Consideraciones finales de How I Met Your Mother

Empecé a ver HIMYM en el año 2009, más o menos por la época en que entré a la universidad. Por entonces la serie llevaba ya unas tres temporadas transmitidas, que es el punto ideal para engancharte a base de maratones de varios episodios consecutivos. Me divertí mucho con las aventuras de los protagonistas. Pero hubo algo más que hizo que me enganchara. No se trataba de una historia que se sostuviera únicamente en las risas, en los pequeños detalles que venían a ráfagas o en la originalidad desbordante que tenía. Era una serie muy emocional que lograba impactar en tu propia historia. Lo que desfilaba por la pantalla era una colección de sentimientos enmarcados por una dinámica con la cual, por casualidad, también te podías divertir.

Una vez más tiraré al dramatismo. HIMYM supuso para mí un alivio. Gracias a ella recuperé la esperanza en el amor. El amor en su vertiente más cursi, trágica y disparatada, que es como debe ser. De la mano puso de nuevo en la escena al destino, no entendido como algo definitivo a lo que ya estamos sometidos desde nuestro origen. Sino como una búsqueda, en este caso de aquella persona que consideramos está tenemos hecha a la medida. Esa ilusión de que hay alguien afuera, en algún sitio, por la que vale la pena salir. La noción de que hay motivos para resistir las penurías y los constantes golpes que da la cotidianidad. Que nuestro punto de quiebre puede suceder. Y que hay que mantener los ojos bien abiertos para identificarlo. Vivir con la intensidad de saber que es posible. No renunciar al instante.

Lo sé, es una visión un tanto ingenua y ridícula. Carente de lógica y que hasta podría resultar perjudicial para el desarrollo personal. Sin embargo tiene un encanto especial. Es una perspectiva originada en la niñez. Porque hay de decirlo, en el fondo los adultos siguen apelando a la fantasía. A los cuentos de príncipes azules y de bellas durmientes. Solo que le dan otras formas, más discretas, o más bien adaptadas al propio contexto al que han sido orillados.

Por eso siempre fui más de Ted, por mucho que Barney tomara los reflectores del juego. Y también de Marshall y de Lily que sintetizaban la estabilidad a la que tarde o temprano aspiramos. Porque muchos quisiéramos ser como Barney, pero en el fondo sabemos que somos más como Ted. Así de tontos, así de ingenuos, así de tirados al precipicio.

HIMYM llegó a su final y del mismo modo que al principio, me hizo pensar. Ahí otro de los grandes atributos que la caracterizaron al programa. El punto no era solo ver una narración llevada episodio por episodio, la dinámica también era interiorizar los padecimientos y reflexiones de los personajes. Poner en perspectiva tu propia vida bajo aquellos parámetros. Era ver lo que pasaba y ponerte a cuestionar hacia dónde se dirigía la trayectoria de tus días.

Yo a esta serie la quise, que es el mayor elogio que puedo soltar a lo que no deja de ser un producto televisivo. La quise hasta el final. Esto no impide que estuviera muy al tanto de la decadencia que comenzó allá por la quinta temporada, a partir de donde vino cierto desgaste y mucho relleno escondido en los rincones. Pero HIMYM, como suele pasar con los clásicos, no era un simple programa. Lo que algunos teníamos con ella era una relación como la que tienes con una pareja. Con sus altas y bajas. Y a la cual le perdonas los malos ratos porque le guardas cariño. Qué le vamos a hacer. No te puedes desprender así como así de lo que alguna vez amaste. Hay lazos que atan. Tienes que seguir hasta el punto de no retorno. Incluso en la miseria guardas un sueño en secreto: el de que por alguna razón la nave levante el vuelo de nuevo, que todo vuelva a ser como alguna vez fue.

Y a veces lo hacía. En las peores rachas todavía aparecían algunos chispazos que recordaban la magia en la cual se fundamentó el vínculo. A veces se hilaban varios de ellos hasta el punto en que te hacían creer que de nuevo se había enderezado la ruta. Luego venía la caída. Resultaba que no, aquello ya no era la octava maravilla. Pero qué diablos, la perfección en las relaciones no existe. Si lo que tienes en frente es especial, tienes que aguantarlo hasta las últimas consecuencias. Y yo a la pandilla le debía bastante. Así que no los podía abandonar a la mitad, así como así. Es un poco como lo que decía Bill Shankly: «Si no puedes apoyarnos cuando perdemos o empatamos, no nos apoyes cuando ganemos». Creo que esa discurso la retomó de algún otro lado. Lo importante es que aplica a otros puertos. Hay obras a las que debes acompañar en los fracasos y en las medianías. Después de todo ellas estuvieron contigo cuando no estabas al cien, ¿no? Se le llama lealtad. Una actitud que empieza a quedar en desuso. Procuremos no dejar que se extinga.

