Refuerzos, a veces necesitamos un refuerzo acá abajo. Sobre todo en esos días en los que no parece haber salida para los problemas que corren tras nosotros como una jauría de perros infernales.
Por más que uno quiera hacerse el valiente, se da el caso en que ya no se puede más. Has alcanzado el límite. La situación se va de las manos. Llega la desesperación. Vamos, ni siquiera pedir ayudar a otras personas funciona. Ya no es como cuando estás en la mesa y el salero te queda lejos. Ahí sí alguien te puede auxiliar. Acá no. El panorama es obscuro y no queda otra que aguardar a que las cosas mejoren de pronto, algo que casi nunca sucede.
Despiertas y el problema sigue ahí. No tiene otra ocupación más importante. Nació para arruinarte la vida. Ya está. Lo tuyo se ha acabado. Has gastado todas tus oportunidades. El fracaso es inminente. Adiós al retiro en una casa de campo, adiós a tu pareja salida de un concurso de modelaje, adiós a tu mustang convertible.
¿Qué es lo que resta? Tirarse a la desesperada. Cruzar los dedos. Confiar en que mañana mismo saldrá a la venta la primera máquina desintegradora. Imaginar que todo es una horrible pesadilla. Y rezar. Encomendarte a seres divinos a los que solo les hablas cuando necesitas un favor.
Sí, somos los peores amigos para las figuras celestiales. Nos acordamos de ellas cuando estamos deprimidos. Cuando estamos contentos, suelen estar muy lejos de nuestras cabezas. Y no digan que no, dudo mucho que el arcángel Gabriel recorra por sus mentes cuando están en una discoteca.
Las emergencias son las emergencias. Incluso hay casos de ateos reconvertidos de último momento. Porque vamos, por mucho que te guste, Richard Dawkins no va a suspender sus conferencias para venir a pagar las deudas que te agobian. Ningún científico hará que tu ex pareja regrese a tus brazos y los médicos distan de poder intervenir para que te ganes la licuadora que está puesta en rifa.
Y es entonces cuando recurres a lo sobrenatural. Admites en pleno que eres un ser irracional que apela a los milagros para encontrar salvación. Tu falta de inteligencia, de energía y de habilidades, te condenan a depender de la existencia de otras dimensiones. En pocas palabras, eres un ser despreciable que merece el peor de los tratos.
Vale. Has perdido la dignidad, así que vas y te arrodillas en la iglesia. Te tragas tus palabras. Imploras por misericordia ante el altar.
Soy tu cordero, Señor. Échame uno de tus tentáculos y sácame de aquí. Alabado seas, ten piedad de mí. Reconozco los pecados que he cometido. Sé que no he sido el mejor de tus siervos, pero espero redimirme a partir de ahora. Si me haces el milagro, te prometo que seré un mejor ser humano. Dejaré atrás los vicios. Iré a un retiro espiritual. Comeré más ensaladas. Lo único que pido es tu intervención divina. Lo mío es un pequeño detalle que no se compara con tu grandeza.
Lo que toca es aguardar unos días. Estás seguro de que has convencido a los jefes supremos. Tu estado es tan lamentable que sería un crueldad que te dejaran en el desamparo. Y no lo harán, piensas. Después de todo, se supone que ellos son bondadosos. Eres un pobre cachorro que necesita auxilio. Seguro te lo darán.
Pero pasan las semanas y nada. Tus problemas siguen ahí. Ningún espíritu celeste ha bajado para brindarte su apoyo. Quizás estén ocupados, piensas. Hay muchos trabajos similares por atender y sería impensable que le dieran prioridad al despojo de huesos en el que te has convertido.
Lo único que temes es que la lista de espera sea kilométrica. Que incluso pasen siglos antes de que te manden una grúa impulsada por pegasos. Luego de horas y horas de espera, consideras que acaso sea mejor resignarse. Has sido abandonado por el universo. Estás solo. Es tiempo de asumirlo. Lo único que te resta es extender los brazos y dejar que los agobios te consuman. Ya no tiene caso poner resistencia.
En qué he fallado, te preguntas. Los milagros existen, lo tienes claro. En el pasado has visto cómo algunas abuelitas recuperan a sus mascotas perdidas luego de rezar el rosario. Desde arriba les envían a un mensajero que lleva al animal en cuestión de regreso a su casa. Si estos héroes aceptan la recompensa, no es por ambición, lo hacen para comprar comida a los canarios sin hogar.
También sabes de algunos niños que han pasado exámenes no por estudiar, sino por orar. Leer libros durante horas es un mero protocolo, la realidad es que con un padre nuestro basta para sacar un 7 en matemáticas. No un 10, porque de lo que se trata es de promover la humildad.
Ante tal panorama, lo mejor es que te relajes. Toma en cuenta algo: los dioses deben estar sordos. No siempre, pero sí la mayor parte del tiempo. Lo hacen por precaución. Se trata de una medida de seguridad que hace posible que acá abajo vivamos en relativa armonía. Si hicieran caso a todas las plegarias que les llegan, el planeta entero entraría en caos. Imagínate. A cuántos jefes no les caería un piano encima solo porque uno de sus empleados se lo pidió a la Virgen. O imagina todas las personas que se ganarían la lotería por suplicarlo a los Santos. No habría dinero suficiente en el mundo para complacer el capricho generalizado.
Así que no queda otra que racionar. Ir con cuidado. Filtrar las peticiones hasta dejar aquellas que no pongan en riesgo el equilibro terrenal. Se trata de una decisión que incluso ha ido en beneficio de tu seguridad, aunque no te des cuenta de ello. Piensa en todas ocasiones embarazosas en las que llegaste a decir para tus adentros: «Dios, mátame por favor». Lo decías sin pensarlo mucho, como una forma de desahogarte. Ahora imagina que allá arriba te hubieran hecho caso. Ya estarías bajo tierra. No podrías leerme, lo cual sería trágico para mí también. Así que mejor como estamos. Ignorados por los únicos que podrían salvarnos.
Además, qué cara la tuya, eh. Pensabas que luego de años sin comulgar podrías llegar como si nada a exigir una atención de primera. Hay monjas que desde pequeñas se rompieron el lomo para un día poder solicitar a los dioses que el rompope no se les queme, como para que de repente llegues tú a esperar un camino de rosas hacia el cielo sin haber hecho nada para ganártelo.
Ahora te aguantas, campeón.
Diferentes tipos de dioses han inventado los seres humanos a través de los siglos, y ninguno les ha servido.
Es un invento humano que los animales no necesitan porque no conocen la muerte.
Y nosotros anelamos la eternidad.
Un abrazo.
Saludos, Luis.