Sin más, un listado de cosas que me disgustan, a las que me opongo o con las que no estoy de acuerdo. No digo que cada una de ellas esté mal (aunque muchas de ellas sí), simplemente no van conmigo. Lo cual podría ser un argumento a su favor.
A los bares en donde sirven las bebidas en vasos de plástico o —el horror máximo— unicel.
A Jim Morrison y Guns ‘n’ Roses (ponme a Demi Lovato antes que a ellos).
Al doble dipeo. Una falta de respeto para quienes te rodean.
A los timbres de celular considerados graciosos. Nunca son graciosos.
A la mayonesa.
A las comidas exóticas. Viva el conservadurismo culinario.
A las personas que no se bañan por periodos prolongados (más de 24 horas).
Al cabello largo en hombres (crimen imperdonable, como diría Morrissey)
A tocar la comida de los demás. Así sea con el pétalo de una rosa.
A llevar la camisa abotonada hasta el cuello cuando no se lleva corbata. A menos que seas mujer o te llames David Lynch.
Lo mismo con las polo. Dejen de abotonarlas por completo. Cuánto daño hizo la modernidad en algunos, por dios.
A los perfumes baratos. Preferible no usar nada o cubrir el cuerpo con ácido.
A quienes preguntan una y otra vez hasta obtener la respuesta que quieren.
A las bromas de cámara escondida.
A los necios. Con ellos conviene ahorrarse el gasto de energía. Alejarse a la primera oportunidad.
A las malas propinas. Nada revela la tacañería como ese último detalle antes de abandonar la mesa.
A estornudar sin taparse con el mayor esmero posible.
A las películas dobladas al español. Sobre todo las que son tropicalizadas para la audiencia,
A regalar libros cuya calidad no se ha comprobado con una lectura previa.
A los que salen a pasear en bicicleta acompañados de un perro que corre obligado por el jalón de la correa. Recuerden que los animales van sin la ayuda de pedales y ruedas.
A despreciar las orillas de las pizzas. Una salvajada.
A cualquier prenda fosforescente.
A los que platican tan campantes en el cine.
A los charlatanes y su modo de vida que supone un robo velado.
A quienes hablan demasiado, privándonos así de silencios hermosos.
A dormir antes de la una de la mañana. Por mal que me pese.
A las playeras con estampados irónicos. Ya estamos en una edad.
A los que usan desodorante en aerosol como si se tratara de un perfume.
A la dejadez. Plantar cara es importante. En especial cuando parece que ya no se puede continuar.
A los puestos de comida callejera cercanos a hospitales.
A decirle gym al gimnasio.
A las manos sucias. Recurre al agua y al jabón si aspiras a ser digno de un saludo.
A los refrescos. Con mención honorífica a esa aberración de sabor que se ostenta como naranja.
A dejar la basura de tu comida en la sala del cine.
Al comunismo.
A los mariscos. Sé que me pierdo de mucho, pero mi paladar es incompatible con cualquier criatura sacada del mar.
A tocar el timbre más de dos veces.
A las llamadas telefónicas cuya duración supera el minuto y medio.
A esperar a personas que no tienen respeto por tu tiempo.
A echarle azúcar al café.
A dar terceras oportunidades.
Al olor a cloro que las piscinas dejan en el cuerpo.
A los focos ahorradores de energía dentro de la habitación en donde duermo.
A las versiones chill out de canciones de rock y pop.
A la ingratitud. Ser leal a quienes estuvieron a tu lado cuando lo necesitaste, de eso se trata.
A conformarse con la mala calidad. Prefiero no comprar nada a comprar algo que esté mal hecho.
A permanecer indiferente ante la injusticia, los engaños y la miseria.
A los oportunistas. A las personas que aparecen solo cuando necesitan algo de ti y luego se borran de tu camino.
A quienes solapan atrocidades solo porque provienen de gente con quien comparten una ideología.
A tragarse cualquier cuento sin antes verificar y contrastar la información.
A despertar por culpa de uno de los siguientes sonidos: la alarma de un auto, la llamada telefónica de un número equivocado o los ladridos del perro del vecino.
A la mermelada de fresa.
A las expansiones del lóbulo de la oreja.
A solo escuchar música vieja o a solo escuchar música nueva.
A dejarse envejecer. Tengas la edad que tengas (120 años, por decir), distarás de ser un viejo acabado mientras tengas un plan por cumplir, un hobby y una ocupación diaria. Por mínimos que sean.
A los chismes. Nadie te devolverá el tiempo perdido en tan baja conversación.
A vivir sin pasiones.
Al exceso de maquillaje en las mujeres. Da la impresión de que podrías intoxicarte si te les acercas.
A vestir feo. Conviene arreglarse aunque nadie te vaya a ver. Por puro respeto a uno mismo.
A las uñas largas en el caso de los hombres. A las uñas sucias en el caso de las mujeres.
A la palabrería tan propia de quienes no tienen nada importante que decir.
A las galletas con pasas. Esos espacios bien pudieron usarse para poner chispas de chocolate.
A dejar de consentirse a uno mismo. Cada día hay que darse un regalo. Lo que sea. Puede ser un suéter que nos guste o una taza da café. Era lo que recomendaba Dale Cooper.
A la prepotencia y la pedantería. Casi ningún ser humano es lo suficientemente importante como para intentar pasar por encima de los demás. Y los pocos que lo son no lo hacen y son personas amabilísimas.
A los centros nocturnos cuyo volumen de música impide sostener una conversación.
A tocar el claxon de manera excesiva cuando no hay motivos para hacerlo. En esos pequeños detalles uno delata su educación.
A ser de los que ponen los pies sobre la mesa. O los que suben los pies a la butaca de enfrente en la sala del cine.
A reclinar el asiento del autobús hasta incomodar al pobre desgraciado al que le tocó ir atrás de ti.
A los alimentos preparados con un exceso de aceite.
A cambiar de equipo de futbol después de la infancia. Una vez una vez que has hecho una elección tienes que cumplir con la condena.
A las lenguas blancas. Cuando se laven la boca no olviden tallar esa parte hasta dejarla lo más limpia posible. Incluso las personas más atractivas se desmoronan si fallan en este aspecto.
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