Auxilio: Help!

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Hubo en el tiempo en que odié la canción «Help!». Bueno, no la odiaba, solo era inmune a ella. Las repetidas escuchas consiguieron que perdiera significado. Reproducirla era inútil. No me conmovía ni producía disfrute alguno. Era joven entonces. Con 16 años a cuestas ya había recurrido tanto a The Beatles que nuestra relación daba signos de agotamiento. Después de años de escucharlos a diario en forma exclusiva, era de esperarse que llegara el punto en que terminaran por aburrir. Tuve que dejar a los fab y explorar alternativas. Conocí a muchas otras bandas. Con algunas me apasioné. A otras las he olvidado. Pero el amor por The Beatles resurgió un día.

No es de sorprender. En los de Liverpool se encuentra algo que se escapa a las palabras. Algo a lo que hay que recurrir cada cierto tiempo. Conozco a muchas personas que los odian y que con argumentos sólidos establecen que hay otros grupos mucho más influyentes para la música que ellos. Mejores instrumentistas, letristas de mayor calibre, ejecutores más veloces. Y podrá ser verdad, algunas veces. Lo que sucede es que lo que The Beatles ofrece va por otro lado. Lo de ellos es la calidez, la familiaridad, la cercanía. Las sensaciones que pueden sacarse de la artesanía pop.

The Beatles son una taza de chocolate caliente. Una visita a los abuelos. Son una manta que cubre del frío en medio de la madrugada.

De pequeño mi favorito era Paul McCartney. Pero cuando mi adicción volvió, ese lugar pasó a ser de John Lennon. Todavía reconozco que Paul era más talentoso. Un verdadero portento de la música al que puedes darle un vaso de agua y lo convierte en una canción. Lo que pasa es que el cuatro ojos me dice más. Es una cuestión de identificación. El John Lennon de la primera época manifestaba las inquietudes que el hombre promedio sentía como propias. Esto antes de pasar a la aborrecible etapa en la que quiso jugar a ser un mesías. Periodo al que más se le celebra. Aquel sujeto que, se supone, abogaba por las causas pacifistas. El barbón que vestía de blanco. El de «Imagine», para conmover a las vecinas.

No. Mi John Lennon preferido es el joven descarado (1963-1966) que era divertido a mares. Y que también era vulnerable. El que se comía al mundo sin poder llenar los vacíos que lo consumían a él. La estrella envidiada que hubiera cambiado su puesto por una dosis de paz mental. El de Please Please Me, el de A Hard Day’s Night, el de Rubber Soul: un romántico que cantaba a la mujer que aún esperaba.

Y el creador de «Help!», aquella obra que por fin comprendí.

John Lennon compuso «Help!» a la edad de 24 años.  Lo hizo en medio de la agitación de la beatlemanía que empezaba a causar estragos en sus nervios. Se trata, evidentemente, del grito de auxilio de alguien que era aplastado por los aplausos. Una demostración de la sinceridad con la que se ganaba adeptos. Alguien que mostraba dualidad. Que así como podía sentirse un héroe universal, podía caer en baches emocionales que lo hacían sentir un Nowhere Man.

Para el propio autor, aquella era una de sus mejores canciones. Un deshago que suplicaba por una ayuda que no aparecía. El último recurso de alguien que es presa de la desesperación. Y al mismo tiempo con la maestría suficiente para sacar una pieza agradable de aquella podredumbre. Un canto triste y pegajoso a la vez.

A pesar de ello, John Lennon siempre lamentó que por culpa de la dinámica en la que estaba sumido el conjunto, «Help!» tuviera ese aire vertiginoso y animado que caracteriza a la versión de estudio. Basta ver la letra para darse cuenta que el acompañamiento musical es contradictorio y que acaso pudo funcionar mejor por otras vías. Aquello era una confesión para dirigir a tonos intimistas, no a un formato que garantizara minutos en la radio. En todo caso, se volvió uno de los éxitos más aclamados por los admiradores.

La pesadilla del artista se concretaba. Millones de personas lo escuchaban, pero no hacían caso. The World Won’t Listen. La declaración de miseria que hacía, en vez de traer compasión y socorro, traía gritos de alegría. La juventud de la época cantaba aquel tema con la misma liviandad con la que podían tomar un «There’s a Kind of Hush» cualquiera.

El consuelo era inaccesible por culpa del propio muro de la fama.

Cómo iba a resistirme.  Tocaba rendirse ante él. Era inevitable. Hay canciones con las que pasa así. Revelan su significado solo después de escucharlas miles de veces. El mensaje siempre estuvo ahí, pero apenas lo comprendes en su totalidad cuando es el momento adecuado. Ese día en el que buscas por una respuesta. Cuando crees que nadie lo entiende.

When I was younger, so much younger than today,
I never needed anybody’s help in anyway.
But now these days are gone, I’m not so self assured,
Now I find I’ve changed my mind, I’ve opened up the doors.

And now my life has changed in oh so many ways,
My independence seems to vanish in the haze.
But every now and then I feel so insecure,
I know that I just need you like, I’ve never done before.

Won’t you please, please help me?
Help me,
Help me,
Help me…

Ahí lo tienen. En pocas palabras el geniecillo conseguía sintetizar el torrente de penurias acumulado por los años. Es precioso. Más cuando la letra viene acompañada de voz. En la que, más allá de batería y guitarras, se alcanza a percibir la angustia. El ahogo de alguien que cae frente a una multitud que no para de celebrar.

Para mí, eso son The Beatles. La parte de enfrente, la sensible. Los grandes traductores de los sentimientos que aquejan. Amigos ideales a los cuales recurrir cada tanto. En noches cualquiera en las que necesitas recordar que hay alguien que ha pasado lo mismo que tú. Que pese a la fama, los millones y al ingenio, eran todavía unos seres humanos.

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2 pensamientos en “Auxilio: Help!

  1. ¡AMÉN a eso!

    Los Beatles son la fe en que todo puede estar en una canción; incluso mejor con una canción. Son el hogar, el sitio (al mismo tiempo universal y personal) de «There’s A Place».

    Atte: Juan Ramón.

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