El éxito es una de las obsesiones que reinan entre la población. Queremos triunfar, sobresalir. Recibir la aclamación popular. Ser miembros distinguidos de la comunidad. Casi nadie quiere ser uno más del rebaño. Lo que interesa es ser el líder de la tropa. Dirigir a las manadas. Tener el respeto de los niños. Ser famosos. Que los demás nos pidan autógrafos. Dar entrevistas exclusivas a revistas de Pakistán. Ver nuestras caras en los carteles de cine.
A otros les convence más la idea de la privacidad. No quieren una celebridad asfixiante que tire por la borda la tranquilidad de sus vidas. Les basta con saber que lo que hacen es digno de elogios. Una felicitación quincenal es suficiente para que se den por bien servidos. Lo único que buscan es una confirmación, saber que hay alguien más que considera que lo suyo es digno de ser tomado en cuenta.
También están los que lo niegan. Los que dicen que les da igual el reconocimiento ajeno. Y, sin embargo, siguen dando a conocer lo que hacen. Lo ponen a disposición de los demás, lo cual despierta ciertas sospechas. Tal vez en el fondo, y aunque no lo reconozcan, también están interesados en el éxito. Que vengan los millones de dólares. Los reflectores. Una cita con el presidente de los Estados Unidos de América.
Yo era de este último grupo. No importaba lo que dijera. Mi intención desde muy joven fue ser aclamado por las masas. Ser un prototipo de héroe moderno. La estrella del futuro, el embajador de una nueva era en la cultura popular. El heredero directo de los Beatles y Cantinflas. El hijo pródigo de San Luis Potosí.
Para conseguir tales propósitos ideé un plan muy sencillo. Este consistía en no hacer nada hasta que alguien me descubriera. Y así manejé los primeros años de mi vida. Sin hacer nada, salvo lo que dictaba la cotidianidad. Ir a la escuela, comer, dormir, acompañar a mis padres a la tienda. Nada demasiado llamativo. Pero con fe, que era lo más importante. No tenía duda. Tarde o temprano la fortuna tocaría a mi puerta. No tenía que hacer nada en específico para conseguirlo. Soy el elegido, me decía. En cualquier instante vendrá un ángel enviado de los cielos para decírmelo.
Luego caí en desesperación. Ninguna señal llegaba para iluminar la vereda. Había días en los que me sentaba en el jardín durante horas. No me escondo, le gritaba al sol, estoy aquí: llévame contigo. Lo único que tenía por respuesta era el silencio. Me sentía solo. Triste y abandonado. Se supone que a los doce años ya debería estar en la filmación de mi primera cinta de corte épico.
Todavía pasé un tiempo más con un leve optimismo. Luego abandoné las fantasías. Jamás alcanzaría el firmamento. Ningún magnate me llevaría a recorrer el mediterráneo. La adquisición de un helicóptero estaba fuera de mi alcance.
Seguí el trayecto ya sin mayores expectativas, a sabiendas de que incluso los triunfos que aparecieran se convertirían en medianías comparadas a las ilusiones que cargaba desde pequeño.
Y, como me gustaba escribir, hice lo que hacen aquellos que tiran del último recurso: abrí un blog.
Eso es. Debía abrirme a la sociedad. Si la montaña exitosa no va a tu cama, ve tú a la montaña de éxito. Despiértala. Dile que por qué se tardó. La estabas esperando. Que la perdonas siempre y cuando cumpla con el contrato. Llévame al Paseo de la Fama de Hollywood, el sitio que me corresponde. Un cuadro reservado junto a Groucho Marx y Bette Midler.
Tener un espacio en línea facilitaría el proceso. Las grandes casas productoras y los cazatalentos podrían encontrarme. Bastaría con que escribiera un puñado de párrafos. Los iluminados no tenemos que hacer mucho más. Que trabajen aquellos que lo necesitan. A nosotros nos sobra con alguna incoherencia mal redactada. Estamos aquí para cambiar las dinámicas astrales.
