Cualquier pretexto es válido para abrir un blog. Algunos lo hacen para matar el tiempo (empresa a la que se han sometido millones de héroes sin conseguirlo: el tiempo permanece vivo desde hace siglos). Otros para mejorar las técnicas de escritura. Hay quienes abren un blog para desahogarse. De igual forma es posible hacerlo para conocer gente o conseguir una cuponera gratuita. Lo dicho. Hay cientos de razones para inaugurar una bitácora. Unas más serias que otras.
Para hacer uso del teclado, por ejemplo, es un buen motivo. Hay que desquitar el dinero gastado en el dispositivo. También están las excentricidades, como quienes entran en este mundo para no ser confundidos con una liebre. Se sabe que los animales no tienen por costumbre escribir, así que hacerlo ayuda a no ser confundido con uno.
Les revelaré, por tanto, aquello que me motivó a abrir un nuevo blog. Que sirva para que los historiadores del futuro tomen nota. Calculo que en los próximos milenios la esperanza de vida será tan grande en los humanos que habrá un exceso de historiadores en funciones. Tantos que no habrá suficientes temas de importancia a los que se puedan dedicar, por lo que tendrán que recurrir a personajes irrelevantes con tal de mantenerse ocupados. En el año 9811 ya no serán necesarias más biografías de Marx ni de Lincoln. Con las toneladas que se produjeron en el pasado será suficiente. Lo mismo con todos los personajes importantes que han pisado la tierra. Será entonces que tengan que recurrir a vidas como la de sus vecinos o la mía para escribir libros que tengan una pizca de frescura. Desde aquí le mando un saludo al estudiante universitario que en miles de años hará una tesis sobre lo que he pasado en este trayecto llamado existencia.
Para no desvariar un instante más. Procedo a decirles el porqué he decidido refugiarme en la escritura: porque no sé hablar.
Claro, claro. Sé articular palabras. Juntarlas de tal modo que produzcan un significado. El problema es que no se me entiende. No sé pronunciar. No me expreso con claridad. Nadie atrapa nada de lo que digo. Un obstáculo mayúsculo en el día a día.
Muchos serán incapaces de comprenderlo. Platicar es parte natural de su cotidianidad, por lo que no le ven nada de especial. En cambio, para los que no podemos hacerlo, se trata de una situación que impide que desarrollemos nuestras virtudes.
Imaginen que despiertan un día para caer en cuenta de que nadie, en ningún lado, entiende lo que ustedes quieren decirles. Una pesadilla que les complicará desde pedir el desayuno hasta cuestiones cruciales como preguntar dónde está el baño.
Es parecido a hablar un idioma personal que nadie más usa en la faz de la tierra. Y hay que arreglárselas como se pueda. Yo sufrí mucho tiempo. Fueron días tristes que quisiera olvidar por los sinsabores que tuve que pasar. Lo menciono porque uno termina por aislarse. Las oportunidades se van.
Cuando era un niño, quería contarles a los demás lo que ocurría conmigo. Pero no había modo.
Si, por ejemplo, quería expresar:
Hola, cómo están. Fíjense que hoy caminaba con rumbo a la escuela cuando un señor se me acercó para pedir una moneda. Como no tenía nada, abrí mi mochila de donde saqué una manzana. Se la di para que comiera. El hombre parecía hambriento. Estaba demasiado flaco. Era para preocuparse por su salud. ¿Acaso él no tenía una mami que le preparara un sándwich? Qué mala fortuna tienen algunos. Despertar cada mañana y tener un desayuno disponible es una ventaja importante. Así podemos estudiar con las capacidades al cien. Debemos estar agradecidos con lo que tenemos.
Lo que mis compañeros escuchaban era:
Poks, muur rrestam. Gurebam ikn mlo recvertb rta wbbam r po retacxs yiamns ji retns lk as jhnjsie laop mksih kao mauisd. Kans oa naost nakx, apdia ka kaudsoeja ls sindt ñalsm idn oandhtas. Oa ma na pamst hsh msgratz. Oa natabx yahsbca lajsnctastn. Jabsxz kavstazag hdfax. Tyb pals yrdnalstyanx ujs vb rfsah. ¿Rt psl op ka rdlañ nke rtyt lka ms pakstanzm ja kalstercnak? Ila kmas yedatsz laosjn jhstank. Lamstanzf jaks meuroas m pamsn ka cdvasgta ksndaosna al pla hansbgac ujhsmansoa. Knm jhatysb hanstasz vva mep yebasnamxai ie kals. Absjyas naksta jausnastasl mda oe ldm ajstasn-
Al terminar mi discurso todos guardaban silencio. La inocencia me hizo creer que los había conmovido hasta dejarlos paralizados. Después Manuelito se me acercó al oído y dijo: «No es por nada, pero parece que traes una papa en la boca».
