Julieta al desnudo

Recién terminé de leer Juliet, Naked, la última novela de Nick Hornby, uno de mis escritores favoritos. Lo leí en inglés, porque la edición de Anagrama es mucho más cara. Hay casos en donde lo conveniente es comprar lo que viene del exterior. Sale a mejor precio y hasta la presentación es más bonita. En español tradujeron el título como Juliet, desnuda, tal vez por una cuestión comercial que implicara enganchar a lectores que buscaran material erótico. En realidad, Juliet es el nombre de un álbum lanzado por Tucker Crowe, uno de los protagonistas de la novela. Tucker es una vieja estrella musical que durante los años setenta fue calificado como una combinación de Bob Dylan, Bruce Springsteen y Leonard Cohen, pero que un día, en medio de una gira, decidió abandonarlo todo sin dejar ninguna huella a sus admiradores.

Con el paso de los años el público se olvidó de él, salvo por un puñado de seguidores que le permanecieron fieles sin importar las inclemencias de la ausencia. Ahí es de donde Hornby hace un retrato certero y gracioso de lo que significa el fanatismo musical. Aquel que impulsa a las personas a realizar viajes de varios horas con tal de conocer lugares por donde pasaron sus ídolos, así se trate de un baño público en donde se le vio por última vez.

Con internet el fenómeno se amplifica. Como señala Hornby, solo hace falta que un tipo de Canadá, cuatro de Londres, seis de Estados Unidos y un par de Australianos tengan una misma pasión para que terminen por encontrarse en una comunidad en línea en donde pasarán metidos gran parte del año sumidos en discusiones sobre las mismas canciones de siempre.

Duncan es uno de esos freaks. Un sujeto que admira a Tucker y que invierte su tiempo en pasear por los foros de la comunidad en donde suelta comentarios,  datos, anécdotas y toda clase de material relacionado con su héroe.

La música absorbe. Igual que con el futbol, si eres un verdadero apasionado, se trata de un germen que se filtra en todos los órdenes de tu vida. Annie, la pareja de Duncan, lo sabe. La novela cobra vida cuando surge una pelea entre ambos a propósito de un incidente que a ojos ajenos parecerá menor, pero que para un fanático como Duncan no tiene perdón alguno.

Resulta que a Annie se le ocurre escuchar el primer lanzamiento oficial de Tucker en más de 20 años antes de que Duncan lo haga. Eso lo hace sentir traicionado, humillado… sensaciones que apenas los melómanos extremos comprenderán. El disco en cuestión se trata de Juliet, Naked, que contiene las versiones demo de Juliet, el mejor trabajo lanzado por el artista allá por 1986, antes de retirarse. De ahí que la traducción del título propuesto por Anagrama no me parezca del todo acertada. Una referencia estaría en el Let it Be… Naked (2003) de The Beatles. Fuera de una posible insinuación en el nombre, la palabra «naked» hace alusión a la naturaleza del lanzamiento. Juliet, al desnudo, o Julieta al desnudo, más bien.

El caso es que ese pequeño hecho derrama la gota en una relación que parecía ir a ningún lado, a pesar de que los dos llevaran juntos ya muchos años. Lo que es más, Duncan explota al saber que Annie ha escrito una crítica negativa del álbum y que ha decidido subirla a la página web de la que él es miembro.

La historia, hasta ese punto, se desenvuelve con gracia. A partir de ahí medio se pierde, cuando Tucker surge de las cenizas para contactar a Annie luego de que le gustara leer la reseña que escribió. Sí, a pesar de hacer un exilio digno de Salinger, Tucker aún googleaba su nombre y era un ávido lector del foro en línea en donde sus admiradores se congregaban.

El texto desfavorable que ella le dedicó, le causó un placer mayor que el de todos aquellos subnormales que lo amaban, y de los que estaba fastidiado ya. Luego de intercambiar una serie de correos, ambos personajes deciden reunirse. ¿Para Duncan sería un honor que su música favorito le bajara la novia?

Leí este libro con entusiasmo. Las expectativas eran altas, ya que los comentarios que había leído al respecto lo señalaban como un regreso de Hornby a sus raíces, las de aquel hombre aguerrido  que para combatir tiraba de la música pop y del futbol, sus armas predilectas. El que lanzó esas dos joyas llamadas Fiebre en las gradas y Alta fidelidad. Y aunque en Juliet, Naked hay fragmentos destacados, la verdad es que nunca termina por despegar. Permanece en él un ánimo disfrutable que produce la suficiente adicción para que termines las 400 páginas en pocas sesiones, sin embargo me da la impresión que, desde Un gran chico, ninguna de sus obras termina por ser redonda.

De cualquier forma yo a Nick Hornby lo defiendo a muerte. Leo todo lo de él que se cruce en el camino. Se trata de un referente generacional que me ha dado algunas de las lecturas más provechosas que he tenido. Si señalo que no me deslumbró en esta entrega, es solo para ponerlo en perspectiva. Porque he de agregar que no se trata de un trabajo despreciable, ni mucho menos. Es, debo apuntar, una novela que proporciona una cálida compañía para esos días en los que se está en busca de algo ligero.

Varias veces incluso tuve que contener las carcajadas, fuera por el humor característico del autor o porque había partes en donde me identificaba cual espejo. Ya saben, el clásico es gracioso porque es cierto del que SeinfeldGeorge Carlin fueron maestros.

