Un asunto importante llamado dignidad

Los italianos saben unas cuantas cosas sobre la vida. Lo puedes percibir en diversos aspectos de la tradición que los conforma.  En su cine, en los zapatos que llevan y en la forma en que sus defensas se empuñan en un campo de futbol. Mucho que aprender de ellos. También de su ropa. En cómo la traen encima con plena distinción y en la forma con que la elaboran, con calidad en cada milímetro.

No obstante, la parte clave de ellos es menos evidente. Se  esconde entre focaccias y panforte.

Hace tiempo leí unas palabras del gran Brunello Cucinelli, un diseñador de modas y empresario que jamás ha dejado de lado la sensibilidad humana que avanza por su trabajo y en el trato con quienes caminan junto a él. La ética y la responsabilidad social son parte clave de su estilo, el de una empresa de lujo que labora desde un castillo en Solomeo,  un pequeño poblado medieval en Perugia desde donde se ha hecho acreedor al título de rey de la cachemira.

Hablamos de un hombre en toda la extensión de la palabra que, sin perder la vena capitalista (sus prendas cuestan miles y miles de pesos), ha procurado mantener una armonía con el entorno humano del que forma parte. Los cientos de trabajadores que lo acompañan tienen un horario flexible, al igual que un ambiente laboral relajado en donde la buena comida no les hace falta.

Y sobre comida son las palabras que recuerdo de él. Llegaron a mí hace tiempo y aun así las tengo siempre presentes. Creo que son  una manera práctica de mostrar una idea de amplia sabiduría. Aquella frase la soltó para un entrevistador, mientras hablaban de las bases que lo habían llevado hasta la cima. Para  Brunello Cucinelli un punto central radicaba en la dignidad. Fue ahí cuando mencionó lo que tengo grabado y que quizás algún día mande a enmarcar:

Cuando terminas de comer, las sobras dispuestas en el plato deben reflejar tu propia dignidad.

Cito de memoria. Alguna de las palabras podría variar. La cuestión era, sin embargo, muy clara. Esa importancia de los detalles y en el respeto por uno mismo reflejado en cada segundo de la vida. En eso estaba el secreto. En la dignidad. En hacer las cosas con la máxima calidad por amor a la belleza. Ser íntegro. Estar a la altura de uno mismo. Dar respuesta a lo que somos capaces de hacer. Sea aplicado a la hora de visitar un restaurante o cuando se hace la costura de una prenda fina.

Brunello Cucinelli bebe de la filosofía tanto como de la literatura. En su esencia está incorporado Dostoievski lo mismo que  Jenófanes o Marco Aurelio. Es importante señalar lo anterior porque es algo que va más allá de un acervo cultural. Se trata de una manera de entender el mundo, incorporándolo a la ropa de modo tal que se convierten ya no en meras prendas para cubrir del frío o para presumir en una pasarela, sino una vía para manifestar un interior que valora el esfuerzo que hay detrás de cada uno de los involucrados en el proceso.

Una lección para llevar siempre en la cabeza y aplicarla cuando se necesite. Sobre todo para reforzarse en momentos de flaqueza, en los cuales uno esté a punto de ceder a la vulgaridad.

Mantener la dignidad no es fácil. De hecho es un elemento que priva de mucho. Puede suponer la pérdida de oportunidades irrepetibles: declinar la llegada de los sueños si estos no se ajustan al código personal. A menudo significa quedarse solo en el campo con un pedazo de carne seca, mientras el resto de la manada se va por el camino fácil o con el vendedor de espejos en turno.

Defender los ideales puede llevarte a la reclusión, sí. A dejar ir montones de dinero solo porque fueron tocados por manos sucias. Tenerle fidelidad a los principios es limitarse a lo más esencial. Aquello con lo que creciste. Eso que inculcaron tus padres como el último bastión de la esperanza familiar. No aquello que fuera conveniente para el modelo de éxito retratado en la ficción, más bien para esa parte invaluable que va más allá de cualquier concepto material.

Y aun así, la dignidad, pese a ser inculcada de fuentes externas, tiene mucho de egoísta. No en un sentido negativo, desde luego. Es sacar el orgullo por encima de lo demás. Es decirle no a un ascenso o a la fortuna deshonesta porque hay algo más valioso: uno mismo y esa manera en la que fuimos enseñados a crecer. Que ningún fajo de billetes se compara con el placer de saberse por encima de todo lo que es ruin.

Invitaciones al lado obscuro las habrá. Seducirán en especial cuando se vive con alguna carencia. Mas, salvo situaciones extremas, ninguna de esas manzanas envenenadas puede vencer a la convicción individual. Esa tierra firme en donde reposa todo un ideal.

Ni siquiera las tentaciones pueden con una dignidad bien establecida. La más bella de las mujeres sucumbe ante el poderío de una constitución interna.  Que no, no te irás a arrastrar solo porque alguien de piernas bonitas te lo pide. Si te has de humillar para conquistar a la figura de tus fantasías, pues olvídalo. Prefieres quedarte con el abandono de una habitación fría y con la comida enlatada que compraste el invierno pasado.

Respeto por uno mismo. De eso se trata. Manifestado en el vestir, en la forma de hablar y la postura que se tiene al tomar asiento. En todo. Es probable que nadie se dé cuenta y que otros tantos, por llegar al estrellato, tomen esas fichas que tú despreciaste. No importa.  Allá ellos.

Al final, como decían lo Kinks, hay que aferrarse a una convicción: no eres como cualquiera. No eres alguien que se rinde ante el envilecimiento. No tienes que llevar tu destino como lo hace el resto de las personas. Porque no eres ellos. Eres tú. Alguien que está hecho de una materia diferente. Nunca lo vayas a olvidar.

Porque créanme, hay mucha diferencia entre dejar las sobras bien dispuestas en el plato, que dejar todo embadurnado sobre la mesa.

marcello mastroianni 2

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