Un buen baño

Qué cruel es la cotidianidad. El ajetreo de la vida diaria intimida a los placeres hasta limitarlos a lo mínimo. Las prisas, los compromisos, las presiones… todo se conjuga para que la existencia disminuya su calidad.  Somos rehenes de las circunstancias. Y de repente se pierde vista que los humanos también merecemos el deleite.

Un espectáculo triste. Millones de humanos viven satisfechos al saber que tienen lo suficiente: ropa, un techo,  alimentos para comer. No cabe duda que son ventajas importantes, y que la desgracia mayor es la de aquellos que no tienen lo esencial para subsistir.

Aun así, no quita que a menudo se caiga en un conformismo. Las personas se convierten en seres mecanizados, en robots atados a lo elemental, sin intenciones de unirse a la corriente del sibaritismo. El daño está instalado en una parte considerable de la población.  Puedes notarlo al ver a estos esclavos comer en modo turbo para no llegar tarde a la oficina, o cuando los ves cocinar cualquier aberración para salir del paso.

Pareciera que lo más importante es servir a los demás, atender las responsabilidades, sumirse en el trabajo; una filosofía que tiene su nobleza, pero que debe equilibrarse con el bienestar propio. ¿Por qué en vez de tragar sopa instantánea con rapidez  no dedicarle una hora a la comida? Así sea un platillo modesto, animarse a disfrutarlo con tranquilidad en compañía de una copa, un vaso de agua o cualquiera que sea la bebida predilecta. Tomarse el tiempo para masticar, cavilar en torno a los ingredientes que probamos, retomar una memoria de la niñez… actividades que se valoran poco ya.

Lo preocupante es que no pasa solo con la alimentación. El ajetreo contamina muchos otros órdenes de la vida. Lo sé porque yo también caigo en vicios que parecen inevitables, que están ahí para frenar la plenitud espiritual. De cualquier forma, de un tiempo para acá me he dado cuenta de que no siempre tiene que ser así, y que con una mínima disposición se puede llegar a un puerto favorable. Uno de los pasos iniciales para conseguirlo es darse cuenta de un hecho increíble: lo mucho que cuesta y lo mucho que evadimos  realizar aquello que produce felicidad.

Ponte a pensar cuándo fue a última vez que te diste un masaje en los pies. O la última vez que fuiste a un lugar para ser testigo del atardecer. Es probable que lleves meses sin hacerlo, años tal vez. Si lo has hecho en los últimos días, te felicito. No cualquiera tiene el detalle de ser cariñoso consigo mismo.

Así estamos. Se llega al extremo de percibir a cierta clase de estímulos como algo propio de otra dimensión. Como quien piensa que estaría fantástico ganarse la lotería aunque se esté al tanto que nunca sucederá.

No se trata de enredar  a nadie. Noten que he puesto ejemplos sencillos. Ningún disparate que implique arrojarse desde un helicóptero. Por el contrario, son pequeñas acciones que podrían ser realizadas a diario y que, sin embargo,terminan por ser relegadas por ocupaciones que a veces ni traen nada positivo.

Es verdad. Cada quien tendrá sus prioridades. Habrá para quienes ver el atardecer sea una ridiculez. Los entiendo. Soy de los que prefieren poner un episodio de Louie que salir a la azotea para ver un eclipse que ocurre cada 26 años. Qué le voy a hacer. La naturaleza no siempre me impresiona. A algunos les pasará igual con otras aspectos, así que no se queden con los casos que he puesto. Los placeres de los que ustedes se han privado pueden ser otros. Si no un masaje en los pies, a lo mejor es pasear al perro, preparar galletas de chocolate, visitar a una monja. Yo qué sé.

Lo importante está en no perder nunca el amor por uno mismo. Estar al tanto de que somos seres valiosos que merecen tratos de altura, aunque sean aplicados sin la colaboración de los demás.

Grabárselo: tu cuerpo es el más importante del mundo. No hay ninguno que le gane. Es el que te dará las mayores satisfacciones. Ignora lo que los otros digan. Anna MouglalisRyan Gosling podrán tener figuras bonitas y aclamadas, pero ni siquiera hay comparación con el tuyo. Tu cuerpo está por encima. Sin importar sus defectos es el único que te dará placer. Lo que pase con otros es irrelevante para tus sentidos. De nada te sirve que ellos sean exitosos, solo tu piel tendrá el detalle de cautivarte con la ayuda de un beso, una caricia, un abrazo.

