Recuerdo a un compañero que tuve en la secundaria. Se llamaba Gustavo. Casi siempre estaba solo. La situación parecía tenerlo triste. Una vez me le acerqué en uno de los recreos. Platiqué un rato con él. Me apenaba que nadie más le diera unos minutos de su tiempo. Tenía que hacerlo yo, que por otra parte tampoco era un ser demasiado gregario que digamos.
La conversación no fluía. Repasamos las generalidades del clima y de las tareas. Hasta que, luego de terminar nuestra comida, Gustavo me hizo una pregunta:
—¿Cómo se le hace para tener amigos?
Su preocupación era enorme. Quiero tener amigos, me decía, quiero ser feliz.
Me hubiera gustado darle una receta mágica para alcanzar la popularidad que deseaba. Pero no tenía nada. Yo tampoco sabía cómo hacer para socializar. Lo que en otros parecía fluir con naturalidad, a mí se presentaba complicadísimo. Era incapaz de comprender como, sin reparar apenas en ello, las personas platicaban y convivían hasta un día convertirse en amigos. Era de no creerse. Ellos iban en autopista. En cambio, para algunos de nosotros, el camino de las relaciones estaba lleno de topes.
A Gustavo le pasaba. A mí también. Aunque había una diferencia. A él le agobiaba en dimensiones extremas. Conmigo no era tanto así (aunque sí tenía algunos momentos de debilidad en donde lamentaba mi condición), por el contrario, abstenerme de algunas convivencias me daba cierto orgullo. Como si estar al margen del grupo me diera un aire de exclusividad. Yo era mi propio club, uno en el que casi nadie podía entrar. La asociación más distinguida del Sistema Solar. Con eso me bastaba. No había razón para ir a ensuciarse con los filisteos.
Más o menos esa idea quise implantar en Gustavo. Como la campana sonó, apresuré a darle un consejo que espero le haya servido.
—No le tengas miedo a la soledad. No es tan fea como parece. Algún día saldrás de ella. Mientras tanto sácale provecho. Diviértete.
Ambos regresamos a nuestro salón. A partir de ahí no volvimos a platicar de la misma manera. Durante el resto del curso tuvimos pequeños encuentros que se limitaban a superficialidades. Aquella fue la única vez que platicamos en un tono personal. Desconozco que haya pasado con él. Le perdí la pista cuando entré a la preparatoria. A saber si lo que le dije le fue útil o todo lo contrario.
El mundo tiene a muchos Gustavos. Personas que lamentan estar apartados de las actividades sociales. Lo sufren mucho. Añoran poder convivir con aquellos que les niegan el paso. Sus horas transcurren en la prisión de la individualidad, con los sueños enfocados a estar en un sitio distante, en donde puedan sentirse parte de algo. Lo que sea.
Como ya he dicho, a mí estar solo no me molesta tanto. Hasta lo disfruto. No siempre, pero sí la mayor parte del tiempo. Sería exagerado decir que preferiría pasar la vida sin nadie, porque de vez en cuando viene bien tener a alguien a un lado. Lo que sí es que la compañía ha de tomarse con medida, que luego empalaga a los sentidos.
Lo que pasa es que hay un estigma sobre la soledad. Incluso se piensa que si la valoras, lo que buscas es engañarte a ti mismo. Como los que dicen «soy gordito, pero feliz», o aquellos que se regodean en sus propias carencias. También se asocia a la soledad con la ineptitud. Se piensa que entre menos amigos tengas, significa que eres menos importante. La falacia se apoya en la idea de que entre mayor atracción produzcas en los demás, significa que eres más valioso. En el cuadro no se toma en cuenta que la popularidad puede ser engañosa. En cualquier plano de la vida. La historia se ha encargado de mostrar cómo lo más célebre no siempre es lo mejor y que por los campos han desfilados seres extraordinarios que no fueron valorados en su tiempo. Recordemos que el mal gusto abunda entre los mortales. Celebran mucha basura.
El aislamiento tiene que ver, sobre todo, con una actitud. Puedes tomarlo como una maldición o preciarte de ello. Puede deprimirte o hacerte feliz. Yo recomiendo no caer en los extremos, si bien es preferible inclinar la balanza a la segunda de las opciones.
Conviene pensar que estar solo no tiene nada de malo.Tiene su mérito. Aprendes a valerte por ti mismo sin tener que recurrir a terceros.Además te da la libertad de hacer muchas cosas que la presencia de otros podría arruinar.
La soledad es la que te permite ir al cine sin tener que coordinar horarios ni esperar a que todos se pongan de acuerdo. Es beber una copa por el placer mismo de la experiencia y no para hacer soportables a las personas. Es ir a un concierto sin preocuparte por elegir un punto de encuentro. Es comer sin temer que un perejil se te quede atorado en el diente. Es leer sin interrupciones. Es ver una serie, elegida según tu propio canon, durante ocho horas. Es gastar todo lo que tienes en ti mismo, hasta tener un banco sólido de pertenencias.