A mí, por mencionar lo concreto, la última temporada me dejó sentimientos dispersos. Nunca me convenció del todo que los creadores la basaran por completo en la boda de Barney y Robin. Reconozco que se trató de un reto que lograron resolver, y que tiene su mérito el haber sacado petroleo de semejantes limitaciones en el marco de acción. No obstante, creo que se desperdició la oportunidad de ahondar en aspectos sustanciales. Quizás conocer un poco más de La Madre en cuestión y del ambiente familiar al que enfrentarían los protagonistas. Sé que en parte la decisión tuvo que ver con el hecho de mantener la tensión y que también la ruta estuvo condicionada por la  gran bola de nieve en la que se había convertido el libreto. Es muy fácil decirlo desde el lado del espectador, y aún así te queda la piedrita en el zapato. Porque repito, HIMYM no era solo una serie. Era algo nuestro. Algo en lo que se fundamentaba un modo de ver la vida. Un ser querido al que quieres aconsejar. Al que le pides que se ponga el suéter antes de salir o al que le recomiendas estudiar determinada carrera que consideras lo mejor para su futuro.

He leído comentarios de personas a las que no les gustó el final. Se trata de un fenómeno recurrente en la mayoría de las creaciones que marcan época. Pareciera que la insatisfacción por el último episodio es la gran manifestación de la devoción que se siente por una serie. Es sintomático, de hecho. Cada uno tiene una forma peculiar de querer cerrar las cosas. Olvidemos las generalizaciones. Los rasgos de la personalidad por fin afloran; cómo es que los guionistas osan oponerse a lo que deseamos. La serie no es suya, es nuestra. Bastardos.

En lo que a mí respecta, me voy con sentimientos encontrados. Me agradaron unas cosas y otras no tanto. Siento que partes clave fueron reflejadas con demasiada prisa. Podría decirse que hubo poco respeto por la figura de La Madre, como si hubiera sido un mero pretexto argumental y a quien tuvimos que despedir sin llegar a conocer con mayor profundidad. Lo mismo con Marshall, Lily y Barney, que parecen llegar a una conclusión obvia y cortante. Con un éxito profesional alcanzado a modo de milagro y con un matrimonio disuelto en un instante que es seguido de una paternidad redentora.

Pero luego están los últimos cinco minutos en donde lo comprendes. A fin de cuentas todo siempre se trató de Robin y de Ted. O no. Más bien de Ted. O no. Más bien de una postura ante las relaciones humanas. Que el título no te engañe. How I Met Your Mother no es la historia de cómo es que Ted conoció a la madre de sus hijos. El relato solo es el móvil para retratar la esencia de un romántico incurable. Alguien que no se conforma. Alguien que no se rinde. Alguien que nunca quita el dedo del renglón en pos de alcanzar lo que el corazón le ha dictado.

Es de lo que nos hablaron. Pese a que tardáramos en darnos cuenta. Por tanto, quizás debamos darle a los creadores la licencia. Es verdad, en la hora de cierre decidieron desmoronar aquello por lo que mantuvieron la atención de los espectadores durante casi una década. Puede parecer una estrategia un tanto injusta y sacada de la manga. Habrá quienes clamen estafa, ya que los tipos sacrificaron una concepción a la que muchos le tomaron cariño. Sin embargo, creo que con ello lograron instalar una idea mayor: el tiempo no siempre logra desvanecer los sentimientos que tienes por alguien.

El valor de Tracy no desaparece. Que no se haya mostrado demasiado de ella no implica su inexistencia. Lo que tuvo con Ted se refleja en dos hijos y en la conformación de la historia misma. No hay un solo capítulo en el que ella no sea presencia. Está ahí como una dirección a cada segundo. Ubicua en cualquiera de los detalles.

Los admiradores puede imaginar cómo fue su vida en matrimonio. Ahí sí, tener cierta libertad para dar rienda suelta a lo que cada quien convenga como lo mejor.

Lo que hay que celebrar es la aparición adicional. La recuperación de esa flama que nunca logró apagarse del todo. La de Robin y Ted. El triunfo de una espina clavada. Cada uno podrá encontrar un paralelismo en su vida amorosa. Aquel chico o chica que sin importar el paso de los años, todavía obsesiona, aunque todo indique que ha llegado a su fin. HIMYM dio de postre un regalo. Dejar en claro que la esperanza no muere con la juventud. Que todavía quedan muchos caminos y posibilidades. Que a lo mejor llega el día en que nosotros mismos nos veremos sorprendidos por la aparición de lo que siempre quisimos. Nuestra trompeta azul particular.

TV LOOKOUT

 

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