que la fiesta estuviera invadida por cuerpos cabizbajos, moños negros y copas llenadas con lágrimas. Mínimo.

Por el contrario, las fotografías y videos del evento muestran un cuadro social en pleno jolgorio y en donde es imposible detectar un traza de remordimiento. El sueldo millonario ahí se queda, de cualquier forma. Para qué agobiarse por lo que ocurre con una pelotita.

Frente a tal panorama, prefiero recordar a los viejos héroes. Cuando veo que se le falta al luto de la derrota, me viene a la mente el gran Bill Shankly, un hombre de carácter que no concebía peor penuria que la de privarse de la victoria («Si eres el primero eres el primero. Si eres el segundo no eres nada»). Cuenta la leyenda que cada que el Liverpool perdía, su afectación era tal que la única terapia con la que conseguía sobreponerse era regresar a casa para ponerse a limpiar el horno. Liberar las tensiones en un entorno íntimo con una actividad trivial que lograba despejar la mente. Sin grupos musicales ni serpentinas. Una reacción contraria al tumulto, en donde se regresa a las bases para agarrar fuerza de nuevo.

Luego está Mourinho y su método. De él me acuerdo mucho también. Cuando le tocó perder 5-0 contra el Barcelona en su primer año con el Real Madrid, dio una lección de cómo actuar frente a la derrota. Se comenta poco de ello ya que los ojos se dirigen al equipo triunfador que logró aquel día un brillante despliegue de juego. Pero Mourinho dejó la gran enseñanza (al menos para mí, aunque admito que en eso influyen mis preferencias futbolísticas) en la rueda de prensa posterior al partido.

La paliza no lo amedrentó. Salió y enfrentó a los reporteros con la mirada en alto sin mostrar un solo signo de debilidad. Por dentro quizás lo consumía la ira y la desesperación, no lo sé. La cuestión es que por fuera no dejó que se notara. Sus palabras —con un español medio atropellado— fueron las siguientes:

«Cuando pierdes… cuando te meten cuatro o cinco (goles) como hoy, no tienes que salir a llorar. Tienes que salir con voluntad de trabajar, con voluntad de entrenar, con voluntad de jugar el próximo partido. Jugamos el sábado… es una pena que sea (hasta) el sábado. Debería ser ya mañana. Me gustaría jugar ya mañana y no jugar el sábado… no tener que esperar tanto tiempo para jugar. Porque pienso que la gente con carácter después de un partido tan malo y de un resultado tan negativo, tiene que volver a entrenar, tiene que volver a jugar y tiene que volver a ganar».

Seguir adelante, sin más. No a través de la frivolidad, sino asumiendo el golpe y trabajar para enmendarlo. Olvidarse de los refugios. Dejar de esconderse o evadir el tema. Estar puntual para la próxima oportunidad. Impedir que los rivales te vean derrumbado. Que sepan que aún no se libran de ti.

Tiempo después Dudek ahondó en lo ocurrido en el vestuario luego de la manita que se llevó el Madrid.

«El Barcelona nos ganó 5-0. Eso había sido un desastre. Después del partido, había un caos total en el vestuario. Algunos jugadores estaban llorando, otros estaban discutiendo, algunos miraban hacia el suelo. Entonces Mourinho entró al vestuario. Él sabía que lo que había ocurrido era horrible para el equipo. Nos miró y nos dijo: “Sé que esto os duele mucho. Quizá para la mayoría de vosotros es la peor derrota de toda vuestra carrera deportiva. Ellos están felices ahora y parece que ya han ganado el campeonato, pero solo han ganado un partido. Esto es sólo el comienzo. Todavía queda un largo camino para conseguir el título. Mañana os doy el día libre, pero no os quedéis en vuestras casas. Id con vuestras familias, hijos o amigos a dar un paseo por la ciudad. Que la gente vea que podéis superarlo. Quizá la gente hable del significado de esta derrota, pero no os escondáis. Tenéis que mostrar vuestra hombría. Después de esta derrota, hay que luchar por el título».

Aquella Liga, por cierto, continúo y se le consideró como una de las mejores desde que se tiene registro. El Barcelona la ganó. Hizo en total la friolera de 96 puntos por 92 del Madrid. Un duelo titánico hasta el final.

Los de Mourinho no murieron después de la goleada de aquel día. Mejoraron y mejoraron. Al año siguiente le ganaron la partida al mejor Barcelona de todos los tiempos y se llevaron la llamada Liga de los Récords.

El Madrid hizo un total de 100 puntos y 121 goles en 38 partidos. Una proeza que nunca se había logrado en la historia.

Jose Mourinho

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