Por otra parte, la soledad es guardar las palabras que torturan por dentro. Las que quieren salir para ser escuchadas para otras personas. También es irte a dormir sin un beso de las buenas noches. Es contener los planes que requieren de otra presencia. No tener con quien compartir tu comida. Es realizar todas las tareas a falta de alguien con quien repartirlas. Que nadie te espere en casa. Eso es la soledad. Marearse dentro de uno mismo. Estar de pie sin un soporte. Mucho silencio.
Así que no, la soledad absoluta tampoco es el camino más recomendable. Que Schopenhauer perdone. Imposible llegar a viejos sin cariño. Necesitamos de otros, al menos por una noción de equilibrio.
Pero lo importante es que, cuando se está en soledad, no valen los lloriqueos. Las lamentaciones al estilo Gustavo no traerán amistades y amor inmediato. No funciona, por injusto que pudiera parecer. No. A la mayor parte de la gente le da igual que estés triste. Algunos se acercarán a darte cierto a apoyo. Sin embargo, su caridad tiene límites. Te darán los mejores deseos (palmadita en la espalda incluida), mas se abstendrán de invitarte a sus reuniones o fiestas porque… qué aburrido eres, vas a entristecer al resto del personal.
Las palabras que le di a Gustavo fueron improvisadas. La cuestión es que ahí va incrustada una pequeña actitud que considero importante para salir adelante en tiempos obscuros. La soledad como inversión, no como lamento.
Si has caído en la cuenta de que el abandono empieza a afectar tus huesos, bien. Remédialo. No con reclamos ni con estrategias forzadas para encajar. Nada peor para conseguir amigos que intentar conseguir amigos. Ni se te ocurra practicar chistes para contarlos y ser la sensación de la comarca. Fallarás. En resumidas cuentas, no andes de arrastrado. Que no te preocupes ser aceptado. Primero trabaja en tu propia autoestima.
Preocúpate más por ser alguien que atraiga a los demás, que seguir de encimoso con ellos. Trata de acercarte a la plenitud. Sé fuerte. Sonríe. Ve siempre aseado. Viste a diario con la mejor ropa que puedas. Mantente en forma. Cuida tu cuerpo. Así aumentan las probabilidades de que los otros quieran estar contigo. A casi nadie le atrae un ser que está hundido en la miseria. Eso lo asocian a un aumento de problemas. Quieren estar con alguien alegre. Andar con personajes exitosos. O al menos que sean interesantes. Lo leí en un estudio científico que encontré entre una montaña de pimienta.
Así que usa tu tiempo libre para mejorar. Lee. Estudia. Prepárate. En lo que sea. Aprende a cocinar, a tocar un instrumento o hablar japonés. Integra algo extra a tu estuche de habilidades.
La otra ventaja de mantenerse ocupado es que te ayudará a conocer más personas afines a ti. Maestros, compañeros de clase, secretarias, personal de limpieza… tu paleta de opciones será colorida. Podrás tener pláticas con personalidades diferentes sobre una gran cantidad de temas. Aprovecha para escucharlos. Aprenderás también mucho de ellos.
Si piensas que los lamentos sirven de algo, temo decirte que no de mucho. Si acaso para un desahogo saludable. Llora un rato si quieres. Toca el fondo para usarlo de trampolín. Duerme, descansa. Al despertar tendrás otra perspectiva. Quizás menos dramática. Aprovecha y sal de ahí. Haz cambios.
Acuérdate de la filosofía de George Costanza. Un día se dio cuenta que todo le salía mal. Para enmendarlo decidió hacer todo lo contrario a lo que tenía acostumbrado, para ver si se desataba un efecto inverso. La fortuna, los cambios. Y sí, le funcionó. Lo mismo contigo. Si tu vida parece ir picada, no disfrutes la caída. Haz movimientos para romper con la inercia. Apúntate a un club de lectura. Ve a una conferencia gratuita. Visita un museo. Adopta un perrito. Lo que sea mientras te mantenga despierto.
Ve con un psicólogo si es necesario. Lo que importa es actuar. Antes de que lleguen las arrugas y las canas.. Y si nadie se da cuenta de tus mejoras, si nadie parece valorar tus esfuerzos, bueno, allá ellos. Contigo mismo basta y sobra. Los sabrás al mirar el espejo.
qué bonito artículo! :’)
Voy a dejar un comentario un tanto personal aquí, pero que necesito decirlo. No hace muchos días que leí tu entrada «De qué hablamos cuando hablamos de adiós». Resulta que por esos días acababa de terminar una relación de años a la cual no pude decir adiós como me hubiese gustado. Tal vez aún no he dicho adiós, pero las palabras que escribiste me hicieron el alma navegable.
Me da gusto que el texto te ayudara, Karen. Gracias por contármelo también. Aunque no creas, son palabras que me dan mucho ánimo. Te deseo que todo vaya bonito con tu vida personal y que todo sea para mejor. Un abrazo.
En esas noches de imposible sueño vengo por aquí y elijo algunas entradas al azar. Siempre encuentro calma al leerte. Un abrazo.
Gracias, Magaly. Es lindo saberlo. :)