Las cartas de Charles Bukowski

Hace unos días terminé de leer un libro que recopila las cartas de Charles Bukowski. Es el segundo que leo, el otro también editado por la editorial ECCO. El periodo que abarcan los textos va de 1960 a 1970, una década de especial interés porque se trata de aquella en el que un cartero pasó a convertirse en un escritor de tiempo completo.

Leer misivas ajenas puede provocar un sentimientos de culpa. Cualquier trabajo similar puede interpretarse como una invasión al terreno más íntimo de los artistas. Ser intrusos de cartas de amor, amistad o desencuentro, pone a quien lo hace como un fisgón. Y si bien todo lo somos en mayor o menor medida, si el autor es alguien a quien se admira, la decisión de hacerlo se convierte incluso en un debate moral.

Los libros de cartas suelen ser también el último recurso de las editoriales y de los herederos cuando ya no queda más por explotar. Cuando todo el material inédito se ha ido y cuando las ediciones conmemorativas ya se agotaron, lo único que resta es echar mano de las viejas cajas con postales firmadas. Por eso hay que desconfiar.

Desde ese punto de vista, el participar en la dinámica (a través de la compra y de la lectura) podría significar una mancha en las manos. Sin embargo, el caso de Bukowski se cuece a parte ya que en él no existía un deseo expreso de mantener en reserva todas aquellos intercambios epistolares. Al contrario, en varias ocasiones manifestó su deseo de poder recopilar algunas de las cartas que había mandado a sus amigos para que fueran publicadas por una editorial

Eso decía al menos en sus tiempos de pobreza. Es probable que una vez arriba del trono de la fama, su opinión fuera distinta. El dinero ya no era factor. Pero al menos esa idea ayuda a sentirse un poco menos culpable a la hora de dar paso a lecturas de semejante naturaleza.

Sobre todo porque revelan la faceta más vulnerable de su autor. Alguien que tiene problemas de salud, dolores emocionales y la angustia de saberse encerrado en un trabajo asfixiante del que parece no existir escapatoria.

En las cartas, entregadas en su mayoría a otros colegas escritores, se encadenan los gritos desesperados de un hombre que lleva en la cabeza las sombras de tacones que dan un portazo y las peleas en bares que se convierten en una purificación.

Pero lo más destacado es que con cada entrega se muestra una faceta conmovedora del viejo Chinaski. Alguien sin muchas esperanzas que coquetea con el suicidio sin saber todavía que la luz al final del túnel está cerca de llegar. Una luz representada por John Martin, el editor de Black Sparrow Press, la primera figura editorial que decidió apostar por Bukowski, ofreciéndole una modesta cantidad de dinero mensual a cambio de que renunciara a su trabajo en el servicio postal y se dedicara de lleno a escribir. Tenía casi cincuenta años. El resto es historia. El ascenso, las turbulencias, la leyenda.

Otro rasgo importante es la intensidad con la que Bukowski aborda el formato de las cartas. Para él se trata de un relámpago, de ir al grano desde la primera línea y aprovechar cualquier rendija para dar paso a sus obsesiones. Tratándose de un ser solitario, la correspondencia se convertía muchas veces en el único refugio en el que podía tener una conversación sincera. En donde las palabras no iban ya para presidiarios, prostitutas o borrachos, sino para otras almas que ofrecían su hombro comprensivo.

Es cierto que en las cartas no se suelen contener lo mejor de un creador. Las mejores muestras casi siempre están exhibidas en las novelas, relatos y poemas publicados. Mas, cuando el talento existe, su manifestación se vuelve una consecuencia inevitable. El genio se alcanza a deslizar entre los párrafos para que el lector vaya preparado con una red de captura.

Los tópicos abordados se cuentan por miles. Además de ser alguien prolífico, Bukowski era un tipo de líneas variadas que transcurrían de manera impredecible. Así es como podía pasar de la melancolía a la fiereza, de la reflexión a la vulgaridad y de la ternura a la violencia.

El hombre había vivido. Y eso le daba la oportunidad de tener toneladas de anécdotas para contar. Si con todos sus poemas no se agotaba, con las cartas tampoco. Siempre quedaba la sensación de que había más. Lo que sí es que hay algunos ejes recurrentes. Su hija Marina, los problemas de dinero, los temores de salud, las mujeres que iban y venían, así como el agotamiento y la falta de ganas por mantenerse cerca de sus semejantes.

A fin de cuentas, para él la escritura era una forma de no morir. Quizás la única alternativa para plantar cara a la miseria. Hacerle frente y apropiarse de ella para beneficio individual. Cada letra sobre el papel era un escape. Las horas pasadas frente a la máquina de escribir eran horas lejos de un empleo miserable, de un dolor de cabeza, de la humillación de un rechazo.

Bukowski tenía una idea a la que luego desestimó. Pero que aun así debería considerarse. Él decía que si lograba hacer a una persona feliz durante su paso en este mundo, entonces su vida no había fracasado. Daba igual que su zapatos estuvieran rotos. Que las crítica especializada lo mandara al basurero de la historia. No importaba si un perro orinaba su cama o si moría después de ser atropellado por un camión. Si tan solo alguna vez uno de sus poemas hacía feliz a alguien, hubo algo digno de salvar. Una victoria. Tengo por cierto que, en su caso, las victorias se cuentan por miles. Y que sus lectores, que todavía lo perseguimos en las librerías, estaríamos encantados de invitarle una copa, si no fuera por lo restrictivos que son en el más allá.

P.D. La lectura de estos libros me dejó con ganas de recuperar la vieja tradición de la correspondencia, en un sentido más profundo que el mensaje de texto enviado con prisas. Al respecto, se me ocurrió una idea. Enviaré cinco correos electrónicos a los cinco primeros lectores que me envíen una pregunta, una línea, una foto o una carta entera. Cuéntenme algo, lo que sea. Corto o largo. Yo haré lo mismo por ustedes. Mi correo pueden verlo en la barra de la derecha, pero se los dejo aquí por si les da flojera mover los ojos: yomiss(arroba)gmail(punto)com. Les contestaré pronto. Quizás en menos de un día o dos. Lo único que aseguro es que no pasará de una semana. Apresúrense, que es una oferta limitada.

buk draw

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