Cuando hace demasiado frío queda mejor permanecer en casa. Igual que cuando hace un calor propio del demonio. El clima es una cuestión que puede arruinar los planes. Por mucho que nos guste la lluvia, las tormentas invitan a no salir de la habitación del mismo modo en que las altas temperaturas desmotivan cualquier actividad que implique exponerse al sol.
Encerrarse, en cualquier caso, tiene implicaciones. La oportunidades de socializar se limitan. Estás tú y nada más. Si acaso la familia, pero convivir con ellos ha quedado en desuso en los últimos tiempos. Y es ahí donde la soledad puede llegar a pegar. Afuera están todas las oportunidades. Los seres con los que podrías platicar o tomar una copa. Qué se le va hacer. Si la soledad se añora a menudo, también es cierto que en ocasiones se echa de menos escuchar una voz, tener a alguien a tu lado.
Puede que dadas las circunstancias nadie esté dispuesto a llenar el vacío. Nadie que conozcas. Cada uno está desde su guarida a la espera de que el clima llegue a templado. Ni cómo salir. Toca buscar alternativas a la mano. Están los libros, es verdad. Sin embargo tienes ganas de otro tipo de cercanía. Necesitas la calidez de la pronunciación. Sentir la cadencia de las palabras volar por el aire. Las películas han dejado de ser opción porque es difícil encontrar una que se acerque a tu estado de ánimo. Los personajes que salen en pantalla tienen vidas propias que, salvo frases sueltas, parecen no estar dirigidas a ti.
Queda la música. La que nunca te ha abandonado, la que está ahí cuando nadie más lo hace. La que aun dentro de la soledad te hace compañía. La que habla, la que platica. Esa que da consejos. Aquella que una vez te salvó la vida. Voces familiares que han pasado por tus bocinas cientos de veces. Canciones creadas hace décadas, sin que por ello hayan perdido ni un gramo de relevancia en virtud de lo que te ocurre ahora.
Y no hace falta mucho más. Basta con bajar a la cocina por café y subir de nuevo para escuchar a tus amigos de larga distancia. El hecho de que ellos no te conozcan y que tú no los conozcas en persona es lo de menos. Ese tipo de relaciones están sobrevaloradas. A tus vecinos los ves a diario y no significan nada para ti. En cambio hay artistas que saben cómo abordarte para dar directo en lo que necesitas. Son a los que agradeces por no fallar.
Olvidemos el clima. Hay veces que el aislamiento tiene otras razones, menos circunstanciales, más de raíz. Como aquellos viernes de la adolescencia donde no había ninguna fiesta a donde ir ni amigos con los cuales salir ni planes para llevar a cabo. Incluso tus padres estaban afuera y el perro dormía en el jardín. Todas las puertas parecían cerradas. Tus ojos alcanzaban a percibir cómo era que todo se iba lejos.
Y no quedaba otra que apañárselas cómo se pudiera. Una opción era escribir. La computadora estaba dispuesta. No obstante apenas escribías una línea sentías la ausencia de un elemento. Un hormigueo en las orejas daba la pista: música. Ahí lo tienes. Poner un disco. Hacer tu propia reunión con invitados de lujo.
El primer llamado era a los hermanos Gallagher, conocidos por animar cualquier cementerio. Era el comienzo ideal, aunque después de un rato se ponían un poco pesados, por lo que había que compensar con alguien tranquilo. Neil Hannon era la apuesta. Lo dejabas entrar. Un tipo menudo que se las ingenia para tener una presencia arrolladora. Junto a él viene Jarvis Cocker. Le dices que estabas a punto de llamarle, que ni se le ocurra pensar que te habías olvidado de él. Si es que necesitas su humor, su vitalidad.
Cuando los ves charlar caes en cuenta de que el acento británico ha empezado a dominar el ambiente. El exceso empieza a levantar preocupaciones, en especial cuando a lo lejos ya se acerca Paul Weller, guitarra en mano. Que la Cool Britannia ya fue.
Además quieres que la celebración sea diversa. La buena noticia es que un cambio está por llegar: es Sam Cooke vestido con una camisa blanca. Para que no se sienta solo entre tanto borracho de taberna, le preguntas si no sabe de casualidad el número de Tamla Records. Te dice que sí. Aprovechas para llamar a Marvin Gaye, Smokey Robinson, los Four Tops, además de las Marvelettes y Brenda Holloway porque ya empezaba a preocupar la falta de presencia femenina.
El evento va de maravilla. Los presentes conviven en armonía. Estás encantado. Ya no echas tanto de menos lo que ofrecía el exterior. Has dejado atrás el sabor amargo. Piensas: ¿para que estar en una discoteca donde la música no tiene alma si puedo estar en la comodidad de la cama mientras canto a lado de Andy Partridge? No hay color. Si no fuera porque los otros son medio tontos, serías la envidia de la comarca.
De cualquier forma, da igual. Dejas de pensar en los otros. Te concentras en disfrutar de tus amigos los famosos, los mismos con los que despiertas por la mañana, con los que sales a caminar, con los que subes el transporte público y con los que, sí, duermes cada noche. Una relación funcional que lo único que demanda es que presiones el botón de play.
Que no se olvide. Llegarán tiempos mejores, donde se conocerán a personas cara a cara, De las que se pueden tocar y oler. Las que te sonreirán cuando cuentes un chiste. Las que te harán preguntas sobre tu carrera, las que te darán un empujón cariñoso mientras esperan a que comience la película. Sí, avanzarás. Sería ridículo quedarse por siempre en un cuarto donde esté la comodidad. Pero cuando el día llegue, no te olvides de las canciones que fueron tan fieles. Será que puedas compartirlas con esas nuevas personas para que formen una gran familia.
Y escúchalas cada tanto. Siempre tendrán una palabra de la cual apoyarte. Estés en lo alto o en lo bajo, serán consejeras llenas de nobleza. El salvavidas del que hablaba Morrissey. Uno que podrás recordar con cariño.