En la primaria terminé por recurrir a la soledad para evitar embrollos. Las profesoras eran conscientes de mis limitaciones, así que no exigían que participara en clase para determinar las calificaciones. Les bastaba con que leyera y contestara los exámenes con lápiz. También me gustaba tomar dictado. Era de mis actividades preferidas. Bien que mal, al escribir se me entendía. Poner en papel lo que la maestra leía se trataba de un acto mágico. Al pasar de un formato a otro era posible que cualquiera pudiera leerlo y tomar el sentido en su totalidad.
Así fue que decidí dejar de hablar. La comunicación la llevaría a través de la escritura. Con mis ahorros compré una libreta con la que salía a la calle. Cada que necesitaba decir algo, lo apuntaba en una de las hojas que luego procedía a arrancar y entregar al destinatario.
Eran otros tiempos, donde la ecología no importaba. Dejé de hacerlo el día que un biólogo me dijo que gastaba demasiado papel. Matas a una multitud de árboles, chico. Le escribí que no tenía alternativa. Necesitaba sacar lo que traía por dentro o terminaría en un manicomio. Fue él quien me habló de la existencia de bitácoras en línea donde uno podía escribir sin que ningún pino tuviera que sacrificarse.
A los pocos días decidí abrir un blog. De eso hace casi diez años. De inmediato me sentí cómodo en la plataforma, además de que descubrí los chats y foros donde por fin pude socializar en forma. La bendita computadora permitió que explayara todo lo que quisiera. Decir lo que amaba o lo que odiaba a personas que estaban a kilómetros de distancia. Así hice los primeros amigos, algunos de ellos a los que pude conocer en persona.
Las reuniones, he de apuntar, debían desarrollarse con ciertas particularidades. Previo a los encuentros les advertía de mi condición. Parte de ellos eran amables, así que no les importaba. Total, que nos citábamos en un restaurante o en un café a donde yo llegaba equipado con una libreta o con una computadora portátil. Cualquiera que fuera la elección, la usaba para anotar lo que deseaba aportar a la conversación.
Cuando la confianza crecía, hacía aviones con las hojas de papel y las arrojaba a quien tuviera enfrente, quien entre risas, procedía a desdoblar para leer el contenido.
Sabía que jamás podría ser un locutor famoso. Nadie escucharía jamás la dulzura de mis palabras. Tampoco podría dar conferencias acerca del calentamiento global ni cantar el himno nacional previo a una función de boxeo. Lo que sí podía hacer era escribir. Lo que fuera, pese a que no perfeccionara la técnica.
Era el único camino, si bien alguna vez un artista finlandés de vanguardia me propuso que participara en un performance consistente en leer en voz alta algunos pasajes del viejo testamento lo cual no acepté.
Hace un par de meses un investigador se acercó a mí para que formara parte de un experimento. Según su hipótesis, por la manera en que yo hablaba, existía la posibilidad de que pudiera entablar diálogo con ciertas especies de aves paseriformes. Por segunda vez, me negué. Comprendí que aquello iba en contra de mi dignidad. Ya en el pasado había sido estafado por científicos que prometían remediar mi padecimiento a cambio de que participara en algunas pruebas experimentales que eran la mar de cansadas y que al final no traían nada bueno.
Reflexionar al respecto hizo que comprendiera que hay veces que hay que aferrarse a lo que tenemos. Asumir que hay cuestiones que están fuera de nuestros alcance y que hay que perfeccionar lo que sí podemos para compensar las carencias. Es lo que he hecho desde entonces. Todavía lejos de ser un escritor en toda la extensión de la palabra, día a día hago esfuerzos por charlar con los otros a través del texto, el fiel compañero gracias al cual he podido entablar vínculos emocionales con los demás.
Quién sabe qué haría si un día una bola de boliche cayera sobre mis dedos hasta aplastarlos. Las semanas de recuperación serían una tortura equivalente a quedarse mudo. De cierto modo pensar en eventualidades extremas hace que valore el ahora. Hago anotaciones con gusto a sabiendas de que podría llegar el día en que no pudiera hacerlo más. Ahora mismo, de hecho, escribo esto con una sonrisa en la cara. Agradezco al destino que me dé la oportunidad de ser leído por ustedes, seres angelicales con lo que estaré por siempre agradecido.
Tengan una linda noche. Sean felices.