Así que comienza a darle a tu organismo la atención que merece. La que corresponde al monarca de tu reino personal. Al comandante de tu ejército. Al director de tu orquesta universal.

Vale la pena, créeme. Obstáculos habrá. Tocará librarse de ellos, que para eso están los obstáculos, no es que sean una imposibilidad. Si el problema principal es la falta de tiempo, será cuestión de que te administres mejor. Duerme una hora antes de lo que acostumbras, si eso implica que por la mañana podrás desayunar con más calma. Evita estar pegado a los juegos de tu celular si con esos minutos puedes tomar una siesta que repare tu humor. Toma medidas similares en las que a cambio de sacrificar nimiedades puedas consentirte.

Y hay algo que yo recomiendo. Quizás no dé para hacer a diario, porque tampoco hay que exagerar. Los placeres han de alejarse de la rutina para que no aburran. Con hacerlo una vez a la semana será suficiente para renovar el ánimo.

Lo que aconsejo es darse un buen baño.

Olvídate de los regaderazos rápidos que haces previo a salir de casa por la mañana. Esto corresponde a una hoja aparte. Va más allá de la higiene elemental, se trata de un ritual hedonista que pone en sintonía con la intimidad del yo interno.

El baño, como habitación, es uno de los lugares donde mayor relajación puede disfrutarse. Ahí nadie molesta. No hay ruidos ni distracciones. Nada agobia. Ni las noticias (a menos de que entres con un periódico) ni los vecinos. En el baño estás tú y ya está. Ni siquiera una alcoba goza de ese estatus. A tu cuarto puede entrar de pronto un amigo o tu madre para decirte unas palabras. En el baño no, nadie osa entrar a molestarte. Así que un baño, un baño largo es vital para serenarse.

Sabemos que cuidar el agua es importante. Hazlo cada que puedas. Al lavar el auto, al poner un recipiente bajo una gotera, en esas duchas tempraneras. Pero de vez en cuando date el gusto de un baño largo, de quince, veinte minutos. Media hora si en los días previos sientes que has ahorrado la suficiente agua como para mantener un balance.

Y hazlo con agua caliente, por favor. Dejemos la tonificación corporal y la ayuda a la circulación que conlleva el agua helada. Al menos por una ocasión especial déjate llevar por el vapor que se adueña poco a poco del escenario.

Sobre el horario, de preferencia que sea en los minutos previos al anochecer, cuando  el sol decaiga y puedas iluminar el baño con algunas velas. Aromáticas si es posible. Los focos le quitan mística a la ceremonia, son demasiado intensos, estropean el ambiente acogedor que se monta para la ocasión. Sobre todo huye de los focos ahorradores de energía. Esos están prohibidísimos. Se busca de tener una experiencia lo más orgánica que se pueda.

Otro elemento clave para agregar al combo es la música. Así se puede mejorar cualquier circunstancia. Oh, nada cómo la compañía de una fina selección para la cita. Para ello hay que ir con cuidado. La música bailable y electrónica podrán ser tus favoritas, y estarán perfectas para cuando salgas de fiesta. Pero esta velada se complementa con otros géneros. El jazz y el soul, en específico. Aférrate a Bill Evans, a Dave Brubeck, a Tommy Flanagan y deja que te conduzcan por los caminos de la noche, ideales para rememorar lo bello del pasado, pensar en las maravillas que vienen y, sobre todo, dejarse de sufrimientos, valorar lo que tienes en el instante: una cascada de agua templada que recorre por tu espalda.

Qué más da el exterior. Los ingratos, los amargados. No existen dentro de tu territorio. Mientras estás bajo el agua eres el único habitante sobre la Tierra. El sistema solar se formó con el propósito de que tú gozaras de un buen baño. Las velas fueron un regalo de los dioses en reconocimiento a tu dulzura. Incluso la luna te admira, si te asomas por la ventana, la encontrarás. Te ha mirado todo este tiempo, eres su ídolo. Está emocionada de conocerte, de ver tus ojos y saber que la has descubierto al fin. Pobre de ella. Sentirá envidia del jabón y del champú, esos privilegiados que están muy cerca de ti. Entonces sonríe. Dale una  sonrisa a la luna. Dale esa última satisfacción antes de cerrar la llave. En adelante será cuestión de envolverse en una toalla, para regresar a lo que sea que se encuentre al cruzar la puerta de salida.

tina

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