Una computadora es una gran amante

Recuerdo bien cómo han terminado las últimas noches. Siempre es igual. Apago la computadora, voy a la cama y duermo. Por cuestiones de relajación, a veces entra un libro en la dinámica. Leo un rato antes de apagar la luz. Pero eso es solo a veces. Lo que siempre se repite es lo de la computadora. Puedo llegar a casa muy tarde o muy cansado y aun así me doy unos minutos para darle uso.

Yo a la computadora la adoro. Con ella navego, escribo, pongo música. Es la mejor de las compañeras. Cualquiera que lo piense un poco se dará cuenta. Ventajas tiene muchas. Primero que nada es muy fiel. Siempre está ahí para mí. Con nadie más tiene el detalle. Incluso lleva un cinturón de castidad (algunos le llaman «contraseña») con el fin de que ningún intruso se atreva a disfrutar de sus bendiciones. Además, la computadora es tan liberal que es inmune a los celos. Deja que platique con otras amigas y que les mande mensajes y no pone una sola queja. Al contrario. Me ayuda, deja que la use para escribirle a chicas de carne y hueso, que son bonitas y todo, pero que no pueden compararse con los componentes de un procesador tan veloz como el suyo. Creo que a eso se debe su permisividad. Está muy segura de sí misma. Nuestra relación es de años y años. Más de los que he pasado con cualquier otra pareja. Pase lo que pase, la computadora sabe que regresaré a ella. Que la volveré a tocar y a mimar sin importar que otras personas se crucen en el camino.

De cualquier forma, esto va más allá de lo emocional. La máquina y yo convivimos en otros planos. El cultural, intelectual y académico, por ejemplo. Gracias a sus funciones, he conocido un montón de libros. También he conocido otros países que me enseña por medio de videos. Y ha estado disponible cada que he tenido que hacer un trabajo de la universidad.

Yo a ella la quiero mucho. Le preocupa que esté completo en todos los aspectos.

Como toda fémina, la computadora tiene sus demandas. Si bien no es tan exigente como otros ejemplares, también pide que de vez en cuando le dé algunos gustos. Y yo cedo. Le digo que sí cuando pide que la actualice. Le cambio el fondo de pantalla por uno que combine con la su color de piel y hasta le he presentado a varios amigos, como un simpático gordito al que le decimos «el ratón» con quien parece llevarse de maravilla.

El único momento crítico en nuestra relación ocurrió hace unos meses cuando le tiré un vaso de agua. Fue un accidente. Un movimiento torpe lo derramó todo encima de ella. Casi me da un infarto. Creí que la había matado. La pantalla se puso negra. Pensé que era el fin. Nuestra historia terminaba. Adiós, amada mía, le dije.

Actúe tan rápido como pude. La desconecté y la volteé para que pudiera respirar. Intenté reanimarla con algunos movimientos. Le pasé una servilleta por arriba. Respira, le dije, todo va a salir bien. Perdona  por mi error, te aseguro que no volverá a suceder. Quédate con nosotros, ten piedad de mí.

Hablo de una laptop. Así que el problema era preocupante. Dentro de ella se alojaba mi corazón y mi vida. Sin su presencia me iría al traste. No por nada le había confiado el resguardo de mi tesis. Pero mi preocupación iba más allá del interés. Yo la quería de verdad. La quiero. No sabría qué hacer sin ella. La extrañaría. Me quedaría con las ganas de ver películas a su lado durante la madrugada. Y que me dejara pausar y regresar sin tener que darle explicaciones.

Oh, querida Asus. Contigo hasta veo el futbol. No me abandones. Ninguna otra chica estaría dispuesta a ver partidos amistosos de la liga inglesa en un stream que pasa a las siete de la mañana. En domingo, además. Tú eres tan noble. Eres perfecta. Un ser divino que debería gobernar al planeta con todo y tu frialdad. Seremos tus esclavos, ordena que realicemos trabajos forzados. O no, yo sé que no te interesa. Que prefieres un perfil bajo. Que aunque puedes, te abstienes de participar en una carrera política. Lo único que quieres es que yo me entretenga. Que aprenda. Que esté en contacto con personas honestas.

Ver en agonía a la querida computadora rompió mi espíritu. Recé a los dioses. Necesitaba de calma al igual que paciencia. Puse a mi querida sobre una mesa para que descansara mientras se secaba por dentro. Pasé la noche en vela, en recuerdo de los momentos que fueron buenos. Ella tan bonita. Ni un dolor de cabeza me dio. Solo juegos, aplicaciones, noticias. La calidez de su pantalla que nos ayudó a recorrer prados enteros. Que sería de mí sin ti, muñeca. Nada. Volvería a la época de las cavernas. A la podredumbre. A la miseria.

Y luego pensé en las aventuras que quedaron pendientes. Siempre le prometí comprar unas bocinas grandes para escuchar mejor lo que me tuviera que decir. También merecía que la liberara de algunas cargas. Quitar la basura que le hice guardar y que solo quedaba ahí para  agobiar. Ni se diga el polvo que recubría algunos de sus rincones. De nada servía limpiarlos ahora si ella no disfrutaba el paso del trapo. Ahí estaba, inconsciente, a la espera de un milagro.

Un milagro que por fortuna llegó. Después de 24 horas me animé a encenderla y lo hizo sin problemas. Bueno, ya no le funcionaba el teclado. Pero ella es una guerrera, una dama fuerte que no se deja vencer ante la adversidad. Aunque sofocada, de algún modo se mantuvo viva. Dispuesta a continuar conmigo por muchos años más. Tiempo suficiente para compartir artículos, tarjetas y consejos en general. Lo único que tuve que hacer fue darle una prótesis. Fui a una tienda y le compré un nuevo teclado.

Espero se adapte a él. Que le guste al menos. Después de todo es el mejor regalo que le puedo dar. Es el medio por el que me comunico con ella. Con cada tecla que ella escucha e interpreta.

Este texto te lo dedico a ti, Asus. A ti que siempre serás parte de mi vida.

Weird_Science_

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2 pensamientos en “Una computadora es una gran amante

    • Qué gusto saber de ti, Francisco. Ya ves, los viejos blogueros tienden a volver al vicio. Espero que tú pronto regreses a tu bitácora. Nos vemos.

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