Si crees que nadie ha visto
esos tesoros que
traes dentro, no te agobies.
Seguro habrás pensado en lo ciego
y sordo que está el mundo
para que no caiga rendido a tus pies
ni te ofrezca siquiera la sonrisa
de una mujer.
Después de tantos esfuerzos
con resultado a cero
es fácil caer.
El muro de espaldas con el que tropiezas a diario
podría llevar a la locura incluso a alguien como tú,
pero no desesperes.
Sigue a lo tuyo. Trabaja. Crece.
Desafía a la marea y lleva hasta al cielo las cadenas.
Puede que pases años en las mismas,
rodeado de elogios escatimados
a tus empeños.
Pensando que nadie te admira
en días para los demás soleados.
Pasarás tardes enteras a solas con tus logros invisibles
conseguidos con el sabor de tus lágrimas
mientras miles de otros reciben aplausos
por tener pestañas.
Tal vez tu estómago viva el fuego a reventar
y sientas espinas en los muslos
por quedarte atrás en un mundo sin piedad.
Tendrás siempre la opción de rendirte:
más de una vez latirá
entre tus huesos
y quizás puedas probarlo por un tiempo
hasta que sepas que tampoco sirve de nada,
o incluso menos.
Entonces vuelve a luchar
por esa infinita última esperanza
de que finalmente algo tuyo:
una sonrisa, un movimiento, una palabra
reciba la atención de esa persona
por la que todo habrá valido la pena.
Publicado originalmente en Imagen Médica.