Al final resultó que tampoco. Publiqué decenas de entradas sin recibir a cambio un mísero comentario. Probé con otros blogs y lo mismo. Acabé resignado. Era hora de abandonar las fantasías de juventud. Era lo que correspondía. Hay un límite de fracasos antes de que uno se rinda. Llega el punto en el que ya no cuela el discurso de volver a intentarlo. Los resultados han sido contundentes. Has nacido para la derrota. Tu asiento está reservado junto a los que jamás trascienden. Estás ubicado en la fila 576-FJJP del estadio X del universo alterno. Desde ahí ni siquiera alcanzas a distinguir quién es el bateador. A duras penas puedes respirar. El vecino te presiona con el codo.
De cualquier modo uno se las arregla para sobrevivir. La normalidad no es tan terrible. Es justamente eso: normal. Sin castillos imperiales, sin batallas contra dragones milenarios. Se trata de salir en tenis a comprar el periódico. Comer sopa con serenidad, sin el griterío de admiradoras que aguardan en el exterior. Lo normal es irse a la cama sin temor a que tu archienemigo ponga una bomba en tu Alfa Romeo durante la madrugada.
Además no todo fueron pérdidas. La experiencia te deja enseñanzas. Yo, por ejemplo, aprendí un truco para aumentar el número de visitas de cualquier blog. Lo puse en práctica allá por el 2008, cuando ni las moscas se dignaban a traspasar los monitores para posar en mi bitácora.
En un arranque de bondad (culpemos a la primavera) he decidido compartir con ustedes el secreto. Les aseguro que con él podrán aumentar las cifras que hay en los contadores de sus páginas web. Al menos en mi caso, sirvió para quintuplicar las cifras del mío. Todo en un periodo corto de tiempo.
Sin más, paso a explicarles el procedimiento. Pero antes de continuar, les advierto que necesitarán de una bicicleta.
Sí, necesitarán de una bicicleta para aumentar las visitas de sus blogs.
Dicho esto, presten atención. Lo primero que tendrán que hacer será prender su computadora y entrar al blog en cuestión (bigmaud.com, en lo que a mí respecta). Después, sin hacer nada más, abandonen el lugar y vayan a montar la bicicleta. Lo que tocará a partir de ahí será un largo recorrido. Deben ir a las casas de todos sus amigos y decirles las palabras que pondré a continuación. Recuerden, tienen que ser cuidadosos y repetirlas al pie de la letra. De otro modo se corre el riesgo de tirar por la borda todo el proyecto:
—Oye, necesito que me prestes tu computadora. Es una urgencia. No hagas preguntas, te aseguro que algún día todo esto cobrará sentido.
Si es posible díganlo con lágrimas en los ojos para aumentar el efecto y asegurar el sí. Una vez que lo hayan obtenido, usen la computadora prestada para entrar al blog que pretenden impulsar. Apenas lo hayan hecho corran de nuevo a la calle para montar la bicicleta. No den ni las gracias para agregar un aire misterioso a la anécdota. Así, con suerte, los demás pensarán que eres un prófugo de la justicia.
Repitan la operación en todas las casas posibles. Si no tienen amigos (porque nadie los quiere) prueben con familiares. Solo tengan cuidado, es posible que las abuelitas les ofrezcan quedarse a tomar té con galletitas. No caigan en la tentación. Es una trampa. Perderán al menos cuatro horas entre álbumes fotográficos y arreglos de tuberías. Mejor no. Para la otra será.
Después toda una jornada de operaciones, cuando vuelvan a su habitación por la noche se llevarán una grata sorpresa. El blog habrá disparado sus números. El contador habrá alcanzado un máximo histórico de 23 visitas únicas. Todas de direcciones distintas.
El agotamiento habrá valido la pena. Te lo aseguro. Probarás por un rato las mieles del éxito. Ya nadie te lo contará. Eres dueño de tu propio destino. Un triunfador. Alguien que se lo merece.
Ahora nada más se trata de que los demás se den cuenta de ello.