Aparte Hornby tiene ese carácter agridulce que siempre lo vuelve entrañable. Posee una habilidad que yo valoro bastante: la de poder hacer reír y conmover al mismo tiempo.

Rescato varias partes. Hay una, por ejemplo, en donde Annie empieza a lamentar todo el tiempo que perdió a lado de Duncan. Todos esos años juntos en un noviazgo que al final no trajo nada extraordinario consigo. Entra en una crisis existencial: está cerca de cumplir cuarenta años y no ha tenido un solo hijo ni ha alcanzado éxito alguno que la justifique como ser humano. Vamos, el típico bache por el que todos llegamos a pasar algún día, en donde el pasado y el presente carecen del valor suficiente como para que el futuro pueda entusiasmar. Entonces alguien le dice algo muy cierto: muchas veces pensamos en términos dramáticos: «Oh, he tirado 15 años a la basura», «Oh, estoy condenado por haber tenido tantas equivocaciones».  Somos demasiado duros con nosotros mismos bajo una óptica distorsionada. Se llega a pensar que para ser felices todo tiene que ser digno de una película. Que para que nuestra existencia sea respetable tuvimos que habernos lanzado de un paracaídas, trabajado en una isla paradisíaca o quedar inconscientes en centros nocturnos de Berlín. Basamos nuestras expectativas en lo que en términos reales son más bien fantasías. Las vidas ajenas parecen perfectas porque solo vemos los highlights, lo que los demás nos dejan ver, cuando en la mayor parte de los casos, si tuviéramos la oportunidad de analizarlo por completo, caeríamos en cuenta de que todos tienen sus propios problemas y una cotidianidad que no siempre es satisfactoria. Una vida llena de puntos altos es impensable. Y no se necesita de acontecimientos legendarios para que la travesía haya valido la pena. A esos 15 años «perdidos» se le pueden restar muchos meses si de pronto uno se pone a pensar en aquellas películas que vimos y nos deslumbraron, o esos libros que removieron nuestras entrañas de una manera que nadie más en el mundo ha experimentado. Se trata pues, de apelar a los placeres sencillos. Una filosofía que desde hace un tiempo para acá he procurado adoptar, sin perder de vista tampoco las sanas ambiciones que impulsan a progresar.

Ver una serie de televisión, coleccionar discos de jazz, salir a jugar con un sobrinito. Ahí están algunas bendiciones que olvidamos al hacer un recuento de las propias trayectorias personales. Razones por las que respirar vale la pena. En parte por eso es que el futbol se convierte en un refugio para algunos, pese que existan quienes no lo comprendan. Hacer que se te vaya la vida por un juego entre sujetos que ni conoces se vuelve un catalizador de emociones que de algún modo mueve sentimientos que de otro modo no tendrían salida alguna. Hey, si nunca ganaré veinte millones en la lotería, al menos deja que grite ese gol. Puede que sea el único asidero que permita una alegría semejante.

Otro fragmento destacado llega cuando Duncan, en medio de la ruptura amorosa, intenta acercarse a Annie a partir de una noticia acerca de Tucker que ha leído por ahí. Le dice que no es un mero pretexto para contactarla. Los artistas favoritos de una pareja son de cierto modo una especie de «hijos» que mantienen unidas a las personas, a pesar de que estén separadas. Es el fenómeno que se presenta cuando escuchas a una banda que le gustaba a alguien que conociste. Cuando salen en la radio, no solo escuchas a ellos y a su canción, en el paquete también vienen incluidas las memorias que relacionas a una antigua compañera o compañero que ahora estará por siempre a tu lado por medio de elementos que están fuera de control y que pueden aparecer en cualquier instante.

Disfruto de pensar en cosas así. Cuando veo jugar al Liverpool se que hay alguien más que lo está haciendo al mismo tiempo que yo. Lejos, a kilómetros de distancia, pero hay algo que nos une, y es el hábito de estar ambos de forma religiosa frente a la pantalla de la computadora. Igual cuando leo una noticia importante de Morrissey, Bob Dylan o The Beatles. Mientras lo hago, pienso que con seguridad esa persona especial lo estará haciendo también. Y que cabe la posibilidad de que desde su terreno, se acuerde igual de mí.

Es lo que tiene Hornby. Pone en sintonía con las relaciones humanas a un nivel muy emotivo. Incluso en sus trabajos de media tabla. No cualquiera.

Y eso me recuerda que cerca del final, uno de los adeptos a la doctrina de Tucker Crowe proclama que la «la felicidad es un veneno». Lo dice luego de escuchar el nuevo álbum de temas inéditos que le parece terrible. El compositor es ahora un hombre feliz, en plenitud. Ya no es aquel joven atormentado que en los años setenta y en los ochenta cantaba canciones llenas de desdicha con las que era posible encontrar afinidad. El arte se resiente por culpa del regocijo. Muchas de las mejores creaciones tienen su origen en los peores sentimientos. ¿Se imaginan a un Ian Curtis optimista? Sentaría fatal. Es la misma razón por la que Years of Refusal me parece un álbum medio flojo del otro mancuniano, ya no tiene tantos motivos para quejarse. En el fondo somos crueles con quienes adoramos. Hasta se echan de menos los tiempos de aflicciones que sacaban lo más intenso de ellos.

Quién sabe, tal vez Hornby en la actualidad esté en la cumbre de su plano personal y por ello su obra se resienta. Habrá que esperar a que la esposa lo abandone para que saque una gran colección de relatos.

juliet

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