Nunca hablas de mí

A menudo las personas que conozco se me acercan con una inquietud. Me lo dicen a modo de reproche, pero también como si se tratara de un lamento.

—¿Por qué nunca escribes sobre mí? —me dicen—. En todo el tiempo que he leído tu blog jamás te has dignado a dedicarme una coma. No es justo. Yo siempre estoy para ti.

Intento explicarles. Si no escribo sobre ellos o si no los menciono de forma directa, no es porque no los quiera. Son seres importantes en mi vida. De hecho, se cuelan de forma sutil en mis textos, aunque ni ellos mismos alcancen a darse cuenta.

Para calmarlos, les digo que a lo nuestro prefiero mantenerlo en  lo más íntimo. Que no quiero ventilar  nuestras experiencias. Que lo que pasa entre nosotros queda dentro de lo que somos. No voy a compartirlo con nadie más. Lo que sí haré es pasar esos sentimientos a palabras de otra naturaleza, que de cualquier forma alojan algo de ellos.

Y así, algunas de esas personas se calman. Lo entienden. Saben que esta bitácora se aleja de ser una revista de sociales. Que no da para poner fotos de ellos ni contar aquello que confesamos en lo personal. No, acá da para generalidades. En cualquier caso, el único que ha de exhibirse soy yo. Puedo hacerlo sin que esto comprometa a nadie más. Debe bastar con lo que pase conmigo.

—Es mejor que te tranquilices. Si lo piensas, es mucho mejor que no hable de ti en el blog. En internet hay mucho demente suelto. Imagina que me pusiera a revelar lo que me contaste anoche. Ellos lo leerían. Los locos, esos que comen directo del suelo. Y no quiero eso. Quiero que nuestra relación se mantenga con un aforo mínimo, en donde solo quepan dos. Para qué hacer partícipes al resto de los seres humanos en esto, que a fin de cuentas solo padecemos tú y yo.

De cualquier forma los reclamos no cesan. Siguen a lo suyo. Escribe sobre mí, dicen. Cuéntale a tus lectores que sé preparar pasteles de chocolate. Diles que soy un experto en artes marciales. Quiero que piensen que soy una persona de éxito. Hazles saber que me admiras. Que no te dé pena, soy un ser especial para ti. Me amas, lo soy todo para tu pobre mundo.

Ahí es cuando comienzo a sentir preocupación. Les recuerdo que el concepto de este espacio se refiere a lo propio. Que, además de lo que sale de mi cabeza, hay poco espacio para material adicional.

Lo que pasa es que ven a esta página como un escaparate. Piensan que si escribo su nombre formarán parte del ciberespacio. Casi como aparecer en una revista, según su lógica. Para ello les sugiero que abran su propio blog. Si quieren alcanzar la fama por algo han de empezar.

—mariadoloreshdz.wordpress.com está disponible. Inicia un diario ahí. Verás que pronto alcanzarás notoriedad, si es que le echas ganas y sabes moverte. Haz anotaciones de lo que amas, de aquello a lo que odias. Deja al teclado fluir. Azótalo contra el escritorio. Cualquiera lo puede hacer. Que no se te ocurra pensar que la tarea está destinada para unos cuantos privilegiados. Por aquí ha pasado lo peor de la sociedad. Así que no desentonas. Puedes hacerlo. Escribe sobre lo que quieras, excepto sobre mí.

A veces con eso se calman. Reconocen que les da pereza sentarse frente a la computadora para contar su vida. Te entiendo, me dicen, debe ser complicado que los pensamientos fluyan.

Para rematar, les digo que esto no significa mucho. El hecho de que no me haya referido a ellos de forma concreta en alguna de las entradas publicadas, no significa que los desprecie. Al contrario. Quiero protegerlos de las inclemencias del exterior, dejarlos fuera del peligro. A cambio les dedico mis pensamientos, mis sueños, algún apunte  en el cuaderno. Tributos confidenciales que no buscan atención ni complacer. Detalles a los que les basta con el recuerdo. 

Aun así se los repito. Tú estás aquí, tú formas parte de lo que he escrito. Si alguna vez hice una reflexión en torno a las sonrisas fue porque me acordé de la que tú tienes, esa que me fascina. O la vez que hice un apunte sobre los vestidos, fue porque me acordé del verde con puntos que ya casi no usas. Así que no creas que me olvido. Puede que estés presente en casi todo lo que ves ahí, igual que con todos a los que estimo. Los llevo en la espalda, están sobre mí. Los tengo siempre presentes. No podría poner una tilde si no fuera porque algún fragmento de mi interior está en sintonía con lo que ustedes dejaron suelto. Lo ridículo sería lo contrario, evidenciarlo de forma explícita y corriente. Poner tu apellido o referir a un acontecimiento puntual que merecería permanecer únicamente en la memoria de los protagonistas. Los demás sobran. El cariño se desenvuelve mejor en la privacidad. Un abrazo enfrente de una multitud termina por quedar descolgado.

Al final, sin importar lo que mencione, siempre queda alguien que insiste.

—Déjate de tonterías. Si no escribes sobre mí, es porque no me quieres. No me amas. No le tienes respeto a nuestra amistad. Seguro me odias. Quieres que muera. Si estuviera en tus manos, me enviarías a un asilo mental. Anda, cobarde, si quieres dame una bofetada. Golpea mi cabeza. Preferiría que fueras directo, que tu rencor se manifestara de una  forma distinta al ninguneo. Te deseo lo peor. Eres el tipo más injusto que ha pasado por el planeta. Te vas a quedar solo, arrumbado en el fondo de un basurero. Lo tendrás merecido. Y cuando eso suceda, yo estaré en primera fila para tomar fotografías. Y reír.

Prefiero que ya no me agobie. Calma, le digo y continúo a lo mío. Hago anotaciones para una artículo sobre piedras. Uno que desarrollo con alguien concreto en mente. Aunque no se lo diga. Aunque no se dé cuenta. El lucimiento me da igual. Yo sé de qué se trata todo lo que aparece en este lugar.

two for the road

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