El misterio de las personas amables

Un hombre desconocido me detiene en la calle. Dice que le gustan mis botas. Le doy las gracias y apresuro el paso. Pero él me sigue. Me pregunta que en dónde las compré. Es ahí cuando empiezo a sospechar de sus intenciones. Quizás se trate de un estafador, pienso. En cualquier momento soltará un truco. Lo siguiente que sabré es que mi cartera ha desaparecido. Esa clase de gente actúa con rapidez.

Tomo una estrategia defensiva. Le digo que hice la compra en la Ciudad de México.  Evito dar mayores detalles. El hombre entonces pregunta si voy seguido a la capital. Respondo que a veces.

Vuelvo a sacar conclusiones. Es probable que el sujeto no sea un estafador. Quizás se enamoró de mí en cuanto me vio cerca del semáforo. Aunque el detalle es halagador, no estoy interesado en él. Me gustan las mujeres, con todo lo bueno y terrible que esto es.

Mantengo el paso. El hombre sigue a mi lado. No quiero detenerme. Doy respuestas secas para disminuir la conversación. Tal vez así se vaya.

También le interesa saber cuánto he pagado por las botas. Le digo una cifra cualquiera. Menos de lo que costaron. No quiero que piense que soy un tipo rico al que se le puede robar. O uno que te puede invitar un helado en un establecimiento con música romántica.

A continuación el drama se resuelve. El hombre menciona el nombra de la marca de mis botas. Me sorprende:  las conoce de verdad.  No cualquiera. Contrario a mis sospechas,, sus preguntas distaban de ser un pretexto para desarrollar un plan maligno. Lo suyo era de un genuino interés.

Dice que hice una buena compra. Que ha visto las botas a un mayor precio en tiendas de México, si bien es mejor comprarlas en Estados Unidos. Me dice que su familia es aficionada a la marca. Que las usan desde hace años. Sus hermanos, sus primos y ahora su hijo. La mención de su árbol genealógico consigue que el ambiente se relaje.

Intercambiamos unas cuantas palabras más. Luego él se despide y sigue su camino. Yo me detengo. Veo cómo el hombre se aleja de mi vida. Alguien que tuvo el detalle de platicar conmigo. Sin ninguna ambición en particular. Sin otro ánimo que el de intercambiar unas palabras con alguien afín a su calzado.

Decido buscar una cafetería en los alrededores. Encuentro una en donde es posible tomar asiento sin ser molestado. Pido un té. En cuanto lo traen y doy el primer trago, regreso los pensamientos al hombre de las botas. Me doy cuenta que estoy en un estado de psicosis. En la paranoia total. Veo enemigos en todos lados.

En eso te transforma el paso de los días. Las penurias se convierten en una presencia cotidiana de modo tal que ya no te crees que algo bueno pueda pasar. Apenas surge una pequeña luz, te viene la sospecha. Ves ogros en los alrededores. Incluso los espacios vacíos despiertan la alerta. Puede que la tranquilidad sea señal de una trampa.

Eres el pájaro que vuela en cuanto los humanos se acercan. Da lo mismo que solo quieran ser tu amigos. Prefieres evitar riesgos innecesarios. Que para eso tienes unas alas con plumas.

Miro a la mesera de la cafetería. Ha sido muy amable conmigo. E intento cambiar y librarme de los viejos pensamientos. No, no es amable porque quiera una buena propina. Ella es así. Le nace de corazón. Se pueden tener cosas lindas. No todo tiene un lado obscuro, no al menos uno tan malo. Debo dejar de pensar que todo es una gran estafa.

Refuerzo el pensamiento al día siguiente cuando busco alguien con quien reparar mi reloj. Se le ha roto ese pequeño lazo de piel que ayuda a sostener la correa una vez que ha pasado por la hebilla. Necesito que alguien le ponga uno nuevo. Lo ideal sería cambiar la correa por completo, lo cual quiero desde hace meses. Pero se trata de un viejo reloj italiano con una entrada rara. Ninguna pieza le queda. La reposición es inconseguible incluso en internet.

Pregunto en tres relojerías del Centro Histórico. En cada una me dicen que no me pueden ayudar. Sin embargo, en la última me recomiendan un lugar en donde quizás tenga suerte. Queda cerca de la zona, así que voy de inmediato.

Se trata de una tienda de antigüedades en donde también venden juguetes y piezas de colección. Es un lugar grande que parece recién remodelado. Contrario al tipo de mercancía que manejan, el decorado reboza actualidad.

Atiende un señor mayor y un joven que parece su hijo. A este último le explico mi situación. Dice que nunca había visto un reloj con una entrada similar a la de esa correa. Pero que intentará ponerle un lazo de piel que pueda sustituir al que se rompió. Con eso será suficiente. Acepto su oferta sin preguntar el costo del procedimiento, el cual, para mi sorpresa, termina por ser gratis.

Cómo que gratis, le pregunto al joven. Déjalo así, me dice. Tengo varias bandas de cuero en un cajón que me quedan libres luego de algunos arreglos. Le insisto. Déjame darte un poco de dinero, le digo. Aunque sea por el esfuerzo. Lo rechaza con una sonrisa.

Miro el reloj. De nuevo ajusta perfecto con mi muñeca.

El procedimiento duró diez minutos. Sin ser una gran cosa, para mí supuso una lección. Sobre todo porque recibí ayuda de alguien que no pidió nada a cambio. Un desconocido, a quien es probable que jamás vuelva a ver.

Dos anécdotas de apariencia insignificante que trascendieron al fin de semana en que ocurrieron. Un par de piezas para encajar en un rompecabezas de reconciliación con la sociedad.

Hay gente decente allá afuera. A veces parece que no, que es un circo siniestro, pero en verdad existen. La bondad los delata. Personas amables deambulan entre nosotros. Héroes anónimos capaces de cederte el asiento en el autobús. Paladines de la justicia que regresan la cartera que se encontraron. Grupos de resistencia encargados de decir gracias.

Por ellos vale la pena dar una oportunidad a la relación con los otros. Con precaución desde luego. Usar un traje térmico nunca está de más ante los cargantes que abundan todavía. A ellos ni el agua.

